(*) Publicado en Revista Española de Defensa (Número 295, Mayo 2013).
Con unas condiciones de mercado fuertes y potencial para mejorar, el ambiente latinoamericano ha ido cambiando con el ascenso de gobiernos como el de Colombia, México, Chile o, incluso, Perú que se mueven hacia el centro del espectro político, sin olvidar el cada vez mayor protagonismo del emergente Brasil. El denominado bloque de los bolivarianos -Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua- que bajo la tutela de La Habana y de Chávez no cejaron en su empeño por crear el «socialismo del siglo XXI», despertando de forma continuada sentimientos anticapitalistas y antiestadounidenses en el resto de la región, tienen hoy menos margen de maniobra. La muerte de Hugo Chávez y su resonancia internacional han suscitado muchos interrogantes sobre el futuro de Venezuela y las repercusiones para toda la región de América Latina.
El legado
El 7 octubre de 2012, el inimitable Hugo Chávez trató de reeditar sus victorias de 1998, 2000, 2004 y 2006, ganando las elecciones presidenciales de Venezuela. Y lo consiguió. Sus tendencias autoritarias, sus ataques a la prensa independiente o a los jueces, y su abuso de la televisión, no le habían quitado popularidad entre los amplios sectores desfavorecidos de la sociedad venezolana. Precisamente aquellos a los que durante años Chávez regó con programas sociales, con la distribución de comida barata por la red Mercal y con la atención médica que proporcionan cientos de médicos cubanos a cambio de petróleo para la isla. Porque esa era la clave, el petróleo.
El oro negro supone el 95 por 100 de las exportaciones del país que tiene la maldición de poder vivir de rentas sin crear apenas riqueza. Un país que importa el 70 por 100 de lo que consume -principalmente de Brasil y Colombia- con una inflación galopante y un mercado paralelo que multiplica por tres el valor del cambio oficial del dólar, y que exprime hasta el límite a la empresa nacional de petróleo, PDVSA (Petróleos de Venezuela S.A.). Ésta fue utilizada por Chávez como una agencia de desarrollo para financiar su ideario político, respaldar los préstamos multimillonarios otorgados por China y comprarle armas a Rusia. Además de dedicarse a una multitud de actividades como la administración de los supermercados estatales, la construcción de viviendas, la fabricación de calzado deportivo y la escuela de pilotos de Fórmula 1; abasteciendo casi exclusivamente el mercado de divisas en Venezuela y siendo una importante fuente de clientelismo con sus miles de empleados.
Sin embargo, a PDVSA también se le ha privado desde hace años de las necesarias inversiones para su modernización tecnológica y nuevas infraestructuras, y ha dejado de ser una compañía eficiente para convertirse en una institución terriblemente politizada. Su producción cayó de 3,1 millones de barriles por días a 2,5 durante la última década, aunque los altos precios del petróleo siempre han contribuido a disimular ese descenso.
La idea de que la gallina de los huevos de oro podía estar desmoronándose se hizo patente en agosto del año pasado cuando decenas de personas murieron en una explosión en una de las más grandes refinerías del mundo en Amuay, dejando al descubierto la mala gestión del monopolio petrolero. «El problema es que sólo se preocupa por resolver los problemas en otros países, no le importa lo que pasa acá», dijo el opositor Henrique Capriles. La mención de «otros países» apuntaba precisamente a aquellas naciones, tanto dentro como fuera de la región latinoamericana, con las que Caracas mantuvo una estrecha relación.
Hugo Chávez se consideraba el portador del sueño de una unión latinoamericana del Libertador Simón Bolívar. Así que no dudó en llevar la batuta de América Latina desde el mismo momento en el que accedió al poder en 1999. Su ambición, su deseo de reducir la influencia de Washington en la región, y una importante riqueza petrolífera en sus manos, le llevó a convertirse en el benefactor de un buen número de gobiernos a los que suministró petróleo en condiciones de financiación muy favorables.
En 2005, el mandatario venezolano hizo oficial este patrocinio con la creación de Petrocaribe, una alianza en materia petrolera que hoy incluye a 18 países a lo largo de América Central y el Caribe. Pero también impulsó mecanismos regionales como la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA) creada en La Habana en 2004, la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) establecida en 2008 y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) que se lanzó en 2011. En todas estas iniciativas, el objetivo de Chávez era reflejar la unidad e independencia latinoamericana, aunque lo que verdaderamente consiguió fue acentuar la polarización de la región y contribuir a la fragmentación del hemisferio. Sin olvidar que entre los propios miembros de las organizaciones existían y existen desacuerdos en temas económicos y comerciales, de democracia, e incluso sobre las relaciones que deberían mantener con Estados Unidos. Por eso, al tiempo que apoyaba el fortalecimiento de un polo latinoamericano, trató de debilitar la Organización de Estados Americanos (OEA), torpedeó el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y retiró a su país de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) después de que Colombia y Perú negociaran tratados de libre comercio con Washington.
Las últimas elecciones
Cuando Chávez llegó al poder en 1999, lo hizo en medio de una ola de rechazo nacional hacia una corrupción endémica y el clientelismo que azotaban Venezuela. Sin embargo, a pesar de la lucha del presidente durante sus catorce años de mandato por reducir la pobreza y tratar de hacer frente a la desigualdades entre la población a través de las denominadas «misiones» (programas sociales), la forma en la que abordó los problemas sociales fue, al final, inefectiva e insostenible.Su legado se podría ilustrar comparándolo con lo ocurrido en otros países de la región. Y lo que ha pasado a lo largo
de los últimos años prácticamente en casi todos los países de América Latina, bajo gobiernos de diferentes colores, es que se ha reducido de forma considerable la pobreza y la desigualdad. Pero a diferencia de Venezuela, en ningún caso se ha gastado tanta cantidad de dinero para obtener como mínimo el mismo resultado. Además, la vieja élite económica anterior a Chávez fue reemplazada por la boliburguesía, un término acuñado para describir la nueva categoría de magnates de los negocios. Sin olvidar una elevada corrupción, una creciente violencia sobre todo en la capital, y la denuncia de organizaciones no gubernamentales de violaciones de los derechos humanos, de la libertad de prensa y de la independencia judicial.
Sin embargo, la reputación de Hugo Chávez no se vio afectada. Tampoco el cáncer evitó que se presentara a los comicios como flamante nuevo miembro del Mercosur, al que se incorporó por la puerta de atrás después de la suspensión temporal de Paraguay que mantenía bloqueado el ingreso de Caracas. Era una de sus más anheladas metas geoestratégicas porque entraba a formar parte de un bloque con poderosos actores -Brasil y Argentina- que representa el 75 por 100 del PIB de Sudamérica. También se anotó en 2012 otro triunfo diplomático con la designación de su país como «acompañante» en el proceso de paz colombiano, tras ayudar en la fase previa de las negociaciones entre Bogotá y la guerrilla.
Chávez fue un «animal político» y lo demostró volviendo a vencer el 7 de octubre por un amplio margen, bajo el manto de su enfermedad y en unas elecciones que fueron clasificadas como correctas aunque no pasaron desapercibidas las grandes desigualdades en cuanto a los recursos disponibles por parte de cada uno de los candidatos. Después de la victoria, el presidente presumiblemente tendría que haber hecho frente a una difícil situación ya diagnosticada, a pesar de no haber aceptado un análisis del Fondo Monetario Internacional (FMI) desde hace siete años: un enorme desajuste cambiario, una inflación del 35 por 100 según las estimaciones más moderadas, unos subsidios a la gasolina insostenibles para cualquier economía que podrían rondar los 1.500 millones de dólares mensuales, un elevado endeudamiento principalmente con Pekín y Moscú, además de la situación de desabastecimiento del mercado de artículos de primera necesidad.
Su muerte sacó a la luz un sinfín de preguntas sobre el futuro del chavismo sin su carismático líder y sobre su herencia o legado en el país y en la región. A pesar de que no fue capaz de crear un modelo coherente que pudiera ser replicado o imitado en otras partes del mundo, lo que nadie duda es de su enorme poder de atracción. El funeral por la muerte de Hugo Chávez evidenció tanto la importancia del país en el rompecabezas latinoamericano como el de la propia figura del mandatario. La presencia de la mayoría de los representantes gubernamentales latinoamericanos fue la prueba de ello.
Y Maduro -su sucesor- no es Chávez, como gritan muchos chavistas dentro del propio partido. Ni tampoco tiene carisma, ni fuerza para cohesionar, ni capacidad de convocatoria. A pesar de ser el elegido por el propio comandante, no todos en el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) le apoyan. Sus detractores le echan en cara que está demasiado cerca de Cuba y más alejado de Venezuela, ya que como ministro de Asuntos Exteriores desde 2006 pasó mucho tiempo fuera del país.
Sin embargo éste cargo es el que le otorga, sobre todo según los analistas norteamericanos, un estilo algo diferente, más dialogante y moderado, y que podría llevarle a un lento y cuidado proceso de apertura. Incluso el New York Times apuntó la búsqueda por parte de Nicolás Maduro de un acercamiento con Estados Unidos, al enviar un mensaje privado a Bill Richardson —antiguo gobernador de Nuevo México que estaba en Caracas durante las elecciones del 14 de abril en representación de la OEA– en el que decía estar dispuesto a pasar la página con Washington.
Además es, quizás, el más débil de los tres –Chávez, Capriles, y Maduro– para enfrentarse a la delicada situación de su país. El primer síntoma de esa debilidad fue su incapacidad para mantener la ventaja de diez puntos en las elecciones anteriores de Chávez sobre Capriles. Ni la emotividad por la muerte del presidente, ni la movilización descarada al lado de Nicolás Maduro de las principales instituciones del país —las fuerzas armadas y la compañía petrolera—, o que la Comisión Nacional Electoral ignorara las quejas sobre el posible mal uso de los recursos del estado sirvió para, al menos, mantener los votos del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Motivo más que suficiente para que Nicolás Maduro, a pesar de la pírrica victoria, esté en una peligrosa situación de debilidad y
con muchas dificultades para mantener unida la coalición chavista. Se abre así la posibilidad de que se inicie una nueva etapa de inestabilidad en el país, precisamente por la dificultad para mantener las varias facciones del partido juntas y, al mismo tiempo, hacer frente a los profundos problemas del país.
Incógnitas de futuro
Si decisivo es el futuro de Venezuela para los venezolanos, también lo puede ser para algunos de sus socios más estrechos, empezando por el régimen cubano. La alianza política y económica entre Castro y Chávez fue providencial para ambos. Sin el petróleo de Caracas, que fluye sin cortapisas a La Habana, el colapso energético en la isla sería casi inevitable. Venezuela esencialmente suplantó a la Unión Soviética como su bote salvavidas. «Más llorarán los castristas en Cuba que los chavistas en Venezuela cuando Capriles presida el gobierno opositor», vaticinó el año pasado un diputado opositor que investigaba los gastos de Chávez. «Venezuela —afirmaba— exporta 120.000 barriles diarios de petróleo a Cuba en condiciones óptimas: menos del 3 por 100 de interés, con tres años de demora y pagando con el trabajo de los médicos. Y la posibilidad de revender el crudo. Más de 20.000 millones en regalos en una sola década». Una reciente gira de Raúl Castro por China y Rusia confirma que La Habana ha decido no quedarse de brazos cruzados ante un incierto futuro.
¿Qué obtiene a cambio Venezuela? Profesores, médicos, y una importante maquinaria de seguridad. El servicio secreto de seguridad de Chávez, aquellos que actuaban como si fueran su FBI o su CIA, eran y siguen siendo cubanos, fieles a Chávez y a los hermanos Castro. Un tema nada despreciable porque se logró, de esa manera, apartar por completo a los militares y a la oposición. No hay
que olvidar que Castro siempre quiso dominar Venezuela desde los años 60, y que incluso se llegó a discutir una unión formal de los dos países aunque se pospuso. El dilema que se le presenta al nuevo
presidente es cómo mantener una ayuda insostenible sin perjudicar las relaciones con Cuba. Por ahora parece que Maduro apostará por mantener el status quo.
¿Y en Nicaragua? Los analistas del país centroamericano coinciden en que la supervivencia política del orteguismo dependía de la figura del desaparecido Chávez. Managua disfrutó de 500 millones anuales en subsidios procedentes de Caracas, creando una fuerte dependencia económica. Pero además se instaló en el país un entramado ideológico a imagen y semejanza del chavismo: apología del líder, comités populares y la consolidación de un pequeño imperio mediático controlado por los hijos de Daniel Ortega. «Pero si no me votan, el dinero se va», advirtió Ortega ante las elecciones generales de 2011. Los otros dos grandes aliados del ALBA, Bolivia y Ecuador, lograron sin embargo contener la excesiva dependencia y presumiblemente tendrán menos problemas económicos en el caso de que un gobierno venezolano se vea obligado a revisar las condiciones de las ayudas. Además, las realidades de los países son algo distintas y no han seguido el mismo esquema que Venezuela, aunque sí tengan puntos en común. En Bolivia pasaron los tiempos en los que Chávez, tras ayudar a Evo Morales a encaramarse al poder, le regalaba helicópteros, casas prefabricadas, ambulancias y todo tipo de elementos. Ahora, ese país ha crecido gracias al gas y al petróleo.
En Ecuador, lo máximo que le podría pasar sería que el programa de crudo por combustible se revisase, teniendo un efecto más bien político y simbólico, y quizás despertando la idea de que Rafael Correa tampoco es invencible. Es precisamente su nombre el que ha sonado a lo largo de toda la enfermedad de Chávez como el elegido para recoger su testigo. Pero hay dos motivos que no avalan dicha teoría: el régimen tan personalista de Chávez, y el poco peso de Ecuador en la región. Lo que no quita que el mismo Correa haya querido jugar a ser una figura internacional —como lo fue Chávez— ofreciendo asilo a Julian Assange. Muchos quisieron ver un deseo suyo de posicionarse como líder de la izquierda latinoamericana.
Contactos regionales
En general, los países del ALBA pueden sufrir las consecuencias de la desaparición de Chávez, incluso algunos vaticinan la desaparición de la propia organización sin su liderazgo. ¿Y el Mercosur? Aunque la reciente incorporación de Venezuela a la organización fue presentada como un triunfo, muchos aseguran que el país escogió el peor momento para hacerlo. A pesar de su peso en la región, posee hoy en día más debilidades que fortalezas: sus empresas carecen de un mercado de divisas abierto, la producción y productividad del país han bajado, la industria y el sector agrícola está disminuido, y el sector privado ha visto como durante el mandato de Chávez cerca de 1.500 empresas cerrado. Venezuela no está en plenas condiciones para competir con los grandes, como Brasil.
La necesidad de abordar los problemas heredados del mandato de Chávez -aquellos que forman su legado- es inminente, y que no se puede postergar porque han alcanzado una dimensión inocultable. Y la crisis no admite una solución bolivariana: hay que reducir el déficit fiscal, lo que significa bajar el gasto; la crisis cambiaria implica devaluar la moneda; combatir la inflación es reducir la oferta monetaria; y revisar a la baja los subsidios significa subir los precios de algunos artículos. Todas estas medidas serán sin duda impopulares para el pueblo que Chávez cortejó, y las recibirá como un liberalismo insoportable. También los acuerdos con sus aliados económicos deben ser revisados y negociados por insostenibles, así como el uso arbitrario y poco claro de los recursos de PDVSA y la necesaria inversión en el sector.
Ahora bien, la capacidad de Maduro para abordar la situación es aún una incógnita, que se suma a la incertidumbre tras los resultados de los últimos comicios. No habrá chavismo sin Chávez, a pesar de que Maduro lo quiera mantener vivo quizás para desviar la atención ante los graves problemas del país. Pero no es posible porque la figura no existe y porque las circunstancias no lo permiten. Tampoco habrá una ruptura abrupta. Incluso la oposición venezolana apuesta por la continuidad de las obras sociales en la medida en que se pueda.
Al mismo tiempo, América Latina continuará su progreso aunque con una mirada puesta en Venezuela. Las turbulencias en aquel país preocupan sobre todo a los brasileños y a los estadounidenses donde coinciden en intereses económicos. Además, una creciente inestabilidad podría dar lugar a un aumento de la criminalidad y del tráfico de armas en la región. Sin olvidar que también está en juego la recuperación de una democracia plena, una democracia que involucre al respeto a la libertad de expresión, a los derechos humanos y a la independencia de los poderes públicos.
Carlota García Encina es investigadora del Real Instituto Elcano.