(*) Publicado el 21/3/2016 en Expansión.
El viaje de Barack Obama a Cuba se inscribe en el empeño del presidente de Estados Unidos de normalizar hasta donde le sea posible las relaciones bilaterales cubano-americanas. La piedra fundamental y más visible del nuevo edificio se puso el 17 de diciembre de 2014, cuando Obama y Raúl Castro anunciaron el inicio del deshielo y el comienzo de negociaciones formales.
“(…) el proceso [de normalización de relaciones bilaterales] fue y sigue siendo complicado, dadas las desiguales reivindicaciones de las partes y sus muchas veces contradictorios objetivos en la negociación.”
Desde entonces se han dado muchos pasos significativos y trascendentales. Pese a que en numerosas ocasiones se utilizó el adjetivo de histórico para caracterizarlos, el proceso fue y sigue siendo complicado, dadas las desiguales reivindicaciones de las partes y sus muchas veces contradictorios objetivos en la negociación. Es frecuente pensar que ambos protagonistas están hablando de lo mismo y diciendo cosas semejantes, cuando en realidad todo forma parte de un complicado ejercicio de ilusionismo en que cada uno se expresa para los suyos en clave interna y suelta una parrafada al exterior para intentar contentar al contrario.
Si para Cuba lo prioritario es el fin del bloqueo, embargo en terminología estadounidense, y la restitución a su soberanía de la base de Guantánamo, para el gobierno de Washington los derechos humanos y la democracia en la Isla tienen un status similar. Ahora bien, los dos saben que en estos momentos es imposible alcanzar sus objetivos, de modo que se van contentando con cubrir otras metas secundarias, como la normalización de las relaciones económicas.
Con su visita y su nuevo encuentro con Raúl Castro, Obama pretende convertir en irreversibles los pasos dados en este tortuoso camino, algo para lo cual también requiere de la por ahora escasa complicidad cubana. Pero nada más. No habrá en esta ocasión anuncios espectaculares, en ningún sentido ni por ninguna de las partes, salvo sorpresa mayúscula de última hora. Para ir preparando el desembarco ya ha habido, sin embargo, algunas noticias importantes, como la posibilidad de que se hagan algunos pagos en Cuba en dólares, o la autorización de 110 vuelos regulares diarios entre los dos países. El partido de baseball entre una selección cubana y los Rays de Florida, al que asistirá Obama, o el posterior concierto de los Rolling Stones, donde se espera una asistencia de medio millón de personas, escenificarán un espectacular cambio de atrezzo, aunque me temo que todavía es pronto para hablar de una nueva época en Cuba.
Sin embargo, el paso del presidente de Estados Unidos por La Habana tiene dos rasgos bastante originales, ausentes en la mayor parte las visitas de los mandatarios latinoamericanos o de otros orígenes, y ni siquiera presente en la del papa Francisco. Para comenzar, Obama no se entrevistará con Fidel Castro, algo lógico si se tiene en cuenta que no ostenta ningún cargo oficial, pero que contradice la pretendida lógica de su valor simbólico como icono de la Revolución Cubana. Un encuentro de esa naturaleza sería duramente criticado por una parte importante del exilio cubano, por muchos líderes republicanos e inclusive por un sector no despreciable del partido Demócrata, por no hablar de la opinión pública de Estados Unidos.
Al mismo tiempo Obama sí se verá con líderes sociales y políticos vinculados con la oposición al régimen castrista. Generalmente la diplomacia cubana suele desaconsejar o vetar este tipo de reuniones, algo que no ocurrirá en esta ocasión. Obama no podía ir a Cuba sin entrevistarse con los dirigentes opositores y darles su respaldo, y no hubiera aceptado una negativa en este sentido. Ante ello las autoridades cubanas deben haber concluido que tenían mucho más a ganar con Obama en Cuba que con su ausencia.
La semana previa a su viaje, Obama anunció que la responsabilidad por la transición democrática en Cuba correspondía al protagonismo del pueblo cubano y que al gobierno de los Estados Unidos sólo le correspondía apoyar el proceso, interesándose por algunas cuestiones importantes como los derechos humanos. De ahí que el principal objetivo de la visita sea impulsar la apertura económica, permitiendo que un mayor número de cubanos se vaya vinculando con la economía de mercado.
Lo paradójico del caso es que en estos momentos el principal impulsor de las reformas económicas en Cuba es la administración Obama, mientras que las medidas que se esperan del gobierno de Raúl Castro, como acabar con la doble moneda, se siguen atrasando. Pese a ello, numerosos gobiernos y empresarios se van posicionando en Cuba pensando en el día después de la apertura definitiva y en hacer grandes negocios. Muchos olvidan el tamaño de la economía cubana, lo reducido de su mercado interno, no más de 11,4 millones de personas, los cuantiosos déficits de infraestructuras que retrasarán muchos proyectos de inversión y los cuellos de botella de un sistema fuertemente intervenido por el estado y planificado hasta lo insospechado.
A ello hay que agregar la sorda lucha del poder entre una parte de la cúpula y cuadros del Partido Comunista de Cuba y los sectores más aperturistas. Los primeros, respaldados por Fidel Castro, están empeñados en mantener los logros y las esencias revolucionarios, con la consigna de que en Cuba no se mueve nada, ni nadie se aparta de la senda de la ortodoxia. Enfrente tienen una heterogénea coalición, en la que hay que incluir a los militares-empresarios que dirigen una parte creciente de la economía cubana y aspiran a mantener el control y sus posiciones de privilegio durante bastante tiempo.
En este contexto habría que preguntarse por el papel de las empresas y empresarios españoles, ante lo que se ve como una competencia desigual por los Estados Unidos o inclusive por otros competidores europeos o latinoamericanos. Los anuncios provenientes de Washington y los rápidos cambios previstos en la economía cubana condujeron a una cierta sensación de melancolía. En España se pensaba que sus esfuerzos no eran considerados y en la repetición del Desastre del 98. En los últimos meses la existencia de un gobierno en funciones y la ausencia de iniciativas concretas sólo sirvieron para aumentar el desánimo.
Pero no todo deben ser lamentaciones. España es el tercer socio comercial de Cuba (el primero de la UE), con unos intercambios anuales de 1.000 millones de euros. También es el principal inversor europeo, con más de 200 empresas, en particular del sector turístico. Hay numerosos empresarios españoles con muchos años allí instalados haciendo, en la medida que los dejan, buenos negocios. Han sabido hacerlos en los momentos mejores y peores.
Pero, sin duda, tienen una idea muy clara de cómo moverse en un medio tan complicado, de un fuerte intervencionismo estatal. No sólo eso. Tienen los contactos adecuados y saben como usarlos No es poca cosa para hacer “negocios” en Cuba. Este know-how no está en manos de sus competidores estadounidenses o de otros orígenes y, si bien es posible hacerse con él, y más con ingentes recursos, les da a los empresarios españoles una ventaja inicial nada despreciable.
Es verdad que estamos mejor posicionados en algunos sectores que en otros. Turismo y finanzas son los dos más reseñables, pero las oportunidades, en tanto se sepan dar los pasos oportunos, no acaban aquí. Esto implica, de alguna manera, que el nuevo gobierno español deberá tomar iniciativas rápidas y concretas en Cuba para reforzar la presencia de nuestras empresas. De otro modo, todas nuestras ventajas tangibles e intangibles (como la lengua común o los lazos familiares) terminarán desvaneciéndose.
Carlos Malamud
Investigador principal de América Latina, Real Instituto Elcano | @CarlosMalamud