Turquía: ¿Oportunidad tras el abismo?

(*) Publicado el 17/7/2016 en El Mundo.

La noche del viernes 15 de julio de 2016, Turquía se asomó al abismo. Una intentona golpista ejecutada por facciones de las Fuerzas Armadas pareció poner contra las cuerdas el orden constitucional y al propio presidente Recep Tayyip Erdogan. Fueron unas horas cargadas de incertidumbre y especulaciones sobre el golpe, sus autores, las posibles implicaciones, el paradero de Erdogan y las reacciones internacionales. Durante ese tiempo, se plantearon todo tipo de escenarios inquietantes para un país que es una pieza clave en el convulso Oriente Medio y un vecino descontentadizo de la Unión Europea.

A la mañana siguiente, el golpe había sido abortado, el orden constitucional preservado y el presidente salía indemne de la mayor amenaza a la que se había enfrentado durante sus 13 años en el poder. Las Fuerzas Armadas no estaban cohesionadas a favor del golpe, varios cuerpos de seguridad le plantaron cara, muchos turcos salieron a la calle desafiando el toque de queda para oponerse al levantamiento de militares y, no menos importante, la práctica totalidad de los partidos de la oposición se declararon a favor de la vía democrática y apoyaron el gobierno legítimo salido de las urnas.

Frente a los escenarios más sombríos de la noche del viernes (triunfo del golpe, enfrentamiento civil violento, represión, inestabilidad y descomposición de instituciones del Estado), la mañana del sábado abría la puerta a un escenario muy diferente, aunque nada garantice que se vaya a cumplir: la despolarización del clima político y social en Turquía.

El presidente Erdogan lleva años desarrollando un estilo de gobierno cada vez más autoritario, personalista e iliberal. Pese al carácter republicano y laico del sistema político turco, su actual presidente desde 2014 (y antes primer ministro durante 11 años) ha mostrado su voluntad de convertirse en la cabeza de un régimen «sultanístico». Para ello pretende reformar la Constitución para instaurar un sistema presidencialista. Además, no ha dudado en recurrir a la represión ni en deshacerse de rivales políticos, incluidos posibles competidores dentro de su propio partido AKP. Todo eso haciendo uso político de un discurso identitario islamista y cada vez más conservador.

“La conclusión a la que muchos turcos llegaron fue que más vale un presidente elegido democráticamente, a pesar de sus tendencias autoritarias, que una dictadura militar”

Esa forma de gobernar de Erdogan ha llevado a la sociedad turca hacia una polarización creciente y ha generado tensiones fuertes entre distintos centros de poder. La política exterior del gobierno turco, sobre todo desde las revueltas árabes de 2011 y más aún a raíz de su implicación directa en el conflicto en Siria, lo ha puesto en rumbo de colisión con varios vecinos y ha generado repetidos roces con las grandes potencias.

A pesar de los excesos de Erdogan y de la polarización social a la que ha contribuido, el intento de golpe militar del viernes fracasó en buena medida por la enorme oposición popular, amplificada por las redes sociales. También influyeron mucho las posiciones contrarias al golpe de los partidos de la oposición, incluido el partido pro kurdo HDP, cuyos diputados y dirigentes habían recibido repetidas amenazas de cárcel por parte de Erdogan y los suyos.

La conclusión a la que muchos turcos llegaron fue que más vale un presidente elegido democráticamente, a pesar de sus defectos y tendencias autoritarias, que una dictadura militar que no responda a ninguna institución democrática y que seguramente recurriría a la represión, erosionaría las libertades y enfrentaría a unos sectores sociales contra otros. Es decir, lo contrario de lo que pasó en Egipto en 2013 cuando tuvo lugar el derrocamiento del presidente islamista Mohamed Morsi a manos de los militares que ahora gobiernan con puño de hierro.

Erdogan ahora tiene dos opciones tras el golpe fallido: o ponerse en modo más autoritario, represivo y paranoico, o dar un giro a su estilo de gobernar y a su relación con la oposición política que le respaldó en su momento más complicado. Si opta por lo primero, la mayor damnificada sería la democracia turca, cuya fragilidad iría en aumento. Pero si elige tender puentes y consolidar el Estado de derecho, su herencia quedaría como el salvador de la democracia turca. De la vía que elija el presidente turco -y de las señales que reciba del exterior- dependerán muchas dinámicas en el futuro de Turquía y de sus vecindarios mediooriental y europeo.

Haizam Amirah Fernández
Investigador principal de Mediterráneo y Oriente Medio en el Real Instituto Elcano
| @HaizamAmirah