(*) Publicado el 10/11/2016 en Expansión.
¿Alguien recuerda Reaganomics? ¿Y Clintonomics? Así se bautizó a las políticas económicas que los presidentes estadounidenses Ronald Reagan y Bill Clinton pusieron en práctica en los años ochenta y noventa del siglo pasado. Reaganomics fue una suerte de keynesianismo de derechas. Bajadas de impuestos (confiando en la efectividad de la Curva de Laffer), desregulación de los mercados y aumento del gasto militar, que terminó generando enormes déficit públicos y comerciales, que a su vez fueron clave para que Estados Unidos ganara la guerra fría. Clintonomics, por su parte, se centró en la estabilidad presupuestaria, los acuerdos de libre comercio, los bajos tipos de interés, el desarrollo de la “nueva economía” y la espectacular subida de la bolsa. Fue la época en la que Estados Unidos promovió con más fuerza la globalización, confiando en sus bondades e ignorando sus efectos adversos, como el aumento de la desigualdad o la excesiva influencia de las finanzas.
¿Qué podemos esperar de Trump en política económica? ¿Terminaremos hablando de Trumponomics? ¿O sus políticas serán tan erráticas e incongruentes que no tendrá sentido acuñar este término?
El nuevo presidente de Estados Unidos ha logrado ganar las elecciones con un discurso xenófobo y proteccionista que ha entusiasmado sobre todo a los votantes blancos rurales. Se ha presentado como un outsider del sistema capaz de conseguir que la economía vuelva a funcionar para una clase media cada vez más desencantada con el establishment y con la idea de que las buenas cifras macroeconómicas son suficientes para que la prosperidad se reparta de una forma equitativa entre los ciudadanos (recordemos que Estados Unidos está en pleno empleo y que durante la Administración Obama se ha evitado una segunda Gran Depresión, pero que nada de eso ha servido para que los Demócratas conserven la Casa Blanca).
Es difícil anticipar cuál será el impacto económico de sus políticas porque una de las principales características del magnate es su impredecebilidad. Por lo tanto, lo primero que podemos esperar es un aumento de la volatilidad en los mercados, que ya se aprecia en una caída de las bolsas europeas (la estadounidense ha abierto al alza), una depreciación del dólar y un aumento del coste del endeudamiento a largo plazo de Estados Unidos. Sin embargo, también hay que subrayar que estos movimientos están siendo relativamente pequeños si se los compara con los que sucedieron al Brexit el pasado junio, lo que indica que la victoria de Trump no puede ser calificada como un auténtico cisne negro.
Pero más allá de la volatilidad en los mercados financieros, lo que sí parece probable es que la Administración Trump sea proteccionista en materia comercial y expansiva en materia fiscal. Durante la campaña, el presidente ha dicho que está en contra de los acuerdos comerciales, que impondrá aranceles a los productos chinos para proteger y regenerar la industria norteamericana, y que incluso está dispuesto a sacar a Estados Unidos de la Organización Mundial del Comercio (OMC) si esta institución multilateral, que actúa como guardiana de los mercados abiertos, resultara ser un impedimento para conseguir sus objetivos. En materia fiscal ha abogado por bajadas de impuestos –sobre todo para las rentas más altas–, y por un popurrí de medidas confusas en relación al gasto público, que en conjunto se aventuran más bien expansivas. Así, se ha mostrado partidario de recortar gasto en política exterior y de hacer que los países europeos paguen mayoritariamente la factura de la OTAN, pero también ha abogado por un aumento del gasto interno para aumentar la seguridad y proteger a los perdedores de la globalización. Y, por último, ha hecho declaraciones que es difícil tomarse en serio, como su intención de no pagar la deuda de Estados Unidos o reducir la independencia de la Reserva Federal.
Más allá de su retórica, lo más probable es que Trump promueva un mayor aislacionismo económico de Estados Unidos, volviendo al espíritu de la Doctrina Monroe (“América para los americanos”), lo que supondrá que dedicará mucha más atención y energía a los asuntos internos que a liderar (o contribuir en el liderazgo de) las iniciativas globales, como el G-20, los aspectos climáticos o la gobernanza de la globalización. Es poco probable que apoye los nuevos acuerdos comerciales (TTP en el Pacífico y TTIP con la UE), aunque tampoco es probable que dé marcha atrás en los hoy existentes (como el NAFTA en EEUU, Canadá y México o la propia OMC).
En materia fiscal es muy posible que termine siendo parecido a Reagan, un keynesiano encubierto que genere enormes déficit públicos. Como el impacto negativo del proteccionismo sólo se dejará notar a medio y largo plazo, el impulso fiscal podría elevar el crecimiento y la inflación, y la Fed se tomará con calma la subida de tipos de interés para reducir la incertidumbre, es probable que la economía estadounidense continúe creciendo. Cosa distinta que Trumponomics haga más difícil la cooperación económica internacional en un mundo que cada vez la necesita más.
Federico Steinberg
Investigador Principal del Real Instituto Elcano y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid | @Steinbergf