(*) Publicado el 25/7/2014 en Elmundo.es.
Los dirigentes de Israel no lo dirán en público, pero necesitan a Hamás. Y viceversa. Se odian, pero son útiles. La forma de relacionarse que ahora emplean –cohetes por un lado; cazas, tanques, buques, drones, misiles e invasiones terrestres por el otro– no es nueva. Ya ha sido probada en múltiples ocasiones. La guerra no ya como la continuación de la política por otros medios, sino como sustituta de la política.
Deshumanizar al enemigo para así justificar todo lo que se le haga. Culpar a la víctima de su propia tragedia, y hacerlo desde una supuesta superioridad moral. Ellos son los causantes de nuestros males. Por eso se merecen un “castigo ejemplar”, “pagarán un precio insoportable”, “les daremos una lección”. Sufrirán.
Israel llama a sus operaciones “Uvas de la ira”, “Senda determinada”, “Golpe de rayo”, “Plomo fundido”, “Pilar defensivo”, “Margen protector”. Una y otra vez Israel demuestra su aplastante superioridad militar. Una y otra vez las acusaciones mutuas de quién ha empezado. Una y otra vez las declaraciones incendiarias, la desproporción de las respuestas y el sufrimiento de los civiles asediados, casi enjaulados. Y de nuevo una tregua unilateral o negociada que dura hasta la siguiente “escalada”.
A pesar de las repetidas ofensivas, Israel nunca ha podido declarar una victoria definitiva. Hamás, Hezbolá y otros grupos que se crearon como movimientos de resistencia a la ocupación siguen ahí. Su capacidad de atemorizar a los israelíes –aunque sea limitada– también permanece. La desesperación, el odio, la determinación de seguir luchando no se reducen. Todo lo contrario; se ahondan y garantizan más conflicto en el futuro. Y ahí está la clave.
Netanyahu y quienes lo apoyan dicen que el objetivo de su abrumador uso de la fuerza es acabar con el terrorismo de Hamás y proteger a los civiles israelíes. La pregunta obligatoria es: ¿acaso ha funcionado antes? No lo parece. Las sirenas siguen sonando en ciudades israelíes. Los cohetes lanzados desde Gaza que no son interceptados por las poderosas defensas comprometen la seguridad de los ciudadanos de Israel, y numerosas aerolíneas internacionales suspenden sus vuelos a Tel Aviv por considerar que su aeropuerto es inseguro.
Los sucesivos dirigentes israelíes –y aquellos que justifican sus decisiones– parecen no entender la lógica de la resistencia. O tal vez algunos sí. La población de Gaza lleva más de siete años sometida a un férreo bloqueo por parte de Israel y Egipto. En ese tiempo, su población ha sufrido tres guerras profundamente asimétricas. A diferencia de la mayoría de conflictos bélicos, los habitantes de Gaza no pueden escapar de su diminuto territorio, que cuenta con una de las mayores densidades de población del mundo.
La lógica de la resistencia implica que cuanto más dolor, sentimiento de humillación y castigos colectivos se inflijan a una población, más determinación habrá para resistir ante el causante del daño. También más odio y motivos para la venganza, que son exacerbados por la percepción de que el mundo no hace nada por aliviar su sufrimiento.
Algunos no querrán recordar que Israel facilitó por distintas vías la aparición de Hamás en los años 80, pues lo consideraba un contrapeso útil frente a la OLP y al liderazgo de Arafat. Tampoco querrán hacer la relación entre bloqueo, ocupación y resistencia. Repetirán que Hamás está lleno de extremistas (¡claro que lo está!) y denunciarán lo que ven como incomprensión de quienes denuncien los castigos colectivos en Gaza. No les atañe que éstos estén provocando un descomunal sufrimiento a civiles asediados y un deterioro incesante de la imagen de Israel. Les irrita que la ONU esté investigando posibles crímenes de guerra por parte del Ejército de Israel.
Quienes así se posicionan optarán por no ver que el antídoto contra Hamás es que los palestinos tengan derechos y esperanza. Que la verdadera seguridad de los israelíes y palestinos sólo vendrá con una solución justa al conflicto. Que todo lo demás sólo sirve para reforzar lo peor de ambos bandos, fomentar el odio y evitar dar pasos hacia la paz, y eso pasa por no socavar cualquier intento de acuerdo entre los propios palestinos.
Entonces, ¿cuál es el objetivo de la violencia en Gaza? Precisamente lo que se está consiguiendo: perpetuar el ciclo de violencia, odio, venganzas y desconfianza hacia el otro y acallar las voces moderadas en ambos bandos. El objetivo es convertir en normal la guerra continua, deshumanizar al enemigo, dar alas a los más radicales de ambos bandos y, en definitiva, evitar hacer cualquier concesión. Los dirigentes de Israel y Hamás parecen tenerle más miedo a la paz que a hacer daño a los civiles.
Haizam Amirah Fernández es investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe en el Real Instituto Elcano y profesor de Relaciones Internacionales en el Instituto de Empresa | @HaizamAmirah