(*) Publicado el 24/9/2015 en Expansión.
Syriza ha vuelto a ganar las elecciones griegas. Y Alexis Tsipras, su líder, que con su carisma y su juventud está llamado a dominar la escena política griega durante los próximos años, ha demostrado una gran habilidad para retener el poder y eliminar a los disidentes de su partido. Utilizó un discurso crítico con la Troika para llegar al poder en enero, convocó (y ganó) un referéndum para afianzar su liderazgo y, una vez que fue consciente de que la mayoría de los griegos confiaba ciegamente en él, pactó un tercer rescate con los acreedores de 86.000 millones de euros que asegura que si Grecia cumple con lo pactado no tendrá problemas de financiación durante los próximos tres años. Sin embargo, consciente de que parte de su partido seguía abogando por la salida del euro y de que las subidas de impuestos que tenía que adoptar como parte del acuerdo con la Troika minarían su apoyo, optó por convocar unas elecciones anticipadas que sabía que podía ganar.
Y así ha sido. La mayoría de los griegos (y, sobre todo, sus votantes) no ve a Tsipras como un traidor que renegó de sus promesas, sino como un nuevo líder alejado de la corrupción, la oligarquía y el clientelismo que han devastado la economía griega, que además dio la batalla en Bruselas para extraer concesiones de los acreedores y recuperar la dignidad del pueblo griego, pero que fracasó porque las condiciones objetivas en las que se encontraba el país no le dejaban prácticamente ningún margen de maniobra si quería permanecer en el euro (menos del 30% de los griegos quiere volver al dracma). Se ha reinventado, por tanto, haciendo un viaje meteórico desde el comunismo hacia la socialdemocracia tradicional que lo convierte en una figura digerible para sus socios europeos y responsable a los ojos de la ciudadanía griega. Desde la óptica europea y de los mercados financieros hubiera sido preferible que este giro de 180 grados se hubiera producido en febrero, lo que además habría ahorrado a los griegos el corralito y una nueva recaída de su economía. Pero, desde la óptica de la política nacional, aquellos seis meses de dudas y rectificaciones han sido el precio que griegos y europeos han tenido que pagado para alejar el riesgo de Grexit y asegurar que ahora hay en el gobierno un partido que tiene tanto un fuerte apoyo popular como un firme compromiso con el cumplimiento del programa de rescate. Con una Syriza en el poder que está comprometida con la Troika, queda ya poco lugar para el populismo o la salida del euro. Y eso es, sin duda, una buena noticia para Europa.
Pero a partir de aquí se abren dos posibilidades. En el escenario positivo, Grecia aprovecharía los fondos del rescate, la reestructuración de la deuda que los acreedores podrían concederle en los próximos meses si va cumpliendo con el programa y la buena coyuntura económica (petróleo barato, euro débil, bajos tipos de interés, boom turístico, compras de deuda griega por parte del BCE bajo el programa QE, etc.) para avanzar en las reformas estructurales y poner a la economía en una senda de crecimiento sostenible. De hecho, si Tsipras lograra completar la legislatura y Grecia estuviera creciendo en 2019, su relato, según el cual su liderazgo habría sacado a Grecia del hoyo, tendría un fundamento más sólido, que le permitiría revalidar su mayoría en las siguientes elecciones.
Sin embargo, hay otro escenario, igualmente probable, y menos optimista: que el gobierno griego continúe arrastrando los pies y planteando dificultades para cumplir el acuerdo. Y que lo haga por una mezcla de falta de confianza en que las reformas y los ajustes acordados en el rescate sean realmente los que necesita el país (lo que se conoce en la jerga económica como falta de apropiación nacional del acuerdo con la Troika) e incapacidad de la administración griega para implementar las reformas aunque éstas se hayan aprobado en el Parlamento. El hecho de que Syriza haya formado gobierno con los nacionalistas de ANEL y no con partidos más moderados como los liberales de Potami o los socialistas del PASOK serviría para dar verosimilitud a este escenario, que podría desembocar en nuevas tensiones con la Troika y una vuelta a la inestabilidad política y económica.
En definitiva, lo que todavía no se sabe es si esta nueva Syriza de Tsipras es realmente un partido reformista y, si lo es, si la capacidad del aparato institucional del Estado griego es suficiente como para acometer la monumental tarea de modernización que su economía necesita en un corto espacio de tiempo. En los próximos meses tendremos la respuesta.
Federico Steinberg
Investigador principal del Real Instituto Elcano y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid | @Steinbergf