(*) Publicado el 23/12/2012 en LaRazon.es.
Ya estamos en la era post-Afganistán. Todo empezó cuando Barack Obama, a mediados de su primer mandato, decidió romper con el pasado y prepararse para un cambio de orientación estratégica, dirigido al Pacífico. Ahora necesitaría menos «botas en el terreno», más ciber-defensa, y más tecnología de nueva generación, elementos fundamentales en el juego de Asia-Pacífico. La doctrina de contrainsurgencia y el «nation building» quedarían definitivamente fuera, y Afganistán dejaría de ser prioridad.
Se suele olvidar que la misión afgana ha sido el máximo ejemplo de cooperación internacional en la historia, con casi medio centenar de naciones involucradas en un difícil escenario. Pero el desgaste económico, político y humano, no sólo de Estados Unidos sino de muchos países occidentales, parece haber llegado a su límite. Ni los gobiernos, ni las opiniones públicas desean implicarse en misiones de tan larga duración, aportando tantos recursos, y con la reconstrucción también a su cargo. Resultará sumamente complicado que una misión así se vuelva a repetir.
Por eso nos estamos yendo. No queremos estar en un lugar con pocas perspectivas, bloqueado por la amenaza de los talibanes, Al-Qaeda y otros grupos terroristas que la ISAF no ha estado en condiciones de derrotar. Y ante cualquier nuevo hecho dramático, todo se reduce a pedir un anticipo de la retirada. Sin más.
Es verdad que nos encontramos ante un país sumergido en el caos, del que sólo nos llegan noticias de terrorismo suicida y de ataques «green on blue». Pero es más seguro y estable que en 2001, y la opinión pública afgana así lo percibe y lo aprecia. Se ha logrado que Afganistán vuelva a ser un Estado, algo que dejó de ser en 1980. Con una capital llena de gente, de coches y de actividad comercial, cosa que antes no existía. Y con muchos problemas sin resolver y muy serios, empezando por la debilidad institucional, la corrupción y el fundamentalismo, los mismos que tienen sus estados vecinos.
Precisamente son sus vecinos los que pueden jugar un papel determinante en el futuro del país. La mejora de las relaciones entre Kabul e Islamabad, con la importante mediación de Ankara, aportan un nuevo resquicio de esperanza. Como también que el Gobierno norteamericano y pakistaní hayan limado asperezas después de meses de tensa relación. Al mismo tiempo, el Gobierno de Karzai ha presentado una nueva hoja de ruta que busca persuadir a los talibanes y otros grupos insurgentes para que se adhieran a un país en paz. Sólo el tiempo dirá si funciona, un tiempo que va mucho más allá del 2014.
Mientras, hay que estar atentos a las elecciones afganas de abril, y esperar a que Washington aclare cuanto antes cuál va a ser su compromiso con Kabul cuando retire sus tropas. Así, otros países, como España, podrán decidir si desean seguir presentes. Todo para que en un futuro lejano Afganistán pueda participar en la lucha contra el terrorismo internacional, convirtiéndose en parte de la solución y no más en causa del problema.
Carlota García Encina es investigadora del Real Instituto Elcano | @rielcano