Un nuevo tipo de guerra: Israel busca la destrucción de Hamás y Hizbulah y la reconfiguración de Oriente Medio

Vista de una torre de vigilancia militar libanesa cerca del pueblo de Aitaroun (distrito de Bint Jbeil de la gobernación de Nabatieh) en el Líbano, desde el lado israelí de la frontera norte de Israel
Frontera entre Israel y el Líbano. Foto: Eddie Gerald / Getty Images

Tema
Israel trata de imponer una nueva realidad en Cisjordania y Gaza, el Líbano y el resto de Oriente Medio mediante el uso desproporcionado de la fuerza y una política de hechos consumados.

Resumen
Un año después del ataque de Hamás, los objetivos del gobierno israelí se han ampliado. Ya no busca únicamente acabar con la organización en Gaza, sino neutralizar también la amenaza que representa Hizbulah en el norte de Israel. La meta última, con la vista puesta en Irán, es reconfigurar los equilibrios de poder en Oriente Medio. El uso de la fuerza desproporcionada, casi sin límites, es uno de los pilares de la estrategia israelí.

Análisis
La guerra en Gaza se ha convertido ya, predeciblemente, en una guerra regional. La sucesión de acontecimientos –las operaciones de Israel en el Líbano, destacando el asesinato del líder de Hizbulah, Hasan Nasrallah, y la posterior represalia iraní– nos sitúan en una escalada cuyo fin y consecuencias son difíciles de prever. Irán y su apoderado, Hizbulah, han respondido con contención a cada expansión de la guerra por parte de Israel, que no se ha parado a esperar una excusa para dar el siguiente asalto.

Una intensificación evitable mediante un alto el fuego en Gaza, que la comunidad internacional ha fracasado en imponer. Las operaciones militares israelíes en Gaza, que duran más de un año, hace tiempo que cumplieron sus objetivos de venganza, de diezmar las capacidades de Hamás, militares y de gobernanza. Hace muchos meses que Israel volvió a elevar su poder disuasorio. Sin embargo, los objetivos del gobierno israelí hoy van mucho más allá, utilizando el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 para reconfigurar Gaza, Cisjordania y la región entera. Para ello, el uso desproporcionado de la fuerza, con pocos precedentes, ha sido instrumental, como hemos podido comprobar en Gaza y ahora vemos en el Líbano.

1. ¿Nuevas reglas de la guerra?

El 17 de septiembre de 2024 el gobierno israelí decidió añadir como objetivo de la guerra en Gaza “devolver a los residentes del norte [de Israel] a sus hogares de forma segura”. Desde el 8 de octubre de 2023, los ataques de Hizbulah contra la zona se sucedían, provocando el desplazamiento de más de 60.000 israelíes. Una vez fijado el nuevo objetivo de guerra, el gobierno presidido por Benjamín Netanyahu no perdió tiempo en ponerse manos a la obra para acabar con Hizbulah, demostrando hasta qué punto se había infiltrado en una de las principales fuerzas militares de Oriente Medio. Primero, con los ataques con los buscas y walkie-talkies del 17 y 18 de septiembre, en los que murieron al menos 37 personas y 3.000 resultaron heridas, según las autoridades libanesas. Días después, el 20 septiembre, las fuerzas israelíes mataron a Ibrahim Aqil, un dirigente de la fuerza de elite Radwan, junto a otros líderes del brazo armado de Hizbulah. Finalmente, el 27 septiembre, Nasrallah era asesinado, junto a Kali Karaki, uno de sus máximos y más antiguos comandantes militares. Los golpes han sido tan duros y sucesivos que la supervivencia de Hizbulah está hoy en entredicho.

Con todas estas operaciones, Israel no sólo ha puesto de relieve las extraordinarias capacidades de sus servicios de inteligencia, sino también su agresividad. El ex jefe de la CIA Leon Panetta calificó de “terrorista” la explosión de los miles de aparatos de comunicación de Hizbulah. Según algunos medios de comunicación, se están reescribiendo las reglas de la guerra; otros analistas simplemente consideran que lo que se está haciendo es acabar con la noción de que existen tales reglas. Todos coinciden en que algo está cambiando. En 2002 el ataque israelí contra la ciudad de Gaza, que mató al entonces jefe del brazo armado de Hamás, Salah Shehadeh, provocó un enorme escándalo dentro y fuera de Israel, porque murieron también 14 civiles, 11 de ellos niños. El ejército israelí se vio obligado a ofrecer sus disculpas.

Cuatro años después, durante la guerra del Líbano en 2006 –que duró 34 días (del 12 julio al 14 de agosto) y en la que murieron unos 860 civiles y 250 combatientes libaneses, por un lado, y 43 civiles y 120 soldados israelíes, por el otro–, cazabombarderos israelíes lanzaron unas 7.000 bombas y misiles, incluidas bombas de racimo, que arrasaron miles de hogares en pueblos del sur del Líbano. Además de los ataques aéreos, el cuerpo de artillería israelí disparó unos 170.000 obuses. En su informe sobre el número de muertos civiles libaneses, Human Rights Watch concluyó que, con frecuencia, el ejército israelí no distinguió entre objetivos militares y civiles.

A pesar de su dureza, la contienda militar fue y sigue siendo considerada un fracaso para Israel –aunque no una derrota–. Esto se debe a que, cuando entró en vigor el alto el fuego promovido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Hizbulah todavía disparaba cientos de cohetes a diario contra Israel, es decir, sus capacidades militares no habían sido totalmente reducidas. El entonces jefe del Estado mayor israelí, Dan Halutz, que había ocupado previamente el puesto de jefe de las fuerzas aéreas, no creía que fuese necesaria una invasión terrestre, pero sin ella no era posible destruir los cohetes de corto alcance con los que Hizbulah atosigaba el norte de Israel. Cuando los carros de combate israelíes finalmente cruzaron la frontera para destruir a Hizbulah y alejar a sus fuerzas de dicha frontera, lo hicieron tarde y mal, y la milicia pudo repeler la invasión causando suficientes bajas como para que la cúpula israelí se replantease la contienda. El entonces primer ministro israelí, Ehud Olmert, bajo presión estadounidense, prohibió a Halutz destruir toda la infraestructura civil estratégica, aunque gran parte fue bombardeada.[1]

La masacre más notoria se produjo en el pueblo de Qana, al sur del Líbano. El 30 de julio de 2006, las fuerzas aéreas israelíes bombardearon un edificio residencial de cuatro plantas, matando a 27 civiles libaneses, la mayoría de ellos niños, trayendo a la memoria otro bombardeo israelí de 1996 contra esa aldea, mucho más mortífero, que segó la vida de 100 personas refugiadas en una base de la ONU. El ataque contra Qana en 2006 provocó que el primer ministro libanés, Fouad Siniora, cancelará su reunión con la secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice, en Beirut, obligándola a regresar a Washington DC tras su visita a Jerusalén. Olmert se vio obligado a expresar su “profunda tristeza” por las muertes y a declarar un alto de los bombardeos durante 48 horas.

2. Lecciones de 2006

Si comparamos la ofensiva israelí de 2006 con las actuales campañas contra Gaza y el Líbano, encontramos poco rastro de aquel pudor. La lección que ha extraído Israel no ha sido la de centrar las operaciones en su ejército de tierra, sino la de dejar de preocuparse por las bajas entre civiles. Ya lo decía el comandante de las fuerzas aéreas israelíes en 2012, Amir Eshel, extrayendo lecciones de las tres guerras previas (2006 contra el Líbano, y 2008-2009 y 2012 contra Gaza): “En caso de guerra, de acuerdo con Eshel, la respuesta estará basada en golpes aéreos mucho más duros de los que Israel ha empleado”. En paralelo, la muerte de civiles ha dejado de provocar el tipo de condena internacional que en el pasado era capaz de poner fin a campañas militares antes de que éstas consiguiesen sus objetivos.

El ataque contra Nasrallah, por ejemplo, difícilmente puede considerarse “quirúrgico”. Participaron ocho cazabombarderos equipados con misiles BLU-109, unas bombas de fabricación estadounidense de casi una tonelada, diseñadas específicamente para penetrar búnkeres (conocidas popularmente como bunker busters). Medios israelíes citados por el Financial Times mencionan que dejaron caer hasta 80 proyectiles contra el cuartel general subterráneo de Hizbulah, destruyendo en el proceso cuatro bloques residenciales. La extrema dureza de la ofensiva arriesga un ataque masivo de Irán o Hizbulah contra Israel que podría costar la vida de miles de personas. Por el momento, Hizbulah ha llevado a cabo ataques indiscriminados pero contenidos –en comparación con los de Israel contra el Líbano– e Irán se ha limitado en gran medida a objetivos militares, expandiendo paulatinamente su alcance.

Netanyahu cuenta con tener los medios y el apoyo internacional para prevenir un ataque que cause grandes bajas. La devastación de Gaza ha conmocionado a medio mundo, pero a la vez ha creado un poder disuasorio, demostrando dos cosas: primero, que Israel tiene capacidades militares ilimitadas gracias al reabastecimiento constante de EEUU; segundo, que no titubeará a la hora de arrasar también el Líbano e incluso causar enormes daños en Irán. Después de décadas pronunciándose sobre la amenaza que constituye el régimen de los ayatolás, Netanyahu no necesita demasiadas excusas para plantear un ataque contra el país persa con el apoyo de EEUU. Teherán se las está proporcionando. El ataque iraní del 1 de octubre, en respuesta al asesinato de Nasrallah y al comienzo de la invasión terrestre israelí del Líbano, ha sido una repetición ampliada del ataque lanzado en abril de este año –que ya provocó la intervención de EEUU y su coalición internacional y regional para proteger a Israel– y demuestra que Irán está dispuesto a arriesgar más de lo que muchos analistas esperan.

3. El amigo americano

EEUU tiene todos los medios para frenar a Israel, pero la Administración Biden ha impuesto hasta ahora límites muy leves.[2] El presidente de EEUU y su secretario de Estado, Antony Blinken, han instado a Israel a la contención –este último condenando los bombardeos contra civiles en Gaza– y han repetido su apoyo a un alto el fuego. Pero cuando el primer ministro israelí ha desoído estos llamamientos, una y otra vez, EEUU ha reiterado su apoyo incondicional tanto a Israel como a sus operaciones militares, manteniendo el flujo de armas del que dependen éstas, a pesar de las denuncias y dimisiones provocadas por, supuestamente, saltarse sus propios controles y contrapesos en el proceso. Así, las repetidas intervenciones de EEUU para proteger a Israel de cualquier tipo de represalia por sus ataques han animado a Netanyahu a continuar.

De nuevo, el asesinato de Nasrallah es un ejemplo de manual de esta secuencia de acciones. El 25 de septiembre, EEUU anunció un alto el fuego de 21 días, bajo el entendimiento de que Israel lo apoyaba. Un día después, Netanyahu lo negó, reafirmando que la guerra continuaba. El día 27, el primer ministro israelí daba la orden de atacar el búnker de Nasrallah. Después del ataque, Biden reiteró el derecho de Israel a defenderse, alabó el asesinato de Nasrallah y ordenó movilizar más efectivos militares estadounidenses para ayudar a Israel a protegerse de cualquier represalia.[3]

Varios predecesores de Biden en el cargo ejercieron suficiente presión para que Israel cambiase su curso. Durante el asedio israelí de Beirut en 1982, Ronald Reagan perdió la paciencia con Menajem Begin, levantó el teléfono y exigió que parase los bombardeos, amenazando con revisar las relaciones entre ambos aliados. Los bombardeos cesaron. Lo que no está claro es si, en el caso de la actual guerra, las declaraciones públicas de EEUU coinciden con sus políticas privadas, debido a varios informes que indican que EEUU estaba, de hecho, animando a Israel a atacar a Hizbulah.

4. Los números de la guerra: de Gaza al Líbano

En la masacre de Hamás del 7 de octubre de 2023, el brazo armado de dicha organización mató en varias comunidades israelíes vecinas a Gaza a 1.195 personas, entre ellas 815 civiles y 36 niños. Es el ataque más sangriento sufrido por Israel desde su fundación en 1948. Además, Hamás secuestró a más de 250 personas, entre civiles y personal de seguridad. Un año después, el primer ministro israelí y su gobierno continúan respondiendo al sentimiento de vulnerabilidad que el ataque provocó entre la sociedad israelí, al tiempo que promueven una ofensiva militar que expanda aún más su control sobre Gaza y Cisjordania, y reorganice el equilibrio de fuerzas en el Líbano y el resto de Oriente Medio. Así, Netanyahu no ha dudado en ordenar ataques que podían provocar una guerra con Irán y la intervención de EEUU en defensa de Israel, logrando así una contienda militar directa entre Washington y Teherán.

Mientras tanto, la guerra en Gaza que lanzó Israel tras el 7 octubre es la mayor masacre de palestinos desde el comienzo del conflicto palestino-israelí. Estamos ante más de 40.000 palestinos muertos, la mayoría de ellos mujeres y niños, y casi 100.000 heridos, según datos de la ONU –aunque distintos grupos de expertos argumentan que las cifras reales son muy superiores–. En la guerra de 1947-1949 murieron unos 15.000 civiles y combatientes palestinos. La invasión israelí del sur del Líbano y el consecuente asedio a Beirut en 1982 ofrece cifras más elevadas, unos 19.000, que no llegan a la mitad de los muertos de ahora. Además, la guerra de 1947-1949 es considerada un punto de inflexión, una catástrofe para los palestinos, al haberse visto obligados a marcharse de las aldeas y ciudades de un 78% de la Palestina histórica. Hoy el conflicto de Gaza supera el número de palestinos desplazados de sus hogares: 1,7 millones frente a los 750.000 de 1947-1949.

Con el novedoso empleo de la inteligencia artificial en la ofensiva contra Gaza, un programa llamado Lavender genera miles de objetivos de acuerdo con un algoritmo que cruza cantidades masivas de datos. Estos sistemas automatizados han tenido efectos brutales porque suelen atacar a individuos cuando están en sus hogares.[4] Así, han muerto en Gaza más mujeres y niños en un año que en cualquier otro conflicto en el mundo en los últimos 20, según datos de Oxfam. Todos los ataques, a menudo contra escuelas y hospitales, se justifican por parte de Israel con la supuesta presencia de un miembro de Hamás o Hizbulah, o de un alijo de armas. Los ataques contra centros médicos no han sido la excepción, sino la regla. Israel rara vez presenta pruebas y, cuando lo hace, a menudo no llegan a demostrar las acusaciones, por no hablar de justificar las muertes desproporcionadas de civiles.

En la última ofensiva contra el Líbano, la justificación presentada fue dibujos generados por ordenador. En lugar de llevar a cabo una contrainsurgencia que hubiese tenido un costoso precio para las vidas de sus soldados, Israel ha optado por la campaña de bombardeos más destructiva del siglo XXI, con una intensidad que recuerda a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Así, Israel ya ha comenzado a exportar al Líbano algunas de las técnicas con las que ha arrasado la Franja de Gaza, utilizando los mismos bombardeos masivos contra barrios residenciales y las mismas órdenes de expulsión de los vecinos para dar luego paso a su campaña de destrucción. Aunque la ofensiva está en sus comienzos y no se puede comparar a la devastación de Gaza y el castigo impuesto contra su población, Israel mató en el Líbano en los dos primeros días de bombardeos de esta última campaña a casi la misma cantidad de personas que en toda la guerra de 2006, que duró 34 días.

Cuando se intenta describir lo que las Fuerzas Armadas israelíes están llevando a cabo desde hace un año en Gaza, a menudo se hace referencia a la “doctrina de Dahiya”, en referencia al barrio chií en el sur de Beirut, donde se ubica el cuartel general de Hizbulah que fue arrasado en los bombardeos israelíes de la guerra de 2006. El concepto es emplear una fuerza desproporcionada, destruyendo “la economía, la infraestructura estatal causando fuertes bajas entre civiles con el objetivo de obtener un efecto disuasorio sostenido”. Esto explica en parte la actuación israelí en Gaza, pero a ese objetivo se une otro. Israel trata de acabar militarmente con Hamás. En muchos sentidos, intenta repetir lo que el gobierno de Sri Lanka consiguió en 2009 contra los Tigres de Liberación del Eelam Tamil. El ejército de Sri Lanka los arrinconó en un pequeño territorio donde se refugiaban junto con cientos de miles de civiles. Los Tigres se negaron a permitir la salida de los civiles y el ejercito atacó de todos modos, matando a decenas de miles, eliminando en el proceso a toda la organización.

5. Derecho internacional y aislamiento

Las instituciones que representan el derecho internacional toman nota de todo ello. Las ofensivas militares de Israel empujan una y otra vez los límites de la conducta en la guerra, llevando al fiscal general de la Corte Penal Internacional (CPI) a pedir órdenes de arresto contra los líderes israelíes –junto con los de Hamás–. La Corte Internacional de Justicia (CIJ) ha ordenado a Israel que tome medidas para evitar un genocidio en Gaza. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos alerta sobre posibles crímenes de lesa humanidad por parte de Israel en sus bombardeaos con misiles pesados contra barrios densamente poblados de Gaza.

El aislamiento internacional de Israel, por otra parte, quedó plasmado una vez más en la votación en la Asamblea General de la ONU del 18 de septiembre en la que se adoptaba, con una mayoría de 124 votos a favor frente a 14 en contra y 43 abstenciones, la opinión de la CIJ sobre la ilegalidad de la ocupación israelí, y se ordenaba su desmantelamiento en un plazo de un año. Entre los países que se opusieron se encontraban, además de Israel y EEUU, Argentina, la República Checa y Hungría, entre otros. La imagen de Netanyahu ordenando el bombardeo masivo de Beirut para asesinar a Nasrallah minutos después de su discurso en la Asamblea General de la ONU en el que vilipendiaba la institución, proporcionó una muestra visual de la crisis en la que se encuentra el orden liberal internacional y el reto que esto supone.

Conclusiones
El asesinato de Nasrallah y la escalada israelí en el Líbano suponen un punto de inflexión del orden global. No sólo determinarán el futuro de Hizbulah y de la influencia regional de Irán,[5] sino que repercutirá sobre la postura de todo Oriente Medio con respecto a Israel y el lugar que éste ocupa en la región. Junto con su gobierno, Netanyahu, que aprovecha estos conflictos para mantenerse en el poder, trata de imponer una nueva realidad en Cisjordania y Gaza, el Líbano y el resto de Oriente Medio mediante el uso desproporcionado de la fuerza y una política de hechos consumados.

Las elecciones estadounidenses y la transición política de las instituciones de la UE han creado un contexto de vacío diplomático internacional. Más allá de las arbitrariedades de los calendarios políticos, la falta de voluntad en buscar una solución política ha cedido el paso a un aventurerismo militar, tan arriesgado como la intervención estadounidense para cambiar el régimen iraquí en 2003 –salvando algunas diferencias–. En la actualidad, no ha habido intento alguno por parte de Israel de encabezar un proceso diplomático o de crear una coalición de voluntarios. Y, salvo contadas excepciones, la mayoría de las potencias occidentales aceptan tácitamente, o por omisión, la campaña militar israelí.

Mientras, la región, el mundo musulmán y el resto de la sociedad internacional observan con horror las masacres diarias de mujeres y niños en Gaza y ahora el Líbano. A lo que se añaden los ataques de colonos judíos contra localidades palestinas, la limpieza étnica de palestinos en Cisjordania para dar paso a colonias judías y las constantes violaciones del statu quo en la Explanada de las Mezquitas. Pero no sólo se está redibujando el equilibrio de fuerzas regional –e incluso el mapa de sus fronteras–. Las repercusiones de la violencia genocida israelí afectan directamente la idea de un orden internacional dirigido por reglas y leyes, reavivando las divisiones entre Occidente y el resto del mundo previos a la era de la descolonización. Estamos en una fase del conflicto en la que la guerra y la violencia lo eclipsan todo. Pero la vía diplomática no ha muerto. Sigue existiendo una salida política a la guerra en Gaza. Un alto el fuego podría haberse realizado tan sólo semanas después del 7 de octubre de 2023, cuando Israel ya había arrasado parte de la Franja de Gaza. Esta guerra no acabará ni con Hizbulah ni con Hamás, porque el conflicto político de fondo, el fin de la ocupación israelí del territorio palestino y el derecho de autodeterminación del pueblo palestino, siguen sin satisfacerse; de hecho, están cada vez más lejos de realizarse. La única alternativa hoy sigue siendo buscar una solución política a la guerra, como la solución de los dos Estados, entre otras posibilidades.


[1] “Durante la guerra, la fuerza aérea destruyó la mayoría de los puentes en el sur y centro del Líbano, derribó antenas de telefonía celular, atacó varias veces la estación de televisión de Hezbolá Al-Manar (sin lograr interrumpir ni una sola vez sus transmisiones), explotó reservas de petróleo y estaciones de servicio y causó cráteres en las pistas de despegue y aterrizaje del Aeropuerto Internacional de Beirut.” De hecho, lo único que evitó Israel fue arrasar la red eléctrica. Véase Amos Harel y Avi Issacharoff (2008), 34 Days: Israel, Hezbollah and the Lebanon War, Palgrave Macmillan, Nueva York, pp. 81-82.

[2] Biden retrasó un envío de bombas y amenazó con retener otras armas ofensivas para Israel en mayo de 2024. Al anunciar esa pausa, reconoció por primera vez que estas armas habían matado a civiles en Gaza. En julio, oficiales estadounidenses dijeron que se autorizaría el envío de bombas de 225 kilos, pero que las bombas de más de 900 kilos seguirían retenidas. EEUU proporciona a Israel anualmente 3.800 millones de dólares en ayuda militar, según un acuerdo renovable cada 10 años. El Pentágono también ha acelerado la transferencia de armas desde un arsenal estratégico que EEUU mantiene en Israel desde los años 80. EEUU también ha acelerado la entrega de armas que Israel había comprado previamente. En abril, el Congreso de EEUU aprobó un proyecto de ley para proporcionar 26.300 millones en apoyo militar adicional a Israel. La financiación suplementaria asignó miles de millones de dólares en equipos que el Pentágono puede extraer de sus propias reservas para enviar directamente a Israel. En diciembre de 2023, la Administración Biden hizo públicas dos ventas urgentes a Israel después de invocar la autoridad de emergencia para saltarse la aprobación del Congreso. Una venta fue de 14.000 proyectiles para tanques por valor de 106 millones de dólares; otra, de 147 millones de dólares en componentes para fabricar proyectiles de artillería de 155 milímetros. Ya en marzo, The Washington Post reveló que EEUU había aprobado y transferido más de 100 ventas de armas a Israel desde el 7 de octubre de 2023.

[3] “Just yesterday, I directed my Secretary of Defense to further enhance the defense posture of U.S. military forces in the Middle East region to deter aggression and reduce the risk of a broader regional war”, declaró Biden tras la muerte de Nasrallah. El secretario de Defensa, Lloyd Adams, se hizo eco de estos mismos sentimientos y se refirió a una conversación con su contraparte israelí en la que “estuvimos de acuerdo sobre la necesidad de desmantelar la infraestructura de ataque a lo largo de la frontera”.

[4] Uno de estos sistemas, apodado “¿Dónde está papi?”, identifica y bombardea a sus objetivos cuando entran en sus casas.

[5] Hizbulah se convirtió en piedra angular de la estrategia regional de la Guardia Revolucionaria iraní, lanzada tras la caída del régimen de Saddam Hussein con la invasión estadounidense de 2003. La estrategia se extiende de Irak al Líbano pasando por Siria –el “creciente chií” del que hablaba el rey Abdalá II en 2004– e incluye Yemen, con el ascenso al poder, en ese país devastado, de los huzí. La muerte de Nasrallah es un durísimo golpe a la estructura regional iraní.