Tema: Los atentados terroristas del pasado 16 de mayo en Casablanca obligan a España a prestar más atención a la situación interna de Marruecos. Su eventual inestabilidad le afectaría por la importancia de los intereses españoles allí implicados, de las fronteras marítimas y terrestres comunes y por la naturaleza de los problemas recurrentes entre los dos países. Se analiza cómo se verían afectados los intereses españoles si los recientes atentados llegaran a provocar inestabilidad en el reino alauita.
Resumen: El 16 de mayo pasado, el régimen marroquí recibió un inesperado aviso y cayeron varios mitos: el de un Marruecos inmune al terrorismo islamista porque lo dirige un rey que es jefe religioso y el de la intangibilidad de una comunidad judía que en los últimos catorce siglos convivió de manera ejemplar con el Islam. Conviene intentar responder a algunas preguntas inevitables: ¿Se trata de un hecho aislado o de una evolución de la escena política marroquí? ¿El atentado contra intereses españoles es un castigo por el apoyo del gobierno español a la guerra de Irak, el turno de España porque alguien es víctima siempre del terrorismo, o ambas cosas a la vez?
Análisis: Primero, los hechos. El 16 de mayo, 41 personas, entre ellas cuatro españoles, perdieron la vida en cinco atentados terroristas casi simultáneos dirigidos contra intereses españoles y símbolos y establecimientos judíos en Casablanca. El hecho de que la Casa de España de Casablanca estuviera entre los objetivos terroristas ha dado lugar a que se suponga que España es ya objetivo de ese terrorismo por el apoyo del gobierno español y su presidente a la guerra de Irak, una apreciación que convendría dejar en su justa medida.
Aunque no hay ningún ciudadano de confesión judía entre las víctimas, es poco conocido que en el Hotel Farah se encontraban en el momento del atentado cuarenta israelíes de origen marroquí que habían venido a Marruecos, como es tradicional desde hace un siglo, para asistir el día 19 en la ciudad norteña de Uezzan, con otros casi mil judíos también de origen marroquí que debían venir de todo el mundo, a la “hallula” o romería a la tumba del rabino Amran Ben Diwan que vivió y murió en Marruecos en el siglo XVIII.
La presencia judía en Marruecos se remonta al año 535 a.C. Su cultura remite a los orígenes de la cultura Occidental y es resultado del mestizaje de tradiciones judías ancestrales, influencias bereberes, árabes y sefardíes aportadas por los judíos expulsados de España desde el siglo XIV.
De los 350.000 judíos que vivían en Marruecos a principios del siglo XX, hoy sólo quedan 5.000 personas aunque su importancia en la cultura y la vida económica del reino es muy superior al número. El gobierno israelí se tomó en serio los atentados de Casablanca y la ministra israelí para la Integración ofreció a los judíos marroquíes expatriarse a Israel. Si lo hicieran, podría extinguirse una cultura bimilenaria.
Los comienzos del terrorismo
La relativa sofisticación de medios empleados por los terroristas no concuerda con el “amateurismo” de pobres jóvenes desheredados de las chabolas de Sidi Mumem como la prensa les ha descrito. Tampoco concuerda con esa presentación la envergadura que iba a tener la operación total, descubierta en el interrogatorio del terrorista apresado, gracias al cual se pudieron recuperar explosivos que estaban destinados a ser utilizados más adelante en el Twin Center, el World Trade Center de Casablanca, construido hace pocos años por el arquitecto español Ricardo Bofill, y hoy centro comercial y de ocio de alto standing de la capital económica del reino. Los ataques de Casablanca recuerdan, a escala marroquí, la estrategia de este nuevo terrorismo que parece considerar secundarios los objetivos y prioritario que estén mal defendidos y sobre todo que el número de víctimas y daños que se pueda ocasionar tenga posibilidades de ser elevado.
Por su ferocidad, hasta ahora inédita en Marruecos, constituyen una poderosa y brusca llamada de atención sobre el país vecino. Los atentados demostraron la fragilidad de la supuesta “excepción marroquí”, según la cual un país dirigido en la más estricta tradición islámica, por un rey que reina y gobierna, es Emir al Muminim (jefe religioso) y descendiente del profeta, como Mohamed VI, está protegido contra los embates del terrorismo de trasfondo religioso.
Hassán II tuvo una relación muy peculiar con el integrismo marroquí. En los “años de plomo” de su reinado lo utilizó contra el movimiento nacionalista y democrático que aspiraba a modernizar las instituciones y la vida política. Siempre lo reprimió con mano dura, como recuerdan los grandes procesos de Kenitra de 1973 y de Casablanca de 1979 después de los cuales el islamismo quedó muy diezmado.
El conflicto del Sahara de 1975 reconcilió a Hassán II con los nacionalistas, pero el rey siempre mantuvo una relación ambigua con el integrismo como contrapeso al nacionalismo. Su estrategia era sencilla: reprimirles hasta la eliminación física si sobrepasaban los límites del juego establecidos por él, y como Emir al Muminim, combatir las teologías “prêt à porter” que esos predicadores y emires ya violentos comenzaban a importar de Egipto primero y de Arabia Suadí e Irán después.
Sea lo que fuere, el integrismo radical, que prefiero llamar islamismo, entendiendo por ello la utilización para el asalto al poder y para estructurar la sociedad de una religión reinterpretada, se desarrolló en Marruecos en tiempos de Hassán II.
El profesor Mohamed Tozy ha señalado cómo junto a la islamización “políticamente correcta” que el propio régimen impulsaba, surgía y se extendía progresivamente un Islam de consignas simplistas, crispado y violento, que encontraba un terreno propicio en la pobreza, la falta de democracia y de libertad, la corrupción administrativa y los abusos de poder a todos los niveles.
En los años ochenta, Tozy hablaba ya de cientos de mezquitas clandestinas que surgían a todo lo largo y ancho del país, donde se reclutaban y formaban nuevos predicadores y se proponía un Islam obsesionado por el progreso de Occidente, que avanzaba de la mano de unos predicadores que carecían de la estatura intelectual del Jamal Eddin Al Afgani, Rachid Reda, entre otros, que en el siglo XVIII se preguntaban por qué el mundo musulmán se había estancado y Occidente progresado y proponían la reinterpretación de la doctrina para crear una modernidad islámica que les permitiera avanzar. De aquella preocupación intelectual, el islamismo actual sólo mantiene la banalización de un Occidente que consideran sin remedio, impío, inmoral y corrompido, ávido de riquezas, placeres y laico.
Mohamed VI llegó al trono en 1999 con la aparente buena intención de “gobernar de una manera diferente” y adentrar a Marruecos en la vía de una democracia auténtica, pero a los dos años de reinado tuvo que dejar de lado sus proyectos bajo la presión simultánea de un islamismo pujante y una clase conservadora y tradicional que veía en la democracia una aventura que no quería emprender. El buque insignia de sus intentos democratizadores, la reforma del conservador Código de Familia, que legitima lo que las mujeres consideran el mayor abuso de las sociedades musulmanas hacia ellas -la poligamia y la capacidad del marido de repudiar a la esposa- está hoy en el dique seco de una comisión, lo que en el metalenguaje marroquí significa remitido “ad calendas grecas”.
Sin la capacidad ni la voluntad represora, ni la brillantez intelectual ni el reconocimiento internacional de su progenitor, sin concretar la democracia, desmantelado el Ministerio del Interior que tan útil resultó a su padre, los atentado terroristas de Casablanca precipitarán ahora más aún a Mohamed VI hacia las manos de unos servicios de Seguridad militar que sucumbirán, como los argelinos, a la tentación erradicadora. El único lado positivo de los atentados es que el Parlamento marroquí aprobó, a toda prisa y por unanimidad, la legislación terrorista que había rechazado al gobierno semanas antes.
Bajo el reinado de Mohamed VI, el islamismo, tanto el violento y radical como el que consideran moderado, se ha vuelto más visible, se ha reforzado y, al mismo tiempo, complicado. Los islamismos de Irán y de Arabía Saudi han logrado penetrar en Marruecos. Numerosos grupos marroquíes han adoptado el wahabismo saudí, bien es verdad que estimulados por generosas aportaciones financieras. También el chiismo se ha abierto un hueco en el espacio doctrinal monolítico del rito malekita marroquí, en este caso impulsado por la influencia de la revolución iraní que parece hoy proponer un Islam más asumible, más moderno y más político que el saudí.
Es una situación “doctrinal” tan confusa que el gobierno marroquí destituyó a su ministro de Habus (religión) por haberla permitido y afirmó que “la seguridad espiritual del reino está en peligro”. Algunos analistas han llegado a sostener que los incidentes con España del verano de 2002 por el islote de Perejil tenían como objetivo crear una maniobra de diversión frente al peligro islamista.
Los grupos integristas marroquíes “wahabizados” adoptaron tanto los temas saudíes como los de Al Qaeda y Bin Laden. Los “moderados” se dedicaron a reprimir los que consideran atentados a la moral islámica, consumo de alcohol, promiscuidad de sexos en los colegios, centros deportivos, piscinas y elecciones de “misses” e impusieron por la fuerza el velo a las mujeres en las barriadas pobres, además de coaccionar a los hombres para que asistieran a la oración y a los sermones de los viernes. Los violentos tomaron a Bin Laden como guía, crearon organizaciones paramilitares y campos de entrenamiento como el del bosque de la Maamora de Rabat, revelado en el juicio seguido contra ellos, e intentaron perpetrar atentados suicidas contra navíos de la OTAN de paso por el Estrecho de Gibraltar. Dirigentes y predicadores de las dos organizaciones implicadas, Salafiha Yihadia y Takfir ual Hijra (Anatema y Retiro) han sido y son aún juzgados también por delitos de sangre.
Por presiones del islamismo “moderado” fue censurada la última película del cineasta Nabyl Ayuch que mostraba un pequeño desnudo. Ayuch fue acusado por Mustafá Ramid, uno de los máximos dirigentes del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), de “atentar contra los valores del Islam” y, lo que es más insidioso, de formar parte de una “quinta columna francófona y sionista”.
Mucho más desproporcionado, quizá, fue el proceso, este mes de abril, llamado del “satanismo”, emprendido bajo presión del islamismo contra los 14 jóvenes integrantes de un grupo de hard rock que tuvo la idea de llamar a su grupo “Satánico”. La fiscalía del Estado les acusó de “atentar contra la fe musulmana” por los pantalones estrechos y las camisetas con la imagen del diablo que portaban los jóvenes en sus actuaciones.
Algunas de las organizaciones que se levantaron en defensa de esos jóvenes señalaron que el fiscal, durante los interrogatorios, les preguntaba si sabían rezar y les reprochaba que cantaran en inglés, mientras que la Organización Marroquí de los Derechos del Hombre denunció las agresiones sexuales que al parecer sufrieron no sólo durante su paso por la prisión, sino –según afirmó la prensa- en la fase de instrucción.
Gracias a la presión de los partidos democráticos y de varias ONGs, los jóvenes fueron absueltos, pero la democracia y el estado de derecho marroquí demostró sus limitaciones. Tanto que algunos periódicos democráticos como “Tel Quel” y “Le Journal” hablan ya de la existencia de un “integrismo preventivo”.
En las elecciones legislativas de septiembre pasado, el PJD (islamista) obtuvo 41 diputados de los 380 que componen la primera Cámara, sólo siete escaños menos que el USFP (Unión Socialista de Fuerzas Populares) ganador, y se convirtió en la tercera fuerza política del país. Ese resultado lo obtuvo a pesar de haber presentado candidatos en sólo 56 de las 91 circunscripciones electorales del país, no porque no los tuviera, sino, como explicaron después sus dirigentes, por no asustar con una victoria arrolladora. Y el PJD no es el principal partido islamista de Marruecos. Al Adl ual Ihsane (Justicia y Beneficencia), que dirige el carismático jeque Abdessalam Yassin, rehusa participar en el sistema pero pretende –algo que muchos le conceden- ser la primera fuerza islamista de Marruecos.
Con la experiencia de las legislativas de septiembre y con Argelia, tal vez, en mente, el gobierno marroquí ha pospuesto las elecciones comunales que debieron ser convocadas este mes de mayo. Según algunos analistas, lo hizo por temor a que el islamismo se hiciera con la mayoría de los poderes locales como ocurrió en Argelia en 1991.
Marruecos hoy, ciertamente, no es la Argelia de 1990. Su régimen es una monarquía y el “tempo” de los monarcas, que están ahí para reinar –en este caso también para gobernar- sin límites de tiempo ni de preocupaciones electorales, es más lento y cauto que el de los generales argelinos, por mucho que se hayan demorado éstos en el poder.
Lo curioso del caso marroquí es, según los datos de algunos expertos, que el liderazgo de este islamismo moderado procede del mismo espectro sociológico que el de las izquierdas occidentalistas y democráticas de los años setenta y ochenta: profesores y enseñantes, profesiones liberales, pequeños comerciantes, y universidades técnicas.
Ataque contra Occidente
Por haberse cometido los atentados de Casablanca pocas semanas después de haberse acabado la guerra de Irak, al igual que los de unos días antes en Arabia Saudí, y unos días después en Turquía, han sido explicados como una consecuencia de ese conflicto. Que intereses españoles hayan sido los más afectados ha llevado a concluir que pretendían castigar el apoyo ofrecido por el gobierno español y su presidente, José María Aznar, a la coalición liderada por Estados Unidos.
Explicar así las motivaciones de los atentados terroristas de Casablanca es comprensible, pero no exhaustivo. Desde las primeras guerras de Oriente Medio y conflictos ocasionados por la colonización en los siglos XIX y XX, se produjeron atentados terroristas que tuvieron como objetivo intereses y ciudadanos occidentales sin mucha discriminación.
En las semanas que precedieron a los atentados de Casablanca, los ulemas, imanes y predicadores del Norte de Marruecos pidieron, en efecto, resucitar el espíritu de Yihad y de resistencia de la comunidad musulmana, “boicotear los productos americanos, británicos y sionistas y los de todos los países que formaron parte de la coalición”.
El diario At Tajdid (Renovación) órgano del PJD, invitaba el 1 de mayo a los musulmanes a “invertir el curso de las cosas” y afirmaba que “Todo musulmán tiene en adelante derecho a luchar por salvar a la humanidad”. El periódico pedía que se cerrasen “las embajadas de los países agresores” y que se boicoteasen los “productos norteamericanos y sionistas” y afirmaba que “Sólo la guerra santa y el martirio de la comunidad musulmana” permitiría recuperar la dignidad.
Pero lo que resalta en la movilización de los medios integristas radicales, en cuyo entorno se originaron los atentados terroristas, es un zafarrancho de combate contra Occidente en general porque propone un mundo y una sociedad, una religión y una cultura, exitosos pero que ellos consideran contrario a los principios universales que también creen que existen en su particular visión del Islam. La palabra que más se repite en sus comunicados, “cruzados”, engloba a todos los países occidentales sin distinción y remite a las guerras medievales de religión. Los islamistas no han hecho una distinción especial de los países que apoyaron a Estados Unidos, de la misma manera que no manifestaron ningún agradecimiento a los que se opusieron a la guerra. Al contrario, han utilizado el apoyo de Francia, Rusia y Alemania a la petición de Estados Unidos de que sea levantado el embargo a la venta del petróleo iraquí para meterles de nuevo en el saco del detestado Occidente y acusarles de querer obtener “su parte del botín”. De ese sector salieron los autores intelectuales y materiales de los atentados. Los explosivos destinados al Twin Center de Casablanca, el símbolo del capitalismo en Marruecos, confirman esa ausencia de discriminación entre países occidentales o árabes.
Quienes sí han insistido mucho, casi hasta el insulto, en la actitud del presidente del gobierno español en la guerra de Irak han sido los sectores nacionalistas y modernistas de Marruecos y sus órganos de prensa, pero estos no están detrás de ningún atentado terrorista. El único país occidental singularizado por el integrismo es Estados Unidos, y ello ha de leerse en clave palestino-israelí o, como ellos prefieren describirla, islámico-sionista.
Interpretar los atentados de Casablanca en clave marroquí es también lógico. El citado diario At Tajdid comentaba el 19 de abril que “Marruecos está a punto de una nueva normalización con el enemigo sionista y una mayor implicación con Estados Unidos en lo que ellos llaman lucha contra el terrorismo. Es urgente que Marruecos se reintegre a lo que son las preocupaciones de la comunidad musulmana”.
La frontera con España
Parece inevitable que siendo los vecinos occidentales más inmediatos de Marruecos, con fronteras terrestres y marítimas sensibles para España, Europa y la OTAN, que constituyen auténticos espacios de promiscuidad religiosa, cultural y humana, muy permeables casi por necesidad, veamos esos hechos con preocupación.
En esos entornos fronterizos hispano-marroquíes -y desde hace unos años también en la zona canario-sahariana- actúan las mafias más importantes de esta zona del Mediterráneo. Trafican con seres humanos, con estupefacientes y con mercancías. Algunos intelectuales marroquíes han calculado que el Marruecos mafioso, del contrabando, de la droga, del abuso de poder administrativo y político y de la corrupción, mueve el 50% del PIB marroquí. En los espacios transfronterizos hispano-marroquíes, eso se hace, como señalaron en el pasado instituciones europeas especializadas en el seguimiento del narcotráfico, con extendidas y elevadas complicidades en la política y la administración marroquí, que alcanzaban a parientes de la familia real y con cierta impunidad.
Cuatro cuestiones -el contrabando de mercancías, el tráfico de estupefacientes, la explotación humana (inmigración clandestina) y el blanqueo de dinero- condicionan la vida cotidiana de Ceuta, Melilla y las Canarias y, por supuesto, de Marruecos. Son también poderosos factores de incertidumbre para la creación de la Zona de Libre Cambio euro-mediterránea prevista.
Sólo la droga mueve, según datos a la baja de un informe del International Narcotics Control Board del Departamento de Estado de 2001, 3.000 millones de dólares, hace depender de ella a lo esencial de la economía del Norte de Marruecos y concierne a unas 85.000 hectáreas (100.000 según otras fuentes europeas) dedicadas al cultivo de hachis y cannabis que producen más de 2.000 toneladas al año, que en su mayor parte van a Europa. Las redes mafiosas ya no están sólo en el Norte de Marruecos, sino que se han extendido a Rabat, Casablanca, Agadir, Tan-Tan y El Aiún.
Otros informes señalan que esas mafias transfronterizas facilitaron en los últimos años la circulación de terroristas y violentos entre el territorio español y el marroquí, que fueron básicos para la coordinación de algunas de las operaciones terroristas llevadas a cabo y otras que pudieron ser evitadas.
Aunque Hassán II prometió a principios de los años noventa acabar con esas mafias en siete años, Marruecos aduce que no puede asumir sólo el coste social que implica suprimir esa economía subterránea, mafiosa y delictiva y que España y la Unión Europea deberían a ayudar a encontrar medios alternativos de desarrollo económico de esas regiones. La UE a su vez no ayuda en la medida de los deseos marroquíes porque no ve una voluntad real en Marruecos de acabar con esas prácticas.
Lo que es insostenible, desde todo punto de vista, es que las mafias dispongan de embarcaciones rápidas para sus negocios, radares de alta precisión y otros medios sofisticados para detectar y evitar la vigilancia de las fuerzas de seguridad españolas, y que sus “capos” sean conocidos pero nunca molestados tanto en el Norte de Marruecos como en Ceuta y Melilla.
Es en estas dos ciudades, por las repercusiones que en ellas puede tener, donde más preocupa la evolución interna de Marruecos. Musulmanes y españoles constituyen cada uno el 50% de la población de ambas urbes. El mapa humano de éstas, con sus importantes barrios de marginación y prácticamente sin ley, comienza a parecerse al de las ciudades marroquíes. La seguridad de Ceuta, sobre todo, es fundamental porque por ella transitan además todos los años casi dos millones de magrebíes a la ida y a la vuelta de vacaciones. Las dos tienen un importante tráfico diario de personas, mercancías y de camiones, pero en Ceuta en especial, los controles de ingreso desde territorio peninsular son prácticamente inexistentes.
Debido a la inmigración ilegal, las dos ciudades han tenido que reforzar considerablemente los pasos fronterizos por tierra y se han protegido contra las entradas clandestinas con vallas dobles de alambre de espino vigiladas con cámaras y sensores de movimiento. Ambas, sin embargo, dependen en gran medida de su entorno, tanto para los abastecimientos en frutas y verduras frescas, como para el comercio, porque su modelo económico no ha sido nunca modificado, a pesar de las múltiples advertencias al respecto.
La consecuencia es que las dificultades actuales para la entrada de las decenas de miles de marroquíes fronterizos que ingresan diariamente en ambas ciudades para trabajar o comprar, perjudicó notablemente al comercio y como consecuencia a la recaudación de impuestos municipales. La Asociación de Comerciantes de Ceuta, por ejemplo, calcula que el volumen de negocio ha caído un 30%.
Testimonio de la preocupación española son las relaciones especiales y directas que han establecido con Marruecos las Comunidades Autónomas de España fronterizas, como Andalucía y Canarias y otras, como la catalana, que cuentan con la presencia de un colectivo magrebí importante.
La Generalitat de Cataluña es la que parece haber ido formalmente más lejos al abrir una Casa de Cataluña en Marruecos inaugurada por el propio Artur Mas. El presidente de la Comunidad andaluza, Manuel Chávez, es un visitante habitual de Marruecos y su comunidad coopera en planes de desarrollo del Norte de Marruecos, como iba a hacerlo también el gobierno español a gran escala antes de la ruptura del acuerdo de pesca en 1999.
El último en viajar a Rabat fue Román Rodríguez, presidente de la Comunidad Canaria, con el fin de solicitar la cooperación de Marruecos para el control de unas mafias, fundamentalmente las dedicadas al tráfico de inmigrantes ilegales, que operan también ya desde Agadir, Tan-Tan, Bojador y Laiun.
Esos problemas podrían haberse aliviado en el pasado con la cooperación de ambas ciudades al desarrollo económico del entorno marroquí y del Estado para impulsar una mayor presencia empresarial en Marruecos y una mayor cooperación sobre todo en los proyectos de desarrollo del Norte de Marruecos. El anclaje a Europa puede constituir otra ayuda, pero los marroquíes debaten hoy sobre su oportunidad y conveniencia y el terrorismo puede afectar la disposición a cooperar de los sectores público y privado españoles.
En lo político, las alternativas marroquíes a la democracia no existen. El islamismo la rechaza, el nacionalismo propone reinventarla para dar cabida a su “tradiciones y particularidades”, lo que equivale a mantener sus privilegios y a “cambiar para que nada cambie”, mientras que los demócratas laicos constituyen una minoría asediada por todos los demás.
Marruecos, como ha reconocido el FMI en su informe de abril, ha mejorado sus índices macroeconómicos, pero satisfacer al FMI ha tenido un alto coste social, mientras que la macroeconomía no tuvo una repercusión inmediata en la microeconomía. Los indicadores sociales remiten hoy a Marruecos al pelotón de cola de la clasificación del Informe sobre Desarrollo Humano 2002 elaborado por el PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo).
Sin que nada en la economía de Marruecos pueda cambiar de manera sustancial a corto plazo y sin una voluntad firme de imponer una auténtica democracia, los vecinos de Marruecos no tienen más opción que seguir cooperando económicamente y establecer una relación más estrecha en materia de seguridad.
Conclusiones: La reislamización de la sociedad marroquí no es reciente. Se remonta a la década de los años setenta y su intensidad fue y es inversamente proporcional a la satisfacción de las expectativas democráticas. El terrorismo tampoco es nuevo, aunque sí esporádico. Los atentados de mediados de mayo de Casablanca confirman a la vez una evolución violenta de un sector minoritario del Islam contestatario marroquí y la creciente interrelación de éste con el terrorismo medio-oriental, principalmente Al Qaeda. En ese contexto, sean cuales fueren los objetivos del último ataque, Occidente aparece como el único y global enemigo de ese terrorismo.
Domingo del Pino
Periodista