(*) Publicado el 21/6/2016 en Excélsior.
Ante un ambiente de creciente popularidad del UKIP, partido británico eurófobo y xenófobo, David Cameron prometía sorpresivamente hace 3 años y medio la celebración de un referéndum si vencía las siguientes elecciones. En tal plebiscito los británicos decidirían si el Reino Unido debía permanecer o no en la Unión Europea. Por aquel entonces, su promesa parecía un brindis al sol, pues las encuestas no le eran favorables y nadie pensaba que pudiese lograr la mayoría absoluta que alcanzó en mayo de 2015.
Cuando venció era ya tarde para echar marcha atrás. Así pues, había que convertir aquella promesa en una realidad. Cameron se afanó en lograr un acuerdo que le permitiese mostrar a la ciudadanía que la relación del Reino Unido con la Unión Europea mejoraría si decidían seguir su liderazgo, votando en favor del Bremain (permanencia en la Unión). Tras lograr el acuerdo el febrero pasado, Cameron volvió a casa y se convirtió de la noche a la mañana en un ferviente europeísta.
Sin embargo, ya se había generado el caldo de cultivo para que la salida británica de la UE pudiese convertirse una realidad. Además, Cameron permitió que los ministros de su gabinete hicieran campaña en favor del Brexit (salida de la Unión) y se encontró con el inesperado liderazgo de Michael Gove, que, acompañado del de Boris Johnson, anterior alcalde de Londres y candidato a suceder a Cameron, ha eclipsado el que pudiera tener Nigel Farage, líder del ya citado UKIP.
“Reino Unido y Unión Europea tienen mucho que perder en un escenario internacional en el que la crisis económica no está superada”
A lo largo de la campaña hemos sido testigos de un diálogo de sordos entre quienes hablan de economía (los bremainers) y los que lo hacen sobre inmigración (los brexiteers). El único debate que se ha celebrado mínimamente es sobre soberanía, el otro tema clave en cuestión. Unos hablan de que la soberanía hoy en día es mayor si se permanece en la Unión, por la posibilidad de responder coordinadamente a retos globales como el terrorismo; los otros, consideran que Bruselas les queda lejos y solo les suena a burocracia y legislación impuesta.
Llegamos a la última semana con todo por disputar, con unos sondeos que llevaban varios días con una tendencia pro-Brexit hasta la paralización de la campaña tras el terrible asesinato de Jo Cox, diputada laborista. Las últimas encuestas apuntan a una recuperación del bloque de los bremainers, aunque todavía hay en torno a un 10% de indecisos que serán quienes inclinen la balanza a un lado u otro.
De los británicos (y de irlandeses y ciudadanos de la Commonwealth, que también pueden votar) depende todo. Si hay Bremain, la relación entre el Reino Unido y la UE se mantendrá estable, entrando en vigor el acuerdo ya mencionado de febrero. Según éste, se profundiza la salida británica del núcleo europeo, al no aplicársele en adelante la cláusula del ever closer union y al poder recurrir a un mecanismo de emergencia que le permitiría reducir las prestaciones sociales a los ciudadanos comunitarios que vayan al Reino Unido durante 7 años.
Pero si la decisión es la contraria, entramos en terra ignota. Ambos, Reino Unido y Unión Europea tienen mucho que perder en un escenario internacional en el que la crisis económica no está superada. La volatilidad en los mercados, de lo que ya hemos tenido ejemplos recientes, podría aumentar, la libra sufrir una importante depreciación y, según todas las proyecciones económicas de instituciones públicas y privadas (Tesoro, FMI, PwC) el PIB a un lado y otro del canal se vería afectado.
De todas formas, en caso de Brexit la salida no sería inmediata. Se habría de seguir el procedimiento fijado en el artículo 50 del TUE y que apunta a unas negociaciones por la salida de dos años. Al mismo tiempo, habría de negociarse un nuevo marco de relaciones entre UE y Reino Unido. Si bien es cierto que habría incentivos económicos por llegar a un rápido acuerdo, no lo es menos que existiría muy poca voluntad política por temor a un efecto contagio. Desde luego, este escenario no es lo que tenía en mente Cameron cuando lanzó su apuesta en enero de 2013.
Salvador Llaudes
Investigador, Real Instituto Elcano | @sllaudes