(*) Publicado el 28/9/2014 en ABC.
La crisis de Ucrania ha evidenciado de nuevo las insuficiencias de la integración energética europea. El despliegue normativo de su política energética choca con el subdesarrollo físico de sus interconexiones, manteniendo muchos mercados europeos aislados o marginalmente integrados. España conoce bien este problema por carecer de las interconexiones de gas y electricidad que la propia UE recomienda: un 10% del consumo nacional que la Comisión reconoce que nuestro país no alcanzará ni siquiera si se completasen las infraestructuras previstas, que acumulan retraso tras retraso. Los Estados miembros del Este no pueden beneficiarse de la solidaridad de sus socios porque no hay interconectores de gas, gaseoductos reversibles, capacidad de almacenamiento ni interconexiones eléctricas que los suplan. Precisamente por eso España cuenta con un exceso de capacidad de Gas Natural Licuado (GNL) y paga por su seguridad energética el sobrecoste de un abastecimiento diversificado y flexible pero ocioso.
Hay por tanto un momento políticamente favorable a una mayor integración, física y regulatoria, del mercado energético europeo. Pero un mercado único digno de ese nombre que sustituya a la amalgama de mercados fragmentados, campeones nacionales y equilibrios regulatorios de mínimo común denominador requiere propuestas concretas, viables y capaces de suscitar consenso. España siempre ha insistido en las interconexiones sin que la UE haya ayudado a vencer las resistencias francesas. Pero en los últimos Consejos Europeos el clima ha cambiado y España ha sabido acompañarlo con un oportuno movimiento europeizador, aportando soluciones a un problema común en vez de plantear reivindicaciones nacionales. De hecho, aportando soluciones a los problemas de otros, pues España no importa gas ruso.
Este momento se apoya en una tendencia de fondo que lo hace más consistente: la evidencia de que la política energética europea sin interconexiones queda reducida al absurdo y de que un mercado único sin ellas es como Hamlet sin el príncipe. Sus objetivos son la competitividad, la sostenibilidad y la seguridad, y todos requieren interconexiones. No habrá competitividad sin la competencia que introducen, ni sostenibilidad sin una integración a escala europea de las energías renovables. Y desde luego, tampoco seguridad energética si no se puede ejercer la solidaridad de aquellos Estados miembros con suministros diversificados y capacidades de importación con quienes no disponen de ellos.
Por eso, la nueva Comisión debe asegurar que acelerar las interconexiones está en la base de cualquier iniciativa energética europea. El gobierno polaco, con apoyo francés, ha presentado una propuesta de Unión Energética que, además de las interconexiones, introduce la centralización de las compras de gas a nivel comunitario para doblegar el poder de mercado de Gazprom en los mercados más dependientes de Rusia. La idea no es nueva, pues ya había aparecido en documentos de la Comisión, pero ha sido revitalizada por Jacques Delors como elemento clave de una Comunidad de la Energía. Abreviando una tediosa discusión técnica, un monopsonio no es necesariamente la respuesta óptima al monopolio de Gazprom. En un monopolio bilateral los precios dependen del poder de negociación de las partes, fomentando los conflictos y la ruptura recurrente de negociaciones. En caso de que reduzcan el precio, rara vez se transmite a los consumidores. Además, va contra del ADN pro-competencia de la Comisión y llevaría una politización innecesaria de decisiones que no pueden tomarse contra las señales del mercado. Por el momento, la propuesta, recibida con tibieza por el comisario saliente, ha quedado diluida como mecanismo voluntario de agregación de compras.
El gobierno español se ha mostrado favorable a la Unión Energética, pero debe insistirse en que sus cimientos ya están descubiertos, y que antes de abordar propuestas voluntaristas conviene trabajar en alternativas probadas: interconexiones y aplicación del acervo comunitario para evitar posiciones dominantes de Gazprom (o de cualquier otra empresa, rusa o europea) y una diversificación de los suministros de gas. España no sólo aporta una vía de diversificación estable hacia Argelia, sino una capacidad de respuesta flexible a corto plazo gracias al GNL y la experiencia de sus empresas en un mercado en el que son pioneras y líderes en Europa. Ese posicionamiento convierte a España en un centro natural de distribución de gas hacia Europa, un hub alimentado por los gaseoductos argelinos y el GNL norteafricano, del Golfo Pérsico, nigeriano y de América Latina. Y a largo plazo por exportadores emergentes como Estados Unidos, Brasil o las nuevas regiones gasistas en las costas africanas, del Mediterráneo oriental y el Ártico. Y pocas cosas tan rentables en la UE que postularse como solución en vez de como problema.