(*) Publicado el 26/5/2014 en Infolatam.
El resultado de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia se ajustó bastante al guión redactado en los últimos días, aunque fue una verdadera sorpresa en relación con los vaticinios vertidos al inicio de la campaña electoral. El fulgurante ascenso en las encuestas del candidato uribista, Óscar Iván Zuluaga, y el frenazo sufrido por el presidente Juan Manuel Santos, que aspira a la reelección, fueron producto de errores propios, aciertos ajenos y de algunas peculiaridades de la sociedad colombiana.
Desde el principio la campaña de Santos minusvaloró a Zuluaga, un candidato que aparecía eclipsado por la figura totémica de Álvaro Uribe, que sigue encandilando a una parte no menor de los colombianos, y de su postura de firmeza y cero concesiones al terrorismo de las FARC. De este modo Santos dejó en manos de sus mayores enemigos la agenda de seguridad, convertida en un tema mayor en buena parte de los países de América Latina.
A los colombianos que sufrieron el enfrentamiento con la guerrilla, y sus efectos brutales y arteros, no les hace nada de gracia la posibilidad de que los máximos responsables de las FARC, y sus subordinados, salgan impunes gracias al proceso de paz. Esta cuestión fue hábilmente explotada por el uribismo, que en una catarata de acusaciones sin fundamento acusó una y otra vez al actual gobierno de entregar el país al castro-chavismo.
Cuando comenzó el ascenso de Zuluaga se apuntó que un enfrentamiento en segunda vuelta con Santos era lo que más le convenía al presidente en ejercicio, dada su mayor capacidad potencial de atraer a los votantes de otras candidaturas. Sin embargo, el panorama ha cambiado radicalmente tras el éxito de Uribe en la primera vuelta. Y digo Uribe y no Zuluaga, ya que el verdadero ganador de la pasada elección es el ex presidente y su discurso claramente confrontacional.
A partir de hoy comienza la segunda vuelta. Se trata de una nueva elección en la cual el resultado final dependerá de la capacidad de unos y otros de atraer a los ciudadanos que votaron por otras candidaturas, y también de cómo uno y otro planteen su nueva campaña con el fin de convencer a una parte de quienes se abstuvieron de votar el 25 de mayo de que vayan a hacerlo el 15 de junio. Tampoco se debe olvidar la capacidad de movilización de las maquinarias partidarias, que en el caso del oficialismo parece no funcionaron a pleno rendimiento en algunos departamentos. Por último, también intervendrá de manera decisiva la percepción (aprobación o rechazo) de la opinión pública colombiana de la figura del ex presidente. ¿Cuántos colombianos quieren a un Uribe bis sentado en la Casa de Nariño y cuántos rechazan esta posibilidad?
Y aquí radica precisamente la ventaja que puede obtener Santos sobre su rival. El margen de Zuluaga para articular una campaña sobre nuevos ejes y nuevas propuestas es escaso. Su discurso guerrerista y de ruptura de las negociaciones de paz admite escasas matizaciones. Por el contrario, Santos se declaró partidario de avanzar y cerrar los diálogos de La Habana, pero junto a ello puede decir otras cosas e incidir en algunos temas que conecten mejor con la población. No sé si será capaz o si su equipo de campaña estará a la altura de las circunstancias, pero la posibilidad existe.
Una de las claves del resultado de la segunda vuelta estará en el voto conservador que apoyó a Marta Lucía Ramírez. Muchos analistas piensan que la mayoría de estos votos migrarán rápidamente al uribismo. Puede ser, pero hay que tener presente que los conservadores más duros ya votaron por Uribe en la primera vuelta y que a la espera de la negociación de unos y otros con la candidata conservadora habrá que ver hacia dónde se decantan los favores de la ex ministra de Defensa.
A diferencia de otros países latinoamericanos el desempeño de la izquierda colombiana es bastante pobre. Sin embargo, los suyos son votos que cuentan, y mucho más en esta ocasión. De todos modos, habrá que ver cuánto pesca Santos en esos caladeros y si los apoyos que aquí consiga le bastarán para revertir su reciente derrota. Por su apoyo al proceso de paz es probable que algunos votantes de izquierda decidan apoyarlo, pero sin olvidar a todos aquellos que lo rechacen por su política económica de claro apoyo al libre comercio.
Las espadas están en alto en lo que se espera sea una campaña aún más dura y sucia que la de la primera vuelta. Las acusaciones cruzadas de corrupción y politiqueo no ayudan a nadie, y menos a la democracia colombiana. En este sentido la responsabilidad de Uribe es enorme, y también de las elites políticas, económicas y sociales que le han acompañado en esta empresa.
Colombia necesita la paz para seguir avanzando y creciendo. Estamos frente a una oportunidad única, si las cosas se hacen bien. Como en todo proceso de esta naturaleza es mucho lo que las partes deben renunciar, una renuncia que es mucho más visible en la parte gubernamental. El estado colombiano tiene mucho que perder, pero la sociedad colombiana tiene más para ganar. Es deseable que en este difícil equilibro se imponga la cordura y la racionalidad que los colombianos han ostentado durante largo tiempo.
Carlos Malamud es investigador principal de Américal Latina del Real Instituto Elcano | @CarlosMalamud