Tema: Tanto Europa como el Magreb se encuentran amenazados por el terrorismo yihadista. Este no representa una manifestación de un supuesto choque de civilizaciones entre Occidente y el Islam, sino una epidemia mundial que amenaza tanto a los países musulmanes como a los no musulmanes. Desde el punto de vista europeo conviene destacar que no estamos ante un enemigo que viene de fuera, sino que la radicalización ideológica que está en la base del terrorismo yihadista se está produciendo también dentro de nuestro territorio. Es decir, que la amenaza tiene sus raíces tanto al norte como al sur del Mediterráneo, por lo que para combatirlo eficazmente es indispensable la cooperación euro-magrebí.
Resumen: La naturaleza de la yihad global no se comprende si se parte de la tesis del choque de civilizaciones, ni tampoco si se atribuye exclusivamente a causas socioeconómicas o a una reacción antiimperialista. Estamos ante una epidemia de violencia y para comprenderla tenemos que prestar atención tanto a los “gérmenes” ideológicos que la provocan, como al “caldo de cultivo” social en que prospera. Su base ideológica no se encuentra en el islam como tal, sino en una ideología específica, el salafismo yihadista. En cuanto a las circunstancias sociales que favorecen su difusión, hay que prestar atención tanto a las que se dan en los países musulmanes como a las que afectan a las comunidades musulmanas de Europa. Por último, la estructura de las organizaciones yihadistas presenta también características específicas. No estamos ante una gran organización mundial jerarquizada, sino ante pequeños grupos locales, que sin embargo se conectan entre sí en una red global. Un análisis de los vínculos existentes entre los militantes conocidos permite identificar cuatro grandes conjuntos en esa red. Uno de ellos está integrado mayoritariamente por ciudadanos de origen magrebí, pero de esto no debe deducirse que Europa se enfrente a una amenaza específicamente magrebí. Los yihadistas representan más bien una “comunidad virtual” de alcance global, que tiene una de sus principales raíces en sectores minoritarios de las comunidades musulmanas europeas. Esto explica que gran parte de los yihadistas que han cometido atentados o han sido detenidos en Occidente sean musulmanes residentes en Europa, incluidos inmigrantes de segunda generación y también conversos locales.
Análisis: El terrorismo internacional, es decir, aquel que no está vinculado a un conflicto local específico, si no que parece inspirarse en una motivación global y está dispuesto a atacar en cualquier país, representa hoy una de las grandes amenazas para la paz mundial. Resulta por ello imprescindible entender la naturaleza de esta amenaza, que se presta a interpretaciones erróneas, de las que pueden derivarse a su vez políticas antiterroristas equivocadas.
Ni choque de civilizaciones ni combate antiimperialista
Acerca del terrorismo global existen dos tesis contrapuestas, ambas muy difundidas, que aun basándose en hechos reales tienden a malinterpretarlo. La primera, partiendo del hecho de que los terroristas internacionales son hoy musulmanes, como también lo son la mayoría de los terroristas locales, desde Argelia hasta Mindanao, concluye que el terrorismo que nos aflige representa una manifestación de un problema más hondo, el presunto choque de civilizaciones entre el islam y Occidente y también entre el islam y otras culturas, como la hindú. La segunda, partiendo del hecho de que las raíces del terrorismo se hallan en países en desarrollo afectados por graves problemas socioeconómicos, tiende a interpretarlo como una forma de lucha contra un orden internacional injusto, como una manifestación de antiimperialismo, análoga en sus causas profundas a las guerrillas revolucionarias de hace treinta años.
Desde la perspectiva de las relaciones euro-magrebíes ambas tesis resultas relevantes, dado que el Mediterráneo representa a la vez una frontera entre el mundo desarrollado y el mundo en vías de desarrollo y entre Occidente y el islam. Y ambas deben ser tenidas en cuenta para comprender el fenómeno del terrorismo global, pero ambas caen en la falacia de pretender explicar fenómenos específicos mediante causas generales.
La tesis del choque de civilizaciones, popularizada por Huntington, representa una simplificación. Aplicada al caso del terrorismo yihadista, supone olvidar que en su origen éste representa un conflicto civil (fitna si se quiere emplear un término islámico) dentro de las propias sociedades musulmanas. Los primeros teóricos egipcios del salafismo yihadista postularon la necesidad de combatir fundamentalmente al “enemigo cercano”, es decir a los Estados musulmanes supuestamente infieles al mensaje coránico, y fue el fracaso de esta estrategia, en el propio Egipto y en otros países, el que condujo a que se impusieran las tesis de al-Qaeda, que priman el combate contra el “enemigo lejano”, es decir occidentales y judíos (Kepel 2004, pp. 99-138).
La tesis del antiimperialismo implica una negativa a entender la importancia de los factores ideológicos en los movimientos sociales, o quizá incluso a una tendencia a explicar conductas ajenas en función de los supuestos ideológicos propios. De acuerdo con una perspectiva muy difundida en Occidente, la injusticia social genera naturalmente rebeldía, mientras que las creencias religiosas tienen escasas implicaciones para la vida real. En la génesis del terrorismo internacional el factor islamista no tendría pues tanta importancia como las circunstancias socioeconómicas de los países musulmanes y sobre todo (en la versión más radical de esta tesis) el impacto del imperialismo occidental, que sería en última instancia responsable de los males de esos países. El problema de esta tesis es que difícilmente permite entender el éxito del islamismo, que carece de un programa socioeconómico propio y se centra en la imposición de la sharia y de unas normas morales supuestamente derivadas de la lectura literal del Corán y de la sunna. Un caso extremo fue el del régimen talibán, que centró todos sus esfuerzos en la policía de las costumbres, desentendiéndose de la economía afgana.
Lo más grave de estas dos tesis es que pueden conducir a políticas contraproducentes, tanto en el plano de la lucha antiterrorista como en el de las relaciones euro-magrebíes. La tesis del choque de las civilizaciones, llevada a su extremo, conduce a inventarse algo más de mil millones de enemigos y, lo que es peor, a convertirlos en enemigos reales, a base de insistir en la incompatibilidad entre Occidente y el islam. Si la tesis fuera cierta, habría que tenerla en cuenta para diseñar las políticas adecuadas, pero no debería mencionarse en público, porque constituye una propaganda negativa para los propios intereses occidentales. Si es falsa, como yo sospecho, hay que desecharla, porque puede llevar a combatir al enemigo equivocado en el momento inapropiado. Cabría preguntarse, por ejemplo, hasta qué punto ha influido una percepción pesimista de todo lo musulmán en la convicción de que Sadam Husein y Bin Laden iban a terminar colaborando en el tema de las armas de destrucción masiva, aunque no hubiera pruebas reales de colaboración entre ambos, ni tampoco, según sabemos ahora, de que Sadam siguiera teniendo tales armas. Y cabe sospechar que la tesis de la enemistad natural entre España y Marruecos explica, junto a factores de política interna y a la natural propensión humana hacia las teorías conspirativas, la insistencia con la que ciertos medios apuntan, sin prueba alguna, hacia la responsabilidad de los servicios secretos marroquíes en los atentados del 11-M.
La tesis antiimperialista conduce a una inacción teñida de sentimiento de culpa. Al examinar el terrorismo más desde el punto de vista de sus supuestas causas profundas que desde el de sus criminales manifestaciones, tiende a negar la legitimidad de la propia colaboración antiterrorista internacional. Desde esta perspectiva, los terroristas palestinos luchan contra la ocupación israelí, los terroristas chechenos luchan contra la ocupación rusa, los terroristas argelinos luchan contra un régimen que robó a los islamistas una victoria electoral y la yihad global se dirige contra el imperialismo americano. Luego los terroristas no parecen más culpables que sus enemigos. En cuanto a los regímenes árabes, son vistos como autoritarios, corruptos y culpables del atraso de sus pueblos, por lo que sería impensable colaborar con ellos en tareas represivas. En último término, estamos ante una visión que tiende hacia el nihilismo: puesto que el mundo es imperfecto, dejemos que lo destruyan.
Una interpretación del terrorismo yihadista
La comprensión del actual terrorismo internacional, de inspiración islamista, requiere un análisis más específico de sus fundamentos ideológicos, de las circunstancias sociales que lo favorecen y de sus estructuras organizativas. La interpretación que aquí se propone se basa en las tesis de algunos de los mejores analistas del islamismo y del terrorismo yihadista, como Gilles Kepel, Olivier Roy y Marc Sageman, y se articula en cuatro elementos: la ideología yihadista, las circunstancias sociales que facilitan su difusión, el papel de los pequeños grupos locales y los lazos que les unen a la red terrorista global.
El salafismo yihadista. La mayoría de los musulmanes no son salafistas y la mayoría de los salafistas no son terroristas, pero la yihad terrorista global se basa en una lectura salafista del islam. El término salafismo (salafiyyah), que alude a los compañeros de Mahoma, se utiliza para definir un movimiento que pretende devolver al islam la pureza de sus orígenes, basándose en una lectura literal del Corán y de la tradición (sunna), y rechazando no sólo todas las innovaciones derivadas de la influencia occidental, sino también toda la cultura que los musulmanes han venido elaborando con posterioridad al momento fundacional. Se trata pues de una variante musulmana de un fenómeno más amplio como es el fundamentalismo religioso. Su atractivo se basa en su simplicidad, ya que parece ofrecer una respuesta unívoca a todos los dilemas morales que plantea la vida. Al no estar ligado a la tradición cultural específica de ningún país, resulta especialmente atractivo para aquellos jóvenes musulmanes desarraigados de sus culturas de origen por la emigración, a los que ofrece una integración en la comunidad musulmana universal (umma). Puesto que desprecia todo el debate teológico que se ha producido a lo largo de los siglos, a favor de una lectura supuestamente literal de los textos fundacionales, se presta especialmente a la formación autodidacta de pequeños grupos que redescubren el islam al margen de los cauces oficiales (Roy 2002, pp. 133-163). Ahora bien, esa vuelta de los musulmanes a sus orígenes se puede lograr por dos vías, la de la predicación (dawa) y la del combate (yihad), y este último se puede dirigir contra el enemigo cercano, los falsos musulmanes, o el lejano, los infieles. Los primeros propagandistas del salafismo yihadista, como el egipcio Faraj, fallecido en 1982, subrayaron la importancia del enemigo cercano, mientras que los líderes de al-Qaeda, Bin Laden y Al Zawahiri, han dado prioridad al enemigo lejano (Sageman 2004, pp. 7-24).
Ahora bien, esto último supone pasar de una lucha por un objetivo político, el establecimiento de un Estado islamista en un determinado territorio, a una lucha global, en la que el hecho mismo del combate tiene más importancia que la estrategia política, que apenas es esbozada. La reconstrucción del califato, es decir la sumisión de todos los musulmanes a una autoridad única que reinstaurara la pureza del islam primigenio, representa un proyecto a largo plazo, quizá más mesiánico que político, cuyos pasos intermedios ningún teórico yihadista se ha molestado en trazar. Por ello, para comprender la amenaza que padecemos puede ser más útil prestar atención a la psicología de las sectas que a las estrategias políticas. En palabras de Olivier Roy, al-Qaeda sería, más que una organización política, una secta milenarista y suicida (Roy 2002, p. 203).
Las circunstancias sociales de su difusión. La gran pregunta es la de por qué resulta atractivo para tantos musulmanes el llamamiento de al-Qaeda al terror y a la muerte. Que el atractivo existe es indudable. De acuerdo con una encuesta realizada en marzo de 2004, el 11% de los turcos, el 45% de los marroquíes, el 55% de los jordanos y el 65% de los pakistaníes tienen una opinión favorable de Bin Laden (The Pew Research Center 2004). Hay que admitir, por tanto, que en muchos países musulmanes existe un caldo de cultivo favorable para la difusión de la ideología yihadista. Entre los factores que pueden contribuir a ello cabe apuntar los siguientes.
• En primer lugar, podemos esperar que las circunstancias sociales que facilitan el surgimiento de movimientos terroristas sean similares a aquellas que facilitan la aparición de otras formas de conflicto. Ahora bien, es indudable que los conflictos civiles surgen en los países en desarrollo con mucha mayor frecuencia que en los países desarrollados y uno de los factores que se han propuesto para explicarlo es el de la hipertrofia juvenil (youth bulge) que se produce en la fase intermedia de la transición demográfica que están experimentando. La proporción de jóvenes adultos (entre 15 y 29 años) respecto a la población adulta total llega a situarse por encima del 40%, como ocurre en bastantes países musulmanes, incluidos Argelia, Marruecos y Túnez. Esta superabundancia de jóvenes, que encuentran dificultad para encontrar un empleo adecuado a sus aspiraciones y, más en general, para incorporarse a la sociedad adulta, representa un importante factor de conflicto, como lo demuestra el hecho de que, en los años noventa, la probabilidad de que estallara un conflicto civil resultaba tres veces mayor en los países con más de un 40% de jóvenes adultos que en aquellos con menos de un 30% (Cincotta 2003). Cabe prever, sin embargo, que el descenso de la natalidad en los países magrebíes elimine esta hipertrofia juvenil en el curso de los próximos lustros.
• Buena parte de los protagonistas de la yihad global son jóvenes musulmanes que residen en Occidente. Todos los grandes atentados cometidos en los últimos años en América del Norte y Europa Occidental, con excepción del de Oklahoma City, han sido obra de grupos terroristas que reclutan en las comunidades musulmanas de Occidente o las utilizan como refugio. Esto implica que, en parte, la radicalización que conduce a la yihad terrorista se está produciendo en nuestras propias sociedades. Y no se trata necesariamente de inmigrantes recién llegados ni de gente que se encuentre en una situación desesperada. Un estudio sobre los 212 presuntos terroristas yihadistas de los que consta que han sido detenidos o han muerto en Europa Occidental y Norteamérica entre 1993 y 2003 muestra que sólo el 16% eran inmigrantes ilegales y entre éstos no se hallaba ninguno de los líderes. Por el contrario, el 8% eran inmigrantes de segunda generación, es decir nacidos en el país de acogida, y otros tantos eran conversos al Islam (Leiken 2004). Por desgracia, parece que el salafismo, incluso en su versión yihadista, resulta atractivo para cierto número de musulmanes de Occidente, ya sean estudiantes venidos de países árabes, inmigrantes llegados en busca de trabajo, jóvenes de origen árabe o pakistaní nacidos en Francia o Inglaterra, o incluso conversos. Se trata de una fe sencilla, propagada a través de predicadores y también a través de cintas audiovisuales y de portales digitales, que permite a jóvenes social o culturalmente desarraigados integrarse en una comunidad virtual de creyentes (Roy 2002, pp. 62-101).
• Por último, es importante tener en cuenta la percepción, ampliamente difundida por los medios de comunicación árabes, tanto radicales como moderados, de que el islam se encuentra acosado y los musulmanes son perseguidos por sus enemigos. Las imágenes procedentes de Palestina, pero también de otros lugares, como Irak, resultan particularmente significativas a estos efectos. Se trata de un victimismo que en parte tiene una base real, pero también responde a una incapacidad para admitir la parte de responsabilidad que los musulmanes tienen tanto en sus propios problemas como en los conflictos que les enfrentan a otras comunidades, sea en Palestina, en Chechenia o en Cachemira. Dicho esto, resulta indudable que una resolución equitativa de tales conflictos locales reduciría esa percepción de acoso al islam que tanto facilita la difusión del salafismo yihadista.
La formación de grupos yihadistas locales. Los atentados de la yihad global son en ocasiones interpretados como obra de comandos directamente enviados por la dirección central de al-Qaeda, mientras que en otras son percibidos como obra de grupos terroristas independientes de aquella. Pero lo cierto es que, en muchos casos, la realidad parece situarse en un punto intermedio entre los dos citados, es decir que los atentados son perpetrados por núcleos locales que han ido adoptando por sí mismos la ideología yihadista, pero que en determinado momento han entrado en contacto con la red global que tiene como núcleo central a al-Qaeda. Esta es la interpretación que, entre otros, propone Marc Sageman, en un estudio basado en el análisis de los vínculos existentes entre los militantes que participan en la yihad global (es decir, en las acciones terroristas internacionales, no en las vinculadas a conflictos locales). Su tesis es que los atentados de la yihad global surgen a partir de núcleos locales, como el grupo de Montreal que preparó el frustrado atentado del Milenio en Estados Unidos o el grupo de Hamburgo que dirigió los atentados del 11-S, cuyos miembros se hallan estrechamente unidos por lazos de amistad, de parentesco a veces, de aprendizaje y de práctica religiosa común, similares a los que se dan en las sectas. No se trataría de agentes terroristas reclutados por la dirección central de al-Qaeda, sino de grupos que se radicalizarían en común (Sageman 2004, pp. 99-135).
La red de redes de la yihad global. En su análisis de los vínculos entre los participantes en la yihad global, Sageman ha identificado cuatro condensaciones de vínculos (clusters), es decir, cuatro conjuntos dentro de la red global. Se trata de: (1) la estructura central de al-Qaeda; (2) la red árabe de Oriente Medio; (3) la red magrebí; y (4) la red del sureste asiático (Sageman 2004, pp. 46-50). Miembros de la estructura central de al-Qaeda han actuado como coordinadores de las otras redes, por ejemplo Abu Zubayda en el caso de la red magrebí, pero los miembros de cada una de éstas carecen en general de vínculos entre sí, salvo excepciones como la de algunos militantes sirios que están vinculados tanto a la red de Oriente Medio como a la magrebí. Hay que destacar que tales redes o clusters no quedan definidas por el origen geográfico de sus miembros, sino por la densidad de vínculos entre ellos, por lo que no todos los miembros de la que Sageman denomina red magrebí son ellos mismos de origen magrebí. Estamos en suma ante una red de redes, muy flexible y descentralizada y que permite iniciativas locales, no ante un conjunto de grupos independientes ligados tan sólo por una ideología común. En determinado momento los grupos surgidos localmente entran en contacto con la red global, lo que hasta el año 2001 a menudo implicaba un curso de entrenamiento, habitualmente en Afganistán.
Europa, el Magreb y el terrorismo yihadista
Sageman atribuye a la red magrebí cinco de los principales complots terroristas de la yihad global entre 1999 y 2001, todos ellos afortunadamente frustrados: los complots del Milenio de diciembre de 1999 en Estados Unidos y Jordania, el complot de Estrasburgo de diciembre de 2000, el complot de la embajada americana en París en el otoño de 2001 y el complot del “terrorista del zapato” en diciembre de ese mismo año. A estos cinco hay que sumarles otros tres complots posteriores que sí causaron víctimas: el atentado contra la sinagoga de Djerba en Túnez de abril de 2002, los atentados de Casablanca de mayo de 2003 y los atentados de Madrid de marzo de 2004.
Aparentemente Europa se enfrenta a una amenaza magrebí, pero si examinamos más atentamente los hechos podemos comprobar que la amenaza procede también de la propia Europa. Un caso evidente es el del atentado de la isla de Djerba, cometido por un terrorista suicida nacido en Túnez pero residente en Lyon, Nizar Nawar. Pero no se trata sólo de residentes, algunos de los presuntos miembros de la red terrorista magrebí han nacido en Europa y un puñado de ellos son conversos de origen europeo. De los 52 miembros destacados de la red magrebí identificados por Sageman, un tercio nacieron en Francia. Y entre los condenados en Marruecos tras la gran redada que siguió a los atentados de Casablanca se halla un converso francés, Richard Pierre Antoine Robert. La conclusión que se desprende es que la radicalización yihadista de muchos militantes se ha producido en suelo europeo. Estamos ante una amenaza compartida, no sólo porque los atentados se cometen en ambas orillas del Mediterráneo, sino porque los orígenes del terrorismo hay que buscarlos también en ambas orillas.
Los detenidos por los atentados del 11-M eran también ciudadanos de origen árabe, muchos de ellos marroquíes, pero residían en España, algunos desde hacía varios años. El 11-M resulta, por otra parte, característico del modo de operar de la yihad global. Los terroristas que llevaron a cabo los atentados formaban un grupo local, una célula madrileña, pero sus vínculos con la red terrorista que tiene como núcleo central a al-Qaeda son indudables, aunque sorprendentemente no se les ha prestado suficiente atención en un debate público que está excesivamente condicionado por el enfrentamiento entre los partidos. Aunque los datos del sumario no se conocen todavía, las informaciones aparecidas en la prensa apuntan hacia numerosas conexiones inquietantes:
• Algunos de los terroristas del 11-M, incluido su aparente líder, el tunecino Serhane Fakhet, habían tenido relaciones con la célula encabezada por el sirio Imad Eddin Barakat Yarkas, alias Abu Dahdah, desarticulada por el juez Garzón en el otoño de 2001. Dicha célula pudo a su vez jugar un papel de apoyo en la preparación de los ataques del 11-S, preparación que fue al parecer ultimada en suelo español por Ramzi Bin al Shibh y Mohamed Atta. La célula de Yarkas tenía también contactos con la red yihadista del sudeste asiático y uno de sus miembros, el converso español José Luis Galán, visitó uno de sus campos de entrenamiento en Indonesia.
• El marroquí Yamal Zougam, uno de los presuntos autores materiales del 11-M, parece haber tenido contactos con yihadistas franceses, incluido el converso David Courtailler; con el mulá Krekar, residente en Noruega y líder del grupo yihadista iraquí Ansar al Islam; y con Abdelaziz Benyaich, un ciudadano francés de origen marroquí, sospechoso de estar en contacto con los responsables de los atentados de Casablanca. Según fuentes marroquíes, Benyaich habría estado a su vez en contacto con Abu Musab al Zarqawi, el militante jordano a quien los americanos consideran el principal impulsor del terrorismo en Irak.
• El tunecino Fakhet pudiera haber consultado el proyecto de atentado con el marroquí Amer Azizi, casado con una española, presunto miembro de la célula de Yarkas y huido de España tras la desarticulación de ésta, quien también parece haber tenido contactos con Zarqawi.
• Uno de los principales colaboradores de Zarqawi parece ser el sirio Mustafa Setmarian Nasar, más conocido como Abu Musab al Suri, quien residió en España en los años noventa, casó con una española y formó parte de la célula de Yarkas.
• Resulta por último significativo que Osman Rabei, alias Mohammed el Egipcio, detenido por la policía italiana como presunto implicado en los atentados del 11-M, haya estado en relación con el jeque Salman al Auda, uno de los predicadores salafistas más radicales de Arabia Saudí.
Dificultades para el necesario entendimiento
Las reacciones a los atentados del 11-M muestran algunas de las dificultades a las que se enfrenta el entendimiento euro-árabe. Un pequeño libro, que recoge una treintena de artículos sobre el tema aparecidos en medios de comunicación árabes, resulta especialmente útil para comprobarlo (Amo 2004). Aunque en general sus autores destacan que los atentados no han producido en España una reacción antiárabe, uno de ellos, el ex ministro marroquí Muhammad al Mesari, muestra su preocupación por ciertos síntomas de una creciente islamofobia intelectual, como la publicación de un libro de César Vidal que lleva el título, ciertamente provocativo, de España frente al Islam. Más grave resulta que en ciertos medios de comunicación se haya prestado credibilidad a la tesis de que los servicios secretos marroquíes pudieran haber estado implicados en el 11-M. Las supuestas pistas en las que se apoya esa tesis, tal como han sido expuestas en un reciente libro, llaman la atención por su falta de consistencia, pues todo se reduciría a un par de cartas anónimas recibidas por El Mundo, a que un sospechoso detenido en Marruecos, Mohamed Hadad, haya sido puesto en libertad y a la falta de diligencia marroquí en proporcionar información (García-Abadillo 2004, pp. 186-196 y 228-230): muy poca base para acusar a un país con el que es necesario colaborar frente a la amenaza terrorista.
Las teorías conspirativas parecen tener todavía más éxito al sur del Mediterráneo. En la recopilación citada, un articulista marroquí apunta que organizaciones como al-Qaeda pudieran estar infiltradas, mientras que un kuwaití y un palestino afirman directamente que el 11-M pudo ser un crimen sionista, algo que también están planteando algunos periódicos egipcios respecto al reciente atentado de Taba. Y en bastantes artículos de la recopilación aparece el sempiterno victimismo que impide a tantos árabes afrontar la realidad de sus males. El 13 de marzo, por ejemplo, un editorial del diario marroquí Al Tachdid se lamentaba de la facilidad con que tanto el poder como la opinión pública de Occidente responsabilizan a árabes y musulmanes de los atentados terroristas. Mucho más positiva ha sido la respuesta de otros intelectuales que, a raíz del 11-M, se plantearon la falta de reacción árabe contra los atentados cometidos por terroristas que también son árabes. Una pregunta que ha vuelto a plantearse a raíz del horrendo ataque a la escuela de Beslan. Como ha escrito recientemente el saudí Abdulrahman al Rashed, director general de la cadena al-Arabiya, los musulmanes tienen que hacer frente a la penosa realidad de que en nuestros días la mayor parte de los terroristas son también musulmanes.
Conclusiones: Ante la amenaza de un terrorismo global, que tiene raíces tanto en España como fuera de ella, es necesario responder con una política integral que aborde la triple dimensión de la colaboración internacional, el control de fronteras y las relaciones con la comunidad musulmana española.
En el plano de las relaciones internacionales:
(1) Es necesario impulsar la colaboración global contra el terrorismo, que se enfrenta a graves dificultades por la negativa de ciertos Estados a admitir una definición de terrorismo que incluya la violencia ejercida en nombre de causas con las que simpatizan. España debe apoyar la adopción de un convenio universal contra el terrorismo por parte de la ONU.
(2) La forma más eficaz de colaboración antiterrorista suele consistir en la cooperación bilateral entre los países más implicados, como lo ha demostrado la cooperación hispano-francesa en la lucha contra ETA. En el caso del terrorismo yihadista la cooperación con los países europeos más amenazados resulta crucial y la cooperación con los Estados Unidos de América es muy importante, pero resulta también muy deseable la cooperación euro-magrebí.
(3) Puesto que en la lucha antiterrorista no sólo hay que neutralizar a los terroristas activos, sino privarles de las simpatías sociales que les facilitan el reclutamiento de nuevos miembros, hay que esforzarse en llegar a las mentes y los corazones de las poblaciones musulmanas. Deben, por tanto, promoverse todo tipo de medidas que favorezcan el diálogo y no el choque entre civilizaciones, desde los contactos culturales hasta la cooperación económica.
En el plano del control de fronteras:
(1) Es necesario seguir reforzando las medidas para evitar la entrada irregular en nuestro territorio, no porque los inmigrantes irregulares sean especialmente proclives al terrorismo, sino porque el movimiento de personas sin ningún tipo de control favorece la acción de los grupos terroristas.
(2) Respecto a la expulsión de extranjeros en situación irregular, debe darse absoluta prioridad a la expulsión de aquellos que sean sospechosos de conexiones terroristas.
(3) Un tema debatible es el de una posible moratoria a la inmigración magrebí. En nuestra opinión, la consecuencia ventajosa de esta medida, que sería la reducción del número de personas susceptibles de ser captadas por los yihadistas, quedaría más que compensada por su consecuencia negativa, que sería la promoción de una imagen de incompatibilidad entre civilizaciones, exactamente lo que pretende la propaganda yihadista.
En el plano de las relaciones con la comunidad musulmana española:
(1) Europa se ha convertido en un campo de reclutamiento para la yihad debido a la marginación social o cultural que siente una parte de sus residentes musulmanes. Para combatir ese sentimiento, es necesario promover el respeto al ejercicio del culto musulmán, combatir los estereotipos xenófobos que afectan a los magrebíes y asegurar la igualdad de oportunidades para todos. Gestos simbólicos, como la inclusión de musulmanes en las listas electorales de los partidos, pueden ser de gran ayuda.
(2) Es necesario evitar que nadie se valga del principio de la libertad religiosa para difundir mensajes de odio que puedan impulsar al terrorismo. Los predicadores extranjeros que lo hagan deben ser sancionados o expulsados, para lo cual puede ser necesaria una ley que castigue la promoción del odio racial, étnico o religioso.
(3) Se debe promover la implicación de los líderes del islam español en la denuncia de un terrorismo que pretende justificarse mediante argumentos religiosos.
Juan Avilés
Director del Instituto Universitario de Investigación sobre Seguridad Interior
Nota: Este ARI pertenece al proyecto de investigación Riesgos estratégicos de la transición demográfica en el Norte de África: Prioridades para el futuro y el papel de España, coordinado por Rickard Sandell, responsable del Área de Demografía y Migraciones del Real Instituto Elcano. El autor quiere agradecer las aportaciones a este documento de los miembros del Grupo de Trabajo (Iñigo Moré, Carlota García Encina, José A. Herce, Antonio Hernández Mancha, Iván Martín, Simón Sosvilla, Juan Díez Nicolás, Alicia Sorroza y Paul Isbell) aunque todas las opiniones vertidas en el mismo son de su estricta responsabilidad.
Referencias bibliográficas
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Cincotta, R.P., Engelman, R. y Anastasion, D. (2003), The Security Demography: Population and Civil Conflict after the Cold War, en www.populationaction.org
García-Abadillo, C. (2004), El 11-M: la venganza, La Esfera de los Libros, Madrid.
Kepel, G. (2004), Fitna: Guerre au coeur de l’Islam, Gallimard, París.
Leiken, R.S. (2004), Bearers of Global Jihad: Inmigration and National Security after 9/11, The Nixon Center, en www.nixoncenter.org
The Pew Research Center for the People and the Press (2004), A Year After the Irak War, en www.people-press.org
Roy, O. (2002), L’Islam mondialisé, Seuil, París.
Sageman, M. (2004), Understanding Terror Networks, University of Pennsylvania Press, Philadelphia.