(*) Publicado el 28/12/2012 en ElPaís.com.
Egipto ha desperdiciado su momento constitucional y los Hermanos Musulmanes han quedado en evidencia como una cofradía ansiosa por acumular poder, aun a riesgo de resquebrajar el país. Si la calidad de una carta magna se mide por su capacidad de crear consensos, respetar la diversidad y facilitar la convivencia, entonces la constitución recién adoptada es muy deficiente y polarizadora, y tiene el potencial de engendrar más problemas de los que pretende resolver. Los métodos empleados para su redacción y aprobación despojan a Egipto de la esperanza de alcanzar la estabilidad política y el despegue económico a corto y medio plazo.
Una lectura cortoplacista de los primeros seis meses de presidencia de Mohamed Morsi, el candidato del Partido Libertad y Justicia y brazo político de los Hermanos Musulmanes, llevaría a pensar que estos han ganado todas las batallas políticas que han librado en los últimos 22 meses. Se podría argumentar que han sido capaces de afianzar su posición como principal fuerza política de la era pos-Mubarak, que vencieron en las elecciones legislativas de principios de año y después en las presidenciales, que han desplazado a los militares del poder político, que han redactado una constitución a su medida y que esta ha sido ratificada en referéndum.
A pesar de los aparentes éxitos de los Hermanos Musulmanes, las prisas de su cúpula dirigente por acumular y concentrar poderes en sus manos les ha llevado a recurrir a formas autoritarias de gobierno, excluyendo bruscamente a quienes no piensan como ellos. Esto ha generado un amplio rechazo social y ha puesto en su contra al resto de las fuerzas políticas no islamistas, a varias instituciones del Estado, a las autoridades religiosas de Al Azhar y de las iglesias coptas y a los medios de comunicación no oficialistas. Además, han dimitido varios consejeros y asesores presidenciales y otros altos cargos por su desacuerdo con las decisiones de Morsi y de sus superiores dentro de la Hermandad.
Durante más de ocho décadas de existencia, los Hermanos Musulmanes habían sido pacientes y actuaron casi siempre con cautela desde la semiclandestinidad para llegar al poder. Sin embargo, durante las últimas cinco semanas sus dirigentes han mostrado nerviosismo y tendencias dictatoriales. Después de haberse hecho con los poderes ejecutivo y legislativo, el decretazo de Morsi del pasado 22 de noviembre situaba las decisiones y los decretos presidenciales por encima de la ley, de forma “temporal”, entre otras medidas propias de un régimen autoritario. Eso desencadenó la actual polarización social extrema entre los seguidores de la Hermandad y parte de sus aliados salafistas, por un lado, y sectores laicos, liberales, izquierdistas, cristianos y musulmanes no islamistas, por otro.
Los líderes actuales de los Hermanos Musulmanes parecen ver Egipto desde la mentalidad del “botín” al que tendrían derecho por ser los vencedores tras el derrocamiento del régimen anterior. De esa forma están ignorando la amplia diversidad de la sociedad egipcia, así como las transformaciones sociales profundas que han hecho caer el muro del miedo frente al poder. Los Hermanos Musulmanes han centrando sus energías en acumular poderes y tratar de someter a las estructuras e instituciones del Estado a su voluntad. Muchos egipcios critican que no se esté haciendo un esfuerzo similar para resolver los graves problemas socioeconómicos que provocaron la revuelta contra el régimen de Mubarak a principios de 2011.
Si algo están demostrando los islamistas desde que llegaron al poder es su escasa capacidad como gestores y que sus mecanismos de toma de decisiones son, con frecuencia, erráticos. Muchos egipcios atribuyen esas disfunciones del Gobierno a que muchas decisiones que anuncia Morsi le vienen dictadas por parte del murshed (el guía político-espiritual de los Hermanos Musulmanes), Mohamed Badía, y de su número dos —y que fuera el candidato preferido de la cofradía para la presidencia del país—, Jairat al Shater.
Morsi sometió la Constitución a referéndum desde una lógica propia de un proceso electoral competitivo, no desde la convicción de estar creando un marco de convivencia legítimo y duradero. Al presentar una Constitución redactada por una Asamblea constituyente dominada completamente por islamistas, tras la retirada de sus integrantes que no lo eran, muchos le otorgan una corta y turbulenta vida. El supuesto éxito de los Hermanos Musulmanes es, en realidad, una prueba de su progresivo debilitamiento y del desencanto social con su forma de gobernar.
A pesar de que el referéndum constitucional fue logísticamente desastroso, la mayoría de los jueces se negaron a supervisarlo, no hubo observadores internacionales, se realizó en dos jornadas con una semana de diferencia y se denunciaron numerosas irregularidades por parte de los islamistas, tan solo un tercio de los electores egipcios votaron los días 15 y 22 de diciembre. Frente al voto negativo que pidió la oposición en bloque, los Hermanos Musulmanes movilizaron a sus bases a favor del “sí”, pero únicamente fueron capaces de obtener el apoyo a su Constitución del 20% del electorado egipcio.
En un país que se abre su camino hacia la democracia tras una revuelta antiautoritaria, ese resultado es un fracaso en toda regla. Tras la aprobación de la Constitución hubo derramamiento de sangre en las calles de Egipto. Un hecho que no ha pasado inadvertido es que se produjeron varios enfrentamientos dentro de mezquitas entre devotos musulmanes anti-Hermandad e imames que utilizaron los templos para pedir el voto a favor de la Constitución islamista.
La nueva Constitución garantiza, en apariencia, varios derechos. El problema es que estos quedan supeditados a una interpretación concreta de la sharía (ley islámica) que, en sus versiones más restrictivas, puede ser empleada para usurpar dichos derechos, bien sean individuales, civiles o económicos. Asimismo, la Constitución aprobada contiene algunas contradicciones y “agujeros” que podrían ser empleados para imponer una lectura fundamentalista de la sharía, sobre todo si los Hermanos Musulmanes y sus socios salafistas consiguen hacerse con el control de Al Azhar, la máxima autoridad religiosa suní.
La batalla por la Constitución egipcia se ha producido en un momento en que el Gobierno se enfrenta a problemas serios de falta de liquidez, de elevado déficit público, de caída fuerte de ingresos y de aumento de la inflación. Se calcula que las reservas de divisas son inferiores a tres meses de importaciones, algo grave en un país con un enorme déficit alimentario como Egipto. Además, el Gobierno ha suspendido las negociaciones con el FMI para conseguir un préstamo de 4.800 millones de dólares con el que aliviar las cuentas públicas y atraer inversión extranjera. Semejante préstamo implicaría el aumento de la recaudación vía impuestos y la eliminación de subsidios, lo que tendrá una previsible respuesta social nada piadosa con el Gobierno, que podría desembocar en un movimiento de desobediencia civil.
La próxima sacudida que espera a Egipto serán las elecciones legislativas que se celebrarán a finales de febrero. Desde la mentalidad del “botín” que tienen los líderes de los Hermanos Musulmanes es de prever que harán todo lo posible para aferrarse al poder, aunque los votantes decidan castigarlos. Cualquier intento de reproducir el autoritarismo represivo de Mubarak solo ahondará más la crisis que atraviesa Egipto. Las fuerzas políticas de oposición (responsables en buena medida de la actual situación por haberse presentado divididas a las distintas elecciones) tienen ahora la oportunidad de demostrar que han aprendido de sus errores y que son capaces de unir fuerzas y conectar con la mayoría de la población egipcia que no vota a los islamistas.
El próximo 25 de enero muchos egipcios conmemorarán el segundo aniversario de la revuelta que acabó con la dictadura de Mubarak. Si las bases y juventudes de los Hermanos Musulmanes no rectifican la deriva autoritaria de sus dirigentes, la ira de los revolucionarios podría descargarse contra la cofradía. En ese momento, puede que las Fuerzas Armadas no tengan más remedio que ponerse del lado de la calle, como ya ocurrió hace dos años.
Haizam Amirah Fernández es investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe en el Real Instituto Elcano | @HaizamAmirah