(*) Publicado el 25/1/2015 en El País.
“Hay muchos europeos jóvenes que se han beneficiado enormemente del proyecto europeo. Y, sin embargo, apenas oímos su voz en Europa. (…) Venga, enfádate. Repréndeme. Pero cambia Europa. Lo necesita”. Timothy Garton Ash
El pasado 15 de diciembre nos encontrábamos con el mensaje que Garton Ash lanzaba en la Cuarta Página de EL PAÍS: que la generación Erasmus defienda Europa. Nos parecía casi una provocación. Como ellos ya no están en condiciones de hacerlo, el autor nos pasa la patata caliente a nosotros. No resulta fácil, sin embargo, ser joven y defender una Unión Europea cuyos principales logros sin duda admiramos, pero que parece no entender la realidad de los tiempos en los que vivimos.
Desde luego no entienden esta realidad los partidos políticos, actores fundamentales de la Unión que se enfrentan cada cinco años en las elecciones al Parlamento Europeo. Tras los comicios del pasado año, asistimos a una serie de decisiones que se alejan de la perspectiva europea necesaria, instrumentalizándose de nuevo las instituciones comunitarias en clave nacional. En el caso español (que no es distinto en absoluto al de otros Estados miembros), los partidos que hoy encabezan las encuestas en intención de voto para las próximas elecciones generales, PP, PSOE y Podemos, así lo han hecho.
En particular, el Gobierno del Partido Popular designó a Miguel Arias Cañete como comisario, decisión que no es comprensible en el marco de su posición como número uno en las listas electorales de su partido. El PSOE, por su parte, y únicamente en respuesta a la presión en “casa”, decidió desvincularse de su familia europea durante la votación de Juncker como presidente de la Comisión Europea. En el caso de Podemos, es más que previsible que en apenas un año cuatro de sus cinco eurodiputados dejen sus responsabilidades europeas para embarcarse en otras aventuras políticas más jugosas a nivel nacional. Señores, ¿así hacemos Europa? ¿Así de en serio nos lo tomamos?
Pero es que tampoco las instituciones comunitarias parecen entender la situación: la forma no inclusiva en que se ha llevado a cabo la toma de decisiones en los últimos años ha pasado por encima incluso de soberanías nacionales como las de Grecia o Italia —llegando hasta el extremo de sustituirse a primeros ministros—, dando la impresión de que Merkel, Draghi, la Troika o los mercados tienen más que decir en la construcción de Europa que los ciudadanos en general y los jóvenes en particular.
Los ciudadanos, y en especial nuestra generación, asistimos atónitos a un continuo proceso de mayor integración nuevamente top-down, sin explicaciones suficientes sobre por qué se toman ciertas decisiones y sin tener en cuenta que la legitimidad democrática es absolutamente esencial. Así, no resulta extraño que exista tal desafección en el conjunto de la Unión, reflejada en el apoyo a formaciones abiertamente contrarias al proyecto comunitario, como es el caso del UKIP en Reino Unido, por no hablar del Frente Nacional francés.
Durante los años de crisis económica, ni siquiera esta falta de legitimidad mencionada se ha visto sustituida por una mayor eficacia en las medidas tomadas que la justifique. El último y más sangrante ejemplo de ello para los jóvenes europeos es que la UE considera que el escandaloso desempleo juvenil de 28 Estados se puede atajar con 6.000 millones de euros entre 2014 y 2020.
No cabe duda de que será muy difícil revertir la desafección existente. Ello no significa, no obstante, que la juventud no quiera hacerlo. Sin duda, estaremos dispuestos a dejarnos la piel por un proyecto europeo que cuente con la ciudadanía y escuche de verdad a los jóvenes; una Unión que avance en la integración, pero no a costa del ninguneo de las soberanías nacionales, regionales o locales —apliquemos de manera efectiva el principio de subsidiariedad, que para algo existe—; una Unión que no ceda a populismos que quieran evitar la libre circulación de personas y que, muy al contrario, fomente las condiciones necesarias para una movilidad laboral real como sucede en Estados Unidos.
Logros como Schengen, la moneda única o el programa Erasmus son absolutamente irrenunciables, como lo son igualmente la eliminación definitiva del roaming o una profundización del Mercado Interior de la UE. Necesitamos de todo esto y de más, de una Europa que importe en el mundo, para lo que es imprescindible dejar de tener miedo a enfrentarse a cuestiones delicadas en materia exterior, como Ucrania y la anexión de Crimea por parte de Rusia, o Siria y la crisis de refugiados.
Sin lugar a dudas, esta es la legislatura en la que la Unión tiene la última oportunidad para recuperar una credibilidad casi perdida. Si quieren que defendamos el proyecto europeo, entiendan el mensaje de estos tiempos de una vez por todas: todo ha cambiado y queremos participar. Déjennos hacerlo. Tengan en cuenta que el futuro es nuestro. Europeísmo sí, pero crítico.
Salvador Llaudes (@sllaudes) es ayudante de investigación del Real Instituto Elcano y Vicente Rodrigo (@_VRodrigo) es especialista en asuntos públicos y comunicación política. Firman esta tribuna junto al resto de integrantes del grupo Con Copia a Europa www.cceuropa.net (@CCEuropa)