(*) Publicado el 12/1/2015 en Expansión.
En su clásico de 1970 Salida, Voz y Lealtad, Albert Hirschman, uno de los científicos sociales más brillantes del siglo XX, explica que los individuos, cuando pertenecen a organizaciones que toman decisiones que les disgustan, tiene básicamente dos alternativas: marcharse (salir) de la organización o protestar (voz) para intentar cambiarla. Cuanto más leales sean a la institución menor será la probabilidad de que opten por marcharse y mayor por protestar, pero, al mismo tiempo, la amenaza creíble de la salida puede aumentar las posibilidades de que la estrategia de voz tenga éxito.
La lógica de Hirschman nos da varias claves para analizar tanto la nueva crisis griega como sus implicaciones para la zona euro (tomando a Grecia como miembro de un club, la zona euro, que está obligándole a hacer cosas que disgustan a la mayoría de sus ciudadanos).
Entre el miedo y la esperanza
Aunque los mercados continúan tranquilos, con las primas de riesgo en la periferia europea bastante estables, hay miedo a que el euro vuelva a tambalearse por culpa de Grecia. De hecho, la fuerte caída del euro frente al dólar, además de responder a la expectativa del QE por parte del BCE y de la subida de tipos de interés en Estados Unidos, puede explicarse también por la inestabilidad política en Grecia. En esta ocasión se trata de las elecciones anticipadas del próximo 25 de enero, que podrían llevar al poder al partido euro crítico de izquierdas Syriza. Su líder, Alexis Tsipras, ha dejado clara su intención de terminar con las políticas de austeridad, renegociar la deuda y combatir tanto a la corrupción como a la oligarquía y el clientelismo, que dominan la política y la economía nacionales desde hace décadas. Intenta además ser la avanzadilla del cambio en la estrategia económica que la zona euro ha adoptado bajo el liderazgo alemán desde el comienzo de la crisis, y pretende hacerlo, por primera vez, mediante la confrontación: plantando cara a Bruselas, Berlín y Frankfurt denunciando que las políticas de ajuste no han funcionado y que tanto Grecia como Europa deben cambiar de estrategia.
Sus propuestas sitúan a Syriza con mayoría en las encuestas, con algo menos del 30% de los votos, algo que no debería sorprendernos habida cuenta de que Grecia ha perdido un cuarto de su PIB en los últimos seis años; es decir, ha sufrido una devastación equivalente a la de una guerra. Aunque nada asegura que pueda formar gobierno, su victoria implicaría, en la terminología de Hirschman, que Grecia dejaría de mantener una posición leal (y sumisa) en relación a la Troika (Comisión Europea, FMI y BCE), para plantear una queja abierta (voz), y pudiendo incluso amenazar con la salida (del euro) para lograr sus demandas (Syriza no ha planteado volver al dracma, pero una lectura maximalista de sus propuestas podría ser interpretada como incompatible con la pertenencia a la unión monetaria.) Esto supondría un cambio radical con respecto a las posiciones mantenidas hasta ahora por el gobierno de Antonis Samaras – del partido conservador Nea Democratia -, que se ha plegado sin miramientos a los dictados de la Troika, aunque haya sido incapaz de afrontar las reformas estructurales de calado que necesita el país de forma efectiva.
Ante esta situación, el miedo en el resto de la zona euro es que la llegada de Syriza al poder desencadene una salida de capitales que, más allá de poner a Grecia una vez más contra las cuerdas, produzca un contagio hacia otros países de la periferia, sobre todo Portugal, España, Italia e incluso Francia, y nos devuelva a los peores momentos de la crisis del euro. También hay mucha expectación por saber qué pasará una vez que un partido abiertamente euro-crítico (que no eurófobo como Frente Nacional Francés o el UKIP británico) llegue al poder en uno de los países rescatados. ¿Será capaz de torcer el brazo al eje Berlín-Frankfurt? Y si lo hace, ¿animará a los votantes de otros países del sur a votar a opciones críticas con las políticas de austeridad?
No deja de resultar paradójico que muchos demócratas europeos se pongan nerviosos cuando un estado de la UE tiene ocasión de celebrar la “fiesta de la democracia”. Por el momento, desde las capitales europeas, se ha escuchado repetidamente tanto que el pueblo griego es soberano como que la pertenencia al euro es irrevocable, algo que podría llegar a ser incompatible, como ha ilustrado Dani Rodrik al explicar que la integración económica completa -en este caso en la zona euro-, la democracia, y la existencia de estados nación plenamente soberanos (es decir, la ausencia de una auténtica unión política al nivel europeo que desdibuje el peso de los estados nación) son, en última instancia, incompatibles.
Desde Alemania, erigido en guardián del euro, se ha amenazado indirectamente a Grecia mediante filtraciones a medios de comunicación. Con apelaciones al miedo, se ha instado a los votantes griegos a atenerse a las consecuencias si votan mayoritariamente a Syriza, lo que ha sido interpretado por algunos como que están dispuestos a expulsar a Grecia del euro si no se reelige a los conservadores de Nea Democratia y cumplen con sus compromisos financieros. En realidad, Alemania no tiene capacidad para expulsar a nadie del euro, pero si adoptara una posición inflexible ante las demandas de Syriza, podría tanto frenar nuevos desembolsos del rescate a Grecia como trabajar para que el BCE corte la liquidez al sistema financiero griego, lo que obligaría al país a impagar su deuda a partir de febrero (cuando se quedará sin fondos), lo que podría ocasionar -o no- una salida del euro.
Berlín, por el momento, mantiene una posición intransigente con la que espera lograr dos objetivos. El primero es satisfacer a un electorado interno cada vez más radicalizado e insolidario con el resto de países de la Unión. El segundo generar inestabilidad en los mercados de deuda griegos antes de las elecciones para que la ciudadanía se asuste y opte por no apoyar a Syriza. Además, en su línea tradicional, Alemania no quiere ni oír hablar de la posibilidad de romper las reglas o incumplir los compromisos. Y considera que atreverse a hablar de salir del euro es un acto de deslealtad irresponsable que genera inestabilidad, además de no ser serio ni creíble. De sus declaraciones se desprende además que confía en que con los cortafuegos creados durante la crisis, una eventual salida de Grecia del euro no pondría en riesgo al conjunto de la unión monetaria porque el contagio sería controlable. Esto, naturalmente, es más un deseo que una realidad. Recordemos que en 2012, cuando se discutió en Alemania la opción de forzar la salida de Grecia del euro, se decidió no hacerlo por la incertidumbre sobre los efectos que esta decisión tendría, y que nada sustantivo ha cambiado desde entonces. Aunque hoy tenemos un BCE más activo, Barry Eichengreen se ha encargado de recordarnos recientemente que una salida del euro de Grecia sería como un Lehman Brothers al cuadrado.
Qué podemos esperar
Hasta las elecciones es lógico que nadie ceda en sus posiciones. Syriza mantendrá su discurso y sus propuestas. En todo caso, enfatizará que no sacará a Grecia del euro (cerca del 75% de los ciudadanos griegos quieren mantenerse en la moneda única) para alejar el espectro del miedo lo máximo posible. Por su parte, tanto la Troika como Alemania, esperarán al resultado sin ceder un ápice en sus posturas, entre otras cosas porque no tienen un interlocutor con el que negociar.
Sin embargo, en el hipotético caso de que Syriza llegue al poder, lo más probable es que se alcance un acuerdo. Aunque sin duda habrá un aumento de la inestabilidad en los mercados, que podría incluso incluir cierto elemento de contagio, a nadie le interesa romper la baraja: los griegos no quieren salir del euro y los alemanes no quieren que nadie salga del euro. En 2012, el Eurogrupo prometió a Grecia que suavizaría las condiciones del rescate cuando el país alcanzara el superávit primario (ingresos públicos mayores a los gastos sin contar con el pago de intereses de la deuda). Como Grecia ya lo ha logrado (y eso, además, fortalece su posición negociadora porque su presupuesto ya no depende tanto de los desembolsos de la Troika), se podría utilizar este argumento para darle algo de oxígeno en materia fiscal. Además, ante la evidencia de que la deuda Griega es demasiado elevada como para permitirle crecer, sería posible buscar fórmulas para ampliar los plazos de pago y reducir (aún más) los intereses. La clave estaría en que no se produzca una quita, de modo que se pudiera vender el acuerdo en Grecia como un cierto éxito para Syriza, mientras que en los países acreedores se pueda seguir afirmando que Grecia ha honrado sus compromisos gracias a una mayor solidaridad europea (en Irlanda ya sucedió algo parecido cuando se permitió monetizar parte de la deuda a través de una compleja operación financiera en 2013 que pasó bastante desapercibida).
Por otra parte, en la medida en la que Syriza aceptara llevar a cabo un programa realmente reformista a cambio de renegociar los términos del rescate, y que este programa incluyera algunas de las reformas estructurales que sin duda necesita el país (algo que los anteriores gobiernos nunca han tenido la convicción de hacer y sólo han hecho por obligación de la Troika), Alemania podría ver a Syriza como una auténtica oportunidad para resolver algunos de los problemas endémicos de la economía griega, como la debilidad institucional, la corrupción, el clientelismo o la falta de competencia. Habría, por tanto, lugar para un nuevo pacto, que reconociera los errores de la estrategia de la Troika en Grecia y planteara nuevas alternativas, al tiempo que reforzara la necesidad de adoptar reformas de calado en Grecia. No olvidemos que lo que más desea Alemania es que las economías del sur, Francia incluida, sean capaces de crecer en un mundo cada vez más competitivo y globalizado. Y que si hay auténticas reformas que sienten las bases del crecimiento, estará dispuesta a ser más solidaria.
En definitiva, como sostiene Benjamin Cohen, Europa vive suspendida entre las fuerzas centrípetas que la obligan a mantenerse unida y las centrífugas de la política interna de cada uno de sus estados miembros, que en ocasiones la empujan a separarse. La tensión entre estas dos fuerzas es compleja y difícil de gestionar, pero no necesariamente inestable. Tendría que pasar algo muy grave para que este nuevo episodio de la tragedia griega rompiera definitivamente la baraja.
Federico Steinberg es investigador principal de Economía Internacional del Real Instituto Elcano y profesor de Análisis Económico de la Universidad Autónoma de Madrid | @Steinbergf