(*) Publicado el 30/6/2015 en Expansión.
Al final la cuerda se ha tensado tanto que las negociaciones se han roto. Ha habido errores de cálculo tanto por parte del Gobierno griego como de los acreedores (antes llamados socios). Los primeros pensaron que la Troika acabaría por asumir algunos de sus errores de los últimos años y, ante la amenaza de Grexit, ofrecerían cierta reestructuración de la deuda para no seguir echando dinero en un pozo sin fondo. Los segundos, encabezados por Alemania, pensaron que el Gobierno griego acabaría plegándose a sus ofertas, que eran algo más suaves que las iniciales pero que no contemplaban reestructuraciones de deuda, para evitar el default, el corralito y el salto al vacío que supondría volver al dracma. Pero, al final, nadie frenó a tiempo en este “juego del gallina”.
Tsipras rompió la baraja al convocar un referéndum para el próximo domingo sobre la última propuesta de la Troika, y esta acción unilateral fue interpretada por el Eurogrupo como un instrumento de presión inaceptable y desleal. Optó entonces por no extender el programa de rescate más allá del martes 30 de junio, lo que implica que Grecia no tendrá fondos para pagar al FMI los 1.500 millones de euros que le debe. Se desató entonces un pánico bancario en Grecia, que llevó al Gobierno a establecer controles de capital y un corralito hasta la celebración del referéndum. Como resultado, Grexit es ahora más probable que la semana pasada, aunque todavía es evitable.
Aunque no tendríamos por qué haber llegado a esta situación, lo cierto es que dejar que los griegos voten en referéndum es una buena idea. Como explica Dani Rodrik, mientras no construyamos los Estados Unidos de Europa, habrá una tensión irresoluble entre la soberanía nacional y la pertenencia al euro. Dadas las penurias que están pasando desde hace años los ciudadanos griegos, y a pesar de que en su mayor parte sus gobernantes y élites económicas sean los principales responsables de las mismas, en la medida en la que Grecia es una democracia (y, de hecho, es la cuna de la democracia), está bien que sus ciudadanos puedan decir si aceptan o no el acuerdo con la Troika.
Lo que tienen que tener claro es que el “no” implica la salida del euro, con todo lo que ello conlleva en términos de apocalipsis financiero y agudísima recesión. Hubiera sido mejor que el referéndum, que ya se intentó en noviembre de 2011 y que no fue aceptado entonces por los líderes europeos (lo que llevó a la dimisión de Papandreu y al establecimiento del gobierno tecnocrático de Papademos), se hubiera producido hace unos meses, y no en el último momento de la negociación o, lo que es peor, como táctica negociadora. Pero ahora que con casi toda seguridad se va a producir –hay algunas dudas tanto sobre su constitucionalidad como sobre su logística que muy probablemente se solventen– debería servir para aclarar qué quieren los griegos.
En realidad, del voto del domingo sólo nos separa que el BCE no fuerce la quiebra del sistema financiero griego retirando la ayuda de liquidez de emergencia si el impago al FMI se produce, algo que probablemente no hará para que nadie pueda acusarlo de interferir en un proceso político que va mucho más allá de sus competencias.
Por lo tanto, en la medida en que no se produzca un acuerdo sorpresa en los próximos días, nos toca cruzar los dedos hasta el domingo y ver qué votan los griegos (y a qué pregunta). Mientras tanto las bolsas y el euro seguirán cayendo y las primas de riesgo de la periferia subiendo, aunque no con demasiada intensidad.
Dos opciones
A partir del lunes 6 de julio se abren dos escenarios. Si ganara el “sí” se reabrirían las negociaciones y se acordaría un tercer rescate con unas condiciones similares a las de la última propuesta de la Troika. Además, probablemente el Gobierno de Syriza tendría que dimitir, ya que, como apoyará el no, su posición para implementar el acuerdo ante los acreedores se vería muy tocada, y su legitimidad ante la ciudadanía griega también.
Tsipras dejaría el gobierno sin haber tenido que renunciar a sus principios y dejando a otros la carga de la negociación. Habría que formar un ejecutivo de unidad nacional o convocar elecciones anticipadas (que podría volver a ganar Syriza), y seguramente habría un acuerdo antes del 20 de julio, fecha en la que Grecia necesita 3.500 millones de euros para pagarle al BCE. La calma volvería a los mercados y el problema griego seguiría con nosotros muchos años, pero ya con menos probabilidad de Grexit.
El segundo escenario, el que nadie quiere contemplar en Bruselas, y el menos probable a día de hoy según las encuestas relámpago que se han hecho el fin de semana, es el de una victoria del no que abriría la puerta al Grexit. En esta situación, Syriza seguiría gobernando y, tras el impago al BCE, se cortaría la línea de liquidez de emergencia a los bancos griegos, lo que obligaría al Gobierno a emitir una nueva moneda para recapitalizar a sus bancos y pagar salarios y pensiones. Esto, en unos meses, seguramente conduciría a una salida de Grecia del euro. En este escenario, el contagio sería mayor (aunque todavía controlable por el activismo del BCE), y los restantes países del euro harían bien en dar pasos acelerados hacia la unión fiscal y económica para dejar claro que el proceso de integración sigue adelante.
Federico Steinberg es investigador principal del Real Instituto Elcano y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid | @Steinbergf