(*) Publicado el 13/11/2016 en El País.
Desde que existe la oleada de terrorismo asociada al movimiento de la yihad global —hace algo más de un cuarto de siglo— Europa Occidental ha estado en su punto de mira. Ese polimorfo movimiento tuvo hasta 2013 en su entidad fundacional, es decir, en Al Qaeda, una única matriz de referencia. Ese año surgió, a partir de la que durante casi una década fue rama iraquí de esta última, una matriz alternativa en la urdimbre del yihadismo global que desde junio de 2014 se denomina Estado Islámico.
Al Qaeda, que evolucionó de organización unitaria a descentralizada tras los atentados del 11-S en Nueva York y Washington, dejó su más letal impronta terrorista sobre Europa Occidental el 11 de marzo de 2004 en Madrid, con la masacre en los trenes de cercanías en Atocha. Hubo 191 muertos. Estado Islámico fue capaz de ejecutar hace un año, el 13 de noviembre de 2015 y en París, otra serie concatenada y cruenta de atentados contra blancos igualmente accesibles, en este caso lugares de ocio. Hubo 130 fallecidos.
El 11-M y el 13-N son las peores expresiones de yihadismo ocurridas hasta ahora en Europa occidental. En uno y otro caso, pese a diferencias en la configuración de las tramas que los llevaron a cabo, su planificación remite, respectivamente, a los mandos de operaciones externas de Al Qaeda en Pakistán y de Estado Islámico en Siria. Pero entre los terroristas de Madrid predominaban extranjeros, en particular marroquíes. Entre los de París, franceses y belgas descendientes de inmigrantes magrebíes.
Así continuaba la tendencia a una creciente autoctonía del yihadismo europeo ya detectada con los atentados del 7 de julio de 2005 en Londres. Revela que estamos ante un desafío terrorista derivado tanto de conflictos que se desarrollan en algunos países del mundo islámico como del mal acomodo a nuestras sociedades abiertas de jóvenes con ascendencia cultural o familiar musulmana.
Problema, este último, imputable no sólo a la actuación o ausencia de ella por parte de Gobiernos y sociedades civiles, sino a dinámicas de intencionada autosegregación introducidas dentro de las comunidades musulmanas por dirigentes y congregaciones de orientación salafista o similar.
Estado Islámico muta entre tanto, debido a la crisis del califato en Siria e Irak, incrementándose —temporalmente al menos— su diversificada y compleja amenaza terrorista sobre las naciones europeas. A la que añadir la de una renovada Al Qaeda también con intención y capacidad para atentar en ellas. En especial mediante ramas territoriales u entidades asociadas próximas al subcontinente, donde por cierto miembros Al Qaeda y de Estado Islámico han colaborado entre sí.
Fernando Reinares
Director del Programa de Terrorismo Global del Real Instituto Elcano | @F_Reinares