(*) Publicado el 7/12/2015 en Expansión.
El reconocimiento de la derrota por el presidente Maduro no es garantía de que el respeto a la legalidad vaya a ser la norma en Venezuela en los próximos meses. No será fácil que el país pueda llegar a pasar la página del chavismo y se consolide en la democracia.
La amplia y contundente victoria opositora en las elecciones venezolanas del domingo pasado si bien abren paso a una nueva etapa, tras 17 años de hegemonía chavista, también son el comienzo de un tiempo signado por la incertidumbre y grandes dificultades. Es verdad que los peores presagios, rodeados de violencia, no se cumplieron, y que en su lugar asistimos a una jornada electoral relativamente tranquila, aunque repleta de irregularidades de todo tipo, la mayoría de signo gubernamental.
“La experiencia de otras derrotas electorales del chavismo y de las serias dificultades económicas que atraviesa el país obligan a extremar la cautela”
Pero ni siquiera la aceptación del resultado por el presidente Nicolás Maduro ni el reconocimiento de su derrota y la plena vigencia de la democracia y la constitución son garantías suficientes de que la normalidad y el respeto a la legalidad y las instituciones sean la norma en los próximos meses. Tanto la experiencia de otras derrotas electorales del chavismo y de las serias dificultades económicas que atraviesa el país obligan a extremar la cautela.
La prudencia manifestada por la MUD (Mesa de Unidad Democrática), la amplia coalición opositora, durante los comicios y el recuento posterior lento y exasperante, evitó males mayores. La excesiva demora del Consejo Nacional Electoral (CNE) a dar resultados parciales o totales hizo crecer en algunos sectores de la oposición la idea de un potencial fraude.
Afortunadamente la magnitud aplastante del triunfo opositor desaconsejó cualquier medida que pudiera cuestionar una victoria asumida como tal por la mayoría de la sociedad venezolana.
“Cada umbral que se traspase otorga mayores potestades para controlar al gobierno a una Asamblea Nacional que a partir del 5 de enero próximo estará en manos opositoras”
De acuerdo con el primer y único comunicado emitido por el CNE a primera hora del lunes y hasta el comienzo de la noche española, la MUD obtenía una amplísima ventaja. Los 99 escaños de la oposición contrastaban con los 46 del oficialismo, y estaban muy próximos a la mayoría cualificada de 101 (tres quintos) y no muy alejados de los dos tercios (112).
A falta de 22 escaños por asignar (sus resultados se esperan para la noche del lunes en Venezuela) todo es posible, ya que la MUD ha estimado que podría contar con un total de 113 parlamentarios. Cada umbral que se traspase otorga mayores potestades para controlar al gobierno a una Asamblea Nacional que a partir del 5 de enero próximo estará en manos opositoras.
Como señaló el secretario ejecutivo de la MUD Jesús Chucho Torrealba, la oposición tiene una gran responsabilidad con los venezolanos: «Lo que se produjo ayer fue un tsunami electoral, un voto de confianza inmenso, pero una cosa es un voto de confianza y otra distinta es un cheque en blanco». O dicho de otra manera, no es lo mismo unirse para resistir que unirse para gobernar, aunque de momento esto último esté fuera de la agenda de la oposición unificada.
Son numerosas las voces tanto dentro como fuera de Venezuela de que ha llegado el momento del diálogo y que sólo mediante la negociación el país podrá salir de su actual postración. Sin embargo no será fácil.
Una de las principales causas de la derrota de Maduro ha sido la difícil situación económica, lo que llama la «guerra económica» librada por la oligarquía y la derecha reaccionaria en su contra. En este sentido los problemas se acumulan en los despachos gubernamentales: escasez de divisas, inflación, desabastecimiento, déficit fiscal, etcétera.
Y por si todo esto fuera poco los precios del petróleo siguen en caída libre y continúan agravando la magnitud de la crisis. Tras la última Cumbre de la OPEP y la falta de acuerdo sobre la producción, el barril de petróleo venezolano apenas supera los 34 dólares, una cifra claramente insuficiente para poner en orden unas cuentas que un día no muy lejano se apoyaron en un barril por encima de los 100 dólares. Para una economía que en los últimos 12 años, especialmente tras el paro petrolero de 2002/2003, se tornó cada vez más dependiente de los hidrocarburos, las noticias no podían ser peores.
Para colmo de males en los últimos años se ha ido agudizando la subordinación a China, una de las escasas fuentes de dinero fresco con que cuenta el país. Pero esto no es gratis, ya que PDVSA (Petróleos de Venezuela) tiene comprometida más de la mitad de sus exportaciones al mercado chino, por unas ventas que ya han sido pagadas. China ha prestado a Venezuela más de 56.000 millones de dólares, el 45% de todos sus préstamos a América Latina, lo que habla de una anómala concentración del riesgo. Esto explica la preocupación con la que se manifestaron algunos portavoces oficiales en Pekín tras la elección del domingo y su deseo de que la vida política en Venezuela se mantenga dentro de la normalidad (¡las deudas son sagradas!).
En circunstancias normales, si se puede hablar de algo semejante en la actual coyuntura venezolana, un amplio consenso social y político sería imprescindible para comenzar a tomar las medidas necesarias conducentes a normalizar la economía.
Sin embargo, una deriva semejante sería totalmente perjudicial desde la perspectiva del gobierno de Maduro, ya que lo conduciría a renunciar a lo que considera son sus banderas revolucionarias. De ahí la dificultad para avanzar por ese camino.
Otro escenario a considerar, y más tras los pésimos resultados electorales, es el de un golpe dentro del propio chavismo u otro, pero similar, encabezado por los militares. El problema de semejante salida es que al nuevo gobierno no le quedaría más remedio que implementar un programa de ajuste totalmente salvaje, algo que Maduro ha rechazado de plano hasta la fecha por los elevados costes sociales que tendría una medida de esa naturaleza.
Esto es lo que desaconseja a cualquier político o militar venezolano, por más ansias de poder que tenga, encabezar una salida semejante. El ajuste brutal que habría que poner en marcha supondría liquidar, de un plumazo, buena parte de las conquistas de los últimos 17 años. Y quien lo hiciera podría pasar a la historia, con bastante posibilidad, como el asesino simbólico de Hugo Chávez y de su autoproclamada revolución bolivariana.
Esto implica que es en la propia deriva de la crisis venezolana y en la naturaleza del chavismo donde hay que buscar las dificultades y obstáculos para reconstruir el país. La situación es endemoniada para gobierno y oposición. La cuestión es si unos y otros sabrán estar a la altura. Es evidente que hay sectores dialoguistas en ambos lados, pero también hay firmes partidarios de la ruptura.
El programa semanal del actual presidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello se llama «Con el mazo dando» y la literalidad de su objetivo respecto a la oposición es clara.
Desde el poder también se ampara a los llamados «colectivos», grupos armados y motorizados que funcionan como arietes del oficialismo y que han sido responsables de numerosos desmanes. Mientras estas figuras sigan dominando el paisaje no será nada fácil avanzar en la reconciliación. Difíciles tiempos esperan a una Venezuela que no ha hecho más que comenzar su complicada transición del populismo a la democracia.
Carlos Malamud
Investigador principal de América Latina del Real Instituto Elcano | @CarlosMalamud