(*) Publicado el 5/6/2014 en Expansión.
Don Juan Carlos ha sido un monarca extraordinario, indispensable en la transición española a la democracia. El Rey –que ha abdicado esta semana– supo navegar con destreza las aguas turbulentas de la política tras la muerte de Franco, consolidando las incipientes instituciones democráticas del país y defendiéndolas de un intento de golpe militar. Bajo su batuta, España superó décadas de aislamiento e irrelevancia, al sumarse a la OTAN en 1982 y a la Comunidad Europea en 1986. Pese a que su reputación ha sufrido alguna merma de un tiempo a esta parte, una gran mayoría de españoles siguen estando agradecidos por el papel desempeñado por el Rey.
La pregunta que se planteaba Don Juan Carlos durante los primeros años de su reinado era si sus extraordinarios logros otorgarían la suficiente legitimidad a su sucesor como para garantizar la continuidad de la dinastía. Al fin y al cabo, su abuelo, el Rey Alfonso XIII, había muerto en el exilio, y su padre, Don Juan, nunca reinó. Hasta el cambio de siglo, la mayor preocupación del Rey fue si la monarquía sobreviviría la transición de padre a hijo en un país que era menos monárquico que “juancarlista”. Lo que pocos de nosotros podíamos imaginarnos entonces era que, al cabo de unos pocos años, sería el propio futuro de Don Juan Carlos el que estaría en duda.
Hoy en día se suele culpar a la crisis económica de todos los males que padece España. Sin embargo, el desgaste de la imagen del Rey empezó mucho antes, hace más de una década. Lo irónico es que ello se debió en parte a la propia consolidación de la democracia española: a partir de mediados de los años 90, el control que los medios de comunicación ejercían sobre la familia real comenzó a parecerse cada vez más al practicado por la prensa británica, ya que los responsables de estos medios consideraban que el sistema político era lo suficientemente sólido como para resistirlo. Sin embargo, es innegable que ha sido la actual crisis económica la que ha hecho que la monarquía (junto a las demás instituciones importantes del país) se haya visto sometida a críticas y un control público sin precedentes.
Muchos españoles culpan a la élite política y económica del país de no haber previsto la crisis, y de haber respondido a la misma con medidas de austeridad que han causado un sufrimiento generalizada y crecientes desigualdades. A su vez, esto explica el hecho de que la opinión pública española haya reaccionado con tanta indignación al famoso safari del Rey en Botsuana en 2012 (hecho por el que se disculpó públicamente), y que respondiese con irritación indisimulada a las acusaciones sobre las actividades financieras de su yerno, Iñaki Urdangarin. No obstante, debe subrayarse que el proceso al que se está sometiendo a éste es una prueba palpable de que en la actualidad en España no hay nadie por encima de la ley.
Sin embargo, hay razones más profundas por las que algunos españoles cuestionan a la monarquía. El Rey jugó un papel fundamental en la creación del actual sistema político, y en la actualidad se le considera un elemento nuclear del mismo. Por ello, seguramente era inevitable que, tarde o temprano, la creciente desafección con el statu quo acabaría por afectar también al Rey y a la monarquía. Además, algunos jóvenes españoles, que apenas han oído hablar de Franco y que dan por sentada la democracia, consideran que la monarquía es una institución prescindible.
Los españoles están divididos sobre las posibles consecuencias políticas de la crisis actual a medio y largo plazo. Mientras que algunos sostienen que la recuperación económica reducirá gradualmente las actuales presiones para hacer reformas, otros piensan que el cambio institucional es inevitable. Con su abdicación, el Rey parece haberse puesto del lado de los segundos. Por ello mismo, su decisión debe entenderse como una contribución valiente y generosa a la renovación política de España que, teniendo en cuenta la situación actual de Cataluña, probablemente tenga que incluir una largamente pospuesta reforma constitucional. La abdicación ha sido una decisión arriesgada, pero Don Juan Carlos nunca ha tenido miedo al riesgo.
El tiempo dirá si el Príncipe Felipe, que está inmejorablemente preparado para su nueva tarea gracias a sus estudios universitarios, su conocimiento de idiomas y su educación cosmopolita, puede contribuir de forma decisiva a este proceso de renovación. Al hacerlo, tendrá que encontrar un equilibrio entre la continuidad y el cambio, como hizo su padre antes que él. Su reto más inmediato consistirá en contribuir a forjar un nuevo pacto constitucional que garantice la unidad del Estado español a la vez que procura dar respuesta a las demandas de los nacionalistas catalanes (y de otras nacionalidades). Es una tarea sin duda ambiciosa, pero el nuevo Rey podrá abordarla sin el bagaje de su padre.
Don Felipe también tendrá que definir un nuevo papel para la monarquía en una sociedad mucho más tolerante, cosmopolita y laica –pero también más escéptica y exigente– que la de1975. Si lo consigue, habrá demostrado una vez más que las monarquías parlamentarias son instituciones sorprendentemente flexibles, que aún pueden prestar a las viejas naciones un gran servicio en momentos de necesidad.
Charles Powell es director del Real Instituto Elcano y biógrafo de Don Juan Carlos | @CharlesTPowell