(*) Publicado el 21/3/2014 en Eleconomista.es.
La crisis desatada en Ucrania tiene consecuencias económicas devastadoras sobre una economía aquejada de graves desequilibrios estructurales cuya corrección requiere desde hace tiempo medidas urgentes siempre postergadas. Sin duda el impacto principal es la situación de inestabilidad e incertidumbre sobre el futuro del país, que mantiene la economía paralizada desde hace meses y con ella las decisiones de los agentes económicos. Los grandes proyectos de inversión, como los de las compañías occidentales en el sector energético, han sido interrumpidos; la logística de su comercio exterior a través del Mar Negro se ha visto comprometida, con el consiguiente impacto en los mercados de cereales; sus deudas con Gazprom y la subida de los precios del gas aplicados por ésta apuntan a una crisis de precios y suministros como las de 2006 y 2009 y desbordarse hacia la UE; su sistema financiero se encuentra al borde del colapso, sin apenas divisas para pagar las importaciones ni acceso a los mercados de deuda; y, lo que es más grave, no se sabe exactamente por dónde pasa el futuro económico del país, desde su estructura (y extensión) territorial a la de su gobierno, pasando por ver si el modelo de integración que finalmente la ligue a la UE podrá gestionar su estrecha interdependencia con Rusia.
Por ello, la prioridad a corto plazo es mantener la estabilidad política del país y evitar que a la anexión de Crimea sucedan nuevos ciclos de sucesos que Rusia suele acabar con ocupaciones. Una escalada militar supondría un deterioro adicional del riesgo país ucraniano, y un conflicto abierto con Rusia un coste económico insoportable, tanto a corto como a largo plazo. La pérdida de Crimea supone un golpe a la integridad territorial del país cuyo coste es imposible de medir y cuya réplica debe evitarse ante todo. Pero también entraña costes económicos evidentes, como la pérdida de las propiedades estatales en la península, desde infraestructuras vitales (puertos y aeropuertos) y otros activos de titularidad pública ucraniana a proyectos de empresas públicas como los relacionados con la exploración de hidrocarburos en el Mar Negro. También pierde un mercado regional importante y el principal centro turístico de la región, junto con intangibles como redes comerciales, cadenas logísticas y la imagen de estabilidad.
Tras preservar en lo posible la integridad territorial, la mayor preocupación económica a corto plazo es evitar la bancarrota del Estado. Este es otro pulso en que Ucrania ya no puede contar con los préstamos rusos, descuentos en el precio del gas ni vistas gordas en su deuda con Gazprom. La UE y EEUU han jugado fuerte con cartas económicas y ahora toca respaldar la apuesta, garantizando una mínima estabilidad económica que prevenga estallidos sociales y tensiones políticas adicionales. Pero ese apoyo inmediato debe enmarcarse en un proyecto creíble a largo plazo para la integración de Ucrania en su espacio económico circundante. No es momento de ambigüedades, sino de llamar a las cosas por su nombre. Si la UE no está dispuesta a ofrecer a Ucrania la adhesión, sea por reticencias internas y/o por no afrentar a Rusia, debe proponer un modelo alternativo claro capaz de anclar las expectativas de los agentes económicos.
Un Acuerdo de Libre Comercio (ALC) como el previsto en el Acuerdo de Asociación ofrecido por la UE no parece suficiente cuando se contrapone a la oferta rusa de integración en una Unión Aduanera (UA). Por más que la UA Euroasiática patrocinada por el Kremlin resulte poco atractiva, la UE no puede ofrecer menos a medio plazo, además de apoyo financiero a corto. Y por más que algunos gobiernos se escuden en tecnicismos sobre la eventual compatibilidad de ambas iniciativas, Ucrania no puede tener simultáneamente una UA con Rusia y un ALC con la UE, ni viceversa. La única posibilidad sería rebajar el nivel de integración a sendos ALC, lo que dejaría a Ucrania en esa especie de tierra de nadie que ya empieza a delinearse en el ámbito de la seguridad. Ni en la OTAN ni con Rusia, ni Euroasiática ni comunitaria, entre anexiones de facto y propuestas de federalización. Quizás los actores políticos y militares sean capaces de incorporar a sus expectativas escenarios de neutralidad e incertidumbre, incluso de partición. En materia económica, en cambio, la neutralidad entendida como indefinición, especialmente si se considera forzada políticamente, no ofrece un contexto favorable para la viabilidad económica de Ucrania.
Gonzalo Escribano es director del Programa de Energía del Real Instituto Elcano | @g_escribano