(*) Publicado el 19/3/2014 en Expansion.com.
Grecia tuvo que reestructurar su deuda en 2011 porque no era capaz de pagarla. Desde entonces, los países de la zona euro han insistido en que se trataba de un caso especial y que no habría nuevas reestructuraciones. De hecho, el rescate a Chipre de mayo de 2013 impuso pérdidas a los acreedores de los bancos y a los depositantes con más de 100.000 euros precisamente para que el préstamo al país fuera menor y su deuda pudiera ser considerada como sostenible.
Sin embargo, las ratios de deuda pública sobre el PIB de la mayoría de los países de la zona euro continúan creciendo. Las políticas de austeridad, por el momento, están resultando nocivas para el crecimiento (lo que reduce el denominador) mientras el numerador crece porque aumentan los gastos asociados al servicios de la deuda, las prestaciones por desempleo o los rescates bancarios, entre otros.
Así, a finales de 2013 la deuda de Grecia se situaba en el 176% del PIB, la de Italia en el 133%, la de Portugal en el 127%, la de Irlanda en el 124%, la de Bélgica en el 100%, la de España en el 95% y las de Francia y Alemania en el 93% y 80% respectivamente.
Aunque desde que Mario Draghi afirmara que haría lo que fuera necesario para salvar el euro las primas de riesgo se han relajado, los niveles de deuda pública en Europa están aún muy lejos de haberse estabilizado. Y cuanto mayor sea el nivel de deuda, más difícil será generar un crecimiento sostenido y mayor será la vulnerabilidad de las maltrechas economías del sur de Europa a las turbulencias financieras internacionales, por no hablar de los retos que estos altos niveles de endeudamiento suponen para hacer sostenibles los sistemas públicos de pensiones.
Ante esta situación, los economistas Charles Wyplosz y Pierre Paris, han lanzado una atrevida propuesta: reestructurar ya toda la deuda pública de la zona euro para colocarla en niveles mucho más sostenibles. En un informe titulado PADRE: Politicaly Acceptable Debt Reestructuring in the Eurozone plantean que los actuales niveles de deuda tarde o temprano pondrán otra vez en duda la sostenibilidad del euro. Y aún si no lo hicieran, condenarán a Europa a muchos años de crecimiento anémico, ya que la nueva gobernanza fiscal europea obligará a continuar con las políticas de ajuste hasta alcanzar niveles de deuda pública sobre el PIB por debajo del 60%. Por ello, sostienen, es necesario atajar el problema de raíz.
Proponen una reestructuración preventiva a gran escala de forma coordinada, que dejaría los niveles de deuda de todos los países del euro en la mitad, pero que no supondría quita alguna para los acreedores privados, ni tampoco transferencias entre países (eliminando así el problema del riesgo moral y las reticencias de los países del norte), ya que todas las pérdidas serían absorbidas por el Banco Central Europeo (BCE). De hecho, plantean que, más que considerarlo un impago, se trataría de demorar hasta el infinito el pago de una parte de la deuda de forma que quedara “aparcada” en el balance del banco central, que la iría afrontando con los ingresos que obtiene por señioriaje.
Se trata sin duda de una propuesta que no gustará en casi ninguno de los Tesoros de los países europeos porque supone un planteamiento muy heterodoxo que rompe con el principio de que las deudas soberanas de los países avanzados son sagradas, y que además es frontalmente rechazado por los grandes bancos europeos, que acumulan en sus balances la mayoría de la deuda pública de los estados, y temen sufrir pérdidas en caso de quitas. Sin embargo, el plan está diseñado para proteger los balances bancarios y, además, incorpora un mecanismo por el cual los países que vuelvan a superar un cierto umbral de deuda serían penalizados con la venta de sus títulos por parte del BCE, lo que debería servir para evitar la tentación de volver a endeudarse. El BCE, que según sus estatutos es totalmente independiente de los gobiernos, podría negarse a participar en la operación. Pero si esto sucediera, el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) podría reemplazarlo.
En definitiva, el plan está pensado para ser políticamente viable, y en eso reside su principal mérito. Sin embargo, choca frontalmente con una ortodoxia económica muy enraizada en Europa (sobre todo en los países del norte), que tal vez esté llevando a las economías europeas a una década perdida, peor incluso que la que experimentó Japón en los años noventa debido al menor dinamismo exportador de Europa, a su mayor tasa de desempleo y a la avanzada dinámica del envejecimiento de la población que experimentan la mayoría de sus países.
No es probable que la propuesta salga adelante, pero convendría explorarla para evitar que dentro de unos años el problema pueda ser incluso más difícil de tratar.
Federico Steinberg es investigador principal de Economía Internacional del Real Instituto Elcano y profesor de Análisis Económico de la Universidad Autónoma de Madrid | @Steinbergf