(*) Publicado el 14/3/2014 en ElPaís.com.
Europa afronta una eventual crisis en el suministro de gas ruso por Ucrania mejor preparada que en el pasado y en condiciones menos propicias para Rusia. Pero la crisis actual no es solo una disputa comercial sobre precios, sino una ocupación con riesgo de réplica y escalada. El mejor paralelismo es la anexión de Abjazia y Osetia del Sur en la guerra con Georgia de 2008, que dejó a las tropas rusas a pocos kilómetros del corredor que transporta los hidrocarburos del Caspio por el Cáucaso hacia Turquía y Europa. Tras las interrupciones de 2006 y 2009 Ucrania ha perdido peso como consumidor y país de tránsito del gas ruso, en un esfuerzo de diversificación por ambas partes. Ha reducido su consumo de gas y empezado a importar desde Eslovaquia, aunque sigue dependiendo en un 90% de Rusia. Esta ha diversificado sus rutas con los gaseoductos Nord Stream del Báltico y Blue Stream del mar Negro, y en otoño iniciará la sección submarina del South Stream entre las costas rusa y búlgara del mar Negro.
La interdependencia energética entre Rusia y la UE también ha cambiado. La política europea más eficaz ha sido aplicar su normativa energética y de competencia para atemperar el poder de mercado de Gazprom, cuyas finanzas se han deteriorado tanto que el tiempo puede haber empezado a correr en su contra. Precisamente por ello, la ocupación de Crimea es un salto cualitativo que exige una respuesta acorde. A diferencia de lo que ocurre en el mercado europeo, Rusia aventaja a la UE en la pugna por los recursos y rutas post-soviéticas. El empecinamiento de la Comisión por diversificar suministros en el área de influencia rusa no pasará a la historia de la geopolítica de la energía como una de sus más brillantes estrategias. El contraste entre éxito interior y decepción exterior muestra tanto la eficacia normativa interna de la UE como sus carencias geopolíticas. Estas pueden disculparse, pero resulta incomprensible la incapacidad para acompañar la dimensión regulatoria con una integración física de sus mercados, que no cuentan con interconexiones gasistas ni eléctricas para ejercer la solidaridad comunitaria, y menos con Ucrania.
La crisis de Ucrania urge a reconfigurar el mapa energético europeo. Los proyectos gasistas de interés común seleccionados hace apenas unos meses por la Comisión evidencian ahora la cortedad de miras de su visión a largo plazo. El proyecto extra-comunitario estrella, el gaseoducto Transcaspiano hasta Turkmenistán, extiende la vulnerabilidad frente a Rusia del Cáucaso al Caspio, y del gas azerí al de Asia Central, añadiendo a China a la ecuación. Ni siquiera se contemplan vectores tan prometedores como la revolución no convencional norteamericana y su potencial en el norte de África, América Latina y algunos Estados miembros, o los nuevos recursos en aguas profundas de África occidental y Brasil. Los corredores intra-europeos de interconexión reciben una atención limitada, dificultando una mayor integración de las energías renovables para reducir la vulnerabilidad frente a Rusia. Para el gas, la mayor decepción es la incapacidad de acometer el corredor Norte-Sur Occidental (NSI West Gas), integrando la Europa atlántica y mediterránea, y abriendo la vía para mejorar la diversificación europea y su capacidad de abastecimiento de corto plazo ante cortes de suministro mediante los gaseoductos con Argelia y las plantas de regasificación atlánticas y mediterráneas.
Por situación geográfica, plantas de GNL (gas natural licuado) y gaseoductos, el ramal ibérico de dicho corredor optimizaría el acceso a los corredores mediterráneos hacia el golfo Pérsico y el Norte de África, y a los atlánticos hacia el golfo de Guinea, América Latina y Norteamérica. La crisis en Ucrania ha impulsado a EE UU a considerar la exportación a Europa de su gas de esquisto para presionar a Rusia, y la UE debería aprovecharlo. Ya en clave española, la insuficiente interconexión gasista con Francia impide conectar a la UE con esa cartera de suministradores alejados de Rusia. Pero en vez de contentarse con el habitual Cherchez la France!, habría que preguntarse por qué es más problemático para la Comisión interconectar España y Francia que disputar a Rusia su influencia en Asia Central. España debería esforzarse por aportar argumentos para reconfigurar la política energética europea y ejercer la voluntad de solidaridad que permiten sus infraestructuras y posición geográfica.