(*) Publicado el 7/5/2015 en The Diplomat in Spain.
Uno de los titulares más citados de la historia de la prensa –y el más célebre de cuantos hayan encabezado jamás la habitualmente sobria sección meteorológica- fue publicado en 1957 por un periódico londinense: “Heavy fog in the Channel; continent cut off”. Es decir, desde la perspectiva británica, las adversas condiciones que impedían en aquel momento la navegación por el Canal de la Mancha no aislaban a la isla del continente sino más bien a éste de aquélla. La autenticidad de la cita es dudosa pero refleja de forma muy gráfica el complejo de superioridad exhibido tantas veces por el Reino Unido frente al resto de Europa.
Desde hace mil años, cuando Inglaterra fue conquistada por última vez, el país ha idealizado su insularidad y alimentado el orgullo por una historia en general más presentable que la de su entorno. Pero es también curioso que esa noticia apócrifa esté datada pocos meses después de la crisis de Suez, que marca el descenso británico a la segunda división de las potencias mundiales, y sobre todo en el mismo año en que se fundó el Mercado Común. Desde entonces, la superioridad británica se desvaneció rápidamente: si a finales de los cincuenta su PIB per cápita superaba ampliamente al de Alemania y Francia, apenas diez años más tarde estos dos países eran ya más ricos. A Londres no le quedó más remedio que solicitar un difícil ingreso en la Comunidad Europea con quien nunca ha vivido idilio alguno.
Desde 1973 hasta hoy su aportación al proyecto de integración no ha sido desdeñable: impulso liberalizador en muchos ámbitos regulatorios, un gran potencial diplomático y militar, o todo lo relacionado con una cultura y lengua globales, que por ejemplo hacen del Economist o del FT los medios de referencia en Bruselas. Pero son también evidentes las reticencias británicas a avanzar en el proceso más allá de lo relativo a la circulación de bienes y servicios. La relación es difícil desde la época de Thatcher pero ha sido en la legislatura que ahora termina cuando se ha enrarecido más. Incluso si Cameron no lograra seguir en el gobierno, planea la posibilidad cierta de que pronto se plantee una renegociación de la pertenencia y, en su caso, un referéndum de salida.
Lo curioso es que Europa apenas ha estado presente en la campaña electoral. Ninguno de los partidos tradicionales tenía interés en resaltar esta cuestión. Los conservadores sabían que darle un perfil alto sólo podría beneficiar al eurófobo UKIP y muchos de sus dirigentes no ignoran las muy negativas consecuencias que tendría un “Brexit”. Los laboristas también consideraban incómodo aparecer como un partido reticente a darle a los ciudadanos la posibilidad de decidir sobre seguir o no siendo miembros. Los liberales, en fin, porque aún dicen mantener viva una pequeña llama europeísta.
Cualquiera de las combinaciones de gobierno resultantes de las elecciones puede llevar a que, bien desde Downing Street o desde una oposición jaleada por parte de la opinión pública, se enconen aún más las relaciones entre Reino Unido y UE. Eso puede acabar precipitando, a corto o medio plazo, una votación sobre la permanencia de impredecibles resultados. Si llegado el caso se consumara un abandono, el impacto para toda Europa sería muy negativo. Eso sí, esta vez no habría duda que la espesa bruma perjudicaría mucho más al lado británico que no sólo se aislaría del continente, sino que también se alejaría de EEUU, de su vecina Irlanda e incluso pondría en bandeja la independencia de Escocia.
Ignacio Molina es investigador principal de Europa del Real Instituto Elcano | @_ignaciomolina