(*) Publicado el 14/11/2015 en El País.
Lo ocurrido en París es la hasta ahora más mortífera expresión de la insólita y creciente amenaza que el terrorismo yihadista supone en la actualidad para Francia. Antes de entrar en algunos elementos de sus dimensiones externas e internas, conviene subrayar que los antecedentes de semejante desafío a la seguridad pública y a la cohesión social, aunque acentuado en los últimos cuatro años, se remontan a hace más dos décadas.
En 1994, un sirio naturalizado español y que estaba fundando una célula de al-Qaeda en nuestro país, Mustafa Setmarian, próximo a los líderes de la organización yihadista argelina Grupo Islámico Armado (GIA), les aconsejó “golpear en lo profundo de Francia”. Lo intentaron en diciembre de ese año, cuando miembros del GIA secuestraron en Argel un avión de Air France para estrellarlo en París. Las fuerzas policiales francesas frustraron sus planes durante una escala en Marsella.
Fue en julio de 1995 cuando el consejo de Setmarian se hizo realidad. Una bomba estalló en un ramal de la Réseau Express (RER), en París. Murieron ocho personas. Primer atentado yihadista en Europa occidental y contra trenes de cercanías. En diciembre de 2000 se desbarató otro gran atentado que una célula conectada con Abu Zubayda en el núcleo de al-Qaeda iba a perpetrar el día de Nochebuena en el mercado navideño de Estrasburgo.
Al año siguiente, la detención de Djamel Beghal, el más importante miembro de al-Qaeda en Francia, imposibilitó durante la segunda mitad de 2001 una serie de atentados en París. Tras el 11-S, buena parte de las estructuras del hoy desaparecido Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM) se instalaron en Francia. No es casualidad que fuesen desmanteladas poco más de tres semanas después del 11-M.
Francia es el blanco preferente de al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y sus organizaciones asociadas en la región. Desde que una intervención militar francesa puso fin en 2013 al condominio yihadista que mantuvieron en el norte de Malí durante casi un año, se han sucedido los juramentos de venganza hacia Francia, que en agosto de 2014 extendió al conjunto del Sahel su misión militar contra el terrorismo con la Operación Barkhane.
Hace algunos días, el máximo dirigente de Ansar al Din, una de esas entidades subordinadas a la rama norteafricana de al-Qaeda, emitió una proclama en la que amenazaba a Francia e instaba a la yihad contra los franceses dentro y fuera del territorio maliense. Meses antes había hecho algo muy parecido un destacado miembro de otra organización afín, llamada Al Morabitún, asimismo activa en la zona.
“El Estado Islámico ha declarado que Francia es una ‘nación de la coalición cruzada contra el Califato’.”
Por su parte, el Estado Islámico, mediante su órgano de propaganda Dabiq, ha declarado que Francia, “nación de la coalición cruzada contra el Califato” (número 10, julio de 2015), está entre los cinco países donde “es muy importante que tengan lugar atentados” (número 4, octubre de 2014) y “los musulmanes continuarán flanqueando a los cruzados en sus propias calles y llevando la guerra a su propio suelo” (número 6, diciembre de 2014).
Para cuando se diseminaron esos documentos ya se había producido en Francia algún acto individual de terrorismo yihadista inspirado por el Estado Islámico. Luego vendrían los letales atentados del pasado enero contra Charlie Hebdo y una tienda de productos kosher en París al igual que incidentes como la decapitación de un empresario cerca de Lyon o la tentativa de atentar en un tren de alta velocidad, antes de ocurrir la masacre del 13 de noviembre.
Entre tanto, la intensidad de los procesos de radicalización yihadista alcanzaba en Francia cotas sin precedentes, sobre todo entre jóvenes, descendientes de inmigrantes musulmanes, afectados por una explosiva combinación de insatisfacción existencial, privación relativa, odio inducido y crisis de identidad. Francia se había convertido, con no menos de 1.550, en el principal país occidental productor de yihadistas extranjeros para el Estado Islámico y el Frente al Nusra.
A lo largo de 2012, año de los atentados de Toulouse y Motauban, se detuvo en Francia a cerca de 90 sospechosos de estar implicados en actividades de terrorismo yihadista. En 2013 fueron unos 145. En 2014 la cifra se aproximaba a los 188. En 2015 los servicios franceses dedicados a prevenir y combatir el terrorismo yihadista, otrora muy eficaces, estaban ya desbordados. Lo ocurrido el viernes no va a ser lo último.
Fernando Reinares
Investigador principal del Real Instituto Elcano, catedrático en la Universidad Rey Juan Carlos y profesor visitante en American University (Washington) | @F_Reinares