(*) Publicado el 14/7/2014 en Expansión.
Hubo acuerdo en la maratoniana cumbre de la zona euro que terminó ayer a primera hora de la mañana. Debemos apresurarnos a sentir alivio (la alegría sería un concepto excesivo) pues, al fin y al cabo, hay mucha experiencia acumulada desde 2010 sobre lo efímeros que resultan estos desenlaces supuestamente satisfactorios y definitivos de la crisis griega. Hemos aprendido a intuir que, apenas superado un hito que parecía trascendental, nos espera pronto otro escollo.
De hecho, ni siquiera se puede cantar victoria sobre este arreglo concreto hasta mitad de semana, porque las conclusiones incluyen como precondición una cláusula de “reconstrucción de la confianza” que requiere varias medidas legislativas exprés a adoptar por Grecia para mañana miércoles o un código de procedimiento civil en el plazo de diez días (¡!). Y, por supuesto, una vez confirmada esa primera muestra de que el Gobierno de Syriza se lo toma en serio, comenzará la redacción del memorando para un tercer programa de rescate con los consiguientes duros debates internos de ratificación.
Incluso si todos esos pasos se dieran ahora rápido, a muchos les parece inevitable dar por descontado que más pronto que tarde se desencadenará otro episodio crítico (por ejemplo, unas nuevas elecciones anticipadas en Grecia, que prácticamente se dan por seguras para otoño). En fin, la historia interminable que nos acompaña ya más de seis años. Y, sin embargo, francamente, esta vez ha sido diferente. Una encrucijada realmente dramática si se piensa que el Eurogrupo del sábado-domingo y la cumbre del domingo-lunes tenían como único y sobrecogedor punto del orden del día la posible mutilación de la unión monetaria.
Los líderes de las instituciones y de los 19 Estados que comparten el euro estuvieron asomados durante todo el fin de semana al abismo del Grexit y no les debió gustar nada lo que vieron al fondo. Por eso, aunque los acreedores aseguraban que ellos habían adquirido durante este tiempo buenos paracaídas, y aunque algunos cantos de sirena irresponsables animaban a Tsipras a saltar, todos han preferido dar un paso atrás… y el primer ministro griego, dos o tres. Ahora, asumiendo que el desenlace no se frustre precipitadamente (por una improbable rebelión en Atenas o en Berlín), se pueden sacar extraer algunas conclusiones generales para el futuro de la moneda común, y otras concretas sobre Grecia.
Por lo que respecta al funcionamiento de la zona euro, se vuelve a demostrar que, ante la duda por las decisiones traumáticas y el abismo de lo desconocido, los jefes de Estado y de Gobierno padecen de un saludable vértigo y prefieren seguir acumulando más capital político sobre la Unión. No obstante, también queda probado que hay límites, y es posible que una mayoría de los ministros de Economía y Finanzas (incluyendo al muy poderoso Wolfgang Schäuble) consideren que el umbral de lo tolerable ya ha sido superado. Otra conclusión interesante es que, pese al vacío jurídico sobre la cuestión, ya se puede predecir cuál puede ser la sanción que se aplique en el futuro a los infractores que persistan en incumplimientos graves o se atrevan a ser rebeldes: una exclusión temporal de cinco años, tal como se recogía en los borradores circulados. Aunque la principal lección que debe extraerse de este paseo por el precipicio es que la UE no puede seguir erosionándose en juegos no cooperativos ni en lamentables ultimátums como los de los últimos meses.
En este momento de extrema fragilidad del proyecto de integración, con desconfianzas crecientes entre las élites y los ciudadanos, y a poco de que arranque en paralelo el debate sobre el Brexit, es cuando paradójicamente resulta más necesario plantear un salto de legitimidad y de reducción de los costes de transacción en forma de unión política. De lo contrario, el euro seguirá desempoderando de forma peligrosa a los países deudores y otorgando a Alemania un liderazgo que no quiere ejercer; salvo que liderar signifique esculpir más reglas en mármol.
Incentivos inéditos
Desde el plano propiamente griego, también hay importantes novedades. Es muy posible que la coalición entre radicales de izquierda y populistas de derecha se fracture o que la contestación social aumente, pero ha emergido un nuevo líder europeísta: el mismísimo Tsipras, que hace diez días reivindicaba la soberanía en la Plaza Syntagma. Los incentivos existentes para empezar a generar una economía competitiva que sostenga el Estado del Bienestar al que aspiren los griegos son inéditos. Desde 2010 para acá, tres partidos de distinto signo (y una interinidad tecnócrata) han tenido que lidiar con duros memorandos y aprender a dejar de ser populistas aceleradamente.
La imposibilidad, por falta de recursos, de continuar con viejas prácticas estatistas y clientelares puede llevar por fin a que todos los actores políticos importantes sean conscientes de que se necesita un proyecto colectivo estable que compartan desde las facciones más razonables de Syriza hasta el conservadurismo moderado que haya en ND (pasando por el minoritario centro liberal y europeísta, que siempre ha existido en Grecia). Si eso ocurre, se premiará con un pequeño caramelo en forma de reestructuración de deuda que puede endulzar la dureza de los demás ajustes. Pero que nadie se emocione. El precipicio sigue cerca y está demostrado que a algunos les atrae mucho.
Ignacio Molina
Investigador principal del Real Instituto Elcano y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid | @_ignaciomolina