(*) Publicado el 20/5/2014 en Expansión.
Mientras los titulares se concentran en Grexit y Brexit, los mercados siguen adormecidos por el Banco Central Europeo y la ciudadanía europea se debate entre su decepción con la Unión y la certeza de que sin ella las cosas serían mucho peores, la nueva Comisión Europea ha lanzado tres ambiciosos proyectos para revitalizar el mercado interior y aumentar el potencial de crecimiento: la unión energética, la unión del mercado de capitales y la unión digital.
Mucho se habla de la necesidad de afrontar reformas estructurales y facilitar la convergencia de las economías de los distintos países para garantizar la estabilidad del euro, aumentar la productividad y revertir el relato del declive de Europa en un mundo multipolar. Sin embargo, como la mayoría de las políticas económicas continúan estando en manos de los Estados miembros y no de la Unión, el ritmo de las reformas ha sido lento (salvo en los países rescatados) y la coordinación deficiente. En este contexto, y tras completar en tiempo record los primeros cimientos de la unión bancaria, la Comisión Juncker, que tiene mayor capacidad de liderazgo y un perfil político más alto que la anterior Comisión Barroso, está impulsando estas tres iniciativas. Si son exitosas, aunque se trate de propuestas poco mediáticas, supondrían un gran paso que demostraría que es posible impulsar reformas estructurales desde Bruselas y, lo que es más importante en el actual contexto económico, pagarlas con fondos europeos (en este caso mediante el llamado el Plan Juncker).
La primera es la unión energética, cuya importancia, si cabe, ha aumentado en los últimos meses tanto por el conflicto de Ucrania como por la revolución del shale en Estados Unidos. Las insuficiencias de la integración energética europea son bien conocidas. No existe ni un mercado energético común ni una estrategia energética consensuada que permita utilizar todo el potencial negociador de la enorme economía europea para lidiar con suministradores externos, desde Rusia hasta Argelia. Lo que tenemos es una amalgama de mercados fragmentados, campeones nacionales y equilibrios regulatorios de mínimo común denominador. Además, a pesar de la abundante producción normativa europea, que aborda los temas energéticos desde la política medioambiental y la del mercado único, el desarrollo físico de las interconexiones es muy limitado, problema que sufre particularmente España, y que hace difícil que los países puedan beneficiarse de la solidaridad de sus socios, teniendo que pagar por su seguridad energética un importante sobrecoste que repercute en la competitividad de sus empresas y en el bolsillo de sus ciudadanos. Por el momento, el contenido concreto de la unión energética todavía está en discusión y los estados miembros más fuertes continúan oponiendo resistencias al aumento de la competencia y a la supeditación de sus relaciones energéticas bilaterales con sus principales suministradores externos a los intereses generales de la Unión Europea. Sin embargo, la comisión Juncker ha planteado que para alcanzar los objetivos de competitividad económica, sostenibilidad medioambiental y seguridad energética es necesario promover las inversiones en interconexiones. Y España tiene mucho que ganar con las mismas.
La segunda es la unión del mercado de capitales. En 2012, durante los momentos más críticos de la crisis del euro, los líderes europeos acordaron la creación de la unión bancaria. Mediante los mecanismos únicos de supervisión y resolución se pretendía romper el círculo vicioso por el que las deudas de los bancos y los países se retroalimentaban, poniendo en riesgo la sostenibilidad del euro. Además, el acuerdo del Consejo Europeo para profundizar en la integración bancaria dio la cobertura política al BCE para actuar como prestamista de última instancia de la zona euro. Tres años después, el euro se ha salvado, pero el crédito sigue fluyendo de forma muy lenta. Lo que se ha puesto de manifiesto es que uno de los problemas de la economía europea es su excesiva dependencia de la financiación bancaria y el limitado uso que las empresas (sobre todo las PyMes) hacen de otras fuentes de financiación, como los mercados de acciones, de bonos, el capital riesgo o incuso el crowdfunding. Ante esta extrema dependencia, la crisis de los bancos que se abrió en 2008 llevó a un parón de la financiación, algo que sucedió en menor medida en Estados Unidos, donde las fuentes de financiación de las empresas están más diversificadas debido a la mayor sofisticación y profundidad de los mercados de capitales. Por lo tanto, la Comisión ha planteado una batería de medidas para integrar los mercados de capitales en Europa —que a pesar de la unión monetaria siguen exhibiendo una importante segmentación— y aumentar la eficiencia de la cadena de intermediación financiera que conecta a ahorradores e inversores. Estas medidas deberían reducir los costes de financiación para las empresas y los autónomos y crear un sistema financiero más estable y seguro a largo plazo gracias a su mayor integración y diversificación. El proceso, de llevarse a cabo con éxito, llevará años. Pero es importante que la iniciativa se haya puesto sobre la mesa. Además, dado el peso financiero de Londres, su desarrollo implica hacer un guiño al Reino Unido para reducir la tentación del Brexit.
La tercera de las uniones propuestas es la digital. A pesar de los muchos esfuerzos que se han llevado a cabo en los últimos años, Europa sigue teniendo mercados digitales fragmentados, una insuficiente inversión en redes, carencias en alfabetización y capacidades digitales, problemas de interoperabilidad y cada vez más dificultades para afrontar los retos de la ciberseguridad. Todo ello se plasma en una insuficiente capacidad de generar innovación y en una evidente dificultad para sacar el máximo rendimiento a las nuevas tecnologías, que se traduce en limitada productividad, insuficiente creación de empleos de calidad y limitado liderazgo tecnológico de empresas europeas en el mundo. Por ello, la Comisión plantea una Agenda Digital que permita aumentar las inversiones en redes y unifique criterios y normas para que emerja un mercado digital integrado, al tiempo que se propone aumentar la competencia en el sector para que los consumidores y las empresas puedan sacar el máximo provecho de las transacciones on line con mayor seguridad. Si recordamos en qué quedó la Agenda de Lisboa, que pretendía convertir a Europa en la zona más avanzada del mundo desde el punto de vista tecnológico para 2010, podríamos ser escépticos sobre estas propuestas. Pero, nuevamente, es importante que haya una estrategia sobre la mesa con propuestas concretas y financiación europea disponible.
En definitiva, con estas tres nuevas uniones, la Unión Europea pretende tomar medidas prácticas que aumenten el crecimiento y el empleo y ayuden a recuperar la confianza ciudadana en las instituciones. No se trata de medidas de las que se vaya a hablar mucho, pero si se hacen bien, su impacto podría facilitar la vida a millones de europeos.
Federico Steinberg
Investigador Principal del Real Instituto Elcano y Profesor de la Universidad Autónoma de Madrid