* Publicado el 11/9/2012 en Expansión.
En estrategia militar o relaciones internacionales el término brinkmanship hace referencia a la práctica de forzar una situación hasta el límite para obtener el mejor resultado. En economía ese término nunca se utiliza. Pero, para entender la crisis del euro y, sobre todo, la actitud del Banco Central Europeo (BCE), tendremos que comenzar a familiarizarnos con él. De lo contrario no entenderemos por qué ha esperado tanto para anunciar un programa de compras de deuda ilimitadas ni qué esperar de él en el futuro.
Como vienen subrayando desde hace tiempo Bergsten y Kirkegaard, del Petersen Institute for International Economics, el eje Frankfurt– Berlín mantiene siempre la ambigüedad sobre si acudirá al rescate de los países con problemas para forzarlos a acelerar sus procesos de reforma. Se sienten cómodos alimentando esta incertidumbre, que resulta tan incómoda para los países del sur porque les obliga a vivir constantemente rodeados de riesgos y amenazas y a tener que seguir con las reformas y los ajustes a pesar del rechazo ciudadano. En definitiva, emplean la táctica militar de no dar tregua al enemigo y asegurarse de que nunca se sienta seguro para que se vaya moviendo en la dirección deseada. Pero hay una diferencia esencial entre el campo militar y el económico. Mientras que el objetivo de un ejército es acabar con el enemigo, el BCE (y Alemania) no pretenden acabar con los países del sur, que al fin y al cabo son sus socios en la moneda única. Solo pretenden ponerlos al borde del precipicio para que “alemanicen” sus economías.
Malos equilibrios
El problema es que, a veces, la estrategia puede salir mal. De hecho, desde distintos ámbitos, tanto políticos como académicos, se venía señalando que las políticas de austeridad autoritaria impulsadas por el eje Germano-Alemán no estaban dando los resultados esperados. Las restricciones de gasto público en un ambiente de recesión, al ser procíclicas y no venir acompañadas por apoyos monetarios continuados (en forma de bajadas de tipos de interés, expansión monetaria cuantitativa o compras masivas de deuda pública) habían llevado a los países de la periferia del euro a malos equilibrios, donde las primas de riesgo ya no reflejaban fundamentos macroeconómicos sino que eran fruto del pánico, la especulación y las expectativas autocumplidas. Pero desde Frankfurt las cosas se veían de otra manera. Desde que comenzara la crisis del euro en 2009 el BCE tan solo ha realizado compras de deuda limitadas y erráticas mediante el Securities Market Program y tan sólo se decidió a abrir el grifo de la liquidez a la banca mediante los LTROs cuando el sistema financiero italiano estaba al borde del colapso. Poco parecía importarle que el mercado interbancario europeo estuviera roto, que hubiera comenzado un peligroso proceso de renacionalización financiera en los países del euro ni que las primas de riesgo de España e Italia estuvieran en niveles tan altos que aseguraban la insostenibilidad de sus deudas a medio plazo.
Sin embargo, el pasado día 6 de septiembre, el BCE cambió de estrategia. Anunció un nuevo programa de compra de deuda pública en el mercado secundario, (denominado Outright Monetary Transactions), que tiene como objetivo terminar con la inestabilidad financiera en los países del sur y asegurar la irreversibilidad de la moneda única. Pretende así acallar a las cada vez más numerosas voces que, encabezadas por Roubini, hablan abiertamente de la posible ruptura del euro. Nada es hoy distinto que hace unos meses. Simplemente, el BCE ha considerado que estaba llevando el brinkmanship demasiado lejos y que había entrado en un terreno demasiado peligroso de no retorno. En los fondos de rescate europeos no hay suficiente dinero para cubrir completamente las necesidades de financiación de España (y menos aún de Italia), por lo que una cosa es dejar a Grecia, Irlanda y Portugal sin escudo protector y otra distinta arriesgarse a un default de España que podría tumbar el euro.
Pero como el BCE no ha olvidado su estrategia, las compras no serán gratis, sino que estarán sujetas a una fuerte condicionalidad macroeconómica. Solo se activarán si el país ha solicitado previamente un préstamo (en la modalidad de ayuda precautoria mediante compras de deuda en el mercado primario), a los fondos de rescate, el EFSF o su sucesor, cuando entre en vigor, el ESM. Dicho préstamo da lugar a un “contrato”, el MoU (Memorandum of Understanding), donde el país que solicita la ayuda se obliga a llevar adelante recortes de gasto y reformas estructurales y a ser supervisado por la Troika (FMI, BCE y Comisión Europea). El BCE ha afirmado que si se produce un incumplimiento del MoU por parte de un país dejará automáticamente de comprar su deuda. Tema distinto es si cumpliría esta amenaza. ¿Alguien imagina que Draghi, que es italiano, vendiera la deuda italiana masivamente ante los incumplimientos del MoU de un hipotético gobierno de Berlusconi en 2013, destruyendo con ello al euro?
Compras ilimitadas
Además, las compras serán ilimitadas, aunque su objetivo no es reducir a cero las primas de riesgo en la zona euro ni poner un techo cuantificable en las mismas, sino asegurar que reflejen adecuadamente los diferenciales de probabilidad de impago que hay entre Alemania y los países del sur, que son positivos en la medida en la que Alemania tiene mejores perspectivas de crecimiento. Asimismo, las compras se realizarán en títulos de corto y medio plazo (hasta tres años), no tendrán estatuto de acreedor privilegiado en caso de reestructuraciones de deuda (algo que no es completamente creíble) y serán esterilizadas para evitar que sean inflacionarias, aunque esta última decisión no ha servido para calmar el nerviosismo del Bundesbank, cuyo presidente ha sido el único que se ha pronunciado en contra del programa.
Con este movimiento el BCE pasa a convertirse en un actor político de primer orden en Europa. Acepta ser el prestamista de última instancia de los países del euro, pero a cambio de imponerles condiciones que van mucho más allá de su cometido como autoridad monetaria. De hecho, el BCE ha redefinido unilateralmente el papel que le otorgan los tratados y ha entrado directamente en el juego político sin estar, a priori, legitimado para ello. Su presidente, Mario Draghi, publicó el 29 de agosto un artículo en el rotativo alemán, Die Zeit, donde detallaba su plan para alcanzar la integración económica y política en la zona euro y cómo el BCE pensaba liderarla, algo que correspondería más bien a un político con legitimidad democrática y no a un técnico que no rinde cuentas ante nadie. Si el programa del BCE tiene éxito y permite ganar tiempo para que las reformas surtan efecto y el crecimiento regrese a Europa, esta falta de legitimidad podrá ser pasada por alto. Pero si no es así, no hará más que ahondar el déficit democrático de la zona euro, que tiene que ser abordado si se pretende avanzar hacia la unión fiscal, bancaria y política.
Federico Steinberg es investigador principal de Economía Internacional del Real Instituto Elcano y profesor del Departamento de Análisis Económico de la Universidad Autónoma de Madrid.