(*) Publicado el 28/1/2014 en Expansion.com.
Trece años después del default de 2001, Argentina ha vuelto a poner en jaque a los mercados internacionales. Siguiendo la brusca depreciación del peso frente al dólar (casi un 17% frente en dos días), las bolsas de medio mundo se han desplomado y han aparecido dudas sobre la estabilidad de los mercados emergentes en un deja vú de la crisis de 1997, que empezó en Tailandia y se contagió por todo el mundo. En esta ocasión, como ya sucediera ante el default de 2001, el contagio de la situación argentina hacia el resto de economías emergentes no debería ser fuerte porque la mayoría de los inversores internacionales hace tiempo que consideran al país un caso especial por su heterodoxa gestión macroeconómica y su historial de impagos. Pero eso no quita que las empresas españolas con intereses en la región puedan sufrir un correctivo, especialmente si el peso continúa cayendo, lo que afectaría adversamente a sus cuentas de resultados e incluso podría generarles problemas de liquidez en Argentina.
Lo que ha tenido lugar es una abrupta corrección del tipo de cambio peso-dólar tras años de acumulación de desequilibrios macroeconómicos, sobre todo una creciente inflación y un continuo déficit por cuenta corriente. El valor real del tipo de cambio, que puede aproximarse por el mercado “negro” o paralelo (que se conoce como dólar blue en Argentina) se había ido separando cada vez más del tipo de cambio oficial por la desconfianza de la capacidad del peso de mantener su poder adquisitivo, lo que aumentaba la preferencia por ahorrar en dólares. Y es que, en la práctica, el país mantenía una especie de tipo de cambio fijo encubierto que ayudaba a controlar una inflación creciente abaratando las importaciones, y que se apoyaba en distintas intervenciones, que iban desde los controles de capital hasta las políticas comerciales cada vez más proteccionistas. Sostener el tipo de cambio requería que el Banco Central vendiera dólares a cambio de pesos, lo que iba reduciendo sus reservas internacionales, que se utilizan, ente otras cosas, para hacer frente a los compromisos internacionales de pago del gobierno. A medida que ha aumentado la desconfianza, y con ella la venta de pesos, la presión sobre las reservas se ha hecho insostenible. Cuando éstas han caído hasta un mínimo de 30.000 millones de dólares, el Banco Central ha optado por dejar de intervenir, lo que ha hecho caer la moneda. El gobierno ha permitido la compra de dólares, muy regulada desde 2011, para acelerar el cierre de la brecha entre el tipo de cambio en el mercado oficial y en el paralelo.
La clave ahora pasa por estabilizar la situación y evitar un mayor desplome del peso y una fuga masiva de capitales. Un peso más bajo podría incrementar las exportaciones (y con ello generar crecimiento), pero como la economía argentina tiene una elevada inflación (entre el 25 y el 30% según las estimaciones, ya que la oficial, que carece de toda credibilidad, se sitúa en el 11%) y es muy dependiente de las importaciones, una depreciación descontrolada de la moneda podría hacer que los precios se dispararan, con lo que todas las ganancias de competitividad de la devaluación podrían esfumarse rápidamente. Para las empresas internacionales que operan en el país la caída del peso supone menores ingresos y, si además tienen préstamos denominados en dólares en Argentina, les será más difícil afrontarlos con los ingresos obtenidos dentro del país, denominados en pesos, lo que explica sus caídas en bolsa.
En el plano internacional la clave estará en el comportamiento de los inversores que operan en los mercados de bonos y acciones. Tras varios años de optimismo sobre los mercados emergentes, que llevaron a entradas masivas de capital en muchos de ellos, aunque con cierta discriminación en función de la calidad de sus políticas macroeconómicas, desde mediados de 2013 existe una preocupación generalizada sobre sus perspectivas de crecimiento. Estas dudas no carecen de fundamento: se sustentan tanto en el impacto global que tendrá la retirada de estímulos monetarios en Estados Unidos (tapering) como en la caída de los precios de las commodities (que son las principales exportaciones de muchos países de América Latina) y en la desaceleración y los problemas bancarios de la economía china. Esto significa que el ambiente es propicio para que, ante cualquier suceso desencadenante, como una crisis en Argentina, los mercados exhiban sus habituales comportamientos de sobrerreacción “irracional”, iniciando un contagio que podría dar lugar a salidas de capital, depreciaciones y pinchazos en los mercados de activos que estén sobrevalorados, lo que podría desencadenar crisis financieras en algunos países emergentes.
En todo caso, este nuevo episodio de inestabilidad en Argentina demuestra que, dada la altísima interdependencia de la economía mundial, cualquier suceso la hace vulnerable.
Federico Steinberg es investigador principal de Economía Internacional del Real Instituto Elcano y profesor de Análisis Económico de la Universidad Autónoma de Madrid | @Steinbergf