(*) Publicado el 5/4/2015 en Infolatam.
Los próximos 10 y 11 de abril se celebrará en Panamá la VII Cumbre de las Américas. Sin duda tendrá mucho más morbo que todas las anteriores. Mucho más que la V (Trinidad Tobago, 2009), cuando Hugo Chávez y los restantes mandatarios americanos y caribeños, salvo Raúl Castro, se encontraron con Barack Obama, la gran estrella del firmamento internacional de entonces. O que la IV (Mar del Plata, 2005), cuando Néstor Kirchner y Hugo Chávez enterraron el ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas) frente al mismísimo George W. Bush.
Lo que hace especial a esta Cumbre es la participación de Cuba, ya preanunciada en Cartagena de Indias. Sin embargo, nadie entonces hubiera asegurado que el estreno cubano tuviera lugar en medio de intensas negociaciones bilaterales para reabrir embajadas y restablecer plenamente las relaciones entre EEUU y Cuba.
Cuando todo parecía ir sobre ruedas para tener una cumbre exitosa, Obama proclamó una orden ejecutiva imponiendo sanciones a siete altos cargos venezolanos, acusados de violaciones de derechos humanos. Utilizando la ocasión para desviar la atención mundial sobre un país que enfrenta una grave crisis económica y política, Nicolás Maduro adoptó rápidamente el papel de agraviado y comenzó una cruzada interna y externa para presentar a EEUU como el agresor.
Bajo la mirada indiferente, cuando no cómplice, de los presidentes regionales, diversos organismos latinoamericanos como ALBA, Unasur o CELAC, mostraron su solidaridad con Venezuela. El presidente Maduro, jaleado por sus tradicionales compañeros de ruta (Evo Morales, Rafael Correa y Cristina Fernández), amenazó con llevar a Panamá sus reclamaciones antiimperialistas.
De ahí que las principales preguntas formuladas en los días previos al encuentro giren en torno al clima en que éste se desarrollará, si habrá intervenciones virulentas o si todo transcurrirá en un tono armónico, aunque sea impostado, y a la actitud de algunos actores clave. Entre ellos destacan, como no podía ser de otro modo,Obama y Castro, pero también Maduro, en un segundo plano, sin olvidar a los presidentes de Brasil, México y Colombia.
Es obvio que la magnitud de la respuesta venezolana dependerá, en buena medida, del interés de las autoridades cubanas en utilizar la Cumbre para avanzar en la relación con EEUU. A mayor interés, mayor presión sobre los bolivarianos para que atenúen el volumen de sus quejas. Pero, como ya se ha visto tras el anuncio de Obama y Castro de diciembre pasado, cada bando tiene en casa a sus enemigos más enconados.
En Cuba, Fidel Castro se ha convertido en el referente del sector más propenso a boicotear los acuerdos. Rápidamente dejó constancia de su “tradicional desconfianza” con EEUU. Tras el anuncio de las sanciones contra los siete venezolanos volvió a mostrar su solidaridad con Venezuela y su temor a una invasión militar del agresor imperialista. Y el sábado 4 de abril, una semana antes de la Cumbre de Panamá, ¡oh casualidad!, reapareció en público junto a un grupo de venezolanos.
El mensaje a su hermano, a los reformistas y aperturistas es muy claro: Venezuela es nuestra amiga y aliada, y EEUU nuestro principal enemigo. Según la versión oficial, Fidel Castro “mostró su especial preocupación por la batalla que ahora libra la nación sudamericana para que su soberanía e integridad sean respetadas”. Y concluyó rotundo, plasmando lo queMoisés Naim denomina una clara falsedad: “hay que trabajar rápido, sumar muchas firmas destinadas al presidente Obama para que Venezuela deje de ser catalogada una amenaza a la seguridad del país norteño”.
Desde el anuncio de las sanciones han proliferado los análisis que señalan el daño que la medida ha hecho a la política de Obama hacia América Latina. Con todo, sería necesario matizar algunas conclusiones, comenzando por señalar que, a diferencia de la segunda mitad del siglo pasado, EEUU no tiene una política de conjunto para la región, sino una suma de políticas bilaterales. Esto responde básicamente a la profunda fragmentación que caracteriza la coyuntura geopolítica latinoamericana. Esta fragmentación impedirá obtener logros concretos en esta Cumbre. Lo mismo hubiera ocurrido si Obama no hubiese firmado su orden ejecutiva o sin el anuncio de negociaciones con Cuba.
La principal apuesta de Obama para la ocasión será estrechar lazos con México, América Central y el Caribe, como se verá en los encuentros bilaterales, formales y casuales, que mantenga durante la Cumbre. EEUU está utilizando la pérdida de peso de Petrocaribe para recuperar influencia en la zona. Paralelo es su interés decreciente en América del Sur, especialmente en el ALBA y Mercosur.
Más allá de la retórica, la pregunta es hasta dónde llega el compromiso de cada gobierno latinoamericano en su apoyo a Venezuela. Esto es relevante para un Brasil muy necesitado de restablecer relaciones de confianza con Washington, pese a las anteriores prevenciones. El ofrecimiento de Obama a Dilma Rousseffva en esa dirección, pero dado el desconcierto imperante en el gobierno brasileño no se puede descartar nada.
La pregunta también es importante para Colombia, ya que su gobierno piensa, cada vez más erróneamente, que Venezuela sigue pesando en las negociaciones de paz en La Habana. Eso lo inhibe de tomar decisiones autónomas que le permitirían ganar presencia internacional e inclusive subir la voz frente a las FARC, al mostrarse menos dependientes del gobierno atrabiliario de Maduro.
Seguramente la agenda oficial de la Cumbre pasará a segundo plano. Su lema “Prosperidad con equidad: el desafío de la cooperación en las Américas” ha dejado de tener sentido en la hora actual. Según los organizadores, los mandatarios se reunirán para “debatir sobre aspectos políticos compartidos, afirmar valores comunes y comprometerse a acciones concertadas a nivel nacional y regional con el fin de hacer frente a desafíos presentes y futuros que enfrentan los países de las Américas”. Si el debate está garantizado y la afirmación de valores comunes se cuestionará seriamente, será totalmente imposible comprometerse en acciones regionales concertadas dada la fragmentación latinoamericana ya aludida.
Carlos Malamud es investigador principal de América Latina del Real Instituto Elcano | @CarlosMalamud