Publicado originalmente en la Revista Española de Defensa, Año 29, Número 324, Enero 2016.
El pasado 6 de diciembre la oposición triunfó en las elecciones legislativas celebradas en Venezuela. Ocurrió el mismo día en el que Hugo Chávez fue elegido por primera vez presidente en 1998 y después de 17 años en los que el chavismo nunca había perdido unas elecciones. Casualidad o no, la victoria histórica y contundente de la MUD (Mesa de Unidad Democrática) fue un duro golpe a la gestión y a la figura de Nicolás Maduro. La participación cercana al 75 %le dio además un tinte más presidencial que parlamentario.
El triunfo opositor fue tan contundente que el presidente no tuvo más que admitirlo, lo que contribuyó sin duda a que la calle estuviera tranquila. Pero no asumió la responsabilidad de la derrota que justificó por la “guerra económica” que afirma está impulsando el sector privado en alianza con los “imperialistas” extranjeros.
Sin embargo, la avasalladora victoria se debió mucho a la inconveniencia del sistema electoral vigente. Éste fue creado por el oficialismo y favorecer a la primera mayoría para que, con un número determinado de votos, abultara las sillas de representantes. Lo hizo cuando creía que la suerte nunca le sería adversa y ahora el Gobierno se ha ahorcado con su propia soga que ha ido creando desde el referéndum constituyente de 1999.
El resultado, sin embargo, fue menos ideológico y mucho más pragmático. La crisis económica, la inflación, la inseguridad, el desabastecimiento de los productos básicos, y la persecución de los dirigentes de la oposición fueron algunos de los motivos que llevaron a la sociedad venezolana a votar por un cambio: un cambio económico en una gestión ineficiente, abusiva y corrupta; un cambio desde una agresiva polarización política que hasta hoy no ha admitido dialogar con nadie ni reconocer errores, hacia una estrategia de diálogo del gobierno con los distintos actores socioeconómicos y políticos; y un cambio con garantías democráticas donde no se pongan en tela de juicio los derechos sociales de los venezolanos.
“La persecución de los líderes opositores y la falta de diálogo político han mermado la credibilidad de Maduro..”
Los datos que reflejan estos comicios se vivieron de forma muy diferente a los de las elecciones de 2012 (el último triunfo de Chávez) y de 2013 (la primera de Maduro). Entonces, todo el chavismo salió a festejar. Ahora no tenían nada que celebrar y la oposición, por motivos de seguridad, tampoco tenía un lugar concreto dónde reunirse. No se vio una alegría desbordada en la calles pero hubo varias celebraciones como la de Lilian Tintori y Maria Corina Machado y, por otro, las de Henrique Capriles y Jesús “Chúo” Torrealba, el líder de la MUD que supo mediar entre posiciones antagónicas para llevar hasta el final y con éxito una estrategia unitaria electoral. Varias escenas que ilustraban de forma clara la heterogeneidad de esta fuerza opositora, donde confluyen 18 partidos que van desde la izquierda clásica hasta la democracia cristiana, y que tienen como elemento común que el país va mal.
El descontento entre los venezolanos se ha extendido más allá de la oposición tradicional ganando en lugares emblemáticos como la Parroquia 23 de Enero en Caracas y Barinas, cuna de Hugo Chávez. El voto rural chavista fue quizás el que más castigó al gobierno. Los campesinos decidieron rebelarse, buscar opciones y alzar su descontento. Porque los principales elementos de la popularidad chavista han sido sus resultados materiales y su confianza en un líder carismático y estos dos ingredientes han faltado desde la muerte de Chávez en 2013.
Por un lado, el bajísimo nivel de popularidad del presidente Maduro, cerca del 20%. Por otro, la política económica basada en la redistribución de la renta del petróleo que se ha demostrado insostenible hasta el punto de verse el gobierno en la paradoja de tener que importar petróleo y gasolina. La caída de los precios del crudo, sin embargo, no ha sido el detonante aunque ha profundizado la crisis. Una inflación galopante, la creciente escasez de bienes básicos, y la recesión ya estaban sembradas desde el año 2013. Precisamente esa escasez, ligada a la paulatina destrucción del aparato productivo, y el costo de vida son ahora los temas prioritarios de los venezolanos aunque otras preocupaciones, como el crimen, no hayan descendido.
Reacción internacional
Venezuela también sufre uno de los mayores déficits fiscales, que algunos estiman en casi el 20% del PIB. Las reservas de oro y divisas han caído a su nivel más bajo en más de una década, y algunos estiman que la probabilidad de que haya un default de la deuda externa venezolana antes del final de 2016 es más que probable.
Son muchos los que han expresado en los últimos tiempos su preocupación acerca del deterioro de la democracia y el estado de Derecho en Venezuela. El Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas, por ejemplo, ha reflejado sus inquietudes en sus últimos informes, e incluso en organizaciones más afines al gobierno venezolano, como UNASUR, hay cierto cambio en el discurso. Esta última participó en una misión electoral para estos comicios invitada por el CNE (Consejo Nacional Electoral) venezolano que no contó con la presencia de Brasil que declinó participar al no contar con las garantías suficientes para realizar una “observación objetiva e imparcial”.
Pocas veces tantos actores extranjeros se habían inmiscuido de forma tan notoria en un proceso parlamentario venezolano. Quizás porque nadie desea una Venezuela inestable, incapaz de cumplir sus compromisos internacionales, sin olvidar posibles riesgos como una migración económica y política o la proliferación del crimen organizado. Así, mientras que varios ex presidentes latinoamericanos encabezados por Andrés Pastrana se hicieron eco de los mensajes de la oposición, algunos dirigentes de la izquierda colombiana hicieron campaña por el compañero Maduro. Según sus conveniencias, tanto chavistas como antichavistas acogieron o repudiaron la participación tanto de personas como de entidades extranjeras en el proceso. Mientras Maduro rechazaba los llamados de la OEA (Organización de Estados Americanos) a favor de unas elecciones transparentes, la oposición los aplaudía. Y lo contrario ocurría con UNASUR, acogida por el Gobierno e impugnada por la MUD.
Pero la atención prestada a estos comicios se debe también en parte a tres mujeres —Lilian Tintori de López, Mitzy Capriles de Ledezma y Patricia Gutiérrez de Ceballos— que representando a sus maridos en prisión recorrieron el mundo para lograr que los gobiernos fijaran su atención en Venezuela. Lograron una amplia solidaridad sobre todo por parte de Europa y con siguieron romper con ese aislamiento del que se quejó la oposición durante años. Ahora que las urnas se han pronunciado parece que no va a decaer ese interés por lo que ocurra en el país, aunque sólo sea porque el vuelco electoral venezolano se une al reciente en Argentina y al cuestionamiento que vive Dilma Rouseff en Brasil, con lo que el tablero latinoamericano parece cambiar de fichas.
“Lo ocurrido en Venezuela y el resultado electoral argentino hacen prever cambios en el tablero latinoamericano.”
El canciller chileno, Heraldo Muñoz, ha dicho que su país está dispuesto a trabajar en el ámbito de la UNASUR para encaminar pacíficamente el proceso postelectoral que vive Venezuela, mientras que el nuevo presidente argentino, Mauricio Macri, ha asegurado que pedirá la aplicación de la Carta Democrática a Venezuela a sus socios del MERCOSUR. Interés y expectación es la que mantienen también las naciones caribeñas que dependen de la energía que importan de Caracas a precios subsidiarios a través de Petrocaribe, claro ejemplo de la “petrodiplomacia” que fomentó Venezuela. Petrocaribe nació hace diez años en una época en la que los precios del crudo estaban al doble de los niveles actuales. Pero su progresiva caída y la victoria de la MUD están poniendo en tela de juicio esta iniciativa creada por un interés exclusivamente geopolítico. Se calcula que, bajo esta iniciativa, el año pasado se entregaron un promedio de 200.000 barriles diarios, menos del 10% de lo que produce Venezuela.
Pero Petrocaribe no sería el único acuerdo que habría que revisar según las fuerzas opositoras al gobierno. Países como China y Rusia han dado créditos a Venezuela tras verse ésta sin posibilidades de financiarse en el mercado de capitales, llegando a acuerdos bajo unas condiciones desconocidas y, por lo tanto, sin saber qué se debe y a quién. Ni que decir que tanto Pekín como Moscú desean una estabilidad para que el país pueda cumplir con sus compromisos. El futuro venezolano también preocupa a su vecino colombiano, con el que comparte una frontera que ya de por sí enfrenta múltiples amenazas.
El futuro
Volviendo al plano doméstico, otra incertidumbre que planea de cara al futuro son las Fuerzas Armadas del país. Éstas deberían ser devueltas al lugar al que pertenecen, el de la defensa de la soberanía nacional, y acabar con su politización. También sería necesario entregarles el monopolio de las armas, función que ahora comparten con organismos paralelos como las “milicias revolucionarias” o los grupos de choque paramilitares creados por Chávez. Estos grupos deberían ser desarmados y disueltos. De la misma manera, los servicios de seguridad nacional, en muchos casos ocupados por cubanos, tendrían que ser reestructurados.
El 6 de diciembre la oposición logró capitalizar electoralmente un enorme descontento de los venezolanos, que le ha dado un poder inmenso para reescribir el juego constitucional. Podrá hacer una ley de amnistía política, aceptar o denegar el presupuesto, impulsar cambios de poderes ciudadanos, abrir procesos anticorrupción, aprobar un estado de excepción, o reformar la constitución. También podrán sancionar leyes habilitantes y remover miembros de las cúpulas del Consejo Nacional Electoral y del Tribunal Superior de Justicia. ¿Hasta dónde será capaz la oposición de llegar? Y, en todo caso ¿cómo reaccionará el gobierno de Nicolás Maduro ante la presión?
El cambio que han votado los venezolanos requerirá de altas dosis de inteligencia por ambas partes si no se quiere caer en la ingobernabilidad del país. La oposición deberá integrar a ese votante descontento y, en cierta medida prestado, que continúa desconcertado ante la realidad económica y social, y deberá lograrlo sin hacerle sentir que está traicionando su pasado. Además, será primordial que la oposición controle la velocidad del cambio porque las medidas más convenientes para el país no serán tan rápidas como lo desearon en el pasado María Corina Machado y Leopoldo López, ni tan lentas que pierdan el impulso.
El chavismo, por su parte, tiene como reto despertar y reinventarse, algo que a día de hoy parece complejo y poco probable. Porque su problema es que nunca se preparó para ser oposición. Si se pone en línea de confrontación contundente y sin querer escuchar empujará a una reforma constitucional que le acorte el mandato. Los venezolanos han decido actuar por los canales regulares de la democracia. Han mandado el mensaje de ponerse a trabajar primero en una solución de la crisis económica, segundo en la emergencia social, y tercero en acabar con la polarización y resolver la crisis política. El reto de la nueva Asamblea Nacional será quizás el más grande que haya tenido nunca, y 2016 pondrá a prueba a ambas bandos en una tarea que ninguno de los dos podrá asumir por separado.
Carlota García Encina
Investigadora del Real Instituto Elcano | @EncinaCharlie