(*) Publicado el 20/10/2014 en Expansión.
El precio del petróleo ha caído más de un 25% en cuatro meses hasta situarse la semana pasada cerca de los 80 dólares por barril. Las causas más citadas son el aumento de la producción de petróleo no convencional en Estados Unidos, el enfriamiento de la economía mundial, y especialmente de la demanda europea y asiática, y la percepción de que la inestabilidad en Oriente Medio y el Norte de África por los conflictos en Irak, Siria y Libia no está suponiendo una merma importante de la producción. Este conjunto de factores ofrece una explicación adecuada, aunque quepan matices en el plano geopolítico dada la volatilidad de esta primera década y media del siglo XXI. Un eventual deterioro de la situación de seguridad en cualquiera de esos escenarios no resulta descartable, como tampoco pueden obviarse las tensiones con Rusia, las dificultades para avanzar en las negociaciones nucleares con Irán y riesgos varios desde el Golfo de Guinea al Mediterráneo pasando por el Sahel.
No obstante, el elemento geoeconómico clave para la evolución de los precios del crudo es la reacción de Arabia Saudí a esos tres vectores mencionados. El aumento de la producción no convencional estadounidense (y de Canadá) ha supuesto un cambio en la estructura de los flujos mundiales del petróleo. Hace sólo pocos años la pugna entre Estados Unidos y China por el control de los recursos energéticos africanos se presentaba casi como inexorable. En la actualidad, Estados Unidos prácticamente no importa petróleo (ni por supuesto gas) de África, y esas exportaciones se han redirigido hacia Asia y Europa, inundando los mercados y poniendo en peligro la cuota de mercado de Arabia Saudí. Algo semejante ocurre desde hace años con una parte importante de las exportaciones de América Latina. Lo que en su día pudo presentarse como un acercamiento político de Venezuela y otros productores cercanos a la izquierda bolivariana hacia China se ha convertido en una competencia asiática con los productores del Golfo Pérsico que aquéllos tendrán muy difícil mantener. Para completar el círculo del Pacífico, hace unas semanas Alaska exportó a Corea del Sur su primer cargamento de petróleo desde hace diez años. Aunque se trataba de un flete pequeño, es un claro mensaje al mercado asiático de que el único Estado exento (por ahora) de la prohibición estadounidense de exportar crudo está ‘abierto para los negocios’.
La debilidad de la demanda europea y asiática es por tanto más preocupante ahora para los grandes productores tradicionales, muchos de los cuales requieren un barril por encima de los 100 dólares para equilibrar unos presupuestos que llevan años al alza al amparo de precios elevados. La situación es especialmente difícil para Rusia, que debe afrontar al tiempo las sanciones internacionales a su sector petrolero y el déficit anunciado que implica un presupuesto equilibrado a 117 dólares por barril y las dificultades para financiarlo por las sanciones, en este caso financieras. Se ha apuntado que Rusia podría resolver ese problema con una devaluación, pero las soluciones de los manuales de economía son precisamente las que las guías de supervivencia política en regímenes petroleros tratan de evitar por todos los medios. El rublo lleva ya perdido un 20% de su valor frente al dólar en lo que va de año pese a los esfuerzos del banco central, que sólo en las dos primeras semanas de octubre se dejó casi 11.000 millones de dólares de reservas de oro y divisas (aún le quedan más de 450.000) defendiendo su moneda, y tuvo que cambiar su banda de intervención 31 veces. Si además se mantiene cerrado el acceso a la financiación occidental, Putin puede empezar a moderar su aventurerismo estratégico ante la posibilidad de repetir el colapso económico de su añorada Unión Soviética. Buen estratega y mejor conocedor de ese fracaso, sería de esperar que no quisiera replicar lo que él mismo ha denominado la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX apenas comenzado el XXI.
Otros grandes productores de la OPEP se encuentran en una situación igualmente comprometida, como Venezuela o Nigeria. Es también el caso de Argelia, si bien cuenta con un mullido colchón de reservas superior a los 200.000 millones de dólares. En el Golfo Pérsico, Irak, pero sobre todo Irán y Bahréin, focos de tensión bien conocidos que basta mencionar, son quienes precisan precios más altos para financiar sus presupuestos. Irak requiere esos ingresos a muy corto plazo para combatir al ISIS y prevenir tanto una mayor desafección de la población suní como la caída de ingresos que supondría una independencia fiscal y petrolera kurda cada vez más plausible. En cambio, Arabia Saudí no sólo precisa precios inferiores para equilibrar su presupuesto (entre los 92 y los 97 dólares, según las estimaciones de Reuters y Economist Intelligence Unit, respectivamente), sino que tiene las terceras reservas mundiales de divisas tras China y Japón, unos 800.000 millones de dólares que le permitirían financiarlo durante más de tres años sin exportar un solo barril. Qatar, Kuwait y Emiratos Árabes Unidos son los grandes productores con mayor espacio fiscal y, pese a las diferencias que Qatar mantiene con sus socios del Consejo de Cooperación del Golfo, ninguno de ellos está presionado por la caída de precios
Arabia Saudí había venido mandado señales sólo aparentemente ambiguas. Por un lado, a comienzos de octubre redujo el precio de venta oficial de su crudo, lo que se interpretó como el primer paso de una guerra de precios para mantener su peso en el mercado asiático. Por otro, anunció una modesta reducción de su producción, manteniendo la incertidumbre en los mercados acerca de su disposición a mayores descensos, unilaterales o en el marco de la OPEP, cuya próxima reunión el 27 de noviembre promete un tenso debate. Sin embargo, la semana pasada se divulgó que altos funcionarios saudíes habían mantenido reuniones con analistas y operadores para avanzar que el reino se sentiría cómodo con precios cercanos a los 80 dólares, mientras que su principal aliado, Kuwait, apuntaba incluso por debajo. En cuestión de días, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Irak y la propia Irán anunciaron sus respectivos descuentos. Este cambio de estrategia consiste en apostar por precios moderados en el corto y medio plazo para recuperar cuota de mercado y después maximizar ingresos subiéndolos a largo plazo. Cuando hace apenas unos días se filtró que Arabia Saudí estaba ofreciendo descuentos similares a las castigadas refinerías europeas con el piadoso argumento de ayudar a mejorar sus márgenes, el mercado leyó que los saudíes iban en serio. Y aquí estamos, en mínimos de más de cuatro años y con la brecha entre el Brent de referencia en Europa y el West Texas americano estrechándose tras otros tantos divergiendo por la revolución no convencional.
Las consecuencias geopolíticas y geoeconómicas pueden ser importantes. En primer lugar, acotar la expansión del fenómeno del petróleo no convencional: aunque una parte importante de la producción estadounidense ya es viable por debajo de esos precios, en ocasiones hasta una franja discutida de 50-70 dólares, los campos menos rentables no. Su extensión fuera de Estados Unidos se vería frenada por la incertidumbre en los precios si éstos permaneciesen bajos durante un período prolongado. La inversión en algunos nuevos proyectos de arenas pesadas de Canadá también podría verse afectada, aunque las inversiones más avanzadas continuasen. Algo semejante pasa con los pozos marginales convencionales y los yacimientos en aguas ultra-profundas: los primeros simplemente dejarían de producir, los segundos verían ralentizado el ritmo inversor en nuevos proyectos y la rentabilidad de los que están en marcha. A la competencia geopolítica por los recursos energéticos del Ártico podría ocurrirle lo que a la rivalidad China-Estados Unidos en África: desvanecerse (por el momento). En tercer lugar, una moderación prolongada de los precios supondría una erosión de los regímenes petroleros más vulnerables. En clave regional ello implicaría una balanza de poder más favorable para Arabia Saudí frente a sus competidores potenciales, Irán e Irak. A nivel global, el equilibrio de poder quedaría sesgado en favor de los productores OPEP del Golfo ya señalados, y en contra de los miembros restantes. Y por supuesto en contra de Rusia, el gran perdedor de la estrategia saudí. Prueba de ello es el nerviosismo de algunos ejecutivos petroleros rusos, que tardaron horas en acusar a Arabia Saudí de participar en una petro-conspiración árabe-occidental y anti-rusa, lo que no está exento de ironía procediendo de quien ha hecho de la petro-política una razón de Estado, si no de ser.
Asia sería sin duda uno de los más beneficiados económicamente, pues no en vano la competencia se ha desatado en y por su mercado. Pero sólo Europa obtendría un doble dividendo: el geopolítico del debilitamiento de Rusia y el económico de la moderación de precios, en un momento además especialmente delicado para la UE en ambos planos. Más sanciones tensarían quizás en exceso la situación, tanto con Rusia como en el reparto de los costes entre Estados miembros. Precios más bajos del petróleo, e indirectamente del gas por indexación, repercuten en menores ingresos para Rusia y mayor capacidad de negociación para la Unión. Añadir a las sanciones y la merma de ingresos por la caída de los precios cortes del suministro de gas a Europa y la consiguiente pérdida de ingresos, inmediata y futura, puede suponer una suma muy pesada para la economía rusa. Putin todavía debe demostrar que sabe cabalgar su régimen con una economía en recesión y sin el paraguas de los elevados precios del crudo de los últimos años. Su descenso puede hacer que el invierno en Centroeuropa no sea tan frio como prometía el conflicto de Ucrania y sus cortes de suministro, después de todo.
En el plano económico, las presiones a la baja en los precios de los hidrocarburos pueden atemperar y acortar el invierno recesivo en la UE. Precios más bajos de la energía ayudarían a la industria europea a recuperar algo de la competitividad perdida frente a Estados Unidos por la revolución no convencional. No parece suficiente para compensar la “mediocridad” económica (Martin Wolf citando a Lagarde), sea ésta secular o infinisecular, de la que en parte se deriva la caída de precios. Pero en todo caso constituye un choque de oferta positivo más que bienvenido ante el riesgo de una tercera recesión consecutiva. Este efecto debería sentirse especialmente en aquellas economías que padecen mayores niveles relativos de intensidad energética, más vulnerables al coste de la energía, en Europa básicamente los Estados miembros centroeuropeos.
Ya en clave nacional, España presenta niveles de intensidad energética muy inferiores a los de dichos países y algo menores que Francia o Portugal, aunque más elevados que los de otras economías de nuestro entorno como Alemania, Italia o Irlanda. Los precios del gas y la electricidad que pagan los consumidores residenciales españoles están entre los más elevados; las empresas afrontan costes superiores de la electricidad (salvo las italianas), pero menores o similares para el gas. En el caso del petróleo, la vulnerabilidad económica de España estriba en el elevado peso del transporte por carretera, tanto de viajeros como de mercancías. El efecto psicológico de las bajadas de precios de los combustibles sobre las expectativas de los consumidores es también importante. A largo plazo, el servicio de estudios del Banco de España ha presentado la correspondiente evidencia de que en nuestro país precios elevados del petróleo reducen la producción potencial y la productividad, elevando la tasa natural de desempleo.
El riesgo es caer en el conformismo y no aprovechar ese doble dividendo económico y geopolítico mientras dure para acometer las reformas que requiere el sector energético europeo. La ventana de oportunidad será temporal y breve para los tiempos de la política, y más de la comunitaria. Incluso si se diesen complicaciones geopolíticas como las apuntadas, la agenda del mercado global del crudo la marcará en buena medida Arabia Saudí y sus aliados del Golfo Pérsico. Suyo será el calendario, aplicado a sus ritmos y al servicio de sus intereses, que pueden ser coincidentes con los europeos sólo muy parcial y provisionalmente. El próximo Consejo Europeo de 23 y 24 de octubre debería tener en cuenta esta realidad en los postulados de su paquete de Energía y Clima, planteando objetivos ambiciosos. España hará bien en insistir en la necesidad urgente de inversiones europeas en interconexiones, sin las cuales el paquete puede ser otra oportunidad perdida y ningún proyecto de Unión Energética merecerá tal nombre. Llegados a este punto, la complejidad de la política energética europea es curiosamente en muchos aspectos superior a los retos más descarnados de la geopolítica internacional. Hasta el límite de que, según y dónde, resulta más difícil tender un cable de alta tensión entre dos Estados miembros que construir un gaseoducto hasta Turkmenistán. Su tratamiento desborda incluso los límites de este ya extenso artículo, por lo que deberá quedar para mejor ocasión.
Gonzalo Escribano es director del Programa de Energía del Real Instituto Elcano | @g_escribano