(*) Publicado el 7/7/2015 en Expansión.
El escenario que se abre en Grecia tras la victoria del ‘no’ en el referéndum griego es enormemente incierto. Lo único que se puede afirmar es que Grexit es más probable que nunca, aunque aún es evitable; que la situación económica en Grecia seguirá deteriorándose con rapidez; y que solo mediante un liderazgo político del que Europa parece carecer se podrá evitar el desastre económico y geoestratégico que supondría la salida de Grecia del euro.
Lo más preocupante es la enorme y creciente brecha que se está produciendo entre las interpretaciones del resultado del referéndum en los distintos rincones de Europa. El gobierno griego y los partidos críticos con la austeridad dibujan un relato en el que la democracia ha vencido a la tecnocracia, lo que supondría que el ‘no’ en el referéndum griego sería el principio de una nueva UE, menos ortodoxa y ordoliberal, más democrática y solidaria. Sin embargo, desde Berlín, Frankfurt o Bruselas, pero también desde Madrid, Lisboa, Helsinki, Ámsterdam o Riga, la lectura es totalmente distinta: para los “socios” (ahora se intentará no utilizar el término acreedores por unos días) el resultado del referéndum es totalmente respetable, democrático y legítimo, pero no cambia nada. Los gobiernos legítimamente elegidos de los otros 18 estados miembros del euro no están dispuestos a ceder prácticamente nada porque la mayoría de sus ciudadanos, sobre todo en los países del norte, creen que ya se ha sido demasiado solidario con Grecia y que el país es incapaz de hacer reformas. Solo Francia, y tal vez Italia, podrían tener una posición intermedia, pero será difícil que se atrevan a expresarla en voz alta. Desde el comienzo de la crisis, la dificultad para la socialdemocracia europea de construir un relato alternativo al de la lógica intergubernamental dominante de lucha entre poderosos acreedores y débiles deudores es uno de los problemas para construir consensos que permitan desbloquear la situación y mover hacia adelante el proyecto europeo.
Este choque de legitimidades demuestra que el euro, y la propia UE, tiene un problema de diseño fundamental. Sus miembros están tan integrados comercial y financieramente, y han cedido tanta soberanía a instancias supranacionales en Bruselas y Frankfurt, que ya no tiene demasiado sentido hablar de la soberanía económica nacional, a lo sumo tienen una soberanía compartida. Pero como al nivel europeo la democracia es imperfecta y distante, la ciudadanía desencantada con las políticas europeas reivindica recuperar la soberanía perdida, pero manteniéndose dentro del euro (eso parecen querer la mayoría de los griegos, que votaron por el ‘no’ a la propuesta de la Troika en un 61% pero que en casi un 70% dicen querer mantenerse dentro de la unión monetaria). Y eso, a día de hoy, es imposible. Con un corralito en vigor, un sistema bancario prácticamente quebrado, alto riesgo de que se aplique una quita a los depósitos y compromisos de pago inasumibles por parte del Gobierno en las próximas semanas, la pertenencia de Grecia al euro depende de la solidaridad de sus socios, no hay más vuelta de hoja. Hasta que no se construya una auténtica democracia supranacional; es decir; hasta que no avancemos decididamente hacia la unión política en la que un Parlamento de los países del euro aglutine la legitimidad al nivel europeo y decida cómo se gestiona un amplio presupuesto federal financiado con eurobonos que haga transferencias entre las distintas regiones/países del euro, no habremos resuelto el problema.
Pero eso requiere tiempo. Y Grecia no lo tiene. La cuenta atrás terminará como muy tarde el día 20 de julio. Esa es la fecha en la que Grecia tiene que pagar al BCE 3.500 millones de euros. Hasta entonces, el BCE podrá mirar para otro lado y no “desenchufar” el sistema financiero griego. Lo mantendrá a flote aunque Grecia no haya pagado al FMI ni tenga en vigor un acuerdo con la Troika que asegure la solvencia del estado (lo que no podrá hacer, seguramente, será aumentar la liquidez, lo que hará que el corralito tenga que continuar y endurecerse). Sin embargo, si Grecia no paga al BCE, éste no tendrá más remedio que cortar la liquidez, lo que forzaría el colapso del sistema bancario griego, haciendo inevitable la emisión de una moneda paralela, lo que seguramente supondría el principio de Grexit. Que se haya llegado a una situación en la que todo esté en manos del BCE, que es una institución técnica sin legitimidad democrática para tomar decisiones sobre membresía del euro ni ningún mandato que vaya más allá del control de la inflación, refleja otro fallo de diseño garrafal en la construcción de la zona euro. Nuevamente, este es el euro con el que hay que lidiar hasta nueva orden.
En este contexto, y asumiendo que el primer ministro griego Alexis Tsipras regresará a la mesa de negociaciones ansioso por llegar a un acuerdo y que cualquier análisis coste-beneficio confirma que a los demás países les sigue interesando evitar Grexit (aunque necesitan pactar sin mostrar que han cedido tras la celebración del referéndum), cabe preguntarse si todavía queda una ventana de oportunidad para el acuerdo. Y la respuesta es que, como ya ocurriera en el pasado, la clave está en la credibilidad del gobierno griego para hacer las reformas estructurales que permitan a su economía pasar del actual modelo rentista e improductivo a otro con ciertos toques de modernidad que sea capaz de generar crecimiento en una economía global. Si Tsipras, que llegará a Bruselas con un equipo renovado, dialogante y que contará con el apoyo explícito de las fuerzas políticas de la oposición griega, consigue que su compromiso reformista sea creíble, podría obtener un acuerdo basado en reformas a cambio de menos austeridad. Dicho acuerdo, además, podría llegar a incluir un compromiso de reestructuración de deuda futuro, que ahora vendría avalado por el FMI, lo que ayudaría a que Angela Merkel pudiera venderlo a su electorado. Pero, en todo caso, este acuerdo de reformas a cambio de solidaridad, que supondría un tercer rescate para Grecia, tendría que ser aprobado en los parlamentos nacionales. Ahí es donde el ejercicio de liderazgo por parte de las autoridades europeas, sobre todo de Alemania, es necesario: sólo si los dirigentes europeos consiguen reconducir la narrativa actual que gira alrededor de términos tan nocivos como conflicto, chantaje y castigo hacia otra donde primen conceptos como crecimiento, esperanza, responsabilidad y cooperación se podrá abrir una ventana de oportunidad.
Federico Steinberg
Investigador Principal del Real Instituto Elcano y Profesor de la Universidad Autónoma de Madrid | @Steinbergf