Tema
Es momento de revisar de forma amplia la política exterior de Donald Trump durante su primer año en la Casa Blanca.
Resumen
Tras un año, es momento de analizar los elementos de continuidad y de cambio en los asuntos exteriores de EEUU, el papel que está jugando el departamento de Estado y la diplomacia vía Twitter, así como el debate sobre el lugar que EEUU debería ocupar en el mundo, y si Donald Trump ha sido un “rompedor” en política exterior como prometió.
Análisis
El presidente de EEUU, Donald Trump, comienza el nuevo año enseñando músculo en política exterior. Ha respaldado las protestas populares en Irán, atacando con dureza al régimen de los ayatolás; ha anunciado la congelación de la ayuda de seguridad a Pakistán, al que acusa de dar refugio a los terroristas, y ha amenazado con retirar la ayuda económica a los palestinos por su negativa a participar en el proceso de paz después de que Washington reconociera a Jerusalén como capital de Israel. Sin embargo, en su primer año, Trump ha estado centrado en la asistencia sanitaria, el recorte de los impuestos, las infraestructuras y la inmigración. Ha vuelto su atención a la política exterior solo puntualmente con inesperadas acciones como el ataque a una base militar siria o su dialéctica agresiva vía Twitter contra el líder norcoreano. Pero las consecuencias de sus acciones no han sido tan dramáticas como algunos especulaban.
Desde que EEUU se convirtiera en una potencia global después de la II Guerra Mundial, ha sido habitual ver a las Administraciones estadounidenses con dificultades para arrancar la agenda de política exterior. Anteriores presidentes han confiado en sus asesores de política exterior, de inteligencia y de seguridad nacional mientras ellos se centraban en las políticas domésticas, la prioridad tras ganar unas elecciones. Este fue el caso de Bill Clinton, de George W. Bush y de Barack Obama. Además, en los primeros meses los procesos son incipientes y las decisiones a veces improvisadas. Los presidentes son bombardeados con información, asaltados por los grupos de presión y distraídos por continuas crisis. Todo lo contrario a lo que requiere la seguridad nacional y la política exterior, es decir, una atención sistemática y donde las decisiones rápidas que se basan en una crisis momentánea pueden llevar a problemas mayores.
Hay, además, una serie de dificultades añadidas para arrancar la agenda exterior del país como son la elección del personal, el proceso de toma de decisiones y el presupuesto del que se va a disponer.
El Departamento de Estado
La política exterior tampoco fue una prioridad para Donald Trump durante la campaña electoral. Llegó a la Casa Blanca con una agenda poco detallada más allá de su promesa de poner a “América primero” (America First), pero avisó que sería un rompedor (disruptive) y que llevaría a cabo un cambio de dirección en política exterior. Rechazó, además, el valor de la experiencia –que encarnaba su oponente Hillary Clinton–, apelando a sus habilidades naturales, como su espontaneidad y temperamento.
Tras ganar las elecciones, comenzó a cubrir puestos clave apostando por personas con poca experiencia en asuntos de gobierno, aunque leales compañeros de campaña. Pero empezaba a resultar difícil encontrar suficientes candidatos para todos los puestos que había que cubrir y que además compartieran su visión. Las filtraciones de los primeros meses sobre reuniones en la Casa Blanca le llevaron a blindarse a la hora de escoger nuevos cargos, a lo que se les empezaba a someter a un intenso proceso de evaluación. El nombramiento de nuevos candidatos comenzó a demorarse de forma preocupante, así como las confirmaciones por parte del Senado.
La respuesta a los retrasos en los nombramientos la daba la Casa Blanca a través de su secretaria de prensa, Sarah Sanders. Ésta afirmaba que el presidente había llegado a Washington para “drenar el pantano”1 y eliminar muchas de las duplicidades que existían. El objetivo era crear un gobierno más eficiente, y si se podía tener a una persona que hiciera el trabajo de seis, mejor que mejor.
A finales de 2017, más de la mitad de los puestos del Departamento de Estado que requerían la confirmación del Senado seguían sin tener un candidato. Sólo un 21% de los candidatos habían sido confirmados y un 24% esperaban la confirmación.
Es cierto que otros departamentos tienen hoy en día mayor número de puestos sin cubrir, pero el número de puestos de alto nivel vacantes en el Departamento de Estado, teniendo en cuenta la gravedad de los desafíos que están en juego, lo hacen particularmente notable. Mientras Corea del Norte intensifica sus esfuerzos por convertirse en una potencia nuclear, amenazando a EEUU y a sus aliados, sigue sin haber embajador para Corea del Sur o secretario adjunto para Asuntos de Asia Oriental y Pacífico. Cuando Trump anunció su decisión de no-certificar el acuerdo nuclear con Irán, no había personal adecuado que explicara la decisión del presidente a sus aliados. No hay nuevo embajador en Australia, Egipto, Jordania, Arabia Saudí, Qatar y Turquía. Y no hay secretario de Estado para el Control de Armas y Seguridad Internacional, ni asesor especial para la No Proliferación y Control de Armas. Tampoco máximos representantes ante la OEA, ASEAN, UE, OCDE y OSCE.2 Lo curioso es que si bien va muy por detrás de Barack Obama y de George W. Bush en cuanto al proceso de nombramientos,3 va por delante de ellos en cubrir puestos en los Departamentos de Defensa y de Justicia, lo que pone de manifiesto cuáles son sus prioridades.
La situación del Departamento de Estado hace saltar muchas dudas. ¿Quién va a hacer llegar los mensajes a los aliados de Oriente Medio, Asia y Europa? ¿Cómo se va a mover el país en la dirección que busca el presidente de EEUU sin un equipo, amplio y sólido?
Donald Trump tiene además su particular visión del cuerpo de diplomáticos y de los funcionarios del servicio exterior, que está lejos de ser la contraparte civil de aquellos que defienden el país en la esfera militar. Para él forman parte de ese “pantano que hay que drenar”. Todo ello ha llevado a que más de un centenar de altos funcionarios del servicio exterior hayan dejado el departamento mientras que los puestos para los diplomáticos de carrera hayan disminuido un 60%.
Trump y su secretario de Estado, Rex Tillerson, lo llaman reforma y modernización del Departamento de Estado. Otros creen que se trata de un desmantelamiento.4 Corre el rumor de que se va a fusionar la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) con el Departamento, que la promoción de la democracia será suprimida de la declaración de principios del Departamento y se ha propuesto una reducción del 31% de su presupuesto.5
Hay que sumar un secretario de Estado muchas veces ausente y que no ha mostrado demasiado interés en utilizar su cargo como la voz de la política exterior estadounidense. Ensombrecido por la embajadora en Naciones Unidas, Nikky R. Haley, que ha puesto de manifiesto su débil presencia global, su bajo perfil y los incesantes rumores sobre una distante relación con el presidente, ha hecho que muchos estén esperando su salida, quizá para primavera.
No extraña, por lo tanto, que durante este año haya persistido la sensación de que el proceso de toma de decisiones en cuestiones de política exterior haya sido caótico y por lo general ad hoc. Quienes toman las decisiones forman parte de un reducido núcleo que no siempre consulta ni discute con todas las agencias y departamentos, un núcleo que busca rapidez y que en ocasiones rechaza el expertise. Trump no sólo no tiene paciencia para un proceso más lento que busque una visión lo más amplia posible sino que, como jefe del grupo, es el menos disciplinado de todos.
Esta forma de “hacer política” se pudo ver con la primera y controvertida orden ejecutiva de suspender la admisión de refugiados a EEUU y la entrada al país de ciudadanos de varios países musulmanes de forma temporal. Teóricamente debería haber sido el resultado de un proceso que habría comenzado por la discusión del “plan” entre los varios departamentos implicados, además de la consulta con jueces y expertos para su redacción, con el objetivo de tener una visión lo más amplia posible del asunto. Y no lo fue. El resultado fue caos en los departamentos para su aplicación, caos en los aeropuertos y, por supuesto, la paralización de dicha orden.
Otro ejemplo es el ataque en abril contra un base militar en Siria en respuesta al uso de armas químicas contra civiles por parte del régimen de al-Assad.6 Una decisión de cierta envergadura tomada por el presidente tras ver unas imágenes que le conmovieron. Sin embargo, no hubo ningún debate político ni coordinación diplomática, lo que hace saltar las dudas y los miedos sobre qué es lo que verdaderamente mueve al presidente de EEUU. Fue un ataque muy medido, muy proporcionado, que no infligió daños a los rusos, pero sin ningún plan con una posterior acción o escalada militar. Fue más bien una terapia para Trump después de algunos reveses nacionales y hasta una terapia para las conciencias occidentales a las que se acusaba de inacción frente a la tragedia siria.
Su círculo quiso aprovechar la acción en Siria para reivindicar cierta coherencia en política exterior, aprovechando además algunos cambios en ese momento en su aproximación a la OTAN, a China y a Rusia. Sin embargo, el ataque no hizo a Trump más presidencialista, ni la “normalidad” volvió a la Casa Blanca.
La aprobación de la Estrategia de Seguridad Nacional 2017 antes de cumplir los 12 meses de mandato también hace surgir la duda sobre cómo se ha llegado a ella. Su proceso de elaboración es precisamente el máximo valor de este documento, que obliga a una coordinación interagencial para debatir sobre las prioridades en materia de seguridad nacional. El resultado ha sido que, según la nueva estrategia, todo es prioritario y por tanto no hay prioridades, lo que sin duda dificulta su conexión con el planeamiento presupuestario.
Mucha continuidad
Donald Trump comenzó su andadura en cuestiones internacionales tras haber atraído el apoyo de los republicanos nacionalistas y no-intervencionistas, frente a los internacionalistas. Los primeros no se oponen a altos niveles de gasto en defensa o a medidas agresivas contra el terrorismo, pero desprecian los “experimentos de nation-building”, los programas de ayuda exterior, las intervenciones humanitarias y las instituciones internacionales. Los no-intervencionistas, por su parte, se oponen a las bases en el extranjero y a las alianzas como la OTAN, y sus argumentos se apoyan en las frustraciones por las guerras en Irak y Afganistán. Los internacionalistas, que desde el final de la II Guerra Mundial prevalecieron en el establishment republicano, creen en un papel activo de EEUU en el exterior tanto en términos económicos como militares y diplomáticos. Apoyan las actuales alianzas y compromisos militares de Washington además de los acuerdos de libre comercio, los programas de ayuda exterior y unos niveles de gasto en defensa altos.7
Trump se forjó así un nicho en el que combinó nacionalismo con duras posturas frente al terrorismo, a la inmigración ilegal, al libre comercio y las alianzas permanentes, y con críticas a las pasadas intervenciones militares, sabedor del gran coste que éstas tienen en el ámbito doméstico.
Así, el ganador de las elecciones llegó a la Casa Blanca avivando el miedo de lo que ocurre más allá de las fronteras y apostando por un EEUU impredecible. Pidió desligarse de las alianzas permanentes y criticó a la OTAN y la intervención en Irak, apostó por duras medidas contra los terroristas yihadistas, incluida la tortura, y una campaña más agresiva contra el autodenominado Estado Islámico (EI), junto con un incremento de los presupuestos de defensa.
A pesar de la retórica, el primer año de política exterior en la era Trump tiene mucho más de continuidad de lo que en un principio podía esperarse. En parte por la carencia de personal, principalmente en el Departamento de Estado, para llevar a cabo su visión de EEUU en el mundo, en parte por su cortoplacismo y la falta de visión global y a largo plazo, y en parte porque en un año es muy difícil mover ese gran portaaviones con el que se compara el sistema burocrático y de gobierno de EEUU y que vira muy lentamente.
Donald Trump no ha sido tan peligro para el mundo como algunos auguraban por no ser un profesional en las cuestiones de política exterior. Actualmente está involucrado en una serie de conflictos todos ellos iniciados por sus antecesores. No ha comenzado ningún conflicto con Irán o con Corea del Norte y no ha transformado de forma radical los que ya existían. En cuanto al “uso de la fuerza” también ha actuado como un presidente “normal”. Y son precisamente sus acciones fuera de lo normal, las que no matan a nadie, las que han infundido más miedo y tienen más detractores.
Continúa en Afganistán, a pesar de haberse mostrarse contrario a las misiones de nation building. Fue en agosto cuando presentó una nueva estrategia hacia el país con el que se ha comprometido de manera indefinida.8 Continúa con las operaciones de Barack Obama contra el terrorismo en el continente africano, operaciones que volvieron a salir a luz pública tras la muerte de tres miembros de las Fuerzas Especiales del Ejército de EEUU en Níger en otoño. Asimismo, continúa la lucha iniciada por Barack Obama contra el EI, siendo determinante el apoyo de las fuerzas armadas estadounidenses para la reciente liberación de Mosul y de Raqqa, los bastiones del EI.
Guantánamo sigue como estaba, a pesar de que Trump prometió llenarla de nuevo de presuntos terroristas y también se echó atrás con la idea de volver a prácticas como el waterboarding, esta vez gracias al poder de convicción de su secretario de Defensa, James Mattis.
El acuerdo nuclear con Irán tampoco ha sido desmantelado, a pesar de la no-certificación por parte del presidente. Fue una decisión que tiene por ahora muy poco alcance pues se trata de un proceso exclusivamente interno que no tiene ningún efecto inmediato sobre el mismo pacto. Lo que ha hecho es dejar en manos del Congreso la decisión de reimponer o no sanciones a Irán y todo apunta a que no ocurrirá.9
Tampoco ha relanzado las relaciones con Moscú a pesar de las promesas de campaña. Ni siquiera ha habido una reunión bilateral formal entre los dos países. La relación sigue siendo tan mala como la dejó la Administración anterior, e incluso más peligrosa que antes a pesar de que los intercambios entre ambos gobiernos, sobre todo entre los principales mandatarios, hayan sido en ocasiones cordiales. El Congreso de EEUU ha endurecido las sanciones contra Moscú y ha limitado la capacidad del presidente para levantarlas. Mientras, EEUU está activamente incrementando las capacidades aliadas en Europa del Este y el despliegue de la defensa antimisiles en Polonia y Rumanía avanza a buen ritmo. Y continúan las investigaciones sobre la interferencia rusa en las elecciones de 2016, un tema que va creciendo cada vez más.
Qué ha cambiado
Hacer diplomacia vía Twitter es quizá lo menos convencional y uno de los cambios más notorios en esa nueva Administración. Gracias a sus tuits, se ha metido en líos con aliados como Alemania y el Reino Unido y con enemigos como Corea del Norte. Pero esa retórica agresiva en asuntos internacionales a través de esta herramienta social apenas se ha concretado en acciones reales. Para algunos se trata de simples palabras, para otros son declaraciones de la Casa Blanca. Las palabras de un presidente de EEUU han sido siempre una moneda de gran valor para el país. Han sido fundamentales para tranquilizar a los aliados, para informar al público nacional y para advertir y persuadir a los enemigos. Trump ha devaluado esta moneda. Incluso su propio jefe de gabinete, John Kelly, ha aconsejado al mundo que ignoren sus tuits.
Esta diplomacia vía Twitter también ha sido la manera en la que se ha puesto de manifiesto la brecha entre lo que piensa él y lo que dicen algunos miembros de su gabinete. Y ha creado, además, un patrón de comportamiento. A un tuit o declaración controvertida de Donald Trump le sigue la interpretación del mismo por parte de algún miembro del gobierno. Gracias a este patrón, las audiencias extranjeras han aprendido a coger aire a la espera de una posterior aclaración. El equipo de política exterior estadounidense ha seguido este modelo más o menos desde la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2017. Allí tuvieron que asegurar a los aliados que EEUU cumpliría con el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte. Sólo tuvieron que hacerlo una vez más un par de meses después cuando de forma inesperada Trump evitara hablar del artículo 5 en su discurso en Bruselas, en la sede de la OTAN y ante los aliados.
Por eso no sorprende que Bob Corker, jefe del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, afirmara que el secretario de Defensa James Mattis, el secretario de Estado Rex Tillerson y el jefe de gabinete, John Kelly, eran las personas que ayudaban a alejar al país del caos.
Trump sigue rechazando decir palabras negativas sobre la Rusia de Putin, pero Mattis y H.R. McMaster, asesor de Seguridad Nacional, ven signos claros del expansionismo ruso en Europa Central y los Estados bálticos, ofreciéndoles ayuda diplomática y militar. También sus asesores y secretarios fueron los que tranquilizaron a Corea del Sur frente a la belicosa Corea del Norte cuando Trump amenazó con terminar el pacto bilateral comercial que tienen ambos países. Y, mientras tanto, Trump sigue oscilando con su relación con Pekín, en la que pasa desde reformular su retórica anti-china de la campaña, a depender de su asistencia para hacer frente a Kim Jong Un, hasta amenazar con sanciones comerciales.
Y los más significativo es que los principales asesores también están en desacuerdo entre ellos, además de con el propio presidente, sobre la política comercial y las relaciones con China, Rusia y los principales aliados en Europa.
Otro de los cambios que hay que destacar en este primer año, y quizá con mayores consecuencias, ha sido la delegación de la autoridad táctica de la Casa Blanca a los comandantes militares en el terreno. Es decir, que Washington ha dado más autonomía a los operativos militares, sobre todo en la lucha contraterrorista, dando marcha atrás a la tendencia de la Casa Blanca a burocratizar la toma de decisiones en estas cuestiones.
Con Obama, la autorización del ataque de un dron podía retrasarse hasta seis meses siguiendo el lento proceso de las autorizaciones. Ahora con Trump ya no ocurre. Se ha ganado rapidez y permite seguir adelante con una campaña sin interrupciones. Pero se ha perdido transparencia, supervisión y control sobre las acciones. El lanzamiento de la “madre de todas las bombas” en Afganistán es un claro ejemplo de este cambio, así como el incremento de los ataques aéreos en Yemen y Somalia. Según el USCENTOM, en 2017 se llevaron a cabo 120 ataque aéreos en Yemen, tres veces más que en 2016.
El papel de EEUU en el mundo
En febrero de 1941, Henry Luce, editor y creador de las revistas Time y Life, proclamó el “siglo americano”. Hoy, en 2018, en su 77º año, el “siglo americano” parece que se acerca a un final prematuro. Según las estadísticas, los estadounidenses están cansados de cargar con el peso del liderazgo del mundo, del apoyo a la democracia, de la promoción del libre comercio y de la defensa de los aliados. Y por ello Donald Trump les ha asegurado que como presidente va a mirar hacia fuera para crear nuevas barreras en comercio e inmigración, y renegociar –o regenerar– viejos y nuevos compromisos.
La tendencia de EEUU a mirar hacia adentro no es algo nuevo y Donald Trump no es el primero que trata de reducir los compromisos exteriores de EEUU. En 1969, cuando EEUU comenzaba la retirada de Vietnam, el presidente Richard Nixon estableció la doctrina que lleva su nombre, en la que advertía que EEUU esperaría en adelante que los aliados recurrieran a sus hombres para su propia defensa. Jimmy Carter, George W. Bush y Barack Obama también comenzaron sus respectivas presidencias prometiendo un menor papel de EEUU en el mundo.
Carter, al final, acabó lanzando una guerra encubierta contra la presencia soviética en Afganistán y declarando que cualquier intento de una fuerza exterior de controlar la región del Golfo Pérsico sería considerado un asalto a los intereses vitales de EEU. Bush prometió no involucrarse en las misiones de nation-building pero acabó haciéndolo en Afganistán y en Irak. En su primer mandato, Obama anunció el “pivote hacia Asia”, entonces la región más pacífica del mundo, pero en cambio estuvo su segundo mandato incrementando los compromisos militares en Europa y en Oriente Medio.
El aislacionismo es una recurrente tentación de la política exterior de EEUU. Pero ante nuevos e inesperados retos, EEUU se ha resistido una y otra vez a estas tentaciones y ha resurgido ante las demandas de un liderazgo global. ¿Está siendo diferente con Donald Trump?
Su elección fue un signo de la insatisfacción estadounidense, también en política exterior. Lo que ha estado haciendo EEUU en el mundo en los últimos 25 años no ha sido del todo satisfactorio para los estadounidenses, ni para sus intereses nacionales, ni para su seguridad física, ni para su prosperidad económica, ni para su democracia liberal. Sus predecesores, sin embargo, descubrieron que mientras que los estadounidenses querían un menor coste de la política exterior, tenían también dificultades para aceptar una disminución de la influencia que le acompaña. Es poco probable que los estadounidenses estuvieran cómodos con sus líderes al frente de una coalición de monarquías autoritarias o gobiernos no liberales mientras que el mundo democrático marcha por otro lado.
¿En qué consiste esta vez el aislacionismo de Trump? El nuevo presidente ha prometido “hacer América grande otra vez” (Make America great again) renegociando los acuerdos internacionales que consideraba injustos y perjudiciales para el país y cuestionando el valor de las instituciones internacionales. Así, desde enero de 2017 la política de “América primero” (America first) ha comenzado a llevar al país a una paulatina abdicación en su papel de potencia global y de líder del mundo libre.
En Europa fue Angela Merkel la que dio voz a un amplio sentimiento entre los europeos: los aliados de EEUU no podían contar más con él y tenían que tomar su destino en sus manos. Y luego llegó la salida de EEUU del Acuerdo sobre el Clima de París, la no-certificación del acuerdo nuclear iraní y la designación de Jerusalén como capital de Israel, mientras que en Asia ya había abandonado el TPP. En ningún caso el efecto ha sido “rompedor” (disruptive): el TPP sigue avanzando con los 11 países restantes, 192 de los 193 miembros de la ONU reafirmaron su compromiso con París y con la lucha contra el cambio climático y la Asamblea de la ONU votó a finales de año una resolución de condena a la decisión de Trump sobre Jerusalén por 128 votos a favor y nueve en contra (con 35 abstenciones). Todos son ejemplos que simbolizan el aislamiento al que se dirige la Administración estadounidense.
En cuanto a la decisión de Washington de no-certificar el pacto nuclear con Irán, está teniendo sus consecuencias sobre la diplomacia estadounidense y ha lastrado la credibilidad del país al transmitir la imagen de ser un socio poco fiable que no cumple con sus compromisos.
La imagen del Washington Post de Donald Trump sentado solo en la mesa durante la cumbre del G20 de 2017 mientras el resto de participantes socializaban detrás de él, se suma a este retrato del paulatino aislamiento de EEUU.
La llegada de Trump al final ha sido menos rompedora de lo que se preveía, a pesar de este progresivo aislacionismo. No sólo las audiencias extranjeras se han acostumbrado a Trump, sino que el mundo está registrando logros a pesar de los contratiempos. Los europeos se están volviendo más independientes, los saudíes también, y Corea del Sur ya negocia con Corea del Norte. La cooperación internacional, entendida como la mejor manera de compartir los asuntos internacionales entre los países del mundo, continúa en asuntos clave como el cambio climático y las migraciones. Y algunos países, como China y Francia, han dado un paso adelante con el objetivo de ocupar los posibles huecos que vaya dejando la paulatina retirada de EEUU.
Conclusiones
Un año después de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el mundo sigue adelante y EEUU ha mostrado más continuidad en muchas de sus políticas y, al mismo tiempo, una creciente deriva aislacionista.
EEUU mantiene su presencia en Afganistán, Oriente Medio y partes de África, e incluso la ha reforzado. Al contrario que su predecesor, se ha movido hacia Arabia Saudí y ha endurecido su posición con respecto a Irán. Ha reducido también su énfasis en el “poder blando” y en la agenda de derechos humanos. La política contraterrorista se ha mantenido en la línea de los últimos años, enmarcada como un asunto internacional en el que EEUU debe protegerse con fronteras impermeables, restricciones de viajes y reducción de los flujos de refugiados e inmigrantes.
Todos los presidentes de EEUU desde la II Guerra Mundial han puesto a América primero, como Donald Trump, y todos han perseguido los intereses de EEUU y han prestado interés al poder militar. Pero también han comprendido que la influencia de los valores y la cultura de EEUU –su poder blando– constituye una de sus principales herramientas. Además, una política exterior puramente transaccional, como la de Trump, erosiona la confianza y la previsibilidad, dos ingredientes esenciales del orden mundial y de la seguridad nacional de EEUU. La fiabilidad es los que tranquiliza a los amigos y disuade a los adversarios.
Pero además, Trump está lleno de contradicciones estratégicas: mejorar la posición del país recortando cientos de puestos en el departamento de Estado y proponiendo una reducción de sus presupuestos; esperar contener o limitar a China echando por la borda el acuerdo TPP, instrumento clave para preservar la influencia de EEUU en Asia; lograr una hegemonía militar pero sin mostrar signos de reconciliar la subida en defensa con otras prioridades presupuestarias; y no construir una buena relación con el Congreso y, en particular, con el senador Bob Corker, jefe del Comité de Exteriores del Senado, que públicamente ha hablado de su escepticismo sobre las competencias y estabilidad de Trump.
Pensar estratégicamente pide un esfuerzo para reconciliar intereses y valores. Y estos últimos Trump los ha dejado de lado. Gente de su entorno como Cohn, McMaster y Tillerson han intentado subrayar o aclarar que “América primero” está firmemente arraigada en la idea de que los “valores americanos” deben ser defendidos y promocionados. Pero la insistencia del presidente en poner el énfasis sólo en los intereses y su frivolidad con gobiernos autoritarios ha empañado la imagen exterior de EEUU, ha agitado a las democracias aliadas y ha desmoralizado a los defensores de los valores liberales en el mundo.
No obstante, el mundo se ha sobrepuesto a la llegada de Trump e incluso se ha acostumbrado a ella. Ahora le toca a Trump tratar de limar incoherencias en sus políticas y asperezas con sus aliados, reconciliar intereses y valores, y pensar estratégicamente. Si tiene la personalidad y el temperamento para hacerlo es otra cuestión.
Carlota García Encina
Investigadora, Real Instituto Elcano | @EncinaCharlie
1 Durante la campaña electoral de 2016 Donald Trump utilizó el eslogan Drain the swamp, “drenar el pantano” para simbolizar su lucha contra la corrupción y el establishment de Washington.
2 Véanse los siguientes enlaces que se actualizan periódicamente para las posiciones vacantes, nombramientos y los nuevos cargos del Departamento de Estado.
3 A mediados de diciembre nombró 496 personas en varios puestos de la Administración, 140 menos que Barack Obama en el mismo momento de su primer año, y 232 menos que George W. Bush. En concreto, en el Departamento de Estado, el presidente ha nombrado 84 cargos política comparados con los 137 de Obama y los 153 de Bush.
4 “Shaheen & McCain pen letter to Tillerson regarding depletion of Foreign Service, request removal of hiring freeze & resumption of promotions”, 15/XI/2017.
5 Thomas M. Hill (2017), “State Department reform: much ado about nothing?”, Fixgov (Brookings Blog), 28/IX/2017, https://www.brookings.edu/blog/fixgov/2017/09/28/state-department-reform-much-ado-about-nothing/.
6 Carlota García Encina (2017), “¿Hay que aplaudir el impulso de Trump en Siria?”, Blog Elcano, real Instituto Elcano, 10/IV/2017.
7 Carlota García Encina (2016), “EEUU 2016: Trump y la política exterior”, ARI nº 78/2016, Real Instituto Elcano.
8 White House (2017), “Remarks by President Trump on the strategy in Afghanistan and South Asia”, 21/VIII/2017.
9 Carlota García Encina (2017), “Trump y la trampa iraní”, Comentario Elcano, Real Instituto Elcano, 19/X/2017.