(*) Publicado el 27/6/2015 en Elmundo.es.
Ayer (26 de junio) fue un viernes negro asociado a la bandera negra de Daesh (la organización autoproclamada Estado Islámico). Hubo un ataque –con decapitación incluida– en Francia, una matanza en una mezquita chií de Kuwait, asaltos a dos hoteles en Túnez y las habituales salvajadas contra civiles en lo que queda de Siria, Irak, Yemen, Libia y Somalia.
Como resultado, decenas de muertos inocentes en tres continentes. Personas con orígenes muy distintos, pero con un rasgo en común: quienes los asesinaron ya los habían deshumanizado siguiendo una interpretación extremista, intolerante y sectaria del islam. A los matones de ayer les dio igual que muchas de sus víctimas fueran musulmanas o inocentes. Sus ideólogos de cabecera les repiten a través de pantallas y de sermones que su obligación es eliminar a los infieles. Esos ideólogos difunden su doctrina macabra con impunidad y muchos cuentan con generosos recursos puestos a su disposición (dinero, espacios físicos y virtuales, cadenas de TV vía satélite, etc.).
Que nadie se lleve a engaños: el epicentro ideológico de quienes decapitan en Francia, bombardean una mezquita chií en Kuwait y matan turistas en Túnez está en la Península Arábiga. Aquellos que llevan décadas amparando y financiando una versión ultrapuritana, intolerante y misógina del islam han creado monstruos. A esos monstruos se les permite crecer y expandirse hasta que acaban fuera de control. Se tornan incluso en una amenaza para quienes los criaron. Por el camino sólo dejan destrucción, odio y polarización.
La victoria de los extremistas consiste en crear un mundo más caótico y menos seguro. Para ello necesitan realizar acciones con un alto impacto emocional, que provoquen gran repulsa moral y que tengan amplia difusión en los medios y en redes sociales. El desconocimiento, las fobias y las reacciones viscerales se encargan de ahondar en la polarización y sembrar más odio. Ése es el terreno en el que los extremistas ven avanzar sus proyectos. Y no les están yendo mal.
Las sociedades libres deben entender que la amenaza a su seguridad no es «el islam», sino una versión muy concreta de esa religión –proselitista y adinerada– con raíces en el Golfo y tolerada por Occidente. Mientras no se tenga conciencia, se seguirá confundiendo islam con wahabismo, la incomprensión y las suspicacias aumentarán y los radicales se verán reforzados.
Tres breves observaciones en relación con el viernes negro: la primera es que muchos analistas llevamos cuatro años advirtiendo de que las bestialidades cometidas en Siria, por el régimen de Asad y más tarde por Daesh y otros extremistas, no se iban a quedar limitadas a Siria. Las consecuencias cada vez llegan más lejos. ¿Cuánto tiempo más hará falta para asimilar que Siria se ha convertido en un cáncer y actuar en consecuencia?
La segunda está relacionada con Túnez, la única democracia que existe hoy entre los 22 países de la Liga Árabe. Quienes quieren hacer fracasar el experimento tunecino para que no sirva de precedente están golpeando donde más duele: hundiendo el turismo que es una fuente clave de ingresos y de empleos para el país. ¿Va a permitir la UE que se salgan con la suya en su vecindario? Y la tercera es sobre el tratamiento mediático en Occidente de las atrocidades de Daesh. La repetida difusión de imágenes de decapitaciones está teniendo un efecto imitación. En Arabia Saudí llevan décadas decapitando en sitios públicos, pero los medios occidentales no lo mostraron y nadie lo imitó. ¿Habrá llegado el momento de dejar de hacerle publicidad a esos profesionales del sadismo?
Haizam Amirah Fernández es investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe del Real Instituto Elcano | @HaizamAmirah