(*) Publicado el 29/2/2016 en El Español.
La reunión en Shanghái de este fin de semana de los ministros de finanzas y gobernadores de los bancos centrales de los países del G-20 era para muchos una buena prueba para determinar la efectividad de este foro. El contexto era propicio para un examen. La situación de la economía mundial no es tan dramática como a finales de 2008 después de la quiebra de Lehman Brothers, pero estamos en el peor momento desde aquella recesión global.
El 2015 ha sido el peor año de crecimiento desde el 2009 y el 2016 se prevé todavía peor; el comercio mundial se está ralentizando; China está demostrando que cambiar el modelo productivo de la segunda economía mundial es una empresa necesaria, pero temeraria; la bajada de los precios de las materias primas, sobre todo las energéticas, está poniendo en serias dificultades a muchos países productores; la volatilidad de los mercados de valores y los flujos de capitales indica mucha incertidumbre y el fantasma de una nueva recesión mundial está en el aire.
Ante este escenario, tanto el FMI como la OCDE (las dos instituciones internacionales más influyentes en materia económica y financiera) prepararon el terreno para que los miembros del G-20 llegasen a acuerdos concretos. Ambas indicaron en sus informes previos a la reunión que la coyuntura era preocupante y que por lo tanto se necesitaba una respuesta multilateral “atrevida, amplia y conjunta” (bold, broad and together), en palabras de Christine Lagarde.
“Se ha vuelto a demostrar que en política monetaria y macroeconómica la cooperación multilateral entre potencias es muy difícil”
Esto llevó a algunos inversores internacionales (los más optimistas o ingenuos) a pensar que quizás esta vez el G-20 iba a sorprender y presentar una batería de medidas concretas para revertir la tendencia bajista actual. Se hablaba de un posible nuevo estímulo fiscal global coordinado. De un nuevo acuerdo Plaza como el del año 1985 para mitigar la apreciación del dólar y coordinar mejor los tipos de cambio. Incluso algunos (los más idealistas) creían que se podría llegar a acuerdos para establecer un marco internacional para la restructuración de la deuda soberana o gestionar los flujos de capitales.
Nada de esto ha sucedido. La reunión del G20 de Shanghái ha vuelto a demostrar que en política monetaria y macroeconómica la historia nos dice que, salvo el período de Bretton Woods después de la Segunda Guerra Mundial y hasta principios de los años 70, la coordinación, y ya no digamos la cooperación multilateral, entre las grandes potencias es muy difícil. El comunicado final así lo demuestra.
El ámbito de las finanzas no es como el del comercio, donde en líneas generales hay un consenso sobre que el libre comercio es positivo (aunque siempre hay ganadores y perdedores). En el ámbito de las finanzas y la macroeconomía, en cambio, las posiciones son muy variadas. Hay países que prefieren tipos de cambio fijos, otros flotantes. Unos quieren controlar los flujos de capitales, sobre todo si son altamente especulativos, otros piensan que el capital tiene que ser libre para encontrar rentabilidad donde la hay. Algunos priorizan el crecimiento y la lucha contra el desempleo, otros la libre competencia y la estabilidad de precios. Unos piensan que el estancamiento de la economía mundial se debe a la falta de demanda, otros creen que hay que mejorar la oferta.
Estas diferencias han quedado patentes (y ya empieza a cansar) este fin de semana. Muchos, los más realistas, dicen que la única función del G-20 es la de ser un foro de encuentro para mantener cierto diálogo y meter presión verbal entre pares. Visto así, el G-20 sería una especie de parley. Y eso ya es un logro. Lo inquietante es que casi siempre el diálogo es de sordos.
“La Eurozona no tiene ningún interés en coordinar tipos de cambio porque el euro está débil”
Alemania sigue insistiendo en que la política monetaria y fiscal ha llegado a su límite y lo que se necesitan son reformas estructurales (sin aclarar de qué reformas estamos hablando). China dice que está reestructurando su economía, pero la verdad es que acaba de anunciar que va a aumentar su déficit del 2.3% al 3%. O sea, más Keynes a la vista. Japón ha llegado modosita explicando que la introducción de tipos de interés negativos no es una estrategia para devaluar el yen, pero muchos creen que si esto no funciona el siguiente paso es intervenir en el tipo de cambio (y eso que el comunicado del G20 critica este tipo de acciones).
La Eurozona se jacta de ser la región más multilateral, pero cuando se propone coordinar tipos de cambio no tiene ningún interés porque el euro está débil y eso es lo que nos interesa. El Reino Unido, por su parte, va a lo suyo. Su único objetivo en Shanghái fue incluir el tema del Brexit en el comunicado final para ganar el referéndum. Finalmente, los EEUU piden que los otros estimulen la demanda porque su población ya no puede ser el consumidor de última instancia como antes de la crisis. Incluso el líder del grupo reconoce sus limitaciones.
En resumen, que el G20 ha fallado de nuevo el examen. Habrá que esperar a la convocatoria de julio. El comunicado final nos remite a ella en múltiples ocasiones. Y así lo lleva haciendo desde el G20 de 2009 en Londres, la última vez que se actuó de manera “atrevida, amplia y conjunta”.
Miguel Otero Iglesias
Investigador principal de Economía Política Internacional del Real Instituto Elcano | @miotei