(*) Publicado el 24/6/2016 en Expansión.
En el reciente debate televisado entre los líderes de los cuatro principales partidos que compiten en las elecciones del 26 de junio se dedicó un pequeño bloque a la política exterior y europea. Fue al final y se abordó más bien de pasada, sin que ninguno marcara ahí apenas terreno, demostrando que a nadie (y en el nadie hay que añadir a los moderadores, a los analistas del día siguiente y, por tanto, al grueso de la ciudadanía) interesaba demasiado la posición y el papel de España más allá de sus fronteras. De hecho, el tiempo que invirtieron los candidatos en una temática tan enorme como ésa fue similar o incluso menor al que previamente habían merecido cuestiones muy específicas como la situación fiscal de los autónomos. Dos son las posibles conclusiones que cabría en principio deducir de esa desgana: la agenda exterior está demasiado alejada de las preocupaciones cotidianas de los votantes y España no tiene apenas capacidad para influir en la misma. Merece la pena explicar brevemente porqué esas dos ideas están equivocadas.
“El potencial de España está cerca de potencias medias como Canadá o Australia”
El debate nacional de los últimos años ha estado muy dominado por asuntos expresamente internos. Si nos fijamos primero en el ámbito político, vemos que se habla sobre todo de corrupción, del independentismo catalán, de la falta de gobierno e incluso de la monarquía. Aunque es verdad que en los demás países de nuestro entorno también se producen discusiones muy domésticas, la atención que aquí se presta a los grandes temas globales es sorprendentemente baja. Los barómetros del CIS señalan que a los españoles no les inquieta la crisis de refugiados ni los conflictos que la alimentan (pese a que ése es el principal problema actual en casi todas las democracias europeas), tampoco el cambio climático (siendo uno de los países más afectados por el calentamiento), ni la amenaza tangible del terrorismo (aunque, cuando el fenómeno tenía origen puramente local, despuntaba entre las preocupaciones). Incluso en el ámbito económico –a pesar de la evidente interdependencia–, la discusión se centra en los recortes de gasto, los impuestos, las tarifas energéticas o la forma de abordar el paro a través de reformas legales del mercado de trabajo pero sin insertar apenas todo eso en el contexto más amplio del encaje de España con la globalización. Después de todo lo ocurrido en los últimos años, simplemente no se sostiene la idea de que lo internacional no afecta demasiado a nuestro día a día. Obvio que sí lo hace, pero nuestra política y nuestro espacio público tienen un innegable sesgo casticista.
“No dedicar mucho interés a la realidad exterior ni asumir la responsabilidad e influencia que claramente podría desempeñar España es una culpa colectiva”
No es fácil identificar una única causa que explica ese desinterés. Tal vez España es suficientemente grande como para generar dinámicas políticas y económicas propias (un lujo que no se pueden permitir los países con mercados más pequeños o lenguas menos potentes) y a la vez es demasiado pequeña como para sentirse protagonista de la política mundial. Pero, de nuevo, se trata de una percepción errada. Por un lado, porque no somos mucho menos vulnerables que Irlanda, Finlandia, Portugal o Eslovenia a la hora de afrontar los grandes retos externos. Y, por el otro, porque sí tenemos a priori cierta capacidad para moldear la agenda internacional y, desde luego, la europea. El Índice Elcano de Presencia Global –que mide la proyección objetiva de todos los países en el terreno de la economía, la seguridad y el poder blando– sitúa a España en el 12º lugar mundial (entre los aproximadamente 200 Estados que hoy existen) y esa es más o menos nuestra posición en los ránkings que miden el PIB, la importancia científica y cultural o incluso el peso diplomático. Es verdad que tenemos importantes debilidades (en el ámbito tecnológico, militar o de la cooperación al desarrollo) pero también indudables fortalezas como la lengua global o el ascendiente en América Latina. La crisis económica no ha ayudado y en los últimos años hemos sido especialmente reactivos pero el potencial de España está por encima del de Holanda, Polonia o los países escandinavos; más cerca de potencias medias como Canadá o Australia. Y si tenemos en cuenta la posibilidad de posicionarse en el grupo de Estados miembros que aspiran a liderar la política exterior de la UE, la capacidad de ser influyentes se multiplica.
Seguramente no se puede acusar a los partidos del perfil bajo que tendrá la agenda internacional y europea en las próximas elecciones. No dedicar mucho interés a la realidad exterior ni asumir la responsabilidad e influencia que claramente podría desempeñar España es una culpa colectiva. En los próximos cuatro años nos jugamos muchísimo fuera de las fronteras. Tendremos que enfrentarnos con cuestiones tan trascendentales como la política migratoria, la gestión de nuestro peso en Bruselas y del futuro de la integración cuando se renueven los gobiernos francés y alemán, la postura en la negociación del TTIP, el impacto de un posible Brexit, el futuro de la dependencia energética, la estabilidad del Mediterráneo, nuestra participación en la lucha contra el radicalismo yihadista, etc. Pero el gran desafío de nuestra acción exterior está aquí dentro. Se trata de creer en nosotros mismos como sujetos protagonistas al abordar todo eso.
Ignacio Molina
Investigador principal de Europa, Real Instituto Elcano | @_ignaciomolina