Publicado el 15/1/2016 en Ahora.
Hace poco un alto funcionario del Servicio de Acción Exterior de la Unión Europea me explicaba que en la unidad de Asia estaban releyendo los escritos de Nicolás Maquiavelo, el pensador y asesor político florentino de principios del siglo XVI y para muchos el padre de la ciencia política. Me aseguró además que el objetivo no era ser más maquiavélicos sino entender mejor los desafíos a los que se enfrenta hoy el viejo continente sacando ciertas lecciones históricas de los Discursos de Maquiavelo, una obra mucho menos conocida que El Príncipe.
En sus Discursos Maquiavelo se lamenta de que las ciudades-estado del norte de Italia son increíblemente prósperas, con una gran tradición cultural y comercial, pero su división “hace que sean presa de cualquiera que quiera conquistar esta tierra”, en clara referencia a los reinos de Francia, España e Inglaterra que a partir de 1494 participaron como potencias exteriores en las Guerras Italianas. En pleno conflicto, Maquiavelo se da cuenta de que el tamaño importa. Siguiendo sus principios republicanos, Florencia, Milán y Venecia podrían estar mejor gobernadas y conceder más libertad a sus sujetos que los reinos absolutistas de Francia y España, pero en la guerra la dimensión y movilización de recursos y hombres de estos últimos decantaban la balanza.
“La Unión Europea en la actualidad se parece mucho a las ciudades-estado italianas de finales del siglo XV.”
En plena era de la globalización, la UE se parece mucho a las ciudades-estado italianas de finales del siglo XV. Hay ciertos paralelos históricos. La paz conseguida en 1945 después de la Segunda Guerra Mundial se podría comparar con la Paz de Lodi de 1454, cuando Milán, Nápoles y Florencia dejaron de guerrear y se convirtieron paulatinamente en potencias regionales. De la misma manera, la UE ha conseguido unir a estados que durante siglos estuvieron en guerra en un club regional de 28 países con una renta per cápita media envidiable. Sin embargo, al igual que Florencia y Milán en el siglo XVI, “cada uno de sus miembros es distinto, y tiene su propia capital, lo que dificulta las consultas y la toma de decisiones”.
En definitiva, al igual que en la época de Maquiavelo las pequeñas ciudades-estado italianas, aunque intentasen coordinarse entre ellas, no podían competir con los grandes reinos monárquicos (que pronto se convertirían en estados-nación imperiales) como Francia, España e Inglaterra, de la misma manera hoy a la UE, con su organización confederal, le cuesta mucho competir con las economías de tamaño continental y alta centralización política como pueden ser EEUU y China, y en menor medida Brasil y la India. Como apuntaba Maquiavelo, cualquier liga de países “está gobernada por un consejo [en el caso de la UE es el Consejo Europeo], lo que hace que su toma de decisiones sea lógicamente más lenta que la de aquellos que pertenecen a un mismo círculo”, es decir, a una única unidad política.
La realidad es que por culpa de sus divisiones internas la UE y sus estados miembros son incapaces de afrontar los grandes desafíos de la globalización. Esto se observa en todos los ámbitos. En lo económico, la respuesta a la crisis financiera global iniciada con la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008 fue lenta y vacilante. Pekín, en cambio, tardó menos de dos meses en lanzar un paquete de estímulo de 4 billones de yuanes (600.000 millones de dólares, cerca del 15% del PIB) para salvar la economía china, mientras que en EEUU Bush aprobó 700.000 millones para rescatar la banca y Obama 800.000 millones para hacer lo mismo con el resto de la economía sin muchos titubeos. Es significativo que EEUU tardara menos de un año en limpiar las cuentas y recapitalizar sus bancos, mientras que en Europa la misma tarea ha durado cinco años. Entre otras cosas porque la unión monetaria carecía de una unión bancaria.
Un club de amigos ricos
Mientras en lo económico la vulnerabilidad de la UE, y de la zona euro en concreto, ha quedado en evidencia por el hecho de que la posible salida de Grecia, que representa tan solo el 1,3% del PIB de la Unión, amenazara con resquebrajar el proyecto de integración europea en su totalidad —no nos olvidemos de las palabras de la Canciller Angela Merkel: “Si el euro se hunde, se hunde Europa” —, en el ámbito de la seguridad y defensa la UE está todavía más indefensa. Los documentos filtrados por Edward Snowden demuestran que Europa (incluida la gran Francia, miembro permanente del Consejo de Seguridad) depende de los servicios de inteligencia de EEUU para su defensa.
Esto que durante décadas era un secreto a voces entre la comunidad de expertos, ahora simplemente ha salido a la luz pública. Es por eso que los líderes europeos como Merkel y Hollande han condenado las escuchas, pero lo han hecho con la boca pequeña para no enfadar al país garante de su seguridad. La debilidad estratégica, diplomática y militar de la UE es tal que los servicios secretos estadounidenses tenían micrófonos incluso en el edificio donde se reúne el Consejo Europeo. El ridículo no puede ser mayor.
La falta de un servicio de inteligencia y un ejército europeos hace que la UE parezca un club de amigos ricos que ha dejado su seguridad en manos del primo americano. La invasión de Crimea por Rusia (por cierto, la primera vez que se han movido las fronteras en el viejo continente desde la Segunda Guerra Mundial) lo demuestra claramente. Si Putin, presidente de una economía continental que aunque esté en declive tiene amplios recursos naturales, humanos y militares, decidiese avanzar con sus blindados hacia Polonia, nadie en Europa tendría la voluntad ni la capacidad de mandar soldados al frente. No es de extrañar que los países del centro y este de Europa cuiden mucho sus relaciones con Washington. Su existencia depende de ello.
La incompetencia europea en defensa y seguridad ha quedado patente en la guerra de Libia, en la que los cazas de Francia y Reino Unido se quedaron sin proyectiles después de unas semanas, y en los últimos atentados terroristas en París, al descubrirse que la coordinación en materia de inteligencia entre Francia y Bélgica (dos países vecinos que comparten la misma moneda) era totalmente inexistente. La falta de unión y efectividad se demuestra en que la UE no tiene una estrategia para el drama de Oriente Medio y ni siquiera la capacidad de distribuir los refugiados que escapan de esa región. En 2015 entraron un millón y medio de refugiados en la Unión. El Consejo acordó que se repartirían 120.000. Por ahora solo se han reubicado 266. También en lo social la UE está dividida.
Pero quizás donde más se nota que los países europeos de hoy son las ciudades-estado de la época de Maquiavelo es en la relación con China. Al igual que el aventurero veneciano Marco Polo se vio sorprendido por el uso del papel como moneda en la China de la dinastía Song (algo impensable en su Venecia más cosmopolita), durante las últimas décadas muchos europeos pensamos que nuestras economías eran de lo más sofisticado para llegar al Reino del Medio y descubrir que en ciertos ámbitos el avance es mayor allí. Eso mismo, según relata su biógrafo Stefan Kornelius, le ha pasado a Angela Merkel, que en sus 10 años de regencia ha visto cómo la economía china no ha parado de modernizarse, mientras que Europa ha ido de crisis en crisis. Basta hablar con los corresponsales de los medios españoles en Pekín para darse cuenta de que el salario medio del trabajador europeo se ha estancado mientras que el del chino no ha parado de subir.
El ‘sorpasso’ de China
Durante mucho tiempo los europeos han mirado por encima del hombro a los chinos. Les daban lecciones de cómo modernizarse económicamente y democratizarse políticamente. Esto ha cambiado desde la crisis del euro. La relación sigue siendo asimétrica, pero ahora se decanta a favor de China gracias a las divisiones europeas. Todos quieren conseguir negocios en China y que el capital chino venga a su país. Lógicamente, Pekín es muy hábil a la hora de explotar esta competencia entre los europeos. La unión hace la fuerza, y los chinos están muy unidos, mientras que los europeos no lo están. Esto penaliza a la hora de negociar y ejercer presión política. Poco a poco los países europeos están abriendo sus mercados al capital chino, mientras que el mercado chino todavía está muy cerrado al capital y los productos europeos.
“Entre las 20 mayores empresas de internet hay 13 estadounidenses y 5 chinas. No hay ni una sola europea.”
El poder chino emana del tamaño continental de su mercado. Frente a la fragmentación del mercado único europeo, sobre todo en servicios, la enorme escala de la economía china y su hermetismo son una gran ventaja para Pekín. Esto se ve reflejado en la nueva economía. Entre las 20 mayores empresas de internet hay 13 estadounidenses y 5 chinas. No hay ni una sola europea. El tener 1.300 millones de habitantes que puedan comunicarse en una misma lengua, sobre todo por escrito, es una gran ventaja. Es por eso que surgen gigantes como Alibaba, la plataforma de comercio online, o el buscador Baidu. En China hay ahora mismo una explosión de start ups relacionadas con internet y las nuevas tecnologías. En Europa, en cambio, la fragmentación en la regulación, las diferentes lenguas y el miedo al riesgo son obstáculos para el emprendimiento y la innovación.
La dispersión europea
El tamaño importa, y mucho. Incluso Alemania, el país europeo que más se ha beneficiado del mayor poder de consumo de China, se está dando cuenta de que sola no puede lidiar con el gigante asiático. Necesita toda la fuerza de la Unión para no ser zarandeada por Pekín. Lo lamentable es que este proceso de coordinación de la política exterior europea frente al desafío chino solo acaba de empezar. Para muestra, un botón. No hace mucho el Banco Central Europeo, quizás la institución europea con más recursos humanos y técnicos y mayor reputación internacional, convocó la primera reunión de expertos en China del eurosistema de bancos centrales. Es decir, hasta hace muy poco, como en las ciudades-estado italianas, cada capital se guardaba su información y no la compartía. Lógico que China y EEUU nos saquen ventaja: nuestro conocimiento está fragmentado y disperso, mientras que el suyo está centralizado.
El problema no se queda ahí. Nuestro conocimiento no está solo fragmentado geográficamente, también lo está por áreas del saber. En las administraciones europeas, tanto en las capitales como en Bruselas, rara vez los expertos en política exterior se juntan con los expertos en economía. Esta división ya viene de las universidades, donde los alumnos de políticas y económicas pocas veces se relacionan. Esto es muy diferente en EE.UU. y Reino Unido, donde proliferan los grados y másteres con una formación más multidisciplinar y holística como es la economía política internacional. Siempre se ha dicho que los países que no estudian la economía política internacional no tienen poder en el mundo. Debe ser cierto, porque en Europa solo lo hacen Reino Unido y Alemania mientras que en China empieza a haber gran interés. El caso es que, en EEUU, en el Pentágono y en el Tesoro hay muchos politólogos y en el Departamento de Estado no faltan economistas. Eso no suele pasar en Europa. Quizás es por eso que aquí nos falta una visión estratégica del mundo.
Resumiendo, no nos llevemos a engaño. Muchas veces pensamos que Europa es un continente sofisticado. Culturalmente eso sigue siendo cierto, pero económicamente la falta de dinamismo es evidente. El tamaño importa y en la era de la globalización va a ser cada vez más difícil poder competir con economías continentales. En muchos casos Europa se parece más a una región en vías de desarrollo. Su fragmentación política, económica, militar y en el conocimiento así lo atestiguan. ¿Quiere esto decir que el declive es irremediable? No necesariamente. La historia de Italia nos demuestra que al final la unión entre las ciudades-estado fue posible y que 500 años más tarde Italia sigue siendo una de las sociedades más ricas del mundo, pese a su estancamiento. Si algo saben las sociedades europeas es manejar su declive. Eso sí, para ello han tenido que adaptarse a los tiempos y superar parroquialismos absurdos. Esperemos que esta lección de Maquiavelo no se nos olvide.
Miguel Otero Iglesias
Investigador de Economía Política Internacional del Real Instituto Elcano | @miotei