(*) Publicado el 10/3/2015 en The Diplomat in Spain.
La crisis venezolana ha adquirido tal grado de intensidad que son muchas las miradas que se dirigen hacía allá para intentar entender lo que ocurre. Las preguntas en torno a un desenlace incierto son múltiples y la falta de respuestas adecuadas dispara un gran numero de especulaciones, algunas bastante disparatadas, por cierto. Entre éstas últimas, una de las más publicitadas por venir de quien vino, fue la del ex presidente uruguayo José Mujica que con absoluta irresponsabilidad y una buena dosis de falta de conocimiento habló de un potencial golpe de Estado de “militares de izquierdas”.
He aquí, entonces, un buen punto de partida para intentar entender lo que ocurre en Venezuela, donde a todas luces nos encontramos frente a una situación de bloqueo, en la que los distintos actores se encuentran en una situación de empate, se anulan mutuamente o se inhiben de tomar iniciativas por los enormes costes que éstas supondrían para sus propios proyectos colectivos o personales. En las décadas de 1960 y 1970 lo normal en América Latina era que se saliera de una crisis semejante mediante un golpe de Estado militar, muchas veces impulsados por los propios civiles incapacitados de encontrar soluciones idóneas en un marco democrático.
La coyuntura venezolana está marcada por graves complicaciones políticas, económicas y sociales. La polarización impulsada desde el gobierno bolivariano ha terminado por dinamitar prácticamente todos los puentes de diálogo con la oposición. El Parlamento ha dejado de ser un lugar de debate político para convertirse en un nuevo frente de batalla donde el oficialismo impone de forma aplastante la lógica de su mayoría numérica. A falta de un marco adecuado donde expresarse, algunos sectores de la oposición han apostado, sin demasiado éxito, por llevar la confrontación a la calle, lo que ha aumentado la dinámica represiva del régimen.
Económicamente las cosas no son mejores. Venezuela no sólo tiene la mayor inflación del planeta, sino también enfrenta un gran desabastecimiento, falta de divisas y un endeudamiento creciente. La bajada de los precios del petróleo no ha hecho sino agravar una serie de problemas que ya existían desde la época de Chávez. El Gobierno de Maduro no inventó nada desde el punto de vista de la mala gestión económica, pero ha sido incapaz de tomar las duras medidas que exige una situación de tanta gravedad como la actual.
Los problemas sociales, comenzando por las elevadas tasas de criminalidad, no son menores. La falta de recursos amenaza el futuro de numerosos programas sociales, aunque al ser éste un año electoral, el Gobierno hará todo lo posible por aumentar el gasto público frente a unas elecciones percibidas como cruciales para el propio devenir venezolano. De celebrarse los comicios en septiembre, como anunció el secretario general de Unasur, su resultado no sólo servirá para medir el respaldo de Maduro y del proyecto chavista en general, sino también para que las distintas fuerzas políticas adapten sus planes de acción de cara al futuro.
Volvamos a la especulación de Mujica, muy conectada con los desvelos del gobierno bolivariano que de forma periódica alerta de conspiraciones golpistas, muchas de ellas con nombre y apellido, como la supuestamente orquestada por el eje Miami – Madrid – Bogotá. En realidad se podría decir que prácticamente a nadie le interesa en estos momentos un golpe de estado en Venezuela. La situación está tan degrada que es urgente adoptar un drástico plan de ajuste, algo que paraliza al gobierno por los importantes costes políticos que supondría. Una nueva devaluación y el aumento del precio de la gasolina podría disparar una alta conflictividad, como ocurrió en su momento con el Caracazo.
En realidad, gobierne quien gobierne debe tomar medidas, pero quien lo haga pasará a la historia como el enterrador del proyecto chavista, o el asesino de Chávez, y a nadie le interesa tal cosa. Lo más adecuado sería un gran acuerdo nacional entre gobierno y oposición para avanzar en esa dirección, algo que desde el punto de vista del oficialismo sería la evidencia más palmaria de su fracaso.
A la oposición no le interesa un golpe que la llevara al poder porque debería hacerse cargo de una situación ingobernable sin apoyos sociales y con una economía quebrada. A los militares tampoco, por motivos similares. De modo tal que de momento las mayores opciones de desbloqueo de la actual situación se encuentran en el propio movimiento bolivariano, bien porque Maduro decida actuar y comenzar a tomar las medidas responsables que la coyuntura le exige, o bien porque internamente surjan fuerzas con la iniciativa necesaria para forzar su renuncia y encumbrar un nuevo presidente al frente de la república. Sólo después de algo semejante sería verosímil pensar en un golpe militar, pero esto ya nos conduciría por los derroteros de la política ficción.
Carlos Malamud es investigador principal del América Latina del Real Instituto Elcano | @CarlosMalamud