(*) Publicado el 19/11/2014 en Elmundo.es.
Desde su gestación, la Unión Europea ha sido un animal político no identificado. El Tratado de Roma de 1957 y sus subsiguientes actualizaciones hablan de una “unión cada vez más estrecha” (‘ever closer union’) entre los países que la conforman. Esta imprecisa expresión plasma las ansias del continente de avanzar gradualmente hacia un objetivo no definido, que logre desterrar para siempre los conflictos bélicos del espacio europeo al tiempo que se garantizan la libertad, la seguridad y la prosperidad de sus ciudadanos.
Sin embargo, dadas las distintas idiosincrasias nacionales, desde los años 90 se viene admitiendo que el proceso de integración podría no ser simétrico ni homogéneo, y de ahí la creación del concepto de una “Europa a múltiples velocidades”, plasmada tanto en la existencia de opt-outs para algunos Estados en algunas políticas como de instrumentos para la cooperación reforzada, que permiten a los países que así lo desean avanzar más rápidamente en la integración.
La crisis de la deuda que comenzó en 2009 ha obligado a acelerar la integración económica y política en la zona euro. Conscientes de que la deficiente arquitectura institucional de la moneda única ponía en duda la viabilidad del proyecto monetario, así como de la propia Unión Europea, los países del euro han profundizado su integración fiscal y bancaria, haciendo mucho más evidentes las divisiones entre ins y outs, es decir, entre los países que pertenecen a la eurozona y los demás.
Es necesario señalar que los Tratados son meridianamente claros: únicamente el Reino Unido y Dinamarca, tienen la posibilidad, si lo estiman conveniente, de mantenerse fuera del euro. El resto de estados miembros, actualmente 8 países de los 28 que conforman la Unión, tendrán que acabar uniéndose (aunque algunos sean renuentes, como Suecia) al grupo de la moneda única. Eso sí, no podrán hacerlo hasta que cumplan los criterios de convergencia fijados en Maastricht, como han hecho recientemente Letonia o Lituania (que adoptará el euro en enero de 2015).
Esto supone que, si el euro sobrevive (y cada vez hay más motivos para pensar que lo hará), países como Polonia, Hungría o Bulgaria, por mencionar algunos, tendrán que adoptar la moneda única en el futuro, del mismo modo que no pueden mantenerse dentro de la Unión y rechazar la Política Agrícola Común.
Sin embargo, el concepto de ‘ever closer union’ parece ya no estar garantizado, debido fundamentalmente a la posición del Reino Unido. David Cameron dice querer reformar la Unión y repatriar algunas competencias que cedió a Bruselas sin molestar al resto, pero su actitud en realidad revela una intención de viajar en una dirección distinta. Estaríamos pasando, por tanto, de la “Europa a múltiples velocidades”, que es un equilibrio difícil pero sostenible, a una “Unión con dos destinos distintos”, en la que algunos países (entre los que también se incluyen Hungría, los países escandinavos u Holanda) preferirían pararse en una estación, mientras que la mayoría seguiría hasta el final del trayecto.
Es cierto que los británicos nunca creyeron en la construcción de unos “Estados Unidos de Europa”, y que su ingreso en la Unión en 1973 sólo se produjo por interés económico, al ver cómo su propio proyecto de integración comercial, la EFTA, no lograba los mismos resultados que la Comunidad Europea. También es cierto que los niveles de europeísmo nunca han sido muy altos en el Reino Unido y que existe una arraigada desconfianza ciudadana hacia las instituciones comunitarias.
No obstante, hoy la situación es más compleja que nunca. Desde que Cameron se convirtiera en primer ministro, se han sucedido una serie de acontecimientos que demuestran el interés británico por alejarse lo más posible de quienes apuestan por una mayor integración. Así, ya en 2009, Cameron hizo que los ‘tories’ abandonasen el Partido Popular Europeo.
Si no lo hubiera hecho, tal vez habrían podido bloquear la elección de Juncker como Presidente de la Comisión y no hubiéramos asistido al lamentable espectáculo del verano pasado, en el que el líder tory y medios afines británicos atacaron sistemáticamente al nuevo Presidente de la Comisión y negaron la validez del proceso del spitzenkandidaten, por el que las principales familias europeas intentaban colocar los primeros cimientos de la Unión Política al plantear un proceso por el que los ciudadanos europeos votaban indirectamente al líder del ejecutivo comunitario.
Pero no ha sido éste el único episodio turbulento. Con su negativa a firmar el Pacto Fiscal en diciembre de 2011, Cameron forzó que éste tuviese que adoptarse por vía intergubernamental, y también se opuso a que el Reino Unido formara parte de la Unión Bancaria, el proyecto más ambicioso de la integración europea desde la creación del euro.
Más recientemente, y con el objetivo de ganarle en su terreno al partido radical UKIP que propugna la salida del Reino Unido de la Unión, se está produciendo la queja sistemática de los conservadores británicos contra la inmigración, aunque los recientes datos del Centre for Research and Analysis of Migration de la University College London demuestren que la llegada de inmigrantes ha sido positiva (el saldo es de +25 millones de euros entre lo que han dejado en las arcas británicas y lo que han recibido por prestaciones sociales).
En este sentido, la canciller Merkel ha señalado que la libre circulación de personas es una línea roja y que no aceptará restricciones, como se había sugerido desde Londres. Las polémicas más recientes han surgido por los más de 2.000 millones de euros que el Reino Unido debe abonar a las arcas europeas por al buen comportamiento de su economía en los últimos tiempos y por la negativa británica a financiar rescates de inmigrantes en el Mediterráneo.
Cameron anunció ya en 2013 que, en caso de ser reelegido, convocará un referéndum para 2017 en el que se decidirá la permanencia o no del Reino Unido en la Unión Europea. El Primer Ministro dice que buscará negociar con la Unión un nuevo status para su país y que, si lo consigue, hará campaña a favor de la permanencia. Pero, por el momento, no ha especificado si pretende acercarse al modelo noruego, suizo, turco, o a uno diferente.
Y tampoco se sabe cuál sería la respuesta de Bruselas ante el órdago de Londres, aunque llegado ese caso la Unión haría bien en negociar, ya que la salida del Reino Unido le supondría un duro golpe, si bien resultaría todavía más letal para la City de Londres.
En todo caso, los británicos parecen querer dejar claro que la idea de una ‘ever closer union’ es historia, al menos para ellos. La Europa Continental mira con preocupación al otro lado del Canal, intentando vislumbrar si todavía queda algún resquicio de ese Reino Unido que existió en el pasado, que negociaba duramente en Bruselas pero que era un socio fiable que aportaba importantes valores a la Unión. Por el momento, cada vez queda menos rastro de él.
Federico Steinberg es investigador principal de Economía Internacional del Real Instituto Elcano | @Steinbergf
Salvador Llaudes es ayudante de investigación del Real Instituto Elcano | @sllaudes