(*) Publicado el 14/10/2016 en Expansión.
Desde que los votantes británicos apoyaran por un estrecho margen de cuatro puntos la salida del Reino Unido de la Unión Europea el pasado 23 de junio, nos hemos estado moviendo en la incertidumbre. Nadie sabía realmente qué significaba el voto favorable al Brexit y, a pesar de la rápida dimisión del primer ministro David Cameron y de la insistencia por parte de su sucesora Theresa May de que “Brexit means Brexit” (Brexit significa Brexit), sólo ahora empezamos a saber qué es lo que se avecina.
La nueva líder del Partido Conservador británico ha anunciado que el proceso de desconexión (que se llevará adelante tras la activación del artículo 50 del Tratado de la Unión Europea y que durará un máximo de dos años), comenzará en la primavera de 2017, así como que va a optar por un Brexit duro.
Si la prioridad británica es controlar la inmigración, que es lo que parece interpretar May del resultado del referéndum, entonces un divorcio suave con la UE no será viable. Los 27, que ya han tenido dos cumbres sin británicos en Bruselas y en Bratislava, han dejado claro que si Reino Unido quiere seguir en el mercado interior debe respetar sus cuatro libertades (de bienes, servicios, capitales y personas). Esto significa que restringir la inmigración –algo a lo que May no parece querer renunciar– equivaldría a perder acceso al mercado europeo, tanto para sus exportaciones como para sus bancos, que ya no podrán utilizar la City de Londres como plataforma para vender sus servicios en otros países de la UE.
“[Con sus palabras, Theresa May] ha roto con la tradición cosmopolita liberal británica, que ha sido modelo de la sociedad abierta durante décadas”
La líder conservadora, con un discurso populista de derechas que recuerda a los de Le Pen en Francia o Trump en Estados Unidos, ha pronunciado algunas frases lapidarias que han hecho desplomarse a la libra con tal intensidad que la economía británica ha pasado de ser la quinta del mundo, antes de sus declaraciones, a ser la sexta. Entre otras cosas May ha dicho que: “quienes se sienten ciudadanos del mundo, en realidad no son ciudadanos de ninguna parte; no entienden lo que significa ser un ciudadano”. Con estas palabras ha roto con la tradición cosmopolita liberal británica, que ha sido modelo de la sociedad abierta durante décadas y que ha convertido a Londres en un imán para el talento internacional.
May ha afirmado también que las empresas deben dar formación a los jóvenes británicos en paro antes que contratar inmigrantes y que el Banco de Inglaterra debe terminar ya con las políticas expansivas que benefician a quienes tienen activos financieros y empobrecen a quienes no los tienen. Ambas frases han hecho las delicias de los amantes del dirigismo económico nacionalista al tiempo que hacían entrar en pánico a los defensores de la libertad de empresa y de la independencia del Banco Central.
Por último, y esto es lo que más revuelo mediático ha causado, ha sentenciado que instará a todas las empresas británicas a informar a las autoridades de cuántos trabajadores extranjeros tienen contratados. Este ejercicio, además de tener una dudosa legalidad (y que parece que no llegará a producirse), nos retrotrae a la oscura Europa de los años treinta, y manda un mensaje muy claro: los no británicos ya no serán bien recibidos en el Reino Unido y la riqueza del antiguo imperio (o su pobreza futura, según se vea) se repartirá entre los ciudadanos británicos, que sentirán así cómo recuperan la soberanía y el control de su país después de décadas expuestos a las fuerzas del capitalismo global o a la arbitrariedad de los burócratas europeos.
Medidas suicidas
“Un Reino Unido fuera del mercado interior y cerrado para los negocios y las personas no tardará en descapitalizarse”
Todas estas medidas han sido catalogadas de suicidas desde el punto de vista económico. Un Reino Unido fuera del mercado interior y cerrado para los negocios y las personas no tardará en descapitalizarse. Los trabajadores más cualificados, muchos de ellos extranjeros, no querrán quedarse, los nuevos aranceles reducirán la competitividad-precio de los productos británicos y la City, cuyos bancos perderán el pasaporte para operar en la UE, verá socavado su estatus como centro financiero global.
Todo ello llevará al Reino Unido a un menor crecimiento potencial, que ahora no apreciamos porque la depreciación de la libra está dinamizando las exportaciones (aunque también generará inflación), pero que seguramente se irá viendo con mayor claridad conforme avance el proceso. Pero, para que las opiniones de los expertos no molesten, en un anuncio sorprendente, el Gobierno de May ha prohibido a los académicos no británicos asesorar a su ejecutivo en asuntos vinculados al Brexit. Para un país que ha hecho gala durante décadas de la calidad y sofisticación de sus debates sobre políticas públicas, donde la mejor tradición liberal ha llevado siempre a valorar las mejores ideas independientemente de su procedencia (hasta el punto de que el Gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, es un canadiense, algo difícil de imaginar en cualquier otro país del mundo) este giro nacionalista entristece.
La primera ministra, que hizo campaña contra el Brexit en el referéndum, ha sorprendido por la dureza de sus palabras. Pero si echamos un vistazo a las inquietudes de cada vez más ciudadanos en el norte de Europa y Estados Unidos, también podemos pensar que May no hace más que gobernar a golpe de encuesta. En un sondeo exprés publicado tras sus declaraciones, el 72% de los mayores de 60 años, y el 64% de quienes tienen entre 50 y 59, se mostraba a favor de la iniciativa de que las empresas tengan que decir cuántos inmigrantes contratan (el apoyo, como era de esperar, era menor entre los jóvenes). Incluso entre los votantes laboristas, la propuesta despertaba mayor apoyo que rechazo (por supuesto, entre los votantes Conservadores o del UKIP, arrasaba).
Por lo tanto, lo que parece estar haciendo el Gobierno es intentar dar respuesta a los temores y preocupaciones de un porcentaje mayoritario del electorado (el que habita fuera de las grandes ciudades y de Escocia y que tiene más de 50 años), que considera –de modo simplista– que el libre comercio, el libre movimiento de capitales y la inmigración está desindustrializando el país, restándoles oportunidades económicas, aumentando la desigualdad y socavando la identidad nacional, de la que se sienten orgullosos y asocian con el poder imperial británico del siglo XIX.
Es posible que el discurso de los Tories no tenga ya vuelta atrás. Sin embargo, también podría ser tacticismo electoral. Con el Brexit, el UKIP dejará de tener razón de ser, por lo que los conservadores podrían quedarse con la mayoría de sus votos. Y como el partido laborista liderado por Jeremy Corbyn está tan escorado a la izquierda, que también está apoyando propuestas proteccionistas, los mensajes de May podrían atraer a parte de su electorado. De ser así, los conservadores se convertirían en un partido hegemónico.
Solución de esquina
También podría ser que las declaraciones mitineras de May no representen realmente la posición del gobierno, y que simplemente esté mandando un mensaje de dureza para encarar las negociaciones de salida de la UE desde una posición de mayor fortaleza. Pero, a juzgar por las respuestas que está recibiendo desde el continente, no parece que esté consiguiendo su propósito.
“La posición de los 27 también se está volviendo más dura. No habrá negociación informal antes de la primavera y tampoco habrá concesiones”
En las últimas semanas la posición de los 27 también se está volviendo más dura. No habrá negociación informal antes de la primavera y tampoco habrá concesiones. Tanto el gobernador del BCE, Mario Draghi, como la Canciller alemana, Angela Merkel, se han decantado también por un Brexit duro (que era lo que quería Francia), que deje al Reino Unido fuera de la órbita europea y que permita, en el mejor de los casos, que se negocie un acuerdo de libre comercio que podría llevar bastante tiempo.
Cuando en microeconomía se analiza el equilibrio del consumidor se habla de soluciones de esquina cuando se opta por decisiones radicales; es decir, cuando se dedica toda la renta a la compra de un bien y nada a la del otro. A día de hoy, parece que las soluciones intermedias, que serían más deseables tanto para el Reino Unido como para la UE (a la noruega o a la suiza), están descartadas.
Todo apunta a un Brexit duro. Sin embargo, la enorme complejidad de las negociaciones –que difícilmente se podrán concluir en dos años–, la total desconexión entre los políticos del Partido Conservador y los altos funcionarios británicos (que son quienes tienen que llevar adelante los aspectos técnicos de la negociación y que en su mayoría son contrarios al Brexit), el incierto papel del Parlamento Británico (que tiene que participar en el proceso y que, a día de hoy, no parece tener una mayoría pro-Brexit), el papel del lobby financiero (que por el momento está sorprendentemente callado ante la que se le viene encima) y la posibilidad de que algún cisne negro cambie el guión de aquí a 2019, no hacen descartable la otra solución de esquina: que el Brexit nunca llegue a producirse. Pero eso solo lo sabremos más adelante.
Federico Steinberg
Investigador principal de Economía Internacional, Real Instituto Elcano | @Steinbergf