Tema: A diferencia de lo que suele pensarse, una encuesta llevada a cabo por el Pew Research Center indica que la intolerancia religiosa y la radicalización hunden sus raíces en lo más profundo de la sociedad marroquí.
Resumen: La implicación de marroquíes en la mayoría de los ataques terroristas perpetrados en el mundo en los dos últimos años ha empañado la imagen que tenía Marruecos de ser una monarquía moderada y democratizadora. Aunque en parte se puede culpar de ello a los efectos del conflicto israelo-palestino, las autoridades marroquíes también son culpables de fomentar la intolerancia religiosa institucionalizada y ofrecer todo tipo de facilidades para la importación de la variedad más literal, rigurosa e inflexible del Islam: las enseñanzas de los seguidores de Muhammad Ibn Abdel Wahhab (que vivió hacia 1750), que confirió legitimidad religiosa a lo que era una monarquía tribal de Arabia Saudí. En esta tradición se inspiran los grupos radicales y violentos del mundo islámico. A juzgar por la implicación de un número inusualmente elevado de marroquíes en ataques terroristas, se puede decir sin temor que el Islam wahabí está más extendido de lo que pensamos.
Análisis: La implicación de marroquíes en prácticamente todos los grandes atentados perpetrados en el mundo en los dos últimos años ha empañado la imagen que tenía Marruecos de monarquía moderada en proceso de democratización. Aunque la implicación de jóvenes marroquíes en redes de terrorismo internacional es preocupante, a nadie le debería de sorprender. Si bien el contexto internacional aporta una explicación, las políticas internas de Marruecos son en gran parte las responsables de este problema.
Es cierto que hay una creciente percepción, en Marruecos y en cualquier parte del mundo islámico, de que los países occidentales, y en especial EEUU, son hipócritas. Hablan de la inclinación autoritaria de los árabes y los musulmanes cuando la realidad es que, durante décadas, han defendido y apoyado a déspotas locales. Condenan el terrorismo islámico aunque toleran la violencia contra los palestinos y, en estos momentos, contra los iraquíes. Desde la primera Intifada la televisión habla cotidianamente de palizas, humillaciones, asesinatos y destrucción de propiedades privadas palestinas, desencadenando la ira de los musulmanes, que culpan de ello a Occidente. El reciente asesinato de Ahmed Yassin, el líder espiritual de Hamas, cuando salía de una mezquita en su silla de ruedas, radicalizará aún más la opinión pública de una región que abarca desde Marruecos hasta Pakistán. La violencia continuada en Irak y la creciente percepción de que las vidas de los iraquíes no valen gran cosa exacerba las hostilidades contra EEUU y sus aliados, y consolida el apoyo a Osama Bin Laden. Un reciente artículo publicado en el Boston Globe arroja unas cifras escalofriantes acerca de lo que está ocurriendo en Irak. Desde la invasión del país por parte de EEUU no se ha publicado ningún informe oficial fiable sobre bajas civiles, a pesar de que hayan podido morir más de 10.000 personas. La forma en que los altos mandos de la ocupación gestionan las compensaciones a los civiles iraquíes que han resultado heridos o que han perdido algún familiar refleja una falta de comprensión. A pesar de los esfuerzos declarados para compensar a los civiles, el ejército de EEUU ha rechazado cerca de 5.700 de las 11.300 peticiones formuladas por familiares. El total de las compensaciones destinadas a las familias iraquíes ha sido de 2,2 millones de dólares estadounidenses, equivalente a 393 dólares por víctima. Por contra, las familias de las víctimas norteamericanas del 11-S reciben una media de 1,8 millones de dólares por víctima. Nada de esto, por supuesto, justifica el aumento del odio religioso o los ataques suicidas con bombas. Pero la percepción de que las vidas de los palestinos y los iraquíes no valen nada bajo una ocupación es una de los principales fuentes de la radicalización en el mundo islámico. Bin Laden no necesita grandes campañas de reclutamiento; las personas y los grupos lo buscan o actúan bajo su égida aunque jamás se hayan reunido.
Ahora bien, el conflicto israelo-palestino y la ocupación de Irak explican sólo una parte del problema, que quizá no sea la más importante. La responsabilidad de las autoridades marroquíes en el fomento de la intolerancia es inequívoca, aunque sea involuntaria. A pesar de las afirmaciones oficiales de tolerancia y pluralismo religioso formuladas al más alto nivel, el Estado marroquí ha permitido e institucionalizado la intolerancia religiosa. A continuación se exponen algunas tendencias y cifras que ilustran la complicidad pasiva del Estado.
Intolerancia religiosa
La denuncia oficial de las autoridades de Marruecos de la manipulación política que de la religión hacen los extremistas es hipócrita. Desde la independencia, la monarquía y las autoridades públicas han manipulado la religión para legitimar el poder político, desacreditar a los grupos liberales y de izquierdas y reproducir relaciones ideológicas de dominación. La legislación, la constitución, las políticas educativas y la administración de la esfera religiosa de Marruecos contribuyen enormemente a la diseminación de la intolerancia religiosa. Una de las principales consecuencias es el ahogamiento de cualquier debate formal sobre el papel de la religión en la vida pública y la supresión de cualquier esfuerzo encaminado a reformar el Islam. La educación religiosa y el contenido de la misma son, por tanto, arcaicos y susceptibles de manipulación ideológica. En los libros de texto escolares abundan las referencias religiosas violentas y polémicas (como los términos yihad, ridda, kuffar, ghazw, etc.), como si el Islam fuera una religión esencialmente de guerra y odio. Raro es encontrar alguna mención positiva a otras religiones monoteístas, y no se hace ningún intento de hacer referencia a la historia preislámica de Marruecos. Durante los últimos 25 años las modernas universidades de Marruecos han formado a más de 30.000 especialistas en el Islam. La mayoría de los licenciados sólo encuentran trabajos mal pagados, si es que encuentran alguno. Además, miles de alumnos más se licencian cada año en las instituciones religiosas tradicionales como Dar al-Hadith al-Hassaniya, al-Qarawiyine y en las cerca de 500 escuelas de teología públicas y privadas repartidas por todo el país. Con una formación religiosa anticuada, unas nulas perspectivas laborales y a falta de instituciones laicas con credibilidad, no debería de sorprender que licenciados en paro y jóvenes en general utilicen el Islam como un medio para protestar ante lo que perciben como unas autoridades políticas corruptas e injustas.
En paralelo con estas políticas desastrosas, el Estado marroquí ha ofrecido todo tipo de facilidades para la importación de la modalidad más literal, rigurosa e inflexible del Islam: las enseñanzas de los seguidores de Muhammad Ibn Abdel Wahhab (que vivió hacia 1750), que confirió legitimidad teológica a lo que de otro modo sería simplemente una monarquía tribal de Arabia Saudí. Ideológicamente, las formas marroquíes del Islam, tanto las oficiales como las populares, son incompatibles con el wahabismo. Sin embargo, por motivos políticos y financieros, Marruecos permitió a personalidades religiosas saudíes financiar gran parte de las 35.000 mezquitas de Marruecos en Tánger, Casablanca, Fez, Salé, Marrakech y Tetuán. Según Antoun Basbous, que ha investigado la financiación saudí de las instituciones religiosas en Marruecos, el 70% de las mezquitas de Casablanca han sido construidas con dinero saudí. En torno a cada mezquita se empezaron a formar redes de misioneros dirigidos por emires, invocando a los musulmanes a unirse a la yihad en el extranjero (Afganistán, Bosnia o Chechenia) invocando el principio de al-amr bil-ma’ruf wa-nahyu ‘ani al-munkar (imponer lo correcto y prohibir lo censurable) en su propio país. Se distribuyeron abiertamente panfletos, casetes, CDs y vídeos en apoyo del al-amr bil-ma’ruf. Solo más tarde –tras los atentados suicidas del 16 de mayo en Casablanca– se dieron cuenta las autoridades marroquíes del poder que encierra este principio religioso.
El principio de “Imponer lo correcto” (al-amr bil-ma’ruf)
Efectivamente, los grupos políticos islámicos de Oriente Próximo y del Norte de África, ya sea amparándose en la predicación religiosa a través de la da‘wa pacífica (proselitismo), o bien a través del derrocamiento violento de la autoridad a través de la yihad (guerra santa), justifican el establecimiento del al-dawla al-Islamiya (Estado islámico) bajo el principio de al-amr bil-ma‘ruf. La dimensión y el significado moral de este principio en la legitimación de los movimientos de protesta islámicos de la región han pasado desapercibidos para gran parte de analistas especializados. Mientras los líderes islámicos denuncian con frecuencia las desigualdades sociales y la pobreza, es en el contexto más amplio de imponer lo bueno y prohibir lo inmoral en el que legitiman la acción política. Se presentan como los guardianes de todo un orden moral, no simplemente de la igualdad económica y la justicia social.
Al-amr bil ma’ruf suele interpretarse como la obligación de todo musulmán de censurar toda conducta inmoral enmendándola de inmediato y, si es necesario, recurriendo para ello al uso de la fuerza. Muchos musulmanes que no comparten necesariamente las interpretaciones literales que del Corán hacen los grupos islámicos, contemplan esta fórmula como una fuente de despotismo religioso, de anarquía y de violencia, ya que autoriza a todo musulmán a que corrija lo que a sus ojos pueda ser reprensible. Esto se está convirtiendo en un problema especialmente delicado en aquellos países en los que los grupos islamistas disponen de un apoyo popular generalizado y aumentan los ataques a personas que no se adaptan estrictamente a lo que prescribe la sharía.
Por lo tanto, resulta importante entender los orígenes religiosos de este principio y cómo se manifiesta en la vida cotidiana. El Corán conmina a los musulmanes a que ejerzan este deber en la sura Âl ‘Umrân, donde se afirma: “Que constituyáis una comunidad que llame al bien, ordenando lo que está bien y prohibiendo lo que está mal. Quienes obren así serán los que prosperen” (3:104) y “Sois la mejor comunidad humana que jamás se haya suscitado: ordenáis lo que está bien, prohibís lo que está mal y creéis en Dios” (3:110). En la sura al-Hajj, el Corán relega la tarea de al-amr bil ma‘ruf a los legisladores y la coloca en el mismo nivel que otros dos preceptos fundamentales del Islam, el rezo y dar limosnas: “A quienes, si les diéramos poderío en la tierra, harían la azalá, darían limosna, ordenarían lo que está bien y prohibirían lo que está mal” (22:41). Aunque el principio podría interpretarse como una conminación a los musulmanes para que prediquen la palabra de Dios a los no musulmanes (5:15-16,78-79), fue ampliamente interpretado como una forma de organizar la vida de los musulmanes basada en las enseñanzas religiosas. La mayoría de las referencias a al-amr bil ma‘ruf aparecen de hecho en versos o capítulos revelados en Medinah (Âl ‘Umrân, al-Ma‘ida, al-A‘râf [163-170], al-Tawba, al-Hajj), el primer Estado islámico establecido en el que las leyes de la shari‘a podrían aplicarse plenamente una vez que Dios hubiese completado su mensaje.
La función de las autoridades políticas
En un Estado islámico, este deber, especialmente en lo que respecta al uso de la fuerza para imponer la moralidad religiosa en un lugar público, ha estado históricamente reservado al gobierno. Aunque ya se practicaba con anterioridad, la institución llegó a conocerse como hisba ya a comienzos del siglo IX. En el sentido oficial, hisba describe la función u oficio de la persona (muhtasib) encargada de controlar el comportamiento moral en público. Esta función la desempeñaba un funcionario especialmente en los mercados (conocido anteriormente por el nombre Sabih al-suq) con la finalidad de que las transacciones comerciales se llevaran a cabo de acuerdo con las normas morales islámicas relativas a la usura, la estafa, el acaparamiento, la calidad del producto, la seguridad, la limpieza, etc. En este contexto, el muhtasib tenía que estar cualificado para realizar lo que se consideraba ante todo un deber religioso. Además de ser hombres de integridad moral, los muhtasib tenían que estar especializados en cuestiones jurídicas islámicas y tener experiencia en operaciones comerciales y de compra-venta. Por tanto, en calidad de principio económico moral, la hisba la realizaba un representante de la autoridad pública cuidadosamente elegido, que hacía que el al-amr bil ma‘ruf según este sentido restringido fuese sólo una obligación teórica, o fard kifaya. En otras palabras, cuando este principio se confería a la autoridad pública, no están obligados a ejercerla el resto de los musulmanes.
Pero en presencia de un gobernante injusto que no representa a la comunidad musulmana según el al-amr bil ma‘ruf, la cuestión de la obligación particular de cada musulmán de cambiar al-munkar siempre que lo viera, y el grado en que debía aplicar la fuerza estaba supeditado a varias interpretaciones. Un célebre hadiz del profeta afirma: “Quien vea algo reprensible, que lo corrija con sus manos. Si no puede con las manos, con la lengua. Si no puede con la lengua, con su corazón; y ese será el mínimo de fe”. Otro hadiz profético deja abierta la posibilidad de una resistencia disidente contra un gobernante que no administre la justicia implícita en el concepto coránico de al-amr bil ma‘ruf: “El más excelente de los mártires de mi comunidad es alguien que le hace frente a un imán injusto, imponiéndole lo que es justo, prohibiéndole lo que es reprensible y matándole por ello”. En la historia del Islam, los movimientos de protesta chií han recurrido frecuentemente al principio de al-amr bil ma‘ruf para defender el derrocamiento de gobernantes musulmanes injustos. Los jariyíes, ismaelíes y zaidíes adoptaron este principio como su principal consigna para justificar la rebelión armada contra conductas injustas de gobernantes y para protestar por aplicaciones censurables de la sharía.
Sin embargo, incluso en la doctrina suní, que considera una prioridad la prevención de la fitna (guerra civil) entre los musulmanes, y que rara vez aprueba el uso de la fuerza contra un gobernante injusto, se afirma la obligación de todo musulmán de practicar el al-amr bil ma‘ruf. Las confirmaciones más firmes y claras de este principio en el sunismo se encuentran en Ibn Hanbal (d. 241/855) y en al-Ghazali (d. 505/1111). Ibn Hanbal mantiene que ordenar lo que es bueno y corregir lo que es malo con el corazón es un acto de devoción. Aunque Ibn Hanbal no parece recomendar el uso de la fuerza, considera que la acción manual, entre la que se incluye romper recipientes de vino, instrumentos destinados al juego y aparatos de música, es un acto altamente virtuoso. En un capítulo bien construido de su Ihya‘ ‘Ulum al-Din (“La revivificación de las ciencias religiosas”), al-Ghazali ofrece la que seguramente es la interpretación más radical de al-amr bil ma‘ruf en el sunismo. Lo presenta como el pilar más importante del Islam (establecido por el Corán, la Sunna y el consenso) que se ha convertido en una obligación erróneamente olvidada. Mientras que al-Ghazali considera que esta obligación es una fard kifaya, mantiene que corresponde a todo musulmán ejercitarla sin pedir permiso al gobernante. Dicha obligación incluye la fundación y equipamiento de grupos guerrilleros, o lo que él denomina tajyish al-juyush, para imponer al-amr bil ma‘ruf, incluso aunque con ello se corra el riesgo de una guerra civil.
Radicalismo en Marruecos
Los grupos radicales y violentos del mundo musulmán se inspiran en esta tradición. A juzgar por la implicación de un número inusualmente elevado de marroquíes en ataques terroristas, se puede decir sin temor que el wahabismo, que interpreta de forma rigurosa el Islam, está más extendido de lo que pensamos. A continuación se presentan algunas pruebas alarmantes.
El Pew Research Center publicaba en marzo de 2004 los resultados de una encuesta realizada a cerca de 8.000 personas de nueve países destinada a evaluar la opinión pública un año después de la ocupación de Irak. Pew es un grupo independiente de investigación de la opinión pública con sede en Washington que estudia la actitud frente a la prensa, el mundo de la política y las políticas estatales. En la encuesta participaron cuatro países del mundo musulmán: Jordania, Marruecos, Pakistán y Turquía.
En Marruecos, Pew llevó a cabo mil entrevistas presenciales a adultos con edades comprendidas entre los 18 y los 59 años de edad en áreas predominantemente urbanas (Rabat, Casablanca, Fez y Marrakech) entre el 19 y el 24 de febrero de 2004. Algunas de las preguntas que conformaban el estudio se centraban en la tolerancia religiosa, en la actitud hacia los cristianos y los judíos y la justificación moral de la utilización de la violencia con fines políticos. En caso de haberse realizado con rigor el cuestionario del estudio y ser la muestra representativa, la encuesta de Marruecos arroja dos resultados alarmantes: una creciente e inequívoca tendencia hacia la intolerancia religiosa y un amplio apoyo a los ataques suicidas con bombas.
A las autoridades públicas marroquíes (y quizá también a las de los países europeos vecinos) les deberían de preocupar los siguientes datos:
El primero está relacionado con la popularidad de Osama Bin Laden. Según la encuesta, el 45% de los marroquíes tienen una opinión favorable de Bin Laden.
El segundo es que, a pesar del creciente apoyo a la guerra que ha declarado EEUU al terrorismo (el apoyo de los marroquíes a la campaña antiterrorista de EEUU ha crecido del 9% de mayo de 2003 al 28% de marzo de 2004), el 60% de los marroquíes entrevistados afirmaban que los ataques suicidas con bombas contra objetivos americanos y occidentales perpetrados en Irak son justificables.
En tercer lugar, la encuesta muestra que una gran mayoría de marroquíes tiene una opinión negativa de las otras dos religiones monoteístas: la opinión del 73% de los marroquíes es desfavorable para los cristianos y sólo el 2% de ellos tiene una opinión muy favorable. Esta cifra empeora en el caso de los judíos: el 92% de los marroquíes mantiene una opinión desfavorable y sólo el 1% mantiene una opinión muy favorable. En comparación, en Pakistán y Turquía los porcentajes desfavorables sobre los cristianos y los judíos son inferiores a los de Marruecos. En Pakistán, los porcentajes desfavorables a los cristianos y los judíos son del 62% y del 80%, respectivamente. En Turquía, los porcentajes desfavorables a los cristianos y los judíos son, respectivamente, del 52% y el 49%. En otras palabras, a pesar del discurso oficial, Marruecos presenta una de las puntuaciones más bajas del mundo musulmán en cuanto a tolerancia religiosa.
Conclusión: Si los datos arrojados por el estudio de Pew son fiables, indican que el proceso de intolerancia religiosa y de radicalización ha arraigado con fuerza en la sociedad marroquí. Con todo, los actores políticos permanecen indiferentes. Las recientes reuniones para revivir la Kutla democrática para atajar la crisis política de Marruecos demuestra que las élites políticas marroquíes no son conscientes de que lo que se necesita son reformas serias y enérgicas, no los habituales acuerdos celebrados entre bambalinas. Además, el llamamiento del rey a la tolerancia religiosa y al pluralismo debe ser respaldado por unas reformas legales, constitucionales y políticas concretas. De no ser así, los repetidos llamamientos a la tolerancia parecerán poco convincentes y cada vez más una simple maniobra de relaciones públicas de cara al exterior.
Abdeslam Maghraoui
Profesor del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Princeton (EEUU)