(*) Publicado el 25/2/2014 en ABC.
La transición española tuvo entre sus principales objetivos una normalización de la política exterior que permitiera colocar a España «en su sitio», como escribió el diplomático Fernando Morán. Enunciado en los años setenta, este propósito se alcanzó plenamente en los ochenta y noventa, gracias al ingreso de España en la OTAN y la hoy Unión Europea, a la rectificación de una relación excesivamente asimétrica con Estados Unidos, al diseño de un ambicioso proyecto iberoamericano y una nueva relación con el Magreb, y a decisiones de gran calado simbólico como la apertura de relaciones diplomáticas con México e Israel. España y el mundo han experimentado grandes cambios desde entonces. La globalización ha conocido una aceleración vertiginosa desde el cambio de siglo, y España atraviesa desde 2008 la crisis económica más grave de su historia contemporánea. Por otro lado, en las Cortes se está debatiendo actualmente una Ley de la Acción y del Servicio Exterior del Estado que contempla, entre otras novedades, la elaboración oficial de una Estrategia de Acción Exterior.
Estos son algunos de los motivos que llevaron al Real Instituto Elcano a elaborar un informe, presentado ayer mismo, que pretende contribuir a la renovación estratégica de la política exterior española. Se trata de un ejercicio ambicioso, que ha contado con la colaboración de cerca de doscientos expertos académicos, políticos de diversos partidos, altos funcionarios y representantes de la sociedad civil. Otros países de nuestro entorno con mayor cultura estratégica venían realizando este ejercicio de forma habitual, como esperamos que ocurra en España a partir de ahora.
Nuestro punto de partida son precisamente las enormes transformaciones alimentadas por el proceso de globalización, y la constatación de que el futuro de España se decidirá en mucha mayor medida fuera que dentro de nuestras fronteras. El tono del informe no es autocomplaciente, pues reconoce las debilidades que tiene España a la hora de enfrentarse a un entorno crecientemente complejo. Pero también subraya que nuestro país es una potencia media con presencia global, que tiene grandes fortalezas geopolíticas y un nada desdeñable poder blando, derivado en buena medida de su lengua y cultura.
Nuestra conclusión principal es que debemos impulsar un cambio de paradigma a la hora de entender la política exterior, para que deje de considerarse una política pública más y se convierta en uno de los grandes ejes vertebradores de la acción del Estado, que cuente además con la participación y el apoyo activo de las empresas, las organizaciones de la sociedad civil y el conjunto de los ciudadanos. Se trata, en suma, de vincular de forma mucho más estrecha y articulada el ámbito interior con el exterior, o como reza el subtítulo del trabajo, de conectar mejor el proyecto colectivo de país con el mundo globalizado. También se aboga por situar a los ciudadanos en el centro de la acción exterior, ayudándoles a aprovechar al máximo las oportunidades que ofrece la globalización, a la vez que se les protege de algunas de las amenazas que en ocasiones esta conlleva.
El informe identifica seis grandes objetivos estratégicos; tres de ellos (democracia, seguridad, competitividad y talento) se deducen de las necesidades del propio proyecto-país español, mientras que los otros tres se proyectan hacia el exterior (integración europea, responsabilidad internacional e influencia global). Este enfoque conceptual permite identificar con mayor claridad los valores e intereses de los españoles, que son también los que España puede y debe proyectar en el mundo. En este ámbito apostamos por un europeísmo inteligente, que defiende la profundización del modelo actual en sentido «federalizante», pero sin olvidar que algunas políticas decisivas, como la promoción del español, deben seguir impulsándose desde el ámbito nacional.
Aunque España puede aspirar a una mayor presencia global, la política exterior deberá priorizar mejor sus ámbitos geográficos de actuación. Como ya se ha dicho, Europa es nuestro espacio prioritario, y abogamos por fortalecer nuestras relaciones con los otros cinco grandes estados de la UE, sin olvidar a Portugal. Asimismo, debemos seguir apoyando la aproximación a Europa de Turquía y de los Balcanes occidentales. La política exterior española también debería «pivotar» hacia el Sur, concentrando sus esfuerzos en el Magreb (facilitando un acuerdo entre Marruecos y Argelia sobre el Sahara, cuya independencia no es viable ni deseable), y también en el Sahel, donde se acumulan buena parte de las amenazas a nuestra seguridad (migraciones incontroladas, narcotráfico, y terrorismo yihadista). El África subsahariana, sobre todo su franja occidental, ofrece grandes posibilidades, por lo que también debería formar parte de una política exterior más estratégica, fomentándose su incorporación a un espacio atlántico con cuatro orillas. En América Latina parece aconsejable impulsar un bilateralismo diferenciado, con especial énfasis en los estados más estables y previsibles, como los que conforman la Alianza del Pacífico, además de Brasil y Argentina. También abogamos por una relación más estrecha con EE.UU., a lo que contribuirá decisivamente el futuro Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversión (TTIP), sin subestimar la contribución de nuestras bases al escudo antimisiles de la OTAN. Por motivos obvios, España también debe prestar una atención prioritaria a la región de Asia-Pacífico, donde tradicionalmente ha tenido una presencia escasa, utilizando sobre todo sus recursos de poder blando.
Esta ambiciosa agenda requiere los medios e instrumentos adecuados. España tiene 117 embajadas bilaterales, 10 multilaterales y 92 consulados, pero su ubicación geográfica no siempre refleja las prioridades de nuestra acción exterior: sorprendentemente, solo en Francia hay más consulados españoles que en toda Asia-Pacífico. Pero no basta contar con un buen servicio exterior, correctamente desplegado. El sistema actual también adolece de serias carencias de planificación, coordinación, evaluación y rendición de cuentas, que deberán corregirse. Para enfrentarse a estos retos con éxito se requiere un ingrediente clave adicional: el consenso. Como hemos constatado, antes o después los bandazos y las improvisaciones acaban pasando factura. Un país serio, que aspire a desarrollar una acción exterior ambiciosa, previsible y estable, solo podrá lograrlo si es capaz de alcanzar antes un gran acuerdo nacional al respecto.
Charles Powell es director del Real Instituto Elcano | @CharlesTPowell