(*) Publicado el 1/4/2015 en El Correo.
Cada vez parece haber menos simpatía en España por Grecia. La gente se está cansando de la actitud desafiante de los griegos. Los agravios son múltiples y vienen acumulándose desde hace décadas. Viene bien hacer un repaso. Los gobiernos griegos, tanto del Pasok como de Nueva Democracia, manipularon las cuentas para entrar en el euro, más tarde ocultaron sus déficits para no ser sancionados, y su gestión de la crisis desde 2009 ha sido pésima. Papandreu no se enteró del ciclón que se le venía encima, y tuvo que marcharse humillado después de que Merkel y Sarkozy le negaran la posibilidad de realizar un referéndum.
Samaras no fue mucho mejor. En la oposición no paraba de insistir en que el memorándum de entendimiento firmado por Papandreu con la Troika era una deshonra para el país y estaba llevando la economía al desastre, pero una vez en el Gobierno no tardó en firmar un programa de ajuste muy similar al que había criticado con dureza anteriormente. Demostró que solo le interesaba llegar al poder. Su prioridad era el partido, no el país. Un estadista hubiese apoyado al Gobierno en un momento tan difícil para el pueblo griego.
Lo cierto es que en los últimos cuarenta años el bipartidismo griego no ha preparado a Grecia para la era de la globalización. Las elites políticas se dedicaron sobre todo a repartir dinero y favores entre su masa social para ganar votos. En general el sistema funcionaba de una manera patriarcal. Si trabajabas para el Gobierno o tenías un padrino en el mismo, vivías bien, si no tus posibilidades de ascenso social eran limitadas. Este patrón se replicaba en el sector privado, que a su vez conseguía contratos y favores gracias a los padrinos en el sector público.
Bajo esta dinámica, a lo largo de las décadas Grecia se ha convertido en un Estado rentista. Vivía sobre todo de las rentas del turismo, por el sol y las playas; del transporte marítimo, por su situación geográfica; del sector inmobiliario (el que podía se compraba una segunda o tercera casa para sacar algún alquiler en negro); del consumo interno de muchos funcionarios y pensionistas, y de la financiación externa, tanto privada (muchos bancos alemanes y franceses atizaron el consumo griego a base de crédito barato), como pública, con los fondos de cohesión de la Unión Europea. Esta financiación externa era necesaria para cubrir el déficit estructural en la cuenta corriente.
Con una economía estructurada de esta forma, no había muchos incentivos para innovar y producir. Los jóvenes que no acababan los estudios terminaban en el turismo, la construcción o en la economía sumergida, mientras que los estudiantes universitarios tenían cuatro opciones: 1) intentar hacerse funcionarios para conseguir un trabajo seguro y bien pagado; 2) usar los contactos de papá para obtener un empleo digno; 3) si no había padrino, buscarse la vida y acabar frustrados en un empleo inferior a sus estudios; o 4) simplemente emigrar. Los griegos más inteligentes están en Estados Unidos, Reino Unido y Alemania.
Pese a estos defectos, por un tiempo la economía griega creció muchísimo. Al igual que España, Grecia venía de una dictadura y había mucho que construir en los años 80 y 90. Después llegaron los gloriosos primeros años del siglo XXI con las olimpiadas en Atenas y la victoria de la selección de fútbol en la Eurocopa del 2004. El griego en general vivía bien. La media de jubilación estaba en torno a los 56 años en el sector público y los 60 en el privado. Estas pensiones eran, y son, muy importantes, porque tiran de la demanda interna, y a su vez, a falta de protección social del Estado, son la única fuente de ingresos fijos para las familias que tienen a su pareja o alguno de sus hijos sin trabajo.
Pues bien, con la crisis todo este sistema se ha venido abajo. El crédito externo se ha esfumado, el sector inmobiliario se ha derrumbado, los salarios y las pensiones se han recortado un 40%, el PIB ha caído más de un 25% (ahí es nada), la UE ha desembolsado el mayor rescate de la historia para un país (a cambio de reformas y recortes) y el bipartidismo ha dado paso a Syriza, un partido de izquierda radical que ha tomado como bandera el no a la austeridad y el sí a la restructuración de la deuda. Con este programa han llegado al poder y lo han defendido con uñas y dientes. En los últimos cinco meses han desafiado a las instituciones europeas hasta llegar al límite de convocar un referéndum que a su vez ha llevado a la imposición de un corralito con consecuencias inciertas.
Sin embargo, todavía hoy muchos griegos apoyan a Tsipras. Esta actitud desafiante es la que irrita a mucha gente en España y el resto de la Unión Europea. Muchos se han cansado. «Que se vayan del euro», se escucha. Otra frase repetida es: «Es triste que un miembro del club se tenga que ir por no cumplir las normas, pero sería peor que no cumpliese las normas y se quedase en el club». Cada vez más, la teoría del ‘torniquete y la amputación’ toma fuerza. Grecia está podrida, así que, ahora que Draghi ha soltado la artillería y el resto de la zona euro está protegida, es mejor soltar a Grecia en los Balcanes y olvidarnos de sus problemas.
Pensar así es un error. La economía es importante, pero la política lo es también. ¿Puede permitirse Europa el desmembramiento de la zona euro, el más vivo ejemplo de la unidad europea? ¿Qué mensaje le mandaríamos al resto del mundo? ¿Qué proyecto político es éste, que cuando hay el primer temporal echa por la borda a los más débiles (o más problemáticos)? Y después está el componente geoestratégico y geopolítico. ¿Queremos los europeos que Grecia caiga bajo la órbita de la Rusia de Putin o que se convierta en un Estado todavía más fallido? ¿No tenemos ya bastante inestabilidad en nuestra vecindad?
Hay ocasiones en las que los líderes y sus pueblos, si quieren seguir unidos y ser respetados, tienen que ir más allá de intereses económicos nacionales y formalidades legales. Pese a las críticas a la actitud de Tsipras, la mayoría de los españoles parecen entender esa lógica. En el último barómetro del Real Instituto Elcano (BRIE), el 65% de los encuestados opinan que se debería esperar a que Grecia se recupere económicamente para pedirle el dinero. Esta es una respuesta inteligente. Grecia tiene muchos problemas, pero eso no quiere decir que no puede pasar de ser un Estado rentista a una economía moderna. Mientras ellos no se vayan por su propio pie, tenemos que intentar comprenderles y ayudarles. Si no lo hacemos, la Unión Europea sería un simple papel firmado, poco más.
Miguel Otero-Iglesias
Investigador Principal de Economía Política Internacional del Real Instituto Elcano | @miotei