(*) Publicado el 23/3/2016 en Expansión.
Los ataques de ayer demuestran que Bruselas, la capital de la Unión Europea, se ha convertido en el gran objetivo de los islamistas radicales vinculados al Daesh. Por dos razones, porque en esa misma ciudad hay unos cuantos focos de radicalización, sobre todo en el barrio de Molenbeek, donde hace unos días se arrestó a Salah Abdeslam, uno de los autores del sangriento atentado del 13N de París, y porque allí se concentran las instituciones europeas, símbolo de la unidad europea, y los valores y derechos europeos.
Tras estos atentados, la reacción más previsible será cerrar las fronteras nacionales, estrechar las medidas de seguridad y empezar una operación de busca y captura de los terroristas. Los Farage, Le Pen y Orban (y Trump desde EEUU) irán más allá y pedirán la no admisión de inmigrantes y refugiados de Oriente Medio y la expulsión de los musulmanes que residen en Europa y que hayan cometido algún acto delictivo, aunque solo sea robar una bicicleta. La tentación será replegarse todavía más en el nacionalismo anti-musulmán y en la protección de los aparatos de seguridad de los estados.
“Durante mucho tiempo, bajo el paraguas de la OTAN, los europeos vivimos en un sueño postmoderno donde la fuerza militar y la geopolítica dejaron de existir”
Esta reacción, aunque comprensible, es miope. Es imprescindible tener una visión más amplia para poder analizar el problema en todas sus dimensiones. Lamentablemente, en los últimos años Europa se está dando cuenta de manera muy lenta, y a base de golpes y sufrimiento, que la Pax Americana ya no existe. El poder global americano de finales del siglo XX y principios del XXI se sustentaba sobre dos pilares. La financialización de la economía y la seguridad de los aliados. Las guerras de Iraq y Afganistán, la Primavera Árabe y la guerra de Siria han desacreditado el Pentágono, mientras que la crisis financiera global ha hecho lo mismo con Wall Street.
Al igual que hicieron en el ámbito financiero y económico cuando se derrumbó Lehman Brothers, la reacción de los estados de la UE cuando se enfrentan a un desafío mayúsculo de la globalización (en este caso el terrorismo de Daesh) es la de intentar resolver el problema por si solos. Lo intentarán otra vez, y volverán a fracasar. A no ser que se quieran limitar ciertos derechos fundamentales de la Unión como la libertad de movimientos, la solución solo puede ser europea. Pero para eso, al igual que pasó con la eurozona cuando se tuve que enfrentar a la crisis financiera global, se necesitan una seria de herramientas transnacionales y supranacionales.
Para empezar, Europa tiene que dejar de depender de EEUU para garantizar su seguridad. Durante mucho tiempo, bajo el paraguas de la OTAN, los europeos vivimos en un sueño postmoderno donde la fuerza militar y la geopolítica dejaron de existir. Es hora de despertar. La vitola de potencia normativa está muy bien como poder blando, pero la geopolítica existe porque la geografía marca la política, y eso es lo que está pasando. EEUU no tiene a Rusia y a Oriente Medio al lado. Nosotros, sí. Por lo tanto, por mucho que nos apoye Washington (y cada vez lo hará menos porque su preocupación es el poder de China en Asia), vamos a ser nosotros los que tengamos que arreglárnoslas con los vecinos. Esto no quiere decir que haya que emular la bravuconería de Putin, pero sí que tenemos que estar preparados para lo que venga.
¿Cómo podemos hacernos fuertes? La palabra de moda entre la comunidad de expertos que está elaborando la nueva estrategia global de la UE sobre política exterior y de seguridad es: resiliencia. O sea, que la UE tiene que saber fortalecerse y adaptarse al nuevo contexto. Ésta es, sin embargo, una actitud pasiva que se centra sobre todo en la seguridad. Hace falta una estrategia más proactiva. Como aclara Sven Biscop, experto belga sobre estos temas, “la seguridad, la prosperidad y la libertad están intrínsecamente entrelazadas. Si no hay igualdad en términos de prosperidad y libertad, no habrá seguridad estable – y viceversa, si la seguridad no está garantizada no habrá libertad y la prosperidad no servirá de nada”.
La propuesta de Biscop de centrarse en la igualdad es interesante porque vertebra tanto la acción domestica como exterior de la UE. Es decir, combina lo local con lo global. A nivel exterior, en vez de promover la formación de democracias (un objetivo loable pero tachado de paternalista), la UE debería centrase en conseguir algo más práctico: mayor igualdad de los ciudadanos de los países de la vecindad (pero también en Rusia y China) a la hora de disfrutar de seguridad, prosperidad y libertad. Ésos son valores universales, asentados en Europa, que muy pocas personas en el mundo rechazarían. La política exterior de la UE debería ir por ahí, y si hay evidencia de que estos derechos son violados, denunciarlos, aplicar sanciones y en último caso (sobre todo en la vecindad) tener la capacidad de intervenir militarmente.
Sin embargo, Biscop también aclara, que el respeto por la igualdad tiene que empezar en la UE. En los últimos años, con la crisis del euro y la de los refugiados, la sensación es que el principio de igualdad y solidaridad se está agotando. Si algo diferencia Europa del resto del mundo (y por eso sigue siendo atractiva) es porque el estado de bienestar debería garantizar a todos igualdad de seguridad, prosperidad y libertad. En muchos ámbitos, y sobre todo con la población musulmana, esto no se está dando. En Bélgica a los 16 años se dividen los alumnos según sus notas. Muchos hijos de emigrantes acaban en las escuelas de tercera categoría (las profesionales) y forman guetos. Los que sacan el título (si lo consiguen) tienen difícil conseguir un trabajo por su apellido. Esto es un caldo de cultivo para la radicalización.
Después del 22-M de Bruselas el foco estará otra vez en reforzar la seguridad. Algo absolutamente necesario. Lograr una mayor cooperación policial transnacional ya sería un gran paso. Pero no podemos ser miopes. La seguridad no se sostiene sin igualdad de acceso a la prosperidad y libertad, y eso vale tanto fuera como dentro de Europa.
Miguel Otero Iglesias
Investigador Principal de Economía Política International en el Real Instituto Elcano | @miotei