(*) Publicado el 27/10/2014 en Infolatam.
Finalmente Dilma Rousseff se impuso a Aécio Neves y acabó con todas las incertidumbres precedentes. Con casi el 100% escrutado la diferencia entre los candidatos era algo más del 3%, o de 3.000.000 de votos, sobre un total de 100.000.000 de sufragios válidos. Estas cifras revalidan a Brasil como una de las mayores democracias consolidadas del mundo.
Descontando los votos blancos y nulos Rousseff obtuvo el 51,6% del respaldo popular. Con estos resultados a la vista lo primero que se podría decir es que Brasil es un país polarizado, dividido en dos mitades irreconciliables. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja. Pese a los intentos de las dos campañas, bastante más notoria en el caso de la del PT, la sociedad brasileña afronta su futuro de forma más homogénea que la de otros países de la región, donde la diatriba permanente de los populismos gobernantes rema en esa dirección.
Un solo dato puede arrojar mucha más luz que el mapa de los estados pintados en rojo y azul, según el partido vencedor en cada circunscripción. Se trata de los resultados de las elecciones de gobernadores, tanto en la primera como en la segunda vuelta, que cuestionan bastante la imagen del norte pobre frente al sur más rico. De ahí se deduce la existencia de una realidad política y social muy diversificada, que puede condicionar la labor del futuro gobierno dada la magnitud de los desafíos que tiene por delante.
Una victoria más amplia hubiera otorgado mayor legitimidad al cuarto gobierno consecutivo del PT para desarrollar su tarea de gobierno. Pero no ha sido así y este dato se terminará imponiendo en la lógica política, en buena medida reforzado por la elección parlamentaria de tres semanas atrás, con un resultado muy atomizado y mucho más escorado a la derecha que en el pasado.
No se trata de negar la buena voluntad de Rousseff por impulsar determinadas políticas públicas. La mayor incógnita se refiere al partido que la respalda, comenzando por su principal valedor, el ex presidente Lula, que tan agresivamente participó en la campaña. Pero también al aparato de un partido que lleva más de 12 años viviendo del estado, los cargos y los recursos públicos. Por eso es conveniente insistir en que una de las grandes virtudes de la alternancia es su capacidad de sanear las estructuras gubernamentales y las instituciones, aunque respetando, obviamente, la voluntad del pueblo soberano.
Clovis Rossi señalaba en un artículo publicado dos días atrás que la palabra más repetida por ambos candidatos y sus equipos de campaña había sido la de “cambio”. Del lado opositor el cambio se refería al obvio reemplazo del partido gobernante y sus aliados, del lado oficialista era un mecanismo de defensa frente a las protestas de junio de 2013 que todavía siguen conmocionando al país.
Por eso, habrá que estar pendiente a qué, cuánto y cómo quiere reformar el nuevo gobierno de Rousseff, teniendo en cuenta las fuertes resistencias a implementar algunos de esos cambios necesarios para la modernización del sistema político brasileño. Uno de ellos, por ejemplo, la gran fragmentación que se vive en el Parlamento, tanto en el Congreso como en el Senado. La multiplicidad de partidos, partiditos y agrupaciones aún menores, junto a la gran facilidad con que los representantes del pueblo cambian de socios y se dejan calentar por el sol que mejor paga dificulta la gobernabilidad del país, la aprobación de leyes y aumenta el descrédito de la institución y de la clase política.
El otro gran frente al que deberá atender desde ya mismo la presidente electa es el económico. Allí también los desafíos son enormes. La presión de muchos sectores económicos y sociales para abrir la economía del país y reducir el nivel de intervención del estado es creciente. El malestar con el vecino gobierno argentino y otros gobiernos regionales también. Así, por ejemplo, las millonarias inversiones en el puerto cubano de Mariel se convirtieron en un argumento de polémica durante la campaña, lo que no quiere decir que el resultado de la elección se haya decidido por estas cuestiones. Obviamente fueron otros los factores que pesaron en la determinación de los electores, pero el malestar de fondo, unido a la percepción de una corrupción creciente y sin parangón en la historia nacional no facilitará las cosas.
Entre las tareas más urgentes el nuevo ejecutivo deberá reducir la inflación, aumentar la inversión, mejorar las infraestructuras y la productividad. Retos todos ellos no menores para una presidente que llegó exhausta al final de su primer mandato. Al mismo tiempo deberá recomponer unas alianzas más que necesarias y sin las cuales el PT no podrá cumplir con sus objetivos.
Los sectores más desfavorecidos apostaron por mantener las conquistas de la última década en un voto claramente conservador. Pero al mismo tiempo han comenzado a manifestar que quieren más y mejores servicios públicos y un sistema político más eficiente, limpio y transparente. Ése es el cambio que predicaba la reelecta presidente Rousseff. El problema es que si no cumple con buena parte de sus promesas la frustración se instalará en la sociedad brasileña.
Carlos Malamud es investigador principal de Américal Latina del Real Instituto Elcano | @CarlosMalamud