Tema: Turquía lleva 41 años llamando a la puerta de Europa. 2005 puede ser el año en que comiencen las negociaciones de adhesión. ¿Cuáles son los pros y los contras de esa integración?
Resumen: En 1963 Turquía firmó con la CEE un Acuerdo de Asociación. Desde aquel momento, los esfuerzos turcos de aproximación a la UE no han cesado, como tampoco lo han hecho las dudas comunitarias a integrar un país con 67 millones de habitantes en su casi totalidad musulmanes, con cultura oriental y vocación occidental, miembro de la OTAN, de la OSCE y del Consejo de Europa y que en los últimos dos años ha hecho grandes esfuerzos de adaptación política y económica a los criterios de Copenhague. El Consejo de Europa de diciembre de 2004 será decisivo, pues deberá resolver si Turquía empieza las negociaciones de integración o si una vez más se la deja en la antesala europea.
Análisis: Solo seis años después de la firma del Tratado de Roma constitutivo de la CEE, antes de que se produjera la primera Ampliación Comunitaria que integró al Reino Unido, Dinamarca e Irlanda, cuando la Guerra Fría estaba en pleno apogeo y nadie soñaba con que un día los socios centroeuropeos del Pacto de Varsovia podrían no ya ser miembros de la Unión sino ni siquiera ser candidatos, Turquía –que por entonces ya era aliado de la OTAN– dio su primer paso firmando un Acuerdo de Asociación con la CEE.
En 1997 el Consejo de Luxemburgo abrió las puertas de la UE a Polonia, la República Checa, Hungría, Eslovenia, Chipre y Malta y dejó una vez más en la calle a Turquía. Dos años más tarde, en Helsinki, se aceptaron a otros seis países (las tres repúblicas Bálticas, Eslovaquia, Bulgaria y Rumania) y por vez primera se aceptó como país candidato a Turquía bajo la condición de que cumpliera los criterios de Copenhague.
El 1 de mayo de 2004 aquellos 12 candidatos se han integrado plenamente en la Unión con la excepción de Bulgaria y Rumania que lo harán previsiblemente el 1 de enero de 2007. Desde 2000, los gobiernos de Ankara se envuelven en un proceso incesante de reformas legislativas y de adaptación de las prácticas sociales a las normas comunitarias. Año tras año Ankara recibe el estímulo de Bruselas de que las reformas avanzan en la buena dirección pero que es necesario continuar con el proceso, reacción que irrita crecientemente a Turquía y lo sume en la decepción. ¿Qué hay en el trasfondo de tal actitud comunitaria? ¿Cuáles son los problemas y eventualmente las soluciones que Bruselas intuye va a traer Turquía consigo a la UE?
Los problemas
El territorio turco
El 97% del país se encuentra emplazado en Asia y solo el 3% en Europa. Ello podría poner en cuestión los límites geográficos del viejo continente que, frente a lo que ocurre con América, África o Australia que tienen contornos muy precisos, en Europa son muy difusos en su engarce con Asia. Al menos dos países –Turquía y Rusia– tienen una parte europea y otra mucho mayor asiática. El ingreso de Turquía tenderá a arrastrar hacia la UE a sus vecinos transcaucásicos y quizá a los de Asia Central y Europa Oriental. En sentido contrario, ¿podría decirse que Francia o el Reino Unido son países americanos por las islas que poseen en aquel continente, o que España es africana por Ceuta y Melilla?
La población
Con sus 68 millones de habitantes, Turquía es el segundo país más poblado de Europa, solo después de Alemania. Si se tiene en cuenta que todos los actuales países de la UE tienen una natalidad decreciente, solo compensada en algunos casos por la inmigración, resulta que Turquía tendría en el momento de su integración, al ritmo actual de crecimiento del 1,3%, casi 80 millones de habitantes, sobre una población europea de 550 millones. Una aplicación estricta de la Constitución situaría a Turquía como el país con mayor número de votos en el Consejo y de escaños en el Parlamento, es decir, sería el país más influyente de la Unión.
La economía
Aunque Turquía está conociendo un progreso económico importante lo cierto es que tiene todavía notables limitaciones macroeconómicas que están muy por debajo de los requerimientos de Copenhague en los capítulos de inflación, interés bancario, deuda pública y déficit presupuestario, lo que junto a los elevados índices de estatalidad, la lenta privatización y la escasa inversión extranjera hacen que el PIB medio de Turquía en relación con el de la UE sea del 25%, frente al 88% de España, el 42% de Polonia y el 29% de Rumania.
Las migraciones
Cuando España ingresó en la UE, el libre movimiento de trabajadores fue uno de los capítulos del acervo que más preocupó a la Comisión, que nos impuso siete años de periodo de transición. El rápido crecimiento de la economía española hizo que pronto un alto porcentaje de emigrantes españoles decidiera regresar al país. Hoy existen 4 millones de turcos en la UE. Es difícil calcular si continuará la emigración o si comenzará el retorno. Teniendo en cuenta los mencionados parámetros económicos del país, es más probable que ocurra lo primero hasta que se produzca un crecimiento de su aparato productivo hasta niveles que creen mano de obra y atraigan a su población.
Cultura y religión
Aún cuando la UE no es un club cristiano, no cabe ignorar que los 28 países que pronto lo integrarán (incluidos Bulgaria, Rumania y Croacia) son países cristianos ya sean católicos, protestantes u ortodoxos y el ingreso turco conllevará la entrada de 80 millones de musulmanes que se sumarán a los 10 millones que actualmente viven ya integrados en los distintos países de la Unión.
Este factor por si solo no tiene por que ser negativo y, de hecho, podría llevar a una mejor comprensión entre ambas religiones que hoy se encuentran –tras el 11-S, el 11-M y otros actos terroristas en Bali, Casablanca y Estambul– en un estadio de bajo entendimiento. Sin embargo, no cabe duda que a determinados sectores políticos europeos –en especial a la democracia cristiana alemana y francesa– le parece un factor clave de renuencia hacia Turquía.
En otras facetas culturales, es evidente que el imperio otomano, que llegó hasta Viena, dejó no pocas huellas arquitectónicas, económicas, sociales y étnicas en Europa de igual modo que el mundo árabe las dejara a través de España. Es preciso reconocer que el mundo eslavo se europeizó más que el otomano y ello le permitió asimilar mejor la filosofía y civilización europeas y contribuir a su enriquecimiento con infinidad de creadores, filósofos, artistas, políticos, científicos, técnicos y un largo etcétera.
Las soluciones
El acercamiento al mundo árabe
No hay que pensar que Turquía tiene una relación idílica con sus vecinos árabes. El hecho de haber dominado muchos de ellos durante siglos, su acercamiento a los EEUU –en la OTAN y fuera de ella– y a la Unión Europea, su temprano reconocimiento del Estado de Israel (en 1946) y 50 años mas tarde la firma de un Tratado de Alineamiento Estratégico con Tel Aviv son factores que hacen que algunos países árabes recelen de Turquía.
Pero lo cierto es que otros muchos factores unen a ambas realidades: los vínculos marcados por el Islam, la pertenencia conjunta a la Organización de la Conferencia Islámica, la dependencia turca del petróleo árabe y a la vez la necesidad que éste tiene de los 1.750 km2 de oleoductos que a través de Turquía bombea el petróleo desde los pozos hasta los refinerías occidentales.
Ese delicado puente-barrera explica tanto el cuidadoso equilibrio que Turquía ha tenido que presentar en la guerra de Irak como el hecho de que Estambul haya sido objetivo del terrorismo radical islamista.
Sin duda la integración de Turquía situaría las fronteras exteriores de la Unión en pleno corazón de Oriente Medio, lo que le permitiría actuar con mucha mayor efectividad en la búsqueda de soluciones a este grave conflicto.
La seguridad
Hasta hoy la UE está teniendo que sufrir la grave contradicción de valorar como muy positiva la participación de Turquía en la defensa de Europa a través de la OTAN, pero considerando a la vez que el país otomano no es lo suficientemente europeo para recibir los beneficios que le depararía la Unión.
Una Turquía excluida de la UE podría tender a rehuir su aislamiento a través del reforzamiento de sus relaciones con otros Estados de la región, lo que crearía serios riesgos en un flanco particularmente sensible para Europa y para el mundo.
La cuestión chipriota
La invasión turca de Chipre de 1974, como reacción al golpe de los coroneles griegos, y la ulterior creación de la República Turca del Norte de Chipre, nunca reconocida por la ONU ni por ningún otro país a excepción de la propia Turquía, han sido factores que durante tres decenios han jugado en contra de la diplomacia turca y, aún sin reconocerse abiertamente, también contra los propósitos integradores turcos.
La flexible actitud del gobierno de Erdogan y de su partido Justicia y Desarrollo (AKP) respecto al plan reunificador propuesto por Naciones Unidas, así como la respuesta positiva en la República Turca del Norte de Chipre (RTNC) al referéndum organizado en abril de 2004, son factores que han mejorado considerablemente la imagen de Turquía en Occidente y motivado que a la vez que se producía el ingreso de la República de Chipre en la UE, se iniciara un movimiento tendente a levantar el embargo a Chipre del Norte y mejorar las expectativas integradoras de Turquía.
Los criterios de Copenhague
Entre 2002 y 2004 Turquía ha hecho un esfuerzo extraordinario para reformar su legislación y acoplarla a la comunitaria. Ello ha sido así tanto en el respeto de los derechos humanos, como en las reformas legislativas que incluyen la supresión de la pena de muerte, el respeto e integración de la mujer, las libertades de enseñanza, de prensa y de asociación, la utilización de idiomas diferentes al turco –en especial el kurdo– y el sometimiento del ejercito al poder civil, factores todos ellos que han situado a Turquía prácticamente en el mismo nivel que otros socios respecto a los criterios políticos de Copenhague.
Tendrán que pasar algunos años para que las nuevas normas se apliquen correctamente en el país y se necesitarán decenios para que Turquía empiece a parecerse a lo que es la Unión. Ni siquiera es seguro que este proceso mimético sea deseable hasta sus últimos límites. La diversidad europea seguirá siendo una realidad y una de sus mayores riquezas. Turquía seguirá siendo diferente como lo son España, Italia o Gran Bretaña.
Lo que se le pedirá no es su pérdida de identidad y atractiva personalidad sino su acoplamiento pleno a la democracia de la Unión.
El Mediterráneo
Después del ingreso de Grecia, España y Portugal la mayor parte de las ampliaciones de la Unión se han producido hacia el Norte de Europa (Chipre y Malta con su millón conjunto de habitantes, son las únicas excepciones). La integración de Turquía, como las de Bulgaria y Rumania, equilibrarán esas diferencias e introducirán un claro elemento estabilizador en la región.
Hay que recordar que nunca desde el nacimiento de la CEE-UE ha habido un conflicto entre dos países socios y menos aún si ambos son a la vez aliados en la OTAN. Ello es particularmente aplicable a las relaciones siempre delicadas entre Grecia y Turquía que se han materializado en las islas del Egeo, la cuestión de las aguas territoriales, los sobrevuelos y, de forma muy especial, el mencionado contencioso de Chipre. Los gobiernos de Atenas y Nicosia se han pronunciado a favor de la integración de Turquía siempre que aplique los criterios de Copenhague, en la convicción de que desde dentro de la Unión será más viable la solución de los problemas aún pendientes.
Igualmente, la asociación de Turquía puede contribuir a resolver la cuestión de su frontera aún cerrada con Armenia, las relaciones europeas con el Cáucaso y quizá –aunque ello es menos fácil de racionalizar– el problema kurdo.
Conclusiones: En un sentido u otro, el final de la presidencia holandesa actual va a ser decisivo para Europa y para Turquía. El 60% de la opinión pública europea se muestra contraria a la integración inmediata de Turquía, pero favorable a que lo haga en 10 años.
Alemania (con sus 2,5 millones de turcos en el país), Italia, el Reino Unido y España son los principales apoyos a Turquía. En el caso de España, son muchos los factores de comprensión: el común pasado islámico, el emplazamiento mediterráneo y periférico, el importante pasado imperial, los vínculos especiales con los EEUU durante la guerra fría, los movimientos migratorios internos y externos de ambos países, etc. Estas y otras razones hacen que nuestro país sea uno de los más firmes soportes de la integración turca.
Las ventajas y los inconvenientes arriba señalados pesan casi por igual y podrían llevar a la inacción y al aplazamiento una vez más de la decisión. Ese sería el mayor error. Es cierto que el ingreso de Turquía en la UE va a introducir en ésta fuertes elementos de complejidad, pero también es cierto que los introdujeron países muy definidos como el Reino Unido, los países neutrales, España, Grecia, los tres Estados Bálticos, Polonia y Chipre por citar algunos ejemplos y sin que sea necesario mencionar las razones, que son bastantes obvias.
En definitiva, los inconvenientes de la integración turca se muestran mucho más asumibles que los riesgos que podrían derivarse de una Turquía volcada a sus fronteras orientales en un momento de la Historia en que el conflicto Este-Oeste podría dar paso a un desencuentro entre Cristianismo e Islam. Turquía debe ser en esa relación el puente y no la barrera.
Jorge Fuentes Monzonís-Vilallonga
Embajador en Misión Especial para la Ampliación de la Unión Europea