Tema: Durante los próximos quince años, los países del Magreb deberán afrontar, como consecuencia de su evolución demográfica, unos desafíos socioeconómicos que pueden llegar a suponer una amenaza grave para su estabilidad y, por extensión, para la de sus vecinos europeos. A este respecto, ningún otro reto tendrá tanta trascendencia como la forma en que se aborde la necesidad de crear empleo para la mayor generación de jóvenes de la historia del Magreb y evitar que caigan en la pobreza[1].
Resumen: En los próximos cinco años, las proyecciones más conservadoras indican que, sólo en los tres países del Magreb central, la población activa se incrementará en más de 750.000 personas cada año. Esta tendencia continuará durante cuarenta años más. Las tensiones sociales que provocará este aumento de la población activa si no va acompañado de una masiva creación de empleo es uno de los principales factores potenciales de crisis en la región, ya sea bajo la forma del auge de modelos políticos y sociales alternativos (islamismo radical), ya bajo la forma de explosiones sociales que pueden provocar el colapso de algunos regímenes políticos. Alternativamente, estas tensiones pueden acabar siendo exportadas en forma de emigración. Ofrecer un futuro –un empleo– a estas ingentes cohortes de jóvenes magrebíes es, sin duda, el objetivo estratégico compartido más importante para la estabilidad de los países del Norte y del Sur del Mediterráneo Occidental en las próximas décadas. Para ello es necesario estimular su crecimiento económico a tasas que dupliquen los niveles alcanzados durante la última década. Sin embargo, ni las actuales políticas económicas nacionales ni el modelo de relaciones económicas con los países europeos parecen estar diseñados para hacer frente a este reto.
Análisis: Según las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística, el flujo de entrada de inmigrantes en España, que se ha situado en torno a las 600.000 personas al año en 2003 y 2004, se reducirá drásticamente en los próximos años hasta estabilizarse en torno a las 250.000 personas a partir de 2010. La reducción del número de personas interceptadas en las fronteras marítimas españolas al intentar introducirse en nuestro país en “patera” –en todo caso una proporción insignificante en comparación con el flujo inmigratorio total– que se ha experimentado en 2004 apuntaría en la misma dirección. Sin embargo, tales proyecciones parecen estar basadas más en las necesidades económicas y la supuesta capacidad de absorción de la sociedad española (el factor pull de todo fenómeno migratorio) que en un análisis siquiera somero de la dinámica de la población activa en los países de nuestro entorno inmediato del Magreb y de sus condiciones socioeconómicas (factor push). Esta dinámica no parece compatible con esta reducción de los flujos migratorios, sino que, por el contrario, indica más bien un aumento sostenido de la presión migratoria en nuestra frontera sur durante los próximos treinta años, a no ser que esos países sean capaces de ofrecer oportunidades económicas –empleo, sobre todo– a las ingentes cohortes de jóvenes que se incorporan a su mercado de trabajo.
Durante esos cuarenta años, la población en edad de trabajar de los tres países del Magreb central aumentará sostenidamente, en total en un 47% durante todo el período, pasando de 48 a 71 millones de personas[2] antes de empezar a disminuir a medida que se completa la transición demográfica (véase el Gráfico 1).
Si nos centramos en un horizonte temporal más próximo de quince años y, por consiguiente, utilizamos no proyecciones demográficas más o menos discutibles y sensibles a variaciones de las tasas de natalidad, sino datos referidos a la población actual y a los jóvenes ya nacidos que se incorporarán al mercado de trabajo en los próximos años (el 32% de los 70 millones de habitantes de Marruecos, Argelia y Túnez tiene menos de 15 años), el panorama no es mucho más alentador.
Tomemos las más conservadoras entre las cifras de proyecciones demográficas para los países del Norte de Africa y Oriente Medio que han proliferado en los últimos dos años, las del Foro Euromediterráneo de Institutos Económicos, FEMISE, considerablemente más optimistas, por ejemplo, que las del PNUD o del Banco Mundial. Si calculamos a partir de ellas las necesidades de creación de empleo simplemente para que no aumente el número total de desempleados existente actualmente –ya más de cuatro millones entre los tres países– en los próximos quince años, Marruecos, Argelia y Túnez deberán crear en total más de diez millones de empleos netos entre 2000 y 2020. En el caso de Argelia, eso supondría prácticamente duplicar su población ocupada actual (5.726.000 empleados), mientras que en el caso de Marruecos y Túnez supondría incrementar su población ocupada actual en casi un 50% (el número actual de empleados es de 9.555.000 y de 2.504.000, respectivamente), un logro que, según los economistas del Banco Mundial, “no han conseguido ni siquiera las economías de alto rendimiento del Sudeste de Asia en los momentos de máximo crecimiento del empleo”.
Tabla 1. Necesidades de creación de empleo de los países del Magreb
Población totalde más de 15 años | Poblaciónactiva | Necesidades decreación de empleo | Poblaciónocupada actual | ||||||
2000 | 2010 | 2020 | 2000 | 2010 | 2020 | 2010 | 2020 | 2000 | |
Marruecos | 19.608 | 24.921 | 28.553 | 10.260 | 13.309 | 15.015 | 3.049 | 4.755 | 9.555 |
Argelia | 19.681 | 25.181 | 30.107 | 8.154 | 11.765 | 12.474 | 3.611 | 4.320 | 5.726 |
Túnez | 6.494 | 7.726 | 9.061 | 3.215 | 4.002 | 4.406 | 787 | 1.191 | 2.504 |
Magreb | 45.783 | 57.828 | 67.721 | 21.629 | 29.076 | 31.895 | 7.447 | 10.266 | 17.335 |
Fuente: elaboración propia a partir del Informe FEMISE 2003.
Si estas cifras resultan ya alarmantes, más aun lo son los supuestos en que se han basado las proyecciones de la Tabla 1, a saber, que las tasas de actividad (es decir, la parte de la población en edad de trabajar que efectivamente participa en el mercado de trabajo) se van a mantener constantes en los próximos quince años. Esto es algo que resulta sumamente improbable, al menos por dos razones:
- El proceso de urbanización, que en los países del Magreb todavía no ha culminado (véase Sandell, op.cit. pp. 7-10), supondrá un aumento de la tasa de actividad, pues los nuevos habitantes de las ciudades necesitan encontrar trabajo para poder sobrevivir en su nuevo hábitat urbano. El porcentaje de la población rural es todavía muy alto en los tres países: 44,5% en Marruecos, 42,9% en Argelia y 34,5% en Túnez. La expulsión de una proporción significativa de una población rural que sigue aumentando será la consecuencia inevitable del proceso de modernización agrícola necesario para incrementar la productividad en ese sector y hacerlo más competitivo: actualmente, la contribución del sector agrícola a la producción nacional es en todos los países entre la mitad y un tercio de lo que correspondería a la parte de la población activa que trabaja en el mismo (en Marruecos supone un 14% el valor añadido bruto nacional, pero absorbe el 44% del empleo, en Túnez aporta un 12% de la producción con un 22% del empleo y en Argelia supone el 8% de la población nacional con un 12% del empleo).
- La incorporación de la mujer al mercado de trabajo. Las tasas de actividad de las mujeres son todavía muy bajas (31,2% de las mujeres entre 15 y 65 años en Argelia, 43,8% en Marruecos y 39,6% en Túnez, incluyendo las mujeres desempleadas). A menos que se pretenda seguir excluyendo a la mitad de la población de la emancipación económica y bloquear el cambio de roles sociales, algo crecientemente difícil ante el aumento generalizado de los niveles de formación de las mujeres, eso supondrá la llegada al mercado de trabajo de un contingente adicional de población. A título meramente ilustrativo, si la tasa de participación de las mujeres en el mercado laboral aumentara en cinco puntos porcentuales, el número de puestos de trabajo necesarios en los países del Magreb aumentaría de algo más de diez millones a más de doce millones en quince años. En el caso de Marruecos y Túnez esos cinco puntos coinciden a grandes rasgos con el aumento de la tasa de actividad femenina previsto por la Organización Internacional de Trabajo durante los próximos quince años, pero en el caso de Argelia la OIT prevé un aumento de más de veinte puntos porcentuales que exigiría la creación de más de tres millones y medio de empleos adicionales con respecto a las necesidades indicadas en la Tabla 1.
Así, en el año 2003 Marruecos registró un aumento neto de la población activa marroquí de 523.000 personas, que contrasta con la tasa media anual de creación de empleo registrada durante los últimos treinta años: 210.000 empleos anuales (con una tasa de crecimiento anual medio del 3,5%)[3].
Al margen de otras implicaciones estratégicas (en materia, por ejemplo, de seguridad alimentaria, disponibilidad de agua o violencia juvenil, véase Sandell, op. cit., pp. 7-12), la magnitud de este desafío cobra una dimensión aún más preocupante si se tiene en cuenta que los tres países han mostrado desde su independencia una incapacidad estructural para adoptar un modelo de desarrollo que asegure oportunidades de empleo a su población. Los tres países del Magreb central son ya tres de los cuatro países del Norte de África y Oriente Medio, junto con Palestina, que mayores tasas de desempleo sufren: más del 15% en Túnez, 19,8% en Marruecos entre la población urbana (la baja tasa de desempleo registrada en el medio rural hace caer la media nacional al 12,5%, pero está fuertemente distorsionada por problemas estadísticos) y más del 25% en Argelia. Es decir, un total de más de cuatro millones de parados en la región, de los cuales más del 80% son menores de 30 años y dos terceras partes nunca han tenido un empleo antes.
En los últimos veinte años, los dos principales mecanismos de absorción de mano de obra han sido el sector público y la emigración, preferentemente hacia los países europeos mediterráneos, donde están legalmente registrados más de dos millones y medio de residentes magrebíes y probablemente cerca de otro millón de inmigrantes no registrados. En cuanto al empleo público, en los países del Magreb tiene un peso menor que en otros países del Norte de África y Oriente Medio, pero aun así supone entre el 15% (en Marruecos) y el 30% (en Argelia) del empleo total, aunque con una clara tendencia a disminuir en los tres países. Mientras que en Argelia casi cuatro de cada diez puestos de trabajo creados en la década de los noventa correspondió al sector público, Marruecos es el único país en el que el empleo público ha caído tanto en términos absolutos como en términos relativos, lo que seguramente explica en buena parte la alta tasa de desempleo entre los titulados universitarios (38%).
En la medida en que es poco probable que el empleo público siga absorbiendo mano de obra en las dos próximas décadas, la única alternativa a la emigración pasa por estimular la creación de empleo en el sector privado. Para conseguirlo, hay básicamente dos vías: incrementar la tasa de crecimiento global de la economía o aumentar la intensidad en mano de obra de este crecimiento (es decir, el aumento del empleo que se consigue ante un aumento de un punto porcentual de la tasa de crecimiento, lo que los economistas conocen como “elasticidad” del empleo con respecto al crecimiento):
- Entre los sectores económicos con mayor potencial de creación de empleo está la agricultura, cuya intensidad en mano de obra es seis veces superior en Marruecos que en la Unión Europea. Pero la expansión de la producción agrícola de exportación está bloqueada por las cuotas a la importación, los precios de referencia y otras medidas proteccionistas impuestas por los países europeos (que han excluido la agricultura de las zonas de libre comercio euromediterráneas que se completarán en 2008 con Túnez, en 2012 con Marruecos y no antes de 2017 con Argelia).
- Otra opción la constituye la inversión en programas de obras públicas, que además de crear empleo supone un buen medio para crear las infraestructuras sociales, como vivienda o sistemas de suministro de agua, que el crecimiento demográfico y la urbanización hacen necesarias, así como las infraestructuras productivas (comunicaciones y transporte, fundamentalmente) imprescindibles para atraer inversión extranjera y mejorar la competitividad de las empresas nacionales. El problema aquí radica en la escasa capacidad de inversión de los Estados magrebíes, con la excepción de Argelia, que de hecho parece haber seguido esta vía con sus sucesivos Planes de Apoyo al Relanzamiento Económico 2001-2004 y 2004-2007.
- Una tercera vía, al menos para los países con un cierto grado de competitividad industrial en algunos sectores, como Túnez y Marruecos, pasaría por integrar la industria manufacturera de los países magrebíes en las cadenas de producción industrial europeas para ocuparse de los procesos de producción más intensivos en mano de obra (un proceso de deslocalización como el que, en una medida limitada, lleva más de una década produciéndose en el sector textil y se ha registrado en los últimos tres o cuatro años en la industria de componentes eléctricos y metal-mecánica). Pero la falta de competitividad local y el endurecimiento del entorno competitivo internacional como consecuencia del desmantelamiento del Acuerdo Multifibras que garantizaba el acceso preferencial de los productos textiles magrebíes a los mercados europeos (25% de las exportaciones totales en Marruecos y 45% en Túnez) y la entrada en el mercado único europeo de los nuevos Estados miembros del Este de Europa hacen muy difícil ser optimista a este respecto. De hecho, a partir de 2004 en Túnez y a partir de 2008 en Marruecos la aplicación de la última fase de las zonas de libre comercio euromediterráneas, con la plena liberalización de las importaciones de productos industriales europeos, corre el riesgo de tener más bien un impacto fuertemente negativo sobre el empleo industrial en estos países, aunque sorprendentemente no existen estudios fiables sobre su magnitud (se ha llegado a hablar de la desaparición de entre uno y dos tercios de las pequeñas empresas industriales locales). De hecho, es significativo que, en su Informe sobre la Inversión Mundial 2003, la UNCTAD clasificara a los tres países del Magreb, indistintamente, entre los “países con bajo potencial de inversión extranjera directa”.
Sin embargo, aun cuando se produjera un aumento significativo de la intensidad en empleo del crecimiento, serían necesarias tasas de crecimiento muy elevadas para hacer frente al aumento proyectado de la población activa. Si se mantuviera la actual elasticidad media del empleo con respecto al crecimiento en torno al 0,7 (de modo que por cada aumento de la tasa de crecimiento en un 1% se registra un aumento del empleo total del 0,7%), los países del Magreb necesitarían duplicar las tasas de crecimiento que registraron en los años noventa para absorber el aumento de la población activa previsto durante los próximos quince años únicamente como consecuencia de la evolución demográfica (es decir, sin tener en cuenta la mayor incorporación de mujeres al mercado laboral ni el éxodo rural); con todo y con eso, el número total de desempleados en los tres países del Magreb todavía aumentaría en más de dos millones de personas (un 50%) durante los próximos quince años, superando los seis millones.
Ahora bien, un aumento como ese de la tendencia de crecimiento sólo puede alcanzarse mediante incrementos sustanciales y sostenidos de la inversión, ya sea pública o privada, interna o extranjera. Ahora bien, la inversión pública está estructuralmente lastrada en un futuro inmediato, salvo en el caso de Argelia, por la pérdida de una parte importante de los ingresos públicos por aranceles sobre las importaciones europeas que lleva aparejada la creación de las zonas de libre comercio. Este efecto será particularmente agudo en Marruecos, que perderá cerca del 10% de sus ingresos públicos como consecuencia de la aplicación de la zona de libre comercio, o casi el 2% del PIB (en 2003 se calcula que las arcas públicas marroquíes dejaron de ingresar ya unos 225 millones de euros como consecuencia del desarme arancelario, y cada año adicional hasta que se complete la zona de libre comercio euromediterránea en 2012 supondrá una reducción adicional de ingresos de alrededor de 50 millones de euros). Además, en su caso los gastos corrientes de la Administración y el pago de la deuda pública absorben ya más del 80% del gasto público, con lo que el Estado tiene escaso margen de maniobra para la inversión. Por otro lado, la tasa de ahorro interna tiende a ser muy baja en unos países con una población tan joven.
Conclusión
Un nuevo contrato social y un nuevo modelo de relaciones con la UE
Las perspectivas económicas y vitales de la mayor generación de jóvenes de la historia del Magreb están supeditadas, por tanto, a tres elementos estructurales, uno exógeno y en buena parte ya irreversible (la dinámica demográfica, que se ha examinado en la primera parte de este ARI) y otros dos endógenos, las políticas públicas nacionales (el modelo de desarrollo de estos países) y, ligado al mismo, su modelo de inserción en la economía mundial, que, para los países del Magreb, es lo mismo que decir su modelo de relaciones económicas con la Unión Europea. En ese sentido, los desafíos que plantean las perspectivas de empleo en la región no sólo exigen un replanteamiento radical del modelo de desarrollo de estos países –todo un nuevo “contrato social”, según los términos utilizados por el Banco Mundial en su estudio de 2004 Unlocking the Employment Potential in the Middle East and North Africa. Towards a New Social Contract–, sino simultáneamente una reorientación del modelo actual de relaciones económicas entre los países europeos y los países del Magreb. En efecto, la actual matriz de relaciones económicas euromediterráneas corre el riesgo de contribuir más bien a agravar los problemas económicos de la región, notablemente en materia de empleo, que a resolverlos[4].
Son los propios países mediterráneos europeos los primeros interesados, en función de su propia seguridad, en impulsar y dirigir este doble replanteamiento. En efecto, si tenemos en cuenta las sombrías perspectivas demográficas del Magreb a corto y medio plazo y sus posibles repercusiones para su estabilidad política y social, una buena manera de tipificar la importancia estratégica que tiene para los países europeos mediterráneos el crecimiento económico del Magreb en general, y por ende la inversión extranjera capaz de impulsarlo y muy particularmente la implantación de las pequeñas y medias empresas industriales europeas con unos niveles tecnológicos y una intensidad en mano de obra muy apropiados para estos países, consiste en poner de relieve que presenta las características de un bien público para los países del Sur de Europa. Es decir, una actividad económica cuyos beneficios son mucho mayores que lo que indica la mera tasa de rentabilidad empresarial de la inversión, pues tiene fuertes externalidades positivas para ellos en la medida en que contribuye a crear empleo y generar estabilidad en sus vecinos más próximos. La teoría económica ofrece sólidos argumentos para la intervención del Estado con el fin de asegurar la provisión de bienes públicos, lo que en este caso supondría dirigir recursos públicos a fomentar una mayor presencia de las empresas europeas en los países magrebíes e intensificar las relaciones económicas mutuas más allá de consideraciones empresariales y/o políticas a corto plazo.
Iván Martín
Universidad Carlos III de Madrid
[1]Este análisis se inscribe en el marco del proyecto de investigación Riesgos estratégicos de la transición demográfica en el Norte de África: Prioridades para el futuro y el papel de España, coordinado por Rickard Sandell, responsable del Área de Demografía y Migraciones del Real Instituto Elcano. El grupo de trabajo constituido para dicho proyecto está formado, además de por el autor, por Juan Avilés, Carlota García Encina, José A. Herce, Antonio Hernández Mancha, Iñigo Moré, Simón Sosvilla, Juan Díez Nicolás, Alicia Sorroza y Paul Isbell. Todas las opiniones vertidas en el presente ARI son de la estricta responsabilidad del autor
[2] Rickard Sandell, North Africa: Grappling with Demography, Documento de Trabajo 56/2004, Real Instituto Elcano, p. 14, DT 56/2004.
[3] Centre Marocain de Conjoncture, Bulletin nº 27, junio 2004.
[4] Sobre este particular, pueden verse los artículos del autor publicados en 2004 “The Social Impact of Euro-Mediterranean Free Trade Areas: A First Approach with Special Reference to the Case of Morocco”, en Mediterranean Politics, vol. 9.3, pp. 422-458, y “La nueva Política de Vecindad de la Unión Europea: ¿hacia un espacio económico hispano-magrebí?”, en Anuario Jurídico y Económico Escurialense, época II, nº XXXVII, pp. 497-526, R.C. Universitario “Escorial-Mª Cristina”, http://www.rcumariacristina.com/ficheros/economia_06.pdf.