* Publicado el 5/6/2012 en Expansión.
Desde que estalló la crisis griega Alemania vislumbró un plan para la zona euro (ZE). Vio la posibilidad de construir la Europa fuerte y federal que siempre ansió aprovechando su potencial económico y su influencia sobre el BCE para asegurarse de que las ayudas a los países en dificultades sólo se desembolsarían a cambio de mayores cesiones de soberanía. Por eso dejó claro desde un principio que había una hoja de ruta para hacer viable al euro pero que el proceso debía ser gradual y que los desembolsos se harían sólo después (o como mucho a cambio) de que los países de la periferia (incluida Francia) hubieran subordinado a una Bruselas “alemanizada” sus políticas económicas y de reformas estructurales. Es por eso que al principio de la crisis se negó a que los rescates bancarios se hicieran desde las instituciones europeas, que se ha asegurado de que el BCE no se comporte consistentemente como prestamista de última instancia y que, en definitiva, a lo largo de los dos últimos años sólo haya puesto sobre la mesa el mínimo de solidaridad necesario para evitar el descalabro de la ZE en cada momento. No fuera a ser que algún país despistado del sur creyera que los apoyos externos podían ser gratis.
Tal vez sobre el papel el plan alemán tuviera sentido. Tal vez si la austeridad, los recortes y las reformas hubieran generado una mejora de las expectativas que hubiera llevado al crecimiento, la ZE habría tenido tiempo de alcanzar la meta marcada por el eje Berlín-Frankfurt, que culmina con una Europa “alemanizada”, austera, exportadora, unida, feliz y protegida por los eurobonos. Pero por el camino se han interpuesto dos “imprevistos”: las tozudas leyes de la economía y que los países europeos son democracias. Por el lado económico, la obsesión con la austeridad ha resultado contraproducente porque, a corto plazo, la ratio deuda/PIB no se estabiliza sino que sigue creciendo cuando el denominador se reduce por los recortes. Además, la inacción del BCE convierte a la unión monetaria en un simple sistema de tipos de cambio fijo, atacable por inversores que apuestan, como ya sucediera con la crisis del Sistema Monetario Europeo de 1992, por que los gobiernos no soportarán la presión para devaluar ante las quejas de la ciudadanía ante los recortes; y cederán. Por el lado político ha aparecido la respuesta popular, tanto en las urnas como en la calle. Y es que, como los países de la ZE son democracias, sus ciudadanos pueden expresar su rechazo (tengan o no razón) si sienten que en vez de estar haciendo sacrificios por en un proyecto común con una cesión de soberanía simétrica están cediendo todo a cambio de nada a una Bruselas que no es más que el títere de un Berlín cuyos valores no comparten.
En todo caso, lo que se está haciendo evidente en los últimos días es que los tiempos teóricos que Alemania tenía en mente no se están ajustando a la realidad. El rechazo a la austeridad de gran parte del electorado griego y la sorpresa de Bankia han acelerado los acontecimientos y obligan a Alemania a dar un gran paso adelante en la integración si quiere salvar el euro. Ante la posibilidad de que un pánico bancario en Grecia se extienda a otros países y desate un proceso que ni siquiera el todopoderoso BCE pueda contener, se hace necesario tomar medidas rápidas que anclen las expectativas y eviten las profecías auto-cumplidas. El primer paso es la unión bancaria y la creación de un fondo de garantía de depósitos europeo (a la que a continuación debe sumársele la supervisión financiera única en la ZE). Dicha unión permitiría que los bancos dejaran de ser nacionales y pasaran a ser europeos, por lo que sus eventuales rescates serían sufragados por el conjunto de la ZE (que tiene sobrados recursos para ello) en vez de tener que ser manejados por países concretos que no pueden hacerles frente porque sus primas de riesgo están por las nubes. Y para financiar la unión bancaria harían falta recursos del fondo de rescate y/o emisiones de deuda comunes; es decir; algún tipo de eurobonos; lo que equivale al principio de la unión política. Para países como España, acostumbrados y dispuestos a ceder soberanía a Bruselas, esto no sería un problema, pero para otros países menos dispuestos a ello, desde Francia a Finlandia, no está tan claro. En todo caso, de lo que estamos hablando es de que Alemania cruce una línea roja que se había auto impuesto mucho antes de que los países del sur hayan hecho todas las reformas previstas ¿Estará dispuesta a hacerlo? De ello depende el futuro de Europa.
Federico Steinberg es investigador principal de Economía y Comercio Internacional del Real Instituto Elcano y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.