(*) Publicado el 28/3/2014 en Elmundo.es.
‘Tafwid’ en árabe significa mandato. Eso es lo que el jefe de las Fuerzas Armadas de Egipto, Abdelfatah al Sisi, pidió a los egipcios el pasado 24 de julio. Tres semanas después del golpe que él mismo ejecutó contra el presidente Mohamed Mursi, Al Sisi decía esto en un discurso: «Pido a todos los egipcios honestos y dignos que el próximo viernes salgan a la calle (…) para darme el mandato de enfrentarme a la violencia y al terrorismo». No es común que un ministro de Defensa haga una petición así, habiendo leyes e instituciones para ello. Menos común es que pida semejante mandato a título personal, salvo que su objetivo sea hacerse con el poder presentándose como el salvador de la patria.
Nueve meses después del golpe, Al Sisi ha hecho oficial que se presenta a las próximas elecciones presidenciales. Además, lo hace como el candidato de las Fuerzas Armadas. De hecho, no hace falta que esas elecciones se celebren para saber que será el próximo ‘rais’. Por el camino, la sociedad egipcia se ha fracturado como nunca en su historia moderna, los problemas sociales y económicos se han acentuado y la imagen que transmite al mundo es de violencia y decepción. Desde las altas instancias se intenta imponer una visión oficial homogeneizadora que silencie cualquier diversidad u oposición. Para ello, están volviendo las prácticas represoras de la época de Mubarak, primero contra los Hermanos Musulmanes y ahora contra cualquier opositor.
La paradoja es que, tras ocho meses de «mandato» para que Al Sisi luche contra la violencia y el terrorismo, sus niveles no hacen más que aumentar. Las masacres, los atentados contra las fuerzas de seguridad y la violencia cotidiana se están convirtiendo en algo habitual en Egipto. Se ha optado por la vía de la exclusión total del adversario político mediante el recurso a la represión feroz por parte del ejército, del Ministerio del Interior y del poder judicial. Tras el breve paréntesis de apertura que propició la caída de Mubarak, vuelve a aumentar el número de presos políticos y cada vez resulta más difícil la labor de los periodistas locales y extranjeros.
Muchos egipcios anhelan la llegada de un hombre fuerte que imponga la ley y el orden, esperando que así mejoren sus maltrechas economías familiares y los niveles de seguridad. Mientras unos tienen la esperanza de que ese hombre sea Al Sisi, otros lo responsabilizan de la muerte de centenares de egipcios, principalmente seguidores de los Hermanos Musulmanes, desde que pidió el ‘tafwid’. Si la incompetencia y sectarismo de Mursi y su Hermandad polarizaron a la sociedad egipcia, lo que ha venido después está lanzando a unos egipcios contra los otros.
Al Sisi podrá presentarse a las elecciones presidenciales como el salvador de la patria, pero, una vez investido, difícilmente será el salvador de la economía y el garante de la estabilidad. Si las expectativas creadas por sus promesas de proteger a los egipcios y traer prosperidad al país no se cumplen, tanto él como las Fuerzas Armadas se enfrentarán a una situación explosiva. De ser así, se cumpliría uno de los peores escenarios posibles: que el ejército egipcio deje de ser de todos los egipcios, y que el ‘sisismo’ dé lugar a un enfrentamiento civil violento de larga duración.
Haizam Amirah Fernández es investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe del Real Instituto Elcano y profesor de Relaciones Institucionales del Instituto de Empresa | @HaizamAmirah